En su homilía Benedicto XVI alaba el carisma profético de las mujeres e insta a la
comunidad católica a tener valentía en la convicción, compromiso y construcción de
nuevos puentes
Domingo, 10 may (RV).- El Santo Padre Benedicto XVI ha presidido esta mañana la Santa
Misa en el Estadio de Ammán. En su homilía el Pontífice ha puesto de relieve el “carisma
profético” de las mujeres y se ha dirigido en particular a la comunidad católica,
animándola a mantener la presencia de la Iglesia en el tejido social de Tierra Santa.
“La fidelidad a vuestras raíces cristianas, la fidelidad a la misión de la Iglesia
en Tierra Santa, os pide un particular tipo de valor”, ha dicho el Papa, enumerando
después el valor de la convicción, del compromiso y de la construcción de nuevos puentes.
El
valor de una convicción “es un valor nacido a partir de una fe personal, no simplemente
de una convención social o de una tradición familiar”, ha dicho el Papa. Sobre el
valor del compromiso, el Pontífice ha destacado “el compromiso en el diálogo y en
un trabajo mano a mano con los otros cristianos al servicio del Evangelio y en la
solidaridad con los pobres, los desamparados y las víctimas de las tragedias humanas”.
Por último, haciendo referencia al valor de construir nuevos puentes, Benedicto XVI
ha destacado que estos sirven “para hacer posible un encuentro fecundo de personas
de diferentes religiones y culturas y de este modo enriquecer el tejido social de
la sociedad”. Todo esto significa, ha explicado acto seguido el Papa, “dar testimonio
del amor que nos inspira a ‘sacrificar’ nuestra vida al servicio de los demás y de
esta manera contrastar los modos de pensar que justifican ‘truncar’ vidas de inocentes”.
Y
en este sentido el Papa, recordando las dificultades de la comunidad católica en Oriente
Medio, ha exhortado a no olvidar nunca “la gran dignidad que deriva de su herencia
cristiana, y que no venga a menos el sentido de amorosa solidaridad hacia todos los
hermanos y hermanas de la Iglesia en todo el mundo”.
Dirigiéndose a las mujeres,
Benedicto XVI ha recordado que este año está dedicado a la familia, subrayando la
dignidad de las madres cristianas. “Desafortunadamente –ha dicho el Papa- esta dignidad
y misión donadas por Dios a las mujeres, no siempre han sido suficientemente comprendidas
y estimadas. La Iglesia, y la sociedad en su conjunto, han llegado a darse cuenta
de con cuánta urgencia tenemos necesidad de aquello que mi predecesor el Papa Juan
Pablo II llamaba ‘el carisma profético’ de las mujeres (cf. Mulieris dignitatem,
29) como portadoras de amor, maestras de misericordia y constructoras de paz, comunicadoras
de calor y humanidad a un mundo que con frecuencia juzga el valor de la persona con
fríos criterios de explotación y provecho”.
Benedicto XVI ha apreciado el
testimonio público de respeto por las mujeres y con su defensa de la connatural dignidad
de cada persona humana, “la Iglesia en Tierra Santa puede dar una importante contribución
al desarrollo de una cultura de verdadera humanidad y a la construcción de una civilización
del amor”.
Sobre este Año de la Familia, el Papa ha expresado su deseo de que
todas las familias cristianas “pueda crecer en la fidelidad a esta noble vocación
de ser una verdadera escuela de oración, donde los niños aprendan el sincero amor
de Dios, donde maduren en la autodisciplina y en la atención a las necesidades de
los demás, y donde, modelados por la sabiduría que proviene de la fe, contribuyan
a construir una sociedad cada vez más justa y fraterna”. Y recordando que las familias
cristianas de estas tierras son una gran herencia recibida de las precedentes generaciones,
el Pontífice las ha exhortado a que puedan “ser fieles a esta gran herencia y que
nunca falte el sustento material y moral de quienes tienen necesidad de cumplir su
insustituible papel en el servicio de la sociedad”.
El Santo Padre ha recordado
asimismo que hoy en Jordania se celebra la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones,
y ha invitado a los muchos jóvenes presentes “a considerar cómo el Señor les está
llamando a seguirlo para edificar su Iglesia. Sea en el ministerio sacerdotal o en
la vida consagrada, sea en el sacramento del matrimonio, Jesús tiene necesidad de
vosotros para hacer escuchar su voz y para trabajar por el crecimiento de su Reino”.
Benedicto
XVI ha finalizado su homilía, invitando a tener confianza en Jesús, en su amor duradero.
