El Papa llega a Angola para encontrarse con una de las comunidades católicas más antiguas
del África austral, para confirmarla en su fe y unirse a las súplicas de sus hijos
e hijas para que nunca acabe el tiempo de la paz, en la justicia y en la fraternidad
Viernes, 20 mar (RV).- Después de dos horas y cuarto de vuelo de Yaundé a Luanda,
Benedicto XVI ha llegado a la capital de Angola a las 12.45 del mediodía. En el aeropuerto
“4 de fevereiro” han venido a esperar al Pontífice el presidente del país, Eduardo
Dos Santos, con su mujer.
En Angola, el Santo Padre ha tenido un recuerdo
especial para la población de la provincia de Kunene, “afectada por lluvias torrenciales
e inundaciones que han provocado numerosos muertos y dejado sin hogar a tantas familias
por la destrucción de sus casas”. El Papa les ha asegurado su solidaridad y su aliento
especial para tener confianza y recomenzar con la ayuda de todos.
Estaban presentes
también el arzobispo de Luanda y presidente de la Conferencia Episcopal de Angola
y Santo Tomé Mons. Damiao Antonio Franklin. Tras los honores militares, la ejecución
de los himnos pontificio y angoleño y la presentación de las autoridades, el Papa
ha pronunciado su discurso de bienvenida en el que ha puesto en evidencia que su “visita
pastoral, espiritualmente tiene como horizonte todo el Continente africano, aunque
haya tenido que limitar sus pasos a Yaundé y a Luanda”.
“Que todos sepan que,
en mi corazón y en mi plegaria, tengo presente a África en general y al pueblo de
Angola en particular, al que deseo ofrecer un cordial aliento a proseguir por la vía
de la pacificación y la reconstrucción del país y las instituciones”.
El Santo
Padre ha recordado la visita a Angola que, en 1992, realizó su predecesor Juan Pablo
II, “incansable misionero de Jesucristo hasta los extremos confines de la tierra.
Él ha indicado la vía hacia Dios, -ha recordado Benedicto XVI- invitando a todos los
hombres de buena voluntad a escuchar la propia conciencia y a edificar una sociedad
de justicia, de paz y de solidaridad, en la caridad y en el perdón recíproco”.
“En
cuanto a mí, os recuerdo que provengo de un país en el que la paz y la hermandad son
sentidas muy dentro del corazón de todos sus habitantes, especialmente de los que
-como yo- han conocido la guerra y la división entre hermanos pertenecientes a la
misma nación a causa de ideologías desoladoras e inhumanas, la cuales, bajo la falaz
apariencia de sueños e ilusiones, hicieron pesar sobre los hombres el yugo de la opresión.
Podéis entender, pues, lo sensible que soy al diálogo entre los hombres como medio
para superar toda forma de conflicto y tensión, y para hacer de cada Nación -y por
tanto también de vuestra patria- una casa de paz y hermandad.
Con vistas a
este fin, el Papa ha indicado, que los angoleños deben tomar de su patrimonio espiritual
y cultural los mejores valores de los que Angola es portadora, “y salir al encuentro
unos de otros sin miedo, aceptando compartir la riqueza espiritual y material de cada
uno, en beneficio de todos”. “Vuestro territorio es rico”, ha dicho; “vuestra Nación
es fuerte. Utilizad estas cualidades vuestras para favorecer la paz. No os rindáis
a la ley del más fuerte”.
“Porque Dios ha concedido a los seres humanos la
capacidad de elevarse, por encima de sus tendencias naturales, con las alas de la
razón y de la fe. Si os dejáis llevar por estas alas, no os será difícil reconocer
en el otro a un hermano, que ha nacido con los mismos derechos humanos fundamentales”.
“Lamentablemente, dentro de vuestros confines angoleños hay todavía muchos
pobres que reivindican el respeto de sus derechos”, ha indicado el Papa. “No decepcionéis
sus expectativas. Se trata de una tarea ingente, que requiere una mayor participación
cívica por parte de todos”. Es necesario implicar en ella a toda la sociedad civil
angoleña. Para dar vida a una sociedad realmente celosa del bien común, se necesitan
valores compartidos por todos.
El Papa ha terminado recordando la antigua
historia cristiana de estas tierras, donde en Mbanza Congo surgió hace 500 años un
reino cristiano, que sobrevivió hasta el siglo XVIII. “De sus cenizas pudo brotar
luego, entre los siglos XIX y XX, una Iglesia renovada que no ha dejado de crecer
hasta nuestros días”. “El motivo inmediato que me ha traído a Angola es éste –ha dicho
el Pontífice: encontrarme con una de las más antiguas comunidades católicas del África
subecuatorial, para confirmarla en su fe y unirme a las súplicas de sus hijos e hijas
para que el tiempo de la paz, en la justicia y en la fraternidad, no conozca ocaso
en Angola.
DISCURSO COMPLETO
Excelentísimo
Señor Presidente de la República, Ilustrísimas Autoridades civiles y militares,
Venerados Hermanos en el Episcopado, Queridos amigos angoleños
Con vivos sentimientos de deferencia y amistad,
pongo pie en el suelo de esta noble y joven Nación, en el ámbito de una visita pastoral
que espiritualmente tiene como horizonte todo el Continente africano, aunque haya
tenido que limitar mis pasos a Yaundé y a Luanda. Que todos sepan que, en mi corazón
y en mi plegaria, tengo presente a África en general y al pueblo de Angola en particular,
al que deseo ofrecer un cordial aliento para proseguir por la vía de la pacificación
y la reconstrucción del País y las instituciones.
Comienzo,
Señor Presidente, agradeciendo la amable invitación que me ha hecho de visitar Angola
y las cordiales expresiones de bienvenida que me acaba de dirigir. Acepte mi deferente
saludo y los mejores deseos, que hago extensivos a las otras autoridades que han tenido
la amabilidad de venir a recibirme. Saludo a toda la Iglesia católica en Angola en
la persona de sus Obispos aquí presentes, y agradezco a todos los amigos angoleños
la cariñosa acogida que me han dispensado. Y que llegue también mis sentimientos de
amistad a los que me siguen a través de la radio y la televisión, en la certeza de
la benevolencia del Cielo sobre la misión común que nos ha sido confiada: edificar
juntos una sociedad más libre, más pacífica y más solidaria. ¿Cómo
no recordar a aquel ilustre Visitante que bendijo Angola en junio de 1992, mi amado
Predecesor Juan Pablo II? Incansable misionero de Jesucristo hasta los extremos confines
de la tierra, él ha indicado la vía hacia Dios, invitando a todos los hombres de buena
voluntad a escuchar la propia conciencia rectamente formada y a edificar una sociedad
de justicia, de paz y de solidaridad, en la caridad y en el perdón recíproco. En cuanto
a mí, os recuerdo que provengo de un País en el que la paz y la hermandad son sentidas
muy dentro del corazón de todos sus habitantes, especialmente de los que –como yo–
han conocido la guerra y la división entre hermanos pertenecientes a la misma Nación
a causa de ideologías desoladoras e inhumanas, la cuales, bajo la falaz apariencia
de sueños e ilusiones, hicieron pesar sobre los hombres el yugo de la opresión. Podéis
entender, pues, lo sensible que soy al diálogo entre los hombres como medio para superar
toda forma de conflicto y tensión, y para hacer de cada Nación –y por tanto también
de vuestra Patria– una casa de paz y hermandad. Con vistas a este fin, debéis tomar
de vuestro patrimonio espiritual y cultural los mejores valores de los que Angola
es portadora, y salir al encuentro unos de otros sin miedo, aceptando compartir la
riqueza espiritual y material de cada uno, en beneficio de todos.
¿Cómo
no pensar aquí a la población de la provincia de Kunene, afectada por lluvias torrenciales
e inundaciones que han provocado numerosos muertos y dejado sin hogar a tantas familias
por la destrucción de sus casas? A ellas deseo hacer llegar en su prueba la seguridad
de mi solidaridad, junto con un aliento especial a tener confianza para recomenzar
con la ayuda de todos. Queridos angoleños, vuestro territorio
es rico; vuestra Nación es fuerte. Utilizad estas cualidades vuestras para favorecer
la paz y el acuerdo entre los pueblos, sobre una base de lealtad e igualdad que promuevan
ese futuro pacífico y solidario para África, que todos anhelan y al que tienen derecho.
Para ello, os ruego: No os rindáis a la ley del más fuerte. Porque Dios ha concedido
a los seres humanos la capacidad de elevarse, por encima de sus tendencias naturales,
con las alas de la razón y de la fe. Si os dejáis llevar por estas alas, no os será
difícil reconocer en el otro a un hermano, que ha nacido con los mismos derechos humanos
fundamentales. Lamentablemente, dentro de vuestros confines angoleños hay todavía
muchos pobres que reivindican el respeto de sus derechos. No se puede olvidar la multitud
de angoleños que viven por debajo del umbral de la pobreza absoluta. No decepcionéis
sus expectativas.
Se trata de una tarea ingente,
que requiere una mayor participación cívica por parte de todos. Es necesario implicar
en ella a toda la sociedad civil angoleña; pero ésta ha de presentarse ante dicho
reto de manera más fuerte y articulada, tanto entre las fuerzas que la componen como
también en el diálogo con el Gobierno. Para dar vida a una sociedad realmente
celosa del bien común, se necesitan valores compartidos por todos. Estoy convencido
de que Angola podrá encontrarlos hoy también en el Evangelio de Jesucristo, como ocurrió
tiempo atrás con un ilustre antepasado vuestro, Dom Afonso I Mbemba-a-Nzinga; por
obra suya surgió hace quinientos años en Mbanza Congo un reino cristiano, que sobrevivió
hasta el siglo XVIII. De sus cenizas pudo brotar luego, entre los siglos XIX
y XX, una Iglesia renovada que no ha dejado de crecer hasta nuestros días. Demos gracias
a Dios por ello. He aquí el motivo inmediato que me ha traído a Angola: encontrarme
con una de las más antiguas comunidades católicas del África subecuatorial, para confirmarla
en su fe en Jesús resucitado y unirme a las súplicas de sus hijos e hijas para que
el tiempo de la paz, en la justicia y en la fraternidad, no conozca ocaso en Angola,
permitiéndola cumplir la misión que Dios le ha confiado en favor de su pueblo y en
el concierto de las Naciones. Dios bendiga Angola.