Escuchar el programa Jueves, 5 feb
(RV).- Continuando con las conclusiones del reciente Encuentro Mundial de las Familias,
celebrado el pasado mes de enero en la Ciudad de México, hoy recogemos apartes de
los elementos que el Padre Alvaro Corcuera, superior general del movimiento apostólico
Regnum Christi y de la congregación religiosa de los Legionarios de Cristo presentó
a los asistente al encuentro en su charla, pero sobre todo en una entrevista concedida
al portal católico Zenit.
Para el Padre Corcuera el encuentro mundial de las
familias fue como un Pentecostés, donde hemos pedido al Espíritu Santo que nos transforme.
A su vez, señaló el prelado, creo que Él nos pide, en estos tiempos no fáciles, vivir
como Jesucristo, con la urgencia de hacer el bien, en estado de misión, formando entre
todos un solo corazón y una sola alma como los primeros cristianos. ?
Durante
la conferencia presentada en el marco de este encuentro mundial, el Padre Corcuera
subrayó la importancia de la fe, la esperanza y la caridad como ejes pilares de la
vida cristina y un gran desafío para las familias. Las virtudes teologales son la
manera propiamente cristiana de relacionarnos con Dios, la espina dorsal que mantiene
unida y en pie a la familia aunque falten otras realidades. Si faltan la fe, la esperanza
y la caridad, puntualiza el Prelado, la familia cristiana no sobrevivirá incluso en
las mejores condiciones externas.
Igualmente el superior de la congregación
religiosa de los Legionarios de Cristo subrayó el papel fundamental de las familias
en la educación. Se aprende no desde la teoría, sino con el testimonio, que la fe
no es cumplir unos mandatos por obligación, sino una respuesta viva al amor de Dios,
donde la gratuidad del amor es un factor decisivo. Se aprende que Cristo no es una
idea, sino el centro de nuestra vida y la respuesta a todos los problemas; que los
sacramentos no son un evento social, sino una verdadera celebración de la presencia
de Dios en nuestra vida, un encuentro con Él. En la familia se aprende a vivir la
fe sin acostumbrarse, sino como algo vivo que se renueva y crece, que se comparte
sin miedo, que une en el amor.
En la familia, los hijos aprenden de los padres
y de los hermanos mayores a hablar con Dios, a escucharle, a adherirse a su voluntad,
a ir más allá del sufrimiento o la tristeza. Y en la familia se aprende el amor, lo
que da sentido a todo y sin lo cual nada tiene sentido. Se aprende el perdón, la compasión,
la paciencia, la justicia; se aprende a disculpar, a hablar bien, a pensar bien, a
huir de la crítica y de todo aquello que puede hacer morir el alma. Al ver vivir así
a sus padres, los niños se abren a las realidades últimas de la vida, y descubren
el valor del tiempo de cara a la eternidad. En la familia es donde se comprende que
Dios es Padre y que amarlo a Él es la mayor felicidad del hombre. La familia se convierte,
aun en medio de las dificultades, en un paraíso en la tierra.
El Padre Corcuera
señaló así mismo que es muy importante que en familia se viva la alegría, como una
característica esencial a la virtud de la esperanza. Una auténtica alegría, que es
como quien ya va reflejando la belleza del cielo en el hogar. Y, de esta virtud, en
familia también se aprende a aprovechar el tiempo, porque se toma conciencia, sobre
todo ante los eventos que se viven juntos, de la brevedad de nuestra vida y de que
vale la pena aprovechar cada día de cara a la eternidad, cada día como el único día
de nuestras vidas
Y es que esta felicidad no parte de la individualidad, sino
de esa armonía familiar, del amor y la unión que hay en las familias. Somos felices
cuando somos amados y amamos, dice el padre Corcuera. La familia es el lugar privilegiado
para experimentar ese amor profundo, el más parecido al amor de Dios, porque en la
familia se nos ama sin condiciones, por quienes somos, no por lo que hacemos o tenemos;
no se nos quiere por nuestras cualidades o capacidades ni se nos deja de querer por
nuestras limitaciones y defectos. Esa incondicionalidad y gratuidad del amor, aunque
no seamos capaces de amar siempre así, es un reflejo del amor de Dios.
La
familia es más feliz en la medida que se da y que aporta, como en la familia misionera.
En este caso también podríamos decir que la familia que reza unida, y que unida hace
el bien llevando el evangelio, permanece aún más unida, puntualizó el padre Corcuera.