Se ha publicado la «Carta de Su Santidad Benedicto XVI a los Obispos de la Iglesia
Católica sobre la remisión de la excomunión de los cuatro Obispos consagrados por
el Arzobispo Lefebvre»
Jueves, 12 mar (RV).- Se ha publicado este mediodía la «Carta de Su Santidad Benedicto
XVI a los Obispos de la Iglesia Católica sobre la remisión de la excomunión de los
cuatro Obispos consagrados por el Arzobispo Lefebvre». Misiva con la que «espero contribuir
a la paz en la Iglesia», como él mismo escribe, tras referirse a este hecho que «ha
suscitado por múltiples razones dentro y fuera de la Iglesia católica una discusión
de una vehemencia como no se había visto desde hace mucho tiempo».
«Conducir
a los hombres hacia Dios, hacia el Dios que habla en la Biblia: Ésta es la prioridad
suprema y fundamental de la Iglesia y del Sucesor de Pedro en este tiempo. De esto
se deriva, como consecuencia lógica, que debemos tener muy presente la unidad de los
creyentes. En efecto, su discordia, su contraposición interna, pone en duda la credibilidad
de su hablar de Dios», hace hincapié Benedicto XVI en esta carta, subrayando luego
que «por eso, el esfuerzo con miras al testimonio común de fe de los cristianos –al
ecumenismo- está incluido en la prioridad suprema. A esto se añade la necesidad de
que todos los que creen en Dios busquen juntos la paz, intenten acercarse unos a otros,
para caminar juntos, incluso en la diversidad de su imagen de Dios, hacia la fuente
de la Luz. En esto consiste el diálogo interreligioso. Quien anuncia a Dios como Amor
“hasta el extremo” debe dar testimonio del amor. Dedicarse con amor a los que sufren,
rechazar el odio y la enemistad, es la dimensión social de la fe cristiana, de la
que hablé en la Encíclica Deus caritas est».
«Por tanto – escribe también el
Papa en esta densa carta – si el compromiso laborioso por la fe, por la esperanza
y el amor en el mundo es en estos momentos (y, de modos diversos, siempre) la auténtica
prioridad para la Iglesia, entonces también forman parte de ella las reconciliaciones
pequeñas y medianas. Que el humilde gesto de una mano tendida haya dado lugar a un
revuelo tan grande, convirtiéndose precisamente así en lo contrario de una reconciliación,
es un hecho del que debemos tomar nota.
El director de la Oficina de Prensa
de la Santa Sede, en un comentario dedicado a esta carta del Papa, titulado «El compromiso
fatigoso por la reconciliación», señala que esta misiva pontificia «es un documento
verdaderamente insólito y digno de máxima atención. Nunca como en este caso, hasta
ahora, en su Pontificado Benedicto XVI se había expresado de forma tan personal e
intensa sobre un argumento debatido. No hay duda de que la Carta es suya desde la
primera hasta la última palabra».
«El Papa ha vivido el hecho del gesto de
remisión de la excomunión y de las reacciones que se han sucedido con evidente participación
y sufrimiento», subraya el P. Federico Lombardi, añadiendo más adelante que «con su
acostumbrada lucidez y humildad reconoce límites y equivocaciones que han influido
negativamente en este hecho. Y con gran nobleza no atribuye a otros la responsabilidad,
manifestándose solidario con sus colaboradores. Habla de información insuficiente
a propósito del caso Williamson y de insuficiente clareza en la presentación de la
medida de remisión de la excomunión y de su significado. Pero no estriba en ello el
aspecto más significativo de sus reflexiones».
«También – destaca el P. Lombardi
– la cuestión del ‘caso Williamson’, visto erróneamente como un desmentido de camino
de reconciliación entre cristianos y judíos, se presenta afortunadamente ya superado.
Pero le da al Papa la oportunidad de recordar con firmeza y mucha honra que el compartir
y promover todos los pasos hechos para dicha reconciliación, a partir del Concilio,
son ‘desde su comienzo un objetivo de su personal trabajo teológico’ y de agradecer
a ‘los amigos judíos’ por su contribución en el restablecer rápidamente el clima de
confianza, mientras los ataques recibidos, también por parte de los católicos sobre
este tema permanecen como motivo de tristeza».
«El Papa nos vuelve a conducir
con decisión y valentía al Evangelio como criterio fundamental y último, no solo de
la vida cristiana y eclesial, sino también de su gobierno de la Iglesia. Porque solo
de una común conversión a este Evangelio podemos esperarnos la superación de las divisiones,
como también la comprensión de la convergencia profunda de Tradición y Concilio. Al
fin comprendemos que nuestro Papa, exponiéndose en primera persona, también en las
situaciones de crisis, nos guía a reencontrar el punto esencial, más profundo y radical,
desde el cual reemprender el camino».
