El Papa recuerda, en su video mensaje durante la Vigilia Mariana en el VI Encuentro
Mundial de las Familias de México, que la familia tiene derecho a ser reconocida e
su propia identidad
Domingo, 18 ene (RV).- “La familia tiene derecho a ser reconocida en su propia identidad
y a no ser confundida con otras formas de convivencia, así como a poder contar con
la debida protección cultural, jurídica, económica, social, sanitaria y, muy particularmente,
con un apoyo que, teniendo en cuenta el número de los hijos y los recursos económicos
disponibles, sea suficiente para permitir la libertad de educación y de elección de
la escuela”. Benedicto XVI recordaba con estas palabras una vez más, la importancia
de la familia, y lo hacía a través de un video mensaje grabado para el VI Encuentro
mundial de las familias, que se clausura hoy en México y que ha tenido como tema:
“La familia formadora en los valores humanos y cristianos”.
“El hogar está
llamado a vivir y cultivar el amor recíproco y la verdad, el respeto y la justicia,
la lealtad y la colaboración, el servicio y la disponibilidad para con los demás,
especialmente para con los más débiles”. Benedicto XVI concluyó su mensaje recordando
que “trabajar por la familia es trabajar por el futuro digno y luminoso de la humanidad
y por la edificación del Reino de Dios”. El video del Papa fue transmitido ayer por
la tarde en la capital mexicana durante la Vigilia Mariana que tuvo lugar en la Basílica
de Nuestra Señora de Guadalupe.
A continuación les ofrecemos en texto y audio
integral del videomensaje del Santo Padre:
Queridos hermanos
y hermanas, Queridas familias
1. A todos ustedes congregados para celebrar
el VI Encuentro Mundial de las Familias bajo la maternal mirada de Nuestra Señora
de Guadalupe, «les deseo la gracia y la paz de Dios Padre y del Señor Jesucristo»
(2 Ts 1,2).
Acaban de rezar el Santo Rosario, contemplando los misterios gozosos
del Hijo de Dios hecho hombre, que nació en la familia de María y José, y creció en
Nazaret dentro de la intimidad doméstica, entre las ocupaciones diarias, la oración
y las relaciones con los vecinos. Su familia lo acogió y lo protegió con amor, lo
inició en la observancia de las tradiciones religiosas y de las leyes de su pueblo,
lo acompañó hacia la madurez humana y hacia la misión a la cual estaba destinado.
«Y Jesús –dice el Evangelio de San Lucas– crecía en sabiduