El Papa insta a las autoridades de Angola a transformar el continente liberando a
su pueblo del flagelo de la avidez, de la violencia y del desorden, guiándolo por
la senda de la democracia civil moderna
Viernes, 20 mar (RV).- Benedicto XVI ha visitado a primera hora de la tarde al presidente
de Angola, José Eduardo Dos Santos, quien ha agradecido la presencia del Papa en el
continente y en especial en su país. El Santo Padre ha dirigido palabras de alabanza
al pueblo angoleño, que tras veintisiete años de guerra civil que ha devastado al
país, “se ha despertado”, y la paz ha comenzado “a echar raíces, llevando consigo
los frutos de la estabilidad y la libertad”, permitiendo que en los ciudadanos resurja
la esperanza. ¡”Qué Dios bendiga y multiplique todas estos buenos deseos y sus iniciativas
al servicio del bien!”, ha exclamado el Pontífice.
“Angola sabe que ha llegado
para África el tiempo de la esperanza. Todo comportamiento recto es esperanza en acción.
Nuestros actos nunca son indiferentes ante Dios; y no lo son tampoco para el desarrollo
de la historia”.
En este sentido el Papa ha instado a la población angoleña
a que, “con un corazón íntegro, magnánimo y compasivo”, transformen el continente,
liberando a su pueblo “del flagelo de la avidez, de la violencia y del desorden, guiándolo
por la senda indicada por los principios indispensables de toda democracia civil moderna”.
Recordando el mensaje de este año para la Jornada Mundial de la Paz, el Papa
ha subrayado la necesidad de una visión ética del desarrollo. Visión que ha pedido
que compartan los políticos, agencias internacionales y multinacionales, llamados
a acompañar al pueblo angoleño “de manera verdaderamente humana”. En este sentido
Benedicto XVI ha solicitado mayor coordinación para fomentar el desarrollo en África,
alabando el trabajo de varias iniciativas ya en marcha, con el objetivo común de promover
la transparencia, la práctica comercial honesta y el buen gobierno.
El Pontífice
se ha dirigido también a la comunidad internacional, a quien a pedido que cumpla sus
compromisos, como la concesión de destinar el 0’7% del PIB a las ayudas oficiales
al desarrollo. “Hoy, -ha subrayado el Papa- esta ayuda es más necesaria aún, con la
tempestad financiera mundial que se ha desencadenado; el auspicio es que dicha ayuda
no sea otra de sus víctimas”.
“Amigos, quiero concluir mi reflexión confesando
que mi visita a Camerún y Angola está despertado en mí esa profunda alegría humana
que se siente al encontrarse en familia. Pienso que dicha experiencia es el don común
que África ofrece a los que vienen de otros continentes y llegan aquí, donde «la familia
representa el pilar sobre el cual está construido el edificio de la sociedad» (Ecclesia
in Africa, 80)”.
A pesar de estos avances, Benedicto XVI ha puesto de relieve
que queda mucho por hacer sobre todo en las familias, sometidas a presiones como la
la pobreza, el desempleo, la enfermedad y el exilio. “Es particularmente inquietante
–ha dicho Benedicto XVI- el yugo opresor de la discriminación sobre mujeres y niñas,
por no hablar de la práctica incalificable de la violencia y explotación sexual, que
provoca tantas humillaciones y traumas”. El Papa también ha querido subrayar otro
aspecto preocupante, “las políticas de aquellos que, con el espejismo de hacer avanzar
la «edificación social», minan sus propios fundamentos”.
El Papa ha expresado
una vez más la cercanía de la Iglesia con los más pobres del continente africano,
porque el camino espiritual del cristiano es la conversión cotidiana. “A esto invita
la Iglesia a todos los dirigentes de la humanidad –ha dicho el Papa- para que ésta
siga la senda de la verdad, la integridad, el respeto y la solidaridad”.
DISCURSO
COMPLETO
Señor Presidente de la República, Distinguidas Autoridades, Ilustres
Embajadores, Queridos Hermanos en el Episcopado, Señoras y Señores
Con
un amable gesto de hospitalidad, el Señor Presidente ha querido recibirnos en su residencia,
ofreciéndome así la alegría de encontrarme con todos vosotros, para saludaros y desearos
los mejores éxitos en el ejercicio de las importantes responsabilidades que cada uno
de vosotros desempeña en el ámbito gubernativo, civil y diplomático, en el que sirve
a su Nación en beneficio de toda la familia humana. Señor Presidente, gracias por
su acogida y por las palabras que me ha dirigido, llenas de estima por el Sucesor
de Pedro y de confianza en la actividad de la Iglesia católica en favor de esta tan
querida Nación.
Amigos, sois artífices y testigos de una Angola que está despertando.
Tras veintisiete años de guerra civil, que había devastado este País, la paz ha comenzado
a echar raíces, llevando consigo los frutos de la estabilidad y la libertad. Los esfuerzos
palpables del Gobierno por establecer las infraestructuras y rehacer las instituciones
fundamentales para el desarrollo y el bienestar de la sociedad, han hecho resurgir
la esperanza en los ciudadanos de la Nación. Muchas iniciativas de agencias multilaterales,
decididas a superar intereses particulares para actuar en la perspectiva del bien
común, han venido en ayuda de esta esperanza. No faltan en diversas partes del País
ejemplos de enseñantes, agentes sanitarios y empleados estatales que, con exiguos
sueldos, sirven con integridad y dedicación a sus comunidades; y van aumentado quienes
se comprometen en actividades de voluntariado al servicio de los más necesitados.
Que Dios bendiga y multiplique todas estos buenos deseos y sus iniciativas al servicio
del bien.
Angola sabe que ha llegado para África el tiempo de la esperanza.
Todo comportamiento recto es esperanza en acción. Nuestros actos nunca son indiferentes
ante Dios; y no lo son tampoco para el desarrollo de la historia. Amigos míos, con
un corazón íntegro, magnánimo y compasivo, podéis transformar este Continente, liberando
a vuestro pueblo del flagelo de la avidez, de la violencia y del desorden, guiándolo
por la senda indicada por los principios indispensables de toda democracia civil moderna:
el respeto y la promoción de los derechos humanos, un gobierno transparente, una magistratura
independiente, una comunicación social libre, una administración pública honesta,
una red de escuelas y hospitales que funcionen de manera adecuada y la firme determinación,
arraigada en la conversión del corazón, de romper de una vez por todas con la corrupción.
En el Mensaje de este año para la Jornada Mundial de la Paz he querido volver a llamar
la atención de todos sobre la necesidad de una visión ética del desarrollo. En efecto,
más que simples programas y protocolos, las personas de este continente están reclamando
justamente una conversión del corazón a la fraternidad, profundamente convencida y
duradera (cf. n. 13). Su petición a los que sirven en la política, en la administración
pública, en las agencias internacionales y en las compañías multinacionales es sobre
todo ésta: estad con nosotros de manera verdaderamente humana; acompañadnos a nosotros,
a nuestras familias y a nuestras comunidades.
El desarrollo económico y social
en África exige la coordinación del Gobierno nacional con las iniciativas regionales
y con las decisiones internacionales. Una coordinación así supone que las naciones
africanas sean consideradas no sólo como destinatarias de los planes y las soluciones
elaboradas por otros. Los africanos mismos, trabajando juntos por el bien de sus comunidades,
han de ser los primeros agentes de su desarrollo. A este propósito, hay un número
creciente de iniciativas eficaces que merecen ser mencionadas. Entre ellas, la New
Partnership for Africa’s Development (NEPAD), el Pacto sobre la seguridad, la estabilidad
y el desarrollo en la Región de los Grandes Lagos, el Kimberley Process, la Publish
What You Pay Coalition y la Extractive Industries Transparency Iniziative: su objetivo
común es promover la transparencia, la práctica comercial honesta y el buen gobierno.
Por lo que se refiere a la comunidad internacional en su conjunto, es de urgente importancia
la coordinación de los esfuerzos para afrontar la cuestión de los cambios climáticos,
el pleno y justo cumplimiento de los compromisos para el desarrollo indicado por el
Doha round e, igualmente, la realización de la promesa de los Países desarrollados,
tantas veces repetida, de destinar el 0,7% de su PIB (producto interior bruto) a las
ayudas oficiales para el desarrollo. Hoy, esta ayuda es más necesaria aún, con la
tempestad financiera mundial que se ha desencadenado; el auspicio es que dicha ayuda
no sea otra de sus víctimas.
Amigos, quiero concluir mi reflexión confesando
que mi visita a Camerún y Angola está despertado en mí esa profunda alegría humana
que se siente al encontrarme entre familias. Pienso que dicha experiencia es el don
común que África ofrece a los que vienen de otros continentes y llegan aquí, donde
«la familia representa el pilar sobre el cual está construido el edificio de la sociedad»
(Ecclesia in Africa, 80). Y, sin embargo, como todos sabemos, también aquí la familia
está sometida a muchas presiones: angustia y humillación causada por la pobreza,
el desempleo, la enfermedad y el exilio, por mencionar sólo algunas. Es particularmente
inquietante el yugo opresor de la discriminación sobre mujeres y niñas, por no hablar
de la práctica incalificable de la violencia y explotación sexual, que provoca tantas
humillaciones y traumas. También he de subrayar otro aspecto muy preocupante: las
políticas de aquellos que, con el espejismo de hacer avanzar la «edificación social»,
minan sus propios fundamentos. Qué amarga es la ironía de aquellos que promueven el
aborto como una cura de la salud «materna». Qué desconcertante resulta la tesis de
aquellos para quienes la supresión de la vida sería una cuestión de salud reproductiva
(cf. Protocolo de Maputo, art. 14).
Señoras y Señores, la Iglesia se encontrará
siempre, por voluntad de su divino Fundador, cerca de los más pobres de este Continente.
Puedo aseguraros que, a través de las iniciativas diocesanas y de innumerables obras
educativas, sanitarias y sociales de diversas Órdenes religiosas, continuará a hacer
todo lo posible para ayudar a las familias – incluidas las afectadas por los trágicos
efectos del sida – y para promover la igualdad de dignidad de mujeres y hombres, sobre
la base de una armónica complementariedad. El camino espiritual del cristiano es la
conversión cotidiana; a esto invita la Iglesia a todos los dirigentes de la humanidad,
para que ésta siga la senda de la verdad, la integridad, el respeto y la solidaridad.
Señor
Presidente, quisiera reiterarle mi más cordial reconocimiento por la acogida que nos
ha dispensado en su casa. Agradezco a todos vosotros la gentileza de vuestra presencia
y la atención prestada. Podéis contar con mis plegarias por vosotros, vuestras familias
y todos los habitantes de esta maravillosa África. Que el Dios de los cielos os guarde
y os bendiga a todos.