«En esta carta el Papa se empeña, sobre
todo – recuerda P. Lombardi – en aclarar la naturaleza, el significado, las intenciones
de la medida de remisión de la excomunión. Explica que así como la excomunión era
un castigo para las personas que habían cumplido un acto que ponía en riesgo la unidad
de la Iglesia al no reconocer la autoridad del Papa, ahora – después de que las personas
afectadas manifestaran un reconocimiento de la autoridad del Papa – la remisión de
la excomunión era una calurosa invitación a su retorno en la unidad».
«El Papa
distingue, sin embargo, netamente el problema del reconocimiento jurídico de la Fraternidad
San Pío X en la Iglesia, haciéndolo depender de la aclaración de importantes cuestiones
doctrinales relativas a la aceptación del Concilio Vaticano II y del sucesivo magisterio
de los Papas. Hasta que esto no se verifique, sus responsables no pueden ejercer legítimamente
un ministerio reconocido en la Iglesia, señala también este comentario, refiriéndose
luego al punto central de la Carta de Benedicto XVI.
Punto central que «se
refiere a la decisión del Papa – precisamente a la luz de la naturaleza principalmente
doctrinal de la aclaración que se debe afrontar – de enlazar la Comisión ‘Ecclesia
Dei’, competente para las relaciones con las comunidades tradicionalistas, con la
Congregación para la Doctrina de la Fe, garantizando mejor de este modo también la
colegialidad de los procedimientos y de las decisiones. Con esta perspectiva operacional
de una innovación en la organización de la Curia, el Papa responde a gran parte de
las objeciones sobre la preparación de la reciente medida, movidas sobre todo por
los episcopados más interesados directamente».
«Pero queda la pregunta planteada
por muchos, a la luz de las tensiones recientes: esta medida de remisión de la excomunión
era verdaderamente necesaria? ¿No había en la Iglesia cuestiones más importantes y
urgentes? La respuesta a esta pregunta ocupa más de la mitad de toda la Carta. Lo
escrito por el Papa asume tonos cada vez más intensos. Benedicto XVI se siente interpelado
profundamente en su responsabilidad de pastor de la Iglesia universal y considera
que debe aclarar sin incertidumbres a sus hermanos en el Episcopado, corresponsables
del bien de la Iglesia, con cuáles prioridades y con cuál espíritu está desarrollando
su servicio».
Con el anhelo de que «el Señor nos proteja a todos nosotros
y nos conduzca por la vía de la paz», Benedicto XVI reitera las grandes prioridades
de su Pontificado, exhortando sin cesar a dar testimonio del Amor y buscando el amparo
de la Virgen de la Confianza. El Papa agradece de corazón a los numerosos Obispos
y fieles de todo el mundo que en este tiempo le han dado pruebas conmovedoras de confianza
y de afecto y, sobre todo, le han asegurado sus oraciones.
Sigue la Carta
de Su Santidad, Benedicto XVI a los obispos de la Iglesia católica, sobre la remisión
de la excomunión de los cuatro obispos consagrados por el arzobispo Lefebvre:
Queridos
Hermanos en el ministerio episcopal
La remisión de la excomunión a los cuatro
Obispos consagrados en el año 1988 por el Arzobispo Lefebvre sin mandato de la Santa
Sede, ha suscitado por múltiples razones dentro y fuera de la Iglesia católica una
discusión de una vehemencia como no se había visto desde hace mucho tiempo. Muchos
Obispos se han sentido perplejos ante un acontecimiento sucedido inesperadamente y
difícil de encuadrar positivamente en las cuestiones y tareas de la Iglesia de hoy.
A pesar de que muchos Obispos y fieles estaban dispuestos en principio a considerar
favorablemente la disposición del Papa a la reconciliación, a ello se contraponía
sin embargo la cuestión sobre la conveniencia de dicho gesto ante las verdaderas urgencias
de una vida de fe en nuestro tiempo. Algunos grupos, en cambio, acusaban abiertamente
al Papa de querer volver atrás, hasta antes del Concilio. Se desencadenó así una avalancha
de protestas, cuya amargura mostraba heridas que se remontaban más allá de este momento.
Por eso, me siento impulsado a dirigiros a vosotros, queridos Hermanos, una palabra
clarificadora, que debe ayudar a comprender las intenciones que me han guiado en esta
iniciativa, a mí y a los organismos competentes de la Santa Sede. Espero contribuir
de este modo a la paz en la Iglesia.
