Escuchar el programa Jueves, 26 feb
(RV).- Cada vez es más común escuchar que alguien habla de las dificultades que tiene
con su pareja porque es muy celosa o posesiva o posesivo, y es que el amor posesivo
hace referencia a esa creencia de que el amor nos autoriza a saberlo todo, controlarlo
todo, decirlo todo respecto a la persona que amamos, anulando completamente su individualidad,
y esto ocurre tanto con nuestras parejas como con nuestros hijos, el amor que sentimos
por ellos nos lleva a creer que nos pertenecen.
Tal vez nuestras costumbres
de poseerlo todo han desvirtuado los vínculos afectivos convirtiéndolos en relaciones
de dominio, creando situaciones que van desde la dependencia hasta el abuso sexual
y las violaciones; desde el maltrato e incluso hasta el asesinato.
Culturalmente
tenemos muchos elementos que no favorecen el amor sano, libre, responsable, basado
en principios de verdad y respeto. Muchas personas consideran realmente que el amor
o el hecho de amar a alguien es poseerlo. Y este sentimiento de posesión puede expresarse
de múltiples maneras: aquellas personas que controlan todo el día los movimientos
de su ser amado, sea su pareja o sus hijos, que necesitan saber todo, absolutamente
todo de la otra persona: con quien se relacionan, las decisiones que toman, las rutinas
que tienen, las llamadas que hace, lo que come, los temas que aborda, etc. Etc. Incluso
los celos, por ejemplo en ciertos círculos culturales se siguen considerando no sólo
normales sino, además, señales inequívocas del verdadero amor.
Y es que, desde
el punto de vista lógico, sabemos que una cosa es amar y otra muy distinta poseer.
Pero en la vida cotidiana no siempre los distinguimos. Con frecuencia las personas
relatan que cuando sus parejas hablan de querer libertad sienten celos, y la sola
idea altera y destroza su tranquilidad interior. Imaginan que su amado o amada se
va a ir con otro.
Los sentimientos de celos hacen ver señales de traición
en las conversaciones más sencillas, las risas en el teléfono confirman las sospechas,
la ropa nueva o el gimnasio hablan de la indudable presencia del amante. Los celosos
sólo se disipan en la presencia del amado pero, lo más grave, no hay felicidad, pues
lo esperado es que al establecer un vínculo amoroso, se adquiere el derecho al dominio
de los sentimientos y del tiempo del otro.
En esos escenarios es usual que
surjan conflictos cada vez que la pareja exprese algún deseo de independencia, incluso
el de pensar o sentir algo con lo que el cónyuge no esté de acuerdo. Y, por supuesto,
pueden llegar a ser muy graves si se trata de tener amigos o amigas que el celoso
o la celosa no aprueben, pues el control sobre las relaciones que puedan poner en
riesgo el vínculo, se considera un derecho.
Es claro que el amor posesivo,
con la pareja o con los hijos, lo único que refleja es una gran inseguridad, un gran
miedo a perder el amor, y por eso asume que el amor es una obligación. Desde este
punto de vista, es casi imposible pensar que el respeto a la dignidad mutua se constituya
en el fundamento de la relación, y la libertad se instaure como la esencia del proceso
amoroso.
Amar nos habla de cuidar al otro para que crezca y sea libre. En cambio,
poseer nos invoca a declarar dominio, a ostentar el derecho de usarle en beneficio
propio. Los celos son, entonces, la dolorosa emoción que transforma el amor en posesión,
son el escenario en el que el temor de perder al amado nos conduce, inevitablemente,
a la muerte de la relación.
Sólo si nos atrevernos a cuidar la libertad del
amado podremos lograr que nuestros vínculos afectivos cuenten historias en las que
los protagonistas sean el amor, la independencia, la sexualidad consentida pero, sobre
todo, el respeto a la vida.