Benedicto XVI denuncia como tragedia vergonzosa que en el mundo actual un quinto de
la humanidad todavía padezca hambre
Lunes, 4 may (RV).- Al saludar a sus hermanos en el episcopado y en el sacerdocio,
junto a los demás prelados participantes en la asamblea plenaria de la Pontificia
Academia de las Ciencias Sociales, el Papa manifestó su satisfacción por este encuentro
durante el que les expresó su estímulo para proseguir su misión de exponer y fomentar
la doctrina social de la Iglesia en las áreas de la ley, de la economía, de las políticas
y de las demás ciencias sociales. Y al agradecer a la profesora Mary Ann Glendon
por sus cordiales palabras de saludo, el obispo de Roma le aseguró sus oraciones para
que su labor siga cosechando frutos en el ámbito de la enseñanza social de la Iglesia
en un mundo que cambia rápidamente.
El Papa destacó que tras estudiar
temas como el trabajo, la democracia, la globalización, la solidaridad y la subsidiariedad
en lo referente a la enseñanza social de la Iglesia, ahora han elegido volver a la
cuestión central de la dignidad de la persona humana y de los derechos humanos, para
llegar a un punto de encuentro entre la doctrina social de la Iglesia y la sociedad
contemporánea. Al respecto Benedicto XVI afirmó que las grandes religiones y las filosofías
del mundo han iluminado algunos aspectos de estos derechos humanos que se expresan
sucintamente en “la regla de oro” que se encuentra en el Evangelio: “Todo cuanto queráis
que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros a ellos”.
Y añadió
que la Iglesia ha afirmado siempre que los derechos fundamentales, más allá de las
diversas maneras en que se formulan, deben ser mantenidos con el reconocimiento universal
acordado, porque son inherentes a la misma naturaleza del hombre, que ha sido creado
a imagen y semejanza de Dios. Por esta razón, el Papa agregó que si todos los seres
humanos son creados a imagen y semejanza de Dios, entonces comparten una naturaleza
común que los une. De hecho –prosiguió- la Iglesia, asimilando la enseñanza de Cristo,
considera a la persona como “la más digna de la naturaleza” (St. Thomas Aquinas, De
potentia, 9, 3) y ha enseñado que el orden ético y político que gobierna las relaciones
entre las personas encuentra su origen en la misma estructura del ser del hombre.
Entre otras cosas, el Pontífice destacó el hecho de que el descubrimiento
de América y las discusiones antropológicas que se abrieron en los siglos XVI y XVI
condujeron en Europa a un conocimiento mayor de los derechos humanos como tales y
a su universalidad (Gentium del ius). Y recordó que en el medio siglo transcurrido,
después del enorme sufrimiento causado por las dos terribles guerras mundiales y por
los crímenes perpetrados por ideologías totalitarias, la comunidad internacional adquirió
un nuevo sistema de derecho internacional, basado en los derechos humanos. Asimismo
no dejó de señalar que conforme a este principio actuó su predecesor, el Papa Benedicto
XV, quien invitó en su época a las beligerancias de la primera guerra mundial a “transformar
la fuerza material en fuerza de la ley moral” (1 de agosto de 1917).
El
Santo Padre también recordó que los derechos humanos se convirtieron en el punto de
referencia de una ética universal compartida -por lo menos en el nivel de la aspiración-
para la mayor parte de la humanidad. Y agregó que el concilio Vaticano II, en su declaración
Dignitatis humanae, y también sus predecesores Pablo VI y Juan Pablo II, se refirieron
ampliamente al derecho a la vida y a la libertad de conciencia y de religión por formar
parte de los mismos derechos de la naturaleza humana. Los derechos humanos –dijo más
adelante Benedicto XVI-, se arraigan en última instancia en la participación de Dios,
que ha creado a cada persona humana con inteligencia y libertad. Y afirmó que si
se hace caso omiso a una sólida base ética y política, los derechos humanos siguen
siendo frágiles puesto que se los priva de su fundamento.
De ahí que
la acción de la Iglesia en la promoción de los derechos humanos sea apoyada por la
reflexión racional, de manera que estos derechos puedan presentarse a toda la gente
de buena voluntad, independientemente de su pertenencia religiosa. Entre los problemas
sociales más críticos de las décadas recientes, el obispo de Roma aludió a la globalización
y a la actual crisis económica. Y al destacar que para los cristianos que regularmente
piden a Dios “danos el pan de cada día”, sigue siendo una tragedia vergonzosa que
un quinto de la humanidad todavía padezca hambre.
Antes de despedirse
de estos estimados académicos participantes en la asamblea plenaria de la pontificia
Academia de las ciencias sociales, y de impartirles su bendición apostólica, el Santo
Padre afirmó que asegurar un suministro de alimentos adecuado, así como la protección
de recursos vitales tales como agua y energía, requiere la atención de todos los
líderes internacionales para que colaboren trabajando con buena fe, por el respeto
del derecho natural y promuevan la solidaridad y la subsidiaridad en las regiones
afectadas y con la gente más débil del planeta como una estrategia más eficaz para
eliminar las desigualdades sociales entre los países y las sociedades y para aumentar
la seguridad global.