Una contrariedad para mí imprevisible
fue el hecho de que el caso Williamson se sobrepusiera a la remisión de la excomunión.
El gesto discreto de misericordia hacia los cuatro Obispos, ordenados válidamente
pero no legítimamente, apareció de manera inesperada como algo totalmente diverso:
como la negación de la reconciliación entre cristianos y judíos y, por tanto, como
la revocación de lo que en esta materia el Concilio había aclarado para el camino
de la Iglesia. Una invitación a la reconciliación con un grupo eclesial implicado
en un proceso de separación, se transformó así en su contrario: un aparente volver
atrás respecto a todos los pasos de reconciliación entre los cristianos y judíos que
se han dado a partir del Concilio, pasos compartidos y promovidos desde el inicio
como un objetivo de mi trabajo personal teológico. Que esta superposición de dos procesos
contrapuestos haya sucedido y, durante un tiempo haya enturbiado la paz entre cristianos
y judíos, así como también la paz dentro de la Iglesia, es algo que sólo puedo lamentar
profundamente. Me han dicho que seguir con atención las noticias accesibles por Internet
habría dado la posibilidad de conocer tempestivamente el problema. De ello saco la
lección de que, en el futuro, en la Santa Sede deberemos prestar más atención a esta
fuente de noticias. Me ha entristecido el hecho de que también los católicos, que
en el fondo hubieran podido saber mejor cómo están las cosas, hayan pensado deberme
herir con una hostilidad dispuesta al ataque. Justamente por esto doy gracias a los
amigos judíos que han ayudado a deshacer rápidamente el malentendido y a restablecer
la atmósfera de amistad y confianza que, como en el tiempo del Papa Juan Pablo II,
también ha habido durante todo el período de mi Pontificado y, gracias a Dios, sigue
habiendo. Otro desacierto, del cual me lamento sinceramente, consiste en el hecho
de que el alcance y los límites de la iniciativa del 21 de enero de 2009 no se hayan
ilustrado de modo suficientemente claro en el momento de su publicación. La excomunión
afecta a las personas, no a las instituciones. Una ordenación episcopal sin el mandato
pontificio significa el peligro de un cisma, porque cuestiona la unidad del colegio
episcopal con el Papa. Por esto, la Iglesia debe reaccionar con la sanción más dura,
la excomunión, con el fin de llamar a las personas sancionadas de este modo al arrepentimiento
y a la vuelta a la unidad. Por desgracia, veinte años después de la ordenación, este
objetivo no se ha alcanzado todavía. La remisión de la excomunión tiende al mismo
fin al que sirve la sanción: invitar una vez más a los cuatro Obispos al retorno.
Este gesto era posible después de que los interesados reconocieran en línea de principio
al Papa y su potestad de Pastor, a pesar de las reservas sobre la obediencia a su
autoridad doctrinal y a la del Concilio. Con esto vuelvo a la distinción entre persona
e institución. La remisión de la excomunión ha sido un procedimiento en el ámbito
de la disciplina eclesiástica: las personas venían liberadas del peso de conciencia
provocado por la sanción eclesiástica más grave. Hay que distinguir este ámbito disciplinar
del ámbito doctrinal. El hecho de que la Fraternidad San Pío X no posea una posición
canónica en la Iglesia, no se basa al fin y al cabo en razones disciplinares sino
doctrinales. Hasta que la Fraternidad non tenga una posición canónica en la Iglesia,
tampoco sus ministros ejercen ministerios legítimos en la Iglesia. Por tanto, es preciso
distinguir entre el plano disciplinar, que concierne a las personas en cuanto tales,
y el plano doctrinal, en el que entran en juego el ministerio y la institución. Para
precisarlo una vez más: hasta que las cuestiones relativas a la doctrina no se aclaren,
la Fraternidad no tiene ningún estado canónico en la Iglesia, y sus ministros, no
obstante hayan sido liberados de la sanción eclesiástica, no ejercen legítimamente
ministerio alguno en la Iglesia.
A la luz de esta situación, tengo la intención
de asociar próximamente la Pontificia Comisión “Ecclesia Dei”, institución competente
desde 1988 para esas comunidades y personas que, proviniendo de la Fraternidad San
Pío X o de agrupaciones similares, quieren regresar a la plena comunión con el Papa,
con la Congregación para la Doctrina de la Fe. Con esto se aclara que los problemas
que deben ser tratados ahora son de naturaleza esencialmente doctrinal, y se refieren
sobre todo a la aceptación del Concilio Vaticano II y del magisterio postconciliar
de los Papas. Los organismos colegiales con los cuales la Congregación estudia las
cuestiones que se presentan (especialmente la habitual reunión de los Cardenales el
miércoles y la Plenaria anual o bienal) garantizan la implicación de los Prefectos
de varias Congregaciones romanas y de los representantes del Episcopado mundial en
las decisiones que se hayan de tomar. No se puede congelar la autoridad magisterial
de la Iglesia al año 1962, lo cual debe quedar bien claro a la Fraternidad. Pero a
algunos de los que se muestran como grandes defensores del Concilio se les debe recordar
también que el Vaticano II lleva consigo toda la historia doctrinal de la Iglesia.
