Benedicto XVI rinde un particular homenaje a la mujer, silenciosas heroínas, que en
un mundo dominado por la técnica consiguen casi siempre mantener intacta la dignidad
humana, defienden la familia y tutelan los valores culturales y religiosos
Domingo, 22 mar (RV).- Benedicto XVI ha rendido el domingo un particular homenaje
a la mujer, silenciosas heroínas, que en un mundo dominado por la técnica consiguen
casi siempre mantener intacta la dignidad humana, defienden la familia y tutelan los
valores culturales y religiosos. El escenario del último encuentro del Papa, la tarde
del domingo, ha sido la parroquia de san Antonio, a cargo de una comunidad de hermanos
menores capuchinos en la periferia de Luanda.
En este encuentro con algunas
representaciones de Movimientos católicos para la promoción de la mujer, han estado
presentes también miembros de numerosas asociaciones femeninas como “Protomaica”,
la mayor asociación angoleña para la promoción de la mujer.
El Santo Padre
ha definido a las mujeres como fuente de la vida y les ha instado a vivir y apostar
por la vida, porque el Dios viviente ha apostado por ellas. El Pontífice ha elogiado
a estas ‘silenciosas heroínas, consciente de las condiciones a las que han sido sometidas
y siguen siendo tantas mujeres y ha exhortado sobre todo a los hombres a examinar
con detención sus conductas y actitudes que por falta de sensibilidad o responsabilidad
puedan causar esta situación.
El Papa ha subrayado que el hombre y la mujer
están llamados a vivir en profunda comunión, en un reconocimiento mutuo y don de sí
mismos, trabajando juntos por el bien común. Y en este contexto Benedicto XVI ha resaltado
la necesidad actual de dar más espacio a las razones del corazón.
“En un mundo
como el actual dominado por la técnica, se siente la necesidad de esta complementariedad
de la mujer, para que el ser humano pueda vivir sin deshumanizarse del todo. Pensemos
en las tierras donde abunda la pobreza, las regiones devastadas por la guerra, en
tantas situaciones trágicas resultantes de migraciones forzadas... Son casi siempre
las mujeres las que mantienen intacta la dignidad humana, defendiendo la familia y
tutelando los valores culturales y religiosos”.
Benedicto XVI ha lamentado
además cómo la historia registra casi exclusivamente las conquistas de los hombres,
cuando en realidad una parte importantísima se debe a acciones determinantes, perseverantes
y benéficas de las mujeres. El Papa ha considerado que “en la actualidad nadie debería
dudar de que las mujeres tienen pleno derecho de inserirse activamente en cualquier
ámbito de la vida pública y su derecho debe ser afirmado y protegido mediante instrumentos
legales... No obstante el reconocimiento del papel público de las mujeres no debe
menguar la función insustituible que tienen dentro de la familia”.
“Además,
a nivel personal, la mujer siente la propia dignidad no tanto como el resultado de
la afirmación de derechos en el plano jurídico, sino como directa consecuencia de
las atenciones materiales y espirituales recibidas en el corazón de la familia”.
De
hecho el Papa ha elogiado la presencia materna en la familia, tan importante para
la estabilidad y el crecimiento de esta célula fundamental de la sociedad, que debe
ser reconocida, alabada y sostenida en todas las formas posibles. “Y por el mismo
motivo, ha añadido el Pontífice, la sociedad debe reclamar a los maridos y padres
su responsabilidad familiar”.
DISCURSO COMPLETO
Queridos
hermanos y hermanas «No les queda vino», dijo María a Jesús,
suplicando para que la boda pudiera continuar en fiesta, como siempre debe ser: «Los
invitados a la boda no pueden ayunar mientras tienen al novio con ellos» (cf. Mc 2,19).
La Madre de Jesús fue después a los sirvientes recomendándoles: «Haced lo que él os
diga» (cf. Jn 2,1-5). Y aquella mediación materna hizo posible el «vino bueno», premonitor
de una nueva alianza entre la omnipotencia divina y el corazón humano pobre pero bien
dispuesto. Por lo demás, esto es lo que ya había sucedido en el pasado cuando – como
hemos oído en la primera lectura – «todo el pueblo, a una, respondió: “haremos todo
cuanto ha dicho el Señor”» (Ex 19,8).
Que estas
mismas palabras broten del corazón de todos los que estamos aquí reunidos, en esta
iglesia de San Antonio, levantada gracias a la benemérita obra misionera de los Frailes
menores capuchinos, como una nueva Tienda para el Arca de la Alianza, signo de la
presencia de Dios en medio del pueblo en camino. Sobre ellos y cuantos colaboran y
se benefician de la asistencia religiosa y social que se presta aquí, el Papa imparte
una benévola y alentadora Bendición. Saludo cordialmente a todos los presentes: Obispos,
presbíteros, consagrados y consagradas, y de modo particular a vosotros, fieles laicos,
que asumís conscientemente los deberes de compromiso y testimonio cristiano que conlleva
el sacramento del bautismo y, para los casados, también del sacramento de la matrimonio.
Y, dado el motivo principal que nos reúne aquí, dirijo un saludo lleno de afecto
y esperanza a las mujeres, a las que Dios ha confiado la fuente de la vida: vivís
y apostáis por la vida, porque el Dios vivo ha apostado por vosotras. Saludo con espíritu
agradecido a los responsables y animadores de los Movimientos eclesiales que
se preocupan entre otras cosas por la promoción de la mujer angoleña. Agradezco
a Mons. José de Queirós Alves y a vuestros representantes las palabras que
me han dirigido, expresando los afanes y esperanzas de tantas heroínas silenciosas,
como son las mujeres en esta querida Nación. Exhorto a todos
a ser realmente conscientes de las condiciones desfavorables a las que han estado
sometidas – y lo siguen estando –muchas mujeres, examinando en qué medida esto puede
ser causado por la conducta y la actitud de los hombres, a veces por su falta de sensibilidad
o responsabilidad. Los designios de Dios son diferentes. Hemos escuchado en la lectura
que todo el pueblo contestó al unísono: «Haremos todo cuanto ha dicho el Señor». Dice
la Sagrada Escritura que el Creador divino, al ver la obra que había realizado, vio
que faltaba algo: todo habría sido bueno si el hombre no hubiera estado solo. ¿Cómo
podía el hombre solo ser imagen y semejanza de Dios, que es uno y trino, de Dios que
es comunión? «No está bien que el hombre esté solo; voy a hacer alguien como él que
le ayude» (cf. Gn 2,18-20). Dios se puso de nuevo manos a la obra para crear la ayuda
que faltaba, y se la proporcionó de forma privilegiada, introduciendo el orden del
amor, que no veía suficientemente representado en la creación.
Como
sabéis, hermanos y hermanas, este orden del amor pertenece a la vida íntima de Dios
mismo, a la vida trinitaria, siendo el Espíritu Santo la hipóstasis personal del amor.
Ahora bien, «sobre el designio eterno de Dios – como dijo el recordado Papa
Juan Pablo II –, la mujer es aquella en quien el orden del amor en el mundo
creado de las personas halla un terreno para su primera raíz» (Carta ap., Mulieris
dignitatem, 29). En efecto, al ver el encanto fascinante que irradia de la mujer a
causa de la íntima gracia que Dios le ha dado, el corazón del hombre se ilumina y
se ve a sí mismo en ella: «Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne»
(Gn 2,23). La mujer es otro «yo» en la común humanidad. Hay que reconocer, afirmar
y defender la misma dignidad del hombre y la mujer: ambos son personas, diferentes
de cualquier otro ser viviente del mundo que les rodea.
Los
dos están llamados a vivir en profunda comunión, en un recíproco reconocimiento y
entrega de sí mismos, trabajando juntos por el bien común con las características
complementarias de lo que es masculino y de lo que es femenino. ¿A quién se le oculta
hoy la necesidad de dar más espacio a las «razones» del corazón? En un mundo como
el actual, dominado por la técnica, se siente la exigencia de esta complementariedad
de la mujer, para que el ser humano pueda vivir sin deshumanizarse del todo. Puede
pensarse en las tierras donde hay más pobreza, en las regiones devastadas por la guerra,
en muchas situaciones trágicas causadas por las migraciones, forzadas o no... En esos
casos, casi siempre son las mujeres las que mantienen intacta la dignidad humana,
defienden la familia y tutelan los valores culturales y religiosos.
Queridos
hermanos y hermanas, la historia habla casi exclusivamente de las conquistas de los
hombres, cuando, en realidad, una parte importantísima se debe a la acción determinante,
perseverante y beneficiosa de las mujeres. Permitidme que, entre muchas mujeres extraordinarias,
os hable de dos: Teresa Gomes y Maria Bonino. Angoleña la primera, fallecida el año
2004 en la ciudad de Sumbe, después de una vida conyugal feliz de la que nacieron
7 hijos; su fe cristiana fue inquebrantable y su celo apostólico admirable, sobre
todo en los años 1975 y 1976, cuando una feroz propaganda ideológica y política se
abatió sobre la parroquia de Nuestra Señora de las Gracias de Porto Amboim, consiguiendo
casi que se cerraran las puertas de la iglesia. Teresa se convirtió entonces en la
líder de los fieles que no se rindieron ante dicha situación, animándolos, protegiendo
valerosamente las estructuras parroquiales y buscando cualquier modo posible para
tener de nuevo la santa Misa. Su amor a la Iglesia la hizo incansable en la obra de
la evangelización, bajo la guía de los sacerdotes.
Maria
Bonino fue una pediatra italiana, que se ofreció voluntaria para diversas misiones
en esta querida África, y llegó a ser en los últimos años de su vida responsable del
departamento pediátrico del hospital provincial de Uíje. Dedicada la cura de miles
de niños allí hospitalizados, María pagó con el mayor sacrificio el servicio prestado
durante una terrible epidemia de fiebre hemorrágica de Marburg, acabando contagiada
ella misma; aunque se la trajo a Luanda, aquí murió y reposa desde el 24 de marzo
de 2005. Pasado mañana se cumple el cuarto aniversario. La Iglesia y la sociedad humana
se han enriquecido enormemente – y lo siguen siendo – por la presencia y las virtudes
de las mujeres, particularmente por las que se han consagrado al Señor y, apoyándose
en Él, se han puesto al servicio de los otros.
Queridos
angoleños, hoy nadie debería dudar que las mujeres, sobre la base de su igual dignidad
con los hombres, «tienen pleno derecho a insertarse activamente en todos los ámbitos
públicos y su derecho debe ser afirmado y protegido incluso por medio de instrumentos
legales donde se considere necesario. Sin embargo, este reconocimiento del papel público
de las mujeres no debe disminuir su función insustituible dentro de la familia: aquí
su aportación al bien y al progreso social, aunque esté poco considerada, tiene un
valor verdaderamente inestimable» (Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, 1995,
n. 9). Por lo demás, en el ámbito personal, la mujer siente la propia dignidad no
tanto como el resultado de una afirmación de los derechos en el plano jurídico, sino
más bien como el resultado directo de las atenciones materiales y espirituales que
se reciben en la familia. La presencia materna dentro de la familia es tan importante
para la estabilidad y el desarrollo de esta célula fundamental de la sociedad, que
debería ser reconocida, alabada y apoyada de todos los modos posibles. Y, por el mismo
motivo, la sociedad ha de llamar la atención a los maridos y a los padres sobre sus
responsabilidades respecto a su propia familia.
Queridas
familias, sin duda os habéis dado cuenta de que ninguna pareja humana puede por sí
sola, únicamente con las propias fuerzas, ofrecer a los hijos de manera adecuada el
amor y el sentido de la vida. En efecto, para poder decir a alguien: «Tu vida es buena,
aunque no se sepa su futuro», hace falta una autoridad y una credibilidad mayor de
la que pueden dar los padres por sí solos. Los cristianos saben que esta autoridad
mayor se ha dado a esa familia más grande, que Dios, por su Hijo Jesucristo y el don
del Espíritu Santo, ha creado en la historia humana, es decir, la Iglesia. Vemos en
ello la obra de ese Amor eterno e indestructible que asegura a la vida de cada uno
de nosotros un sentido permanente, aunque no conozcamos su futuro. Por este motivo,
la edificación de toda familia cristiana se realiza dentro de esa familia más grande
que es la Iglesia, la cual la sostiene y la estrecha en su pecho, garantizando que
sobre ella, ahora y en el futuro, se pose el «sí» del Creador.
«No
les queda vino», dice María a Jesús. Queridas mujeres angoleñas, tenedla como vuestra
abogada ante el Señor. Así la conocemos desde aquellas bodas de Caná: como la mujer
bondadosa, llena de solicitud maternal y de valor, la mujer que se da cuenta de las
necesidades ajenas y, queriendo poner remedio, las lleva ante el Señor. Junto a Ella,
todos, hombres y mujeres, podemos recobrar esa serenidad e íntima confianza que nos
hace sentirnos bienaventurados en Dios e incansables en la lucha por la vida. Que
la Virgen de Muxima sea la estrella de vuestra vida; que Ella os guarde unidos en
la gran familia de Dios. Amén.