El Papa señala a los seminaristas que la verdadera libertad es ponerse al servicio
de los demás, porque “donde la fe se convierte en intelectualidad y la humildad en
arrogancia, nos encontramos frente a una caricatura de la verdadera Iglesia"
Sábado, 21 feb (RV).- Benedicto XVI se trasladó ayer por la tarde al Pontificio Seminario
mayor de Roma en la vigilia de la fiesta de la Virgen de la Confianza, patrona del
seminario. En la capilla mayor del Instituto el Papa presidió la lectio divina para
los seminaristas sobre la carta de San Pablo a los Gálatas. “Habéis sido llamados
a la libertad”, recordó el Papa a los seminaristas, aquella libertad que ha sido “el
gran sueño de la humanidad” sobre todo en la época moderna. Pero la libertad, dijo
el Pontífice no significa vivir según el propio yo absoluto.
El yo absoluto
dependiente de ninguno y de nadie parece ser realmente y finalmente la libertad: si
yo no dependo de nadie puedo hacer lo que quiera. Pero precisamente este absoluto
del yo es carne, es decir, degradación del hombre y no llega a la libertad: el libertinaje
no es libertad, es el fracaso de la libertad.
¿Pero qué es la libertad? Se
preguntó el Papa ¿Cómo podemos ser libres? La respuesta se encuentra en los escritos
de san Pablo. “Pablo utiliza una paradoja fuerte: “mediante la caridad estáis al servicio”;
es decir, la libertad se realiza paradójicamente sirviendo, somos libres si nos convertimos
en servidores los unos de los otros. De esta manera Pablo coloca el problema de la
libertad a la luz de la verdad del hombre. (…) Nuestra verdad es que ante todo somos
criaturas, criaturas de Dios y vivimos en relación con el Creador. Somos seres que
nos relacionamos. Y solamente aceptando esta nuestra relación entramos en la verdad,
de otra manera caemos en la mentira y en la mentira, al final, nos destruimos.
En
cuanto criaturas de Dios, prosiguió el Benedicto XVI, dependemos de Él, pero en una
dependencia que no es tiranía, sino que es amor. Dependencia “es libertad porque así
estamos en la caridad del Creador”. Después Benedicto XVI subrayó que “esta relación
entre las criaturas” implica también “un segundo tipo de relación”: el de la familia
humana, el de la relación del uno con el otro.
La libertad humana es, por
una parte, estar en la alegría y en el espacio amplio del amor de Dios, pero implica
también estar uno con el otro y uno por el otro. No existe libertad contra el otro.
Si yo me absolutizo me convierto en enemigo del otro, no podemos convivir y toda la
vida se convierte en crueldad, se convierte en fracaso.
El Santo Padre se
preguntó ¿cómo encontrar entonces la medida de compartir la libertad? Basta mirar
el orden del Creador en nuestra naturaleza “el orden de la verdad que da a cada uno
su sitio, de manera que “orden y derecho pueden ser instrumentos de libertad contra
la esclavitud del egoísmo”.
En esta óptica las palabras de san Agustín “ama
y haz lo que quieras” se convierte en libertad si verdaderamente se está en comunión
con Cristo, si identificamos nuestra libertad con la divina. Solamente de esta manera
podemos hacer aquello que queremos, afirmó el Santo Padre, porque queremos con Cristo
en la verdad y con la verdad.
Después el Pontífice volvió a la Carta a los
Gálatas donde Pablo hace referencia a la situación disgregada de aquella comunidad
cristiana “que no estaba ya en el camino de la comunión con Cristo, sino en la ley
exterior de la carne”. En ella surgían aquel tipo de polémicas que nacen allí “donde
la fe degenera en intelectualismo y la humildad es sustituida por la arrogancia del
ser mejores que el otro”. Una realidad que también encontramos hoy.
Vemos bien
también hoy que hay cosas parecidas, donde -en lugar de inserirse en la comunión con
Cristo, en el cuerpo de Cristo que es la Iglesia- cada uno quiere ser superior al
otro y con arrogancia intelectual hace pensar que él sería el mejor. De esta manera
nacen las polémicas que son destructivas: es una caricatura de la Iglesia que debería
ser una sola alma y un solo cuerpo.
Por ello sugirió el Papa “es fundamental
extraer las enseñanzas de los escritos paulinos”. En esta advertencia de san Pablo
debemos también hacer hoy un examen de conciencia: no pensar ser superiores al otro
sino encontrar en la humildad de Cristo, en la humildad de la Virgen, entrar en la
obediencia de la fe. Precisamente es así que se abre realmente el gran espacio de
la verdad y de la libertad en el amor.