Quien quiere ser obediente al Concilio, debe aceptar la fe profesada en el curso de
los siglos y no puede cortar las raíces de las que el árbol vive.
Espero, queridos
Hermanos, que con esto quede claro el significado positivo, como también sus límites,
de la iniciativa del 21 de enero de 2009. Sin embargo, queda ahora la cuestión: ¿Era
necesaria tal iniciativa? ¿Constituía realmente una prioridad? ¿No hay cosas mucho
más importantes? Ciertamente hay cosas más importantes y urgentes. Creo haber señalado
las prioridades de mi Pontificado en los discursos que pronuncié en sus comienzos.
Lo que dije entonces sigue siendo de manera inalterable mi línea directiva. La primera
prioridad para el Sucesor de Pedro fue fijada por el Señor en el Cenáculo de manera
inequívoca: “Tú… confirma a tus hermanos” (Lc 22,32). El mismo Pedro formuló de modo
nuevo esta prioridad en su primera Carta: “Estad siempre prontos para dar razón de
vuestra esperanza a todo el que os la pidiere” (1 Pe 3,15). En nuestro tiempo, en
el que en amplias zonas de la tierra la fe está en peligro de apagarse como una llama
que no encuentra ya su alimento, la prioridad que está por encima de todas es hacer
presente a Dios en este mundo y abrir a los hombres el acceso a Dios. No a un dios
cualquiera, sino al Dios que habló en el Sinaí; al Dios cuyo rostro reconocemos en
el amor llevado hasta el extremo (cf. Jn 13,1), en Jesucristo crucificado y resucitado.
El auténtico problema en este momento actual de la historia es que Dios desaparece
del horizonte de los hombres y, con el apagarse de la luz que proviene de Dios, la
humanidad se ve afectada por la falta de orientación, cuyos efectos destructivos se
ponen cada vez más de manifiesto.
Conducir a los hombres hacia Dios, hacia
el Dios que habla en la Biblia: Ésta es la prioridad suprema y fundamental de la Iglesia
y del Sucesor de Pedro en este tiempo. De esto se deriva, como consecuencia lógica,
que debemos tener muy presente la unidad de los creyentes. En efecto, su discordia,
su contraposición interna, pone en duda la credibilidad de su hablar de Dios. Por
eso, el esfuerzo con miras al testimonio común de fe de los cristianos –al ecumenismo-
está incluido en la prioridad suprema. A esto se añade la necesidad de que todos los
que creen en Dios busquen juntos la paz, intenten acercarse unos a otros, para caminar
juntos, incluso en la diversidad de su imagen de Dios, hacia la fuente de la Luz.
En esto consiste el diálogo interreligioso. Quien anuncia a Dios como Amor “hasta
el extremo” debe dar testimonio del amor. Dedicarse con amor a los que sufren, rechazar
el odio y la enemistad, es la dimensión social de la fe cristiana, de la que hablé
en la Encíclica Deus caritas est.
