Miércoles de Ceniza: Benedicto XVI recuerda que “para ser victoriosos en la lucha
entre la carne y el espíritu, el bien y el mal, el Señor nos indica la oración, la
limosna y el ayuno”
Miércoles, 25 feb (RV).- Benedicto XVI recordó en su homilía de este Miércoles de
Ceniza que “la promesa de Dios es clara: si el pueblo escuchará la invitación a la
conversión, Dios hará triunfar su misericordia y sus amigos serán colmados de innumerables
favores”. La celebración eucarística presidida por el Santo Padre, esta tarde, en
la Basílica romana de Santa Sabina fue precedida por la tradicional procesión penitencial,
en forma de estaciones romanas que se desarrolló en la Iglesia de San Anselmo en el
Aventino.
En efecto, el Pontífice partió del Vaticano poco después de las
4 de la tarde, en dirección a una de las siete colinas de Roma, el Monte del Aventino,
donde se encuentran ambos templos, que tradicionalmente son el escenario de esta tradicional
visita del Papa justamente en el primer día del tempo de la Cuaresma. Luego de presidir
un momento de oración animado por los cantos de los monjes benedictinos de la Iglesia
de San Anselmo, el Papa presidió la celebración eucarística en la Iglesia de Santa
Sabina, dedicando particularmente su homilía a la herencia de San Pablo y su llamado
a la reconciliación con Dios.
No obstante, al introducir sus palabras el Papa
aludió a los textos de la liturgia de hoy, en los que el llamado a la conversión es
el tema dominante. Desde la antífona de entrada en la que se recuerda que el Señor
olvida y perdona los pecados de cuantos se convierten, pasando por la oración colecta
donde se invita al pueblo cristiano a orar para que cada quien emprenda un camino
de conversión hasta el salmo responsorial donde la asamblea invoca al Señor pidiéndole
un corazón puro y un espíritu sólido. Pero en particular, el Santo Padre se refirió
a las palabras de Jesús en evangelio de hoy.
“En la página evangélica, Jesús
nos pone en guardia ante la insidia de la vanidad que lleva a la ostentación y a la
hipocresía, a la superficialidad y al autocomplacencia, reafirma la necesidad de nutrir
la rectitud del corazón. Él nos muestra al mismo tiempo el medio para crecer en esta
pureza de intención; cultivar la intimidad con el Padre celeste”.
Benedicto
XVI recordando el año jubilar que estamos conmemorando por el bimilenario del nacimiento
de San Pablo recorrió algunos de sus textos, donde el Apóstol llama a la conversión.
“Pablo experimentó de manera extraordinaria la potencia de la gracia de Dios” – afirmó
el Papa, invitando a recorrer el fructuoso itinerario interior del apóstol. El Santo
Padre explicó que Pablo era consciente de haber sido elegido como ejemplo de conversión,
pues como él mismo aseguraba, era un perseguidor y un violento, que reconoce que la
transformación de su vida ocurrió gracias al amor misericordioso de Dios.
“San
Pablo reconoce que todo en él es obra de la gracia divina, pero no olvida que es necesario
adherir libremente al don de la vida nueva recibida en el Bautismo”. El Papa explicó
que la perspectiva bautismal de la Cuaresma, que podemos encontrar en la Carta a los
Romanos de San Pablo, por una parte, afirma que la victoria de Cristo sobre el pecado
ocurre, de una vez por todas, con su muerte y si resurrección, pero por otra parte,
nosotros somos exhortados a no concedernos al pecado y darle un espacio a su posible
victoria.
“La victoria de Cristo espera que el discípulo la haga suya, y esto
sucede ante todo con el Bautismo, mediante el cual, unidos a Jesús, nos hemos hecho
vivientes que han regresado de entre los muertos”. Pero el bautizado, para que Cristo
pueda reinar plenamente en él, debe seguir fielmente sus enseñanzas; no debe nunca
bajar la guardia, para no permitir al adversario recuperar terreno de ninguna manera.
Benedicto
XVI subrayó que para llevar adelante el cumplimiento de la vocación bautismal y ser
victorioso en la lucha entre la carne y el espíritu, entre el bien y el mal, lucha
que signa nuestra existencia, el Señor nos indica, en el pasaje evangélico de hoy,
tres útiles medios: la oración, la limosna y el ayuno.
Volviendo a San Pablo,
el Santo Padre explicó que en sus escritos de San Pablo hace referencia a estos caminos.
Con respecto a la oración, él exhorta a “perseverar” y a “permanecer en ella, dando
gracias”. En lo que concierne a la limosna, el Apóstol dedica algunas páginas a la
gran colecta en favor de los hermanos pobres, y subraya que para él es la caridad,
el ápice de la vida del creyente, su “vinculo de perfección”. En cuanto al ayuno,
el Papa reconoció que no hay una referencia concreta, sin embargo, Pablo exhorta a
la sobriedad como característica de quien está llamado a vivir en una vigilante espera
del Señor. Retomando las palabras del Apóstol, el Papa recordó que la vocación de
los cristianos, es que “resucitados en Cristo, ellos pasan a través de la muerte y
así la vida está escondida con Cristo en Dios” (cfr Col 3,1-2). Para vivir esta nueva
existencia en Dios – agregó, es indispensable nutrirse de la palabra de Dios.
“También
en esto, el Apóstol es sobre todo testigo: sus Cartas son prueba elocuente del hecho
de que el vivía de la Palabra de Dios: pensamiento, acción, oración, teología, predicación,
exhortación, todo en él era fruto de la Palabra, recibida desde la juventud en la
fe hebrea, plenamente revelada a sus ojos por el encuentro con Cristo muerto y resucitado,
predicada para el resto de su vida durante su “carrera” misionera. A él fue revelado
que Dios pronunció en Jesucristo su Palabra definitiva, Palabra de salvación que coincide
con el misterio de la Cruz.
Al concluir su homilía, Benedicto XVI invitó a
los fieles a recibir las cenizas como signo de conversión y de penitencia abriendo
el corazón a la acción vivificadora de la Palabra de Dios. Pero también invitó vivir
la Cuaresma con la escucha de la Palabra, una intensa oración y un estilo de vida
austero y penitencial, que sea un estimulo para la conversión y el amor sincero hacia
los hermanos, especialmente aquellos más pobres y necesitados. E invocando a San Pablo
y a la Virgen María, humilde sierva del Señor, el Papa impartió su bendición apostólica.