En la Misa de Ramos, el Papa señala que las renuncias por amor a Dios hacen que la
vida sea auténtica, porque el Reino del que habla Jesús es un Reino universal, que
abraza a todo el mundo
Domingo, 5 abr (RV).- Esta mañana el Santo Padre Benedicto XVI ha presidido a las
9 y media en la plaza de San Pedro, la Santa Misa. La celebración ha comenzado con
la bendición de las palmas y ramos de olivo en el centro de la Plaza junto al imponente
obelisco rematado por la cruz y que en su base reza escrito la frase de la época carolingia:
“CHRISTUS VINCIT CHRISTUS REINAT CHRISTUS IMPERAT”.
Tras la proclamación del
Evangelio y precedida por por muchachos australianos que llevaban la Cruz y el Icono
de María “Salus populi romani” que presiden las Jornadas Mundiales de la Juventud,
ha comenzado la procesión eucarística formada por jóvenes, religiosos, sacerdotes,
obispos, arzobispos y cardenales, cerrando la misma el Santo Padre Benedicto XVI.
Precedían al Pontífice dos cardenales diáconos, los ceremonieros pontificios revestidos
con el color rojo del martirio que hoy la liturgia propone. Mientras los coros y la
asamblea cantaban: “Cristo, Rey y salvador”.
Llegados ante la fachada de la
Basílica Vaticana y colocados la Cruz y el Icono de la Virgen presidiendo la celebración,
al Santo Padre se le ha cambiado la capa pluvial por la casulla, mientras que los
miles de jóvenes, más de cinco mil procedentes de España que han participado en esta
solemne Eucaristía, han ocupado sus respectivos lugares para proseguir con devoción
y entusiasmo esta celebración conmemorando la entrada de Jesucristo en Jerusalén para
llevar a su cumplimiento su misterio pascual.
Benedicto XVI ha comenzado su
homilía recordando la entrada de Jesús en la Ciudad Santa para la Pascua con una muchedumbre
de peregrinos entre los que estalla de manera espontánea la gozosa alegría: “¡Es Él,
el Hijo de David!”. Saludan por ello a Jesús con la aclamación mesiánica: “¡Bendito
el que viene en nombre del Señor!”, y añaden: “Bendito el Reino que viene, de nuestro
padre David! ¡Hosanna en lo alto del cielo!”.
En este momento el Santo Padre
se ha preguntado: ¿Comprendemos qué significa que este Reino no es de este mundo?,
o al contrario, ¿deseamos que sea de este mundo?. Aludiendo a los textos de san Juan,
el Pontífice ha afirmado que “el verdadero objetivo de la peregrinación debe ser el
de encontrar a Dios, adorarlo, y de esta manera ordenar de manera justa la relación
de fondo de nuestra vida”. “Por esto estamos aquí reunidos”, ha dicho el Papa, recordando
que “queremos ver a Jesús”.
En este sentido el Pontífice ha recordado que
el pasado año con este objetivo, miles de jóvenes viajaron a Sydney, depositando muchas
esperanzas en esta peregrinación. “Pero el objetivo esencial era éste”: “Queremos
ver a Jesús”. Ante esta petición, en aquella hora, ¿qué cosa ha dicho y hecho Jesús?,
se ha preguntado el Papa, respondiendo que “del Evangelio no resulta con claridad
que haya habido un encuentro entre aquellos Griegos y Jesús. La mirada de Jesús va
mucho más allá”. De hecho, el núcleo de su respuesta a la petición de aquellas personas
es: “si el grano, de trigo no cae en tierra y muere queda él solo; pero si muere,
da mucho fruto”. Porque mediante la resurrección, Jesús traspasa los límites del espacio
y del tiempo. “Como resucitado, Él está en camino hacia la inmensidad del mundo y
de la historia”.
Seguidamente el Papa ha señalado que de este Reino podemos
reconocer dos características esenciales: La primera que este Reino pasa por la Cruz;
y la segunda, que es un Reino universal, que abraza a todo el mundo. La palabra del
grano de trigo forma parte de la respuesta de Jesús a los Griegos, es su respuesta,
ha proseguido el Papa, evocando que el Señor formula además la ley fundamental de
la existencia humana: “El que ama su vida, la pierde; el que odia su vida en este
mundo la guardará para la vida eterna”.
Porque solamente en el abandono de
uno mismo, solamente en la donación desinteresada del yo en favor del tú, solamente
en el “sí” a la vida más grande, propia de Dios, “también nuestra vida se convierte
en amplia y grande”. De esta manera este principio fundamental, que el Señor establece,
en última instancia, es sencillamente idéntico al principio del amor. “En efecto –ha
subrayado el Papa- el amor significa abandonarse, darse, no querer poseerse a sí mismo,
sino liberarse de sí mismo. Es éste el principio del amor, que define el camino del
hombre, y que una vez más es idéntico al misterio de la Cruz, al misterio de muerte
y resurrección que encontramos en Cristo”.
En la realidad concreta, ha proseguido
Benedicto XVI en su homilía, no se trata sencillamente de reconocer un principio,
sino de vivir su verdad, la verdad de la Cruz y de al resurrección, porque no existe
una vida lograda sin sacrificio. Si vuelvo la mirada retrospectivamente sobre mi vida
personal, ha contado el mismo Sucesor de Pedro, debo decir que precisamente en los
momentos en los que he dicho “sí” a una renuncia han sido los momentos más grandes
e importantes de mi vida.
Siguiendo siempre las palabras de san Juan sobre
el “Domingo de Ramos”, y en concreto la oración de Jesús en el huerto de los Olivos,
el Papa ha puesto de relieve ante todo una afirmación: “Mi alma está turbada”. Aquí
aparece el miedo de Jesús, ilustrado ampliamente por los otros tres evangelistas –
su miedo ante el poder de la muerte, ante el abismo del mal que él ve y al cual debe
descender.
El Señor sufre nuestras angustias junto a nosotros, nos acompaña
hasta la última agonía hasta la luz. “Ante Él –ha evocado el Santo Padre- no debemos
refugiarnos con frases piadosas, en un mundo ficticio. Rezar significa siempre luchar
con Dios, y como Jacob podemos decirle: ¡No te dejaré, hasta que me hayas bendecido!.
Al final la gloria de Dios, su señorío, su voluntad es siempre más importante y más
verdadera que mi pensamiento y que mi voluntad”.
Esto es lo esencial en nuestra
oración y en nuestra vida: aprender este orden justo de la realidad, aceptarlo íntimamente;
confiar en Dios y creer que Él está haciendo la cosa justa; que su voluntad es la
verdad y el amor; que mi vida se convierte en buena si aprendo a adherirme a este
orden. Vida, muerte y resurrección de Jesús son para nosotros la garantía que podemos
verdaderamente fiarnos de Dios. Y es de este modo cómo se realiza el Reino: “Quién
da su vida –cotidianamente en los pequeños gestos, que forman parte de la gran decisión
estos la encuentran- ésta es la verdad exigente, pero también profundamente bella
y liberadora, en la que queremos paso a paso entrar durante el camino de la Cruz a
través de los continentes. Qué el Señor bendiga este camino. Amén”.