En la Basílica de San Pablo el Papa llama a los cristianos a ser instrumentos de paz
y reconciliación y a testimoniar, sobre todo, en Tierra Santa que la diversidad de
ritos y tradiciones no es un obstáculo para el mutuo respeto
Domingo, 25 ene (RV).- Esta tarde Benedicto XVI ha presidido, en la Basílica de san
Pablo Extramuros la celebración de las segundas vísperas de la solemnidad de la Conversión
de san Pablo Apóstol, como conclusión de la Semana de la Oración para la Unidad de
los Cristianos. El tema de la Semana en esta ocasión ha sido: “Estarán unidas en tu
mano”. Han participado en esta celebración representantes de las otras Iglesias y
comunidades eclesiales presentes en Roma.
Benedicto XVI ha recordado durante
esta semana se ha rezado también por las distintas situaciones de conflicto que actualmente
afligen a la humanidad. “Allí donde las palabras humanas son impotentes, porque prevalece
el trágico sonido de la violencia y de las armas, la fuerza profética de la Palabra
de Dios no disminuye y nos repite que la paz es posible, y que debemos ser nosotros
los instrumentos de reconciliación y de paz. Por eso nuestra oración por la unidad
y por la paz siempre exige que se demuestre con gestos valerosos de reconciliación
entre nosotros cristianos”. El Papa ha recordado una vez más la región de Tierra Santa
y cuán importante es que los fieles que viven allí, como los peregrinos que hasta
ahí llegan, ofrezcan a todos el testimonio de que la diversidad de los ritos y de
las tradiciones no debería constituir un obstáculo al mutuo respeto y a la caridad
fraterna.
En su homilía, el Papa ha observado que la conversión de San Pablo
nos ofrece el modelo y nos indica el camino para ir hacia la plena unidad. De hecho
la unidad requiere una conversión: de la división a la comunión, de la unidad herida
a aquella resanada y plena. El mismo Señor, que llamó a Saulo en el camino a Damasco,
se dirige a los miembros de su Iglesia – que es una y santa – y llamando a cada uno
por su nombre le pregunta: ¿por qué me has dividido? ¿Por qué has herido la unidad
de mi cuerpo? La conversión implica dos dimensiones. En el primer paso se conocen
y reconocen en la luz de Cristo las culpas, y este reconocimiento se vuelve dolor
y arrepentimiento, deseo de un nuevo inicio. En el segundo paso se reconoce que este
nuevo camino no puede venir de nosotros.
Podemos observar una analogía interesante
con la dinámica de la conversión de san Pablo meditando el texto bíblico del profeta
Ezequiel (37,15-28) elegido este año como base de nuestra oración. Ahí viene presentado
el gesto simbólico de dos leños reunidos en uno en la mano del profeta, que con este
gesto representa la futura acción de Dios.
Este Dios, que es el Creador y
que es capaz de resucitar a los muertos, es también capaz de reconducir a la unidad
al pueblo dividido. Pablo – como y más que Ezequiel – se convierte en instrumento
elegido de la predicación de la unidad conquistada por Jesús mediante la cruz y la
resurrección: la unidad entre los judíos y paganos, para formar un solo pueblo nuevo.
La elección de este pasaje del profeta Ezequiel lo debemos a los hermanos
de Corea, quienes se han sentido fuertemente interpelados de esta página bíblica,
ya sea como coreanos, ya sea como cristianos. En la división del pueblo hebreo en
dos reinos se han reflejados como hijos de una única tierra, que las circunstancias
políticas han separado, una parte al norte y la al sur. Y esta su experiencia humana
les ha ayudado a comprender mejor el drama de la división entre cristianos. A la luz
de esta Palabra de Dios emerge una verdad llena de esperanza: Dios promete a su pueblo
una nueva unidad, que debe ser signo e instrumento de reconciliación y de paz también
en le plano histórico, para todas las naciones.
Benedicto XVI ha concluido
su reflexión recordando que el 25 de enero de 1959, el beato Papa Juan XXIII manifestó
por primera vez en este lugar su voluntad de convocar “un Concilio ecuménico para
la Iglesia universal”. Hizo este anuncio a los padres cardenales, en la Sala capitular
del Monasterio de San Pablo, luego de haber celebrado la Misa solemne en la Basílica.
“De aquella decisión, sugerida a mi venerado Predecesor, según su firme convicción,
por el Espíritu Santo, se deriva también una fundamental contribución al ecumenismo,
condensado en el Decreto Unitatis redintegratio. Allí, si lee: “No existe ecumenismo
verdadero sin conversión interior; porque el deseo de la unidad nace y madura de la
renovación de la mente (cfr Ef 4,23), de la abnegación de sí mismo y de la libre efusión
de la caridad” (n. 7).
La actitud de conversión interior en Cristo, de renovación
espiritual, de caridad hacia los otros cristianos ha dado lugar a una nueva situación
en las relaciones ecuménicas. Los frutos de los diálogos teológicos, con sus convergencias
y con la más precisa identificación de las divergencias que aún existen, impulsan
a seguir en dos direcciones: en la recepción de todo cuanto positivamente ha sido
logrado y en un renovado compromiso hacia el futuro.
“Queda abierto ante
nosotros el horizonte de la plena unidad- ha finalizado diciendo el Papa. Se trata
de una tarea ardua, pero entusiasta para los cristianos que quieren vivir en sintonía
con la oración del Señor: “que todos sean uno, para que el mundo crea” (Gv 17,21).
¡Que desde el cielo el apóstol Pablo, que tanto fatigo y sufrió por la unidad del
cuerpo místico de Cristo nos asista! ¡Que nos acompañe y sostenga la Beata Virgen
Maria, Madre de la unidad de la Iglesia!”