“Qué San Juan Bautista, patrono de Jordania, y María, Virgen y Madre, les sostengan
con su ejemplo y su oración –ha concluido Benedicto XVI- y os conduzca a la plenitud
de la alegría en los eternos pastos, donde experimentaremos para siempre la presencia
del Buen Pastor y conoceremos para siempre la profundidad de su amor. Amén”.
Texto
completo: Queridos hermanos y hermanas en Cristo, Estoy contento
al poder celebrar esta Eucaristía junto a vosotros en el inicio de mi peregrinación
en Tierra Santa. Ayer desde las alturas del Monte Nebo, permaneciendo en pie, me he
detenido y mirado esta gran tierra, la tierra de Moisés, Elías y Juan el Bautista,
la tierra en la cual las antiguas promesas de Dios fueron cumplidas con la llegada
del Mesías, Jesús nuestro Señor. Esta tierra es testigo de su predicación y de los
milagros, de su muerte y resurrección, y de la efusión del Espíritu Santo sobre la
Iglesia, el sacramento de una humanidad reconciliada y renovada. Meditando sobre el
misterio de la fidelidad de Dios, he orado para que la Iglesia en estas tierras pueda
ser confirmada en la esperanza y fortalecida en su testimonio a Cristo Resucitado,
el Salvador de la humanidad. Verdaderamente, como San Pedro nos dice hoy en la primera
lectura, “no hay, bajo el cielo, otro nombre dado a los hombres, por el que nosotros
debamos salvarnos” (Hc 4,12).
La alegre celebración del Sacrificio eucarístico
de hoy expresa la rica diversidad de la Iglesia Católica en Tierra Santa. Os saludo
a todos, con afecto, en el Señor. Agradezco a Su Beatitud Fouad Twal, Patriarca Latino
de Jerusalén, por sus gentiles palabras de bienvenida. Mi saludo va dirigido también
a los muchos jóvenes de las escuelas católicas que hoy traen su entusiasmo a esta
Celebración eucarística.
En el Evangelio, que acabamos de escuchar, Jesús proclama:
“Yo soy el buen pastor… que da su vida por las ovejas” (Jn 10,11). Como Sucesor
de San Pedro a quien el Señor confió el cuidado de su rebaño (cf. Jn 21, 15-17),
he esperado durante mucho tiempo esta oportunidad de estar ante vosotros como testigo
del Salvador resucitado, y animarles a perseverar en la fe, la esperanza y la caridad,
en fidelidad a las antiguas tradiciones y a la singular historia de testimonio cristiano
que los une a la edad de los Apóstoles. La comunidad católica de aquí está profundamente
afectada por las dificultades e incertidumbres que viven todos los habitantes de Oriente
Medio; ¡no olviden nunca la gran dignidad que deriva de su herencia cristiana, y que
no venga a menos el sentido de amorosa solidaridad hacia todos sus hermanos y hermanas
de la Iglesia en todo el mundo!
“Yo soy el buen Pastor”, nos dice el Señor,
“conozco mis ovejas y ellas me conocen a mi” (Jn 10,14). Hoy en Jordania hemos
celebrado la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones. Meditando sobre el Evangelio
del Buen Pastor, pedimos al Señor abrir nuestros corazones y nuestras mentes siempre
más para escuchar su llamada. En verdad, Jesús “nos conoce”, más profundamente de
cuanto nos conocemos a nosotros mismos, y tiene un plan para cada uno. Sepamos que
donde quiera que Él nos llame, encontraremos felicidad y satisfacción; de hecho nos
encontraremos a nosotros mismos (cf. Mt 10,39). Hoy invito a los muchos jóvenes
aquí presentes a considerar como el Señor les está llamando a seguirlo para edificar
su Iglesia. Sea en el ministerio sacerdotal o en la vida consagrada, sea en el sacramento
del matrimonio, Jesús tiene necesidad de vosotros para hacer escuchar su voz y para
trabajar por el crecimiento de su Reino.
En la segunda lectura de hoy, san
Juan nos invita a “pensar en el gran amor con el cual el Padre nos ha amado”, haciéndonos
sus hijos adoptivos en Cristo. La escucha de estas palabras nos debe hacer reconocer
la experiencia del amor del Padre que hemos tenido en nuestras familias, mediante
el amor de nuestros padres y madres, abuelos, hermanos y hermanas. Durante la celebración
del presente Año de la Familia, la Iglesia en toda Tierra Santa ha pensado en la familia
como un misterio de amor que dona la vida, misterio incluido en el plan de Dios con
una propia vocación y misión: irradiar el amor divino que es la fuente y el cumplimiento
de todo amor en nuestras vidas. Que cada familia cristiana pueda crecer en la fidelidad
a esta noble vocación de ser una verdadera escuela de oración, donde los niños aprendan
el sincero amor de Dios, donde maduren en la autodisciplina y en la atención a las
necesidades de los demás, y donde, modelados por la sabiduría que proviene de la fe,
contribuyan a construir una sociedad cada vez más justa y fraterna. Las familias cristianas
de estas tierras son una gran herencia recibida de las precedentes generaciones. Qué
puedan las familias de hoy ser fieles a esta gran herencia y que nunca falte el sustento
material y moral de quienes tienen necesidad de cumplir su insustituible papel en
el servicio de la sociedad.
Un aspecto importante de nuestra reflexión en este
Año de la Familia ha sido la particular dignidad, vocación y misión de las mujeres
en el plan de Dios. ¡Cuánto la Iglesia en estas tierras debe al testimonio de fe y
amor de innumerables madres cristianas, hermanas, maestras y enfermeras, de todas
aquellas mujeres que de diversa manera han dedicado su vida a construir la paz y a
promover el amor! Desde las primeras páginas de la Biblia, vemos como hombre y mujer,
creados a imagen de Dios, son llamados a completarse el uno al otro como administradores
de los dones de Dios y sus colaboradores en comunicar el don de la vida, sea la física
como la espiritual, a nuestro mundo. Desafortunadamente, esta dignidad y misión donadas
por Dios a las mujeres no siempre han sido suficientemente comprendidas y estimadas.
La Iglesia, y la sociedad en su conjunto, han llegado a darse cuenta de con cuanta
urgencia tenemos necesidad de aquello que mi predecesor, el Papa Juan Pablo II, llamaba
“el carisma profético” de las mujeres (cf. Mulieris dignitatem, 29) como portadoras
de amor, maestras de misericordia y constructoras de paz, comunicadoras de calor y
humanidad a un mundo que con frecuencia juzga el valor de la persona con fríos criterios
de explotación y provecho. Con su testimonio público de respeto por las mujeres y
con su defensa de la connatural dignidad de cada persona humana, la Iglesia en Tierra
Santa puede dar una importante contribución al desarrollo de una cultura de verdadera
humanidad y a la construcción de una civilización del amor.
Queridos amigos,
retornemos a las palabras de Jesús en el Evangelio de Hoy. Creo que ellas contienen
un mensaje especial para ustedes, su rebaño fiel, en estas tierras donde Él una vez
vivió. “El Buen Pastor”, nos dice Él, “da la vida por sus ovejas”. En el inicio de
la Misa hemos pedido al Padre que nos “dé la fuerza del valor de Cristo nuestro Pastor”,
que permanece constante en la fidelidad a la voluntad del Padre (Cf. Colecta,
de la Misa del cuarto domingo de Pascua). Qué el valor de Cristo nuestro pastor les
inspire y les sostenga diariamente en sus esfuerzos de dar testimonio de la fe cristiana
y de mantener la presencia de la Iglesia en el cambio del tejido social de estas antiguas
tierras. La fidelidad a sus raíces cristianas, la fidelidad a la misión de la Iglesia
en Tierra Santa, les piden un particular tipo de valor: el valor de la convicción
nacida de una fe personal, no simplemente de una convicción social o de una tradición
familia; el valor de comprometerse en el diálogo y trabajar hombro con hombro con
los otros cristianos en el servicio del Evangelio y en la solidaridad con el pobre,
el refugiado y las victimas de profundas tragedias humanas; el valor de construir
nuevos puentes para hacer posible un fecundo encuentro de personas diversas de diversas
religiones y culturas y así enriquecer el tejido de la sociedad. Ello significa también
dar testimonio del amor que nos inspira a “sacrificar” nuestra vida en el servicio
a los demás y así contrastar modos de pensar que justifican el “truncar” vidas inocentes.
“Yo
soy el buen pastor; conozco mis ovejas y ellas me conocen a mi” (Jn 10,14).
¡Alégrense porque el Señor les ha hecho miembros de su rebaño y conoce a cada uno
de ustedes por su nombre! ¡Síganlo con alegría y déjense guiar por Él en todos sus
caminos! Jesús sabe cuántos desafíos tienen por delante, cuáles pruebas deben soportar
y conoce el bien que ustedes hacen en su nombre. Tengan confianza en Él, en el amor
duradero que Él trae para todos los miembros de su rebaño y perseveren en su testimonio
al triunfo de su amor. Que San Juan Bautista, patrono de Jordania, y María, Virgen
y Madre, les sostengan con su ejemplo y su oración y les conduzcan a la plenitud de
la alegría en los eternos pastos, donde experimentaremos para siempre la presencia
del Buen Pastor y conoceremos para siempre la profundidad de su amor. Amén.