Por tanto, si el compromiso laborioso por
la fe, por la esperanza y el amor en el mundo es en estos momentos (y, de modos diversos,
siempre) la auténtica prioridad para la Iglesia, entonces también forman parte de
ella las reconciliaciones pequeñas y medianas. Que el humilde gesto de una mano tendida
haya dado lugar a un revuelo tan grande, convirtiéndose precisamente así en lo contrario
de una reconciliación, es un hecho del que debemos tomar nota. Pero ahora me pregunto:
¿Era y es realmente una equivocación, también en este caso, salir al encuentro del
hermano que “tiene quejas contra ti” (cf. Mt 5,23s) y buscar la reconciliación? ¿Acaso
la sociedad civil no debe intentar también prevenir las radicalizaciones y reintegrar
a sus eventuales partidarios –en la medida de lo posible- en las grandes fuerzas que
plasman la vida social, para evitar su segregación con todas sus consecuencias? ¿Puede
ser totalmente desacertado el comprometerse en la disolución de las rigideces y restricciones,
para dar espacio a lo que haya de positivo y recuperable para el conjunto? Yo mismo
he visto en los años posteriores a 1988 cómo, mediante el regreso de comunidades separadas
anteriormente de Roma, ha cambiado su clima interior; cómo el regreso a la gran y
amplia Iglesia común ha hecho superar posiciones unilaterales y ablandado rigideces,
de modo que luego han surgido fuerzas positivas para el conjunto. ¿Puede dejarnos
totalmente indiferentes una comunidad en la cual hay 491 sacerdotes, 215 seminaristas,
6 seminarios, 88 escuelas, 2 institutos universitarios, 117 hermanos, 164 hermanas
y millares de fieles? ¿Debemos realmente dejarlos tranquilamente ir a la deriva lejos
de la Iglesia? Pienso por ejemplo en los 491 sacerdotes. No podemos conocer la trama
de sus motivaciones. Sin embargo, creo que no se hubieran decidido por el sacerdocio
si, junto a varios elementos distorsionados y enfermos, no existiera el amor por Cristo
y la voluntad de anunciarlo y, con Él, al Dios vivo. ¿Podemos simplemente excluirlos,
como representantes de un grupo marginal radical, de la búsqueda de la reconciliación
y de la unidad? ¿Qué será de ellos luego?
Ciertamente, desde hace mucho tiempo
y después una y otra vez, en esta ocasión concreta hemos escuchado de representantes
de esa comunidad muchas cosas fuera de tono: soberbia y presunción, obcecaciones sobre
unilateralismos, etc. Por amor a la verdad, debo añadir que he recibido también una
serie de impresionantes testimonios de gratitud, en los cuales se percibía una apertura
de los corazones. ¿Acaso no debe la gran Iglesia permitirse ser también generosa,
siendo consciente de la envergadura que posee; en la certeza de la promesa que le
ha sido confiada? ¿No debemos como buenos educadores ser capaces también de dejar
de fijarnos en diversas cosas no buenas y apresurarnos a salir fuera de las estrecheces?
¿Y acaso no debemos admitir que también en el ámbito eclesial se ha dado alguna salida
de tono? A veces se tiene la impresión de que nuestra sociedad tenga necesidad de
un grupo al menos con el cual no tener tolerancia alguna; contra el cual pueda tranquilamente
arremeter con odio. Y si alguno intenta acercársele –en este caso el Papa- también
él pierde el derecho a la tolerancia y puede también ser tratado con odio, sin temor
ni reservas.
Queridos Hermanos, por circunstancias fortuitas, en los días en
que me vino a la mente escribir esta carta, tuve que interpretar y comentar en el
Seminario Romano el texto de Ga 5,13-15. Percibí con sorpresa la inmediatez con que
estas frases nos hablan del momento actual: «No una libertad para que se aproveche
el egoísmo; al contrario, sed esclavos unos de otros por amor. Porque toda la ley
se concentra en esta frase: “Amarás al prójimo como a ti mismo”. Pero, atención: que
si os mordéis y devoráis unos a otros, terminaréis por destruiros mutuamente». Siempre
fui propenso a considerar esta frase como una de las exageraciones retóricas que a
menudo se encuentran en San Pablo. Bajo ciertos aspectos puede ser también así. Pero
desgraciadamente este “morder y devorar” existe también hoy en la Iglesia como expresión
de una libertad mal interpretada. ¿Sorprende acaso que tampoco nosotros seamos mejores
que los Gálatas? Que ¿quizás estemos amenazados por las mismas tentaciones? ¿Que debamos
aprender nuevamente el justo uso de la libertad? ¿Y que una y otra vez debamos aprender
la prioridad suprema: el amor? En el día en que hablé de esto en el Seminario Mayor,
en Roma se celebraba la fiesta de la Virgen de la Confianza. En efecto, María nos
enseña la confianza. Ella nos conduce al Hijo, del cual todos nosotros podemos fiarnos.
Él nos guiará, incluso en tiempos turbulentos. De este modo, quisiera dar las gracias
de corazón a todos los numerosos Obispos que en este tiempo me han dado pruebas conmovedoras
de confianza y de afecto y, sobre todo, me han asegurado sus oraciones. Este agradecimiento
sirve también para todos los fieles que en este tiempo me han dado prueba de su fidelidad
intacta al Sucesor de San Pedro. El Señor nos proteja a todos nosotros y nos conduzca
por la vía de la paz. Es un deseo que me brota espontáneo del corazón al comienzo
de esta Cuaresma, que es un tiempo litúrgico particularmente favorable a la purificación
interior y que nos invita a todos a mirar con esperanza renovada al horizonte luminoso
de la Pascua.
Con una especial Bendición Apostólica me confirmo Vuestro
en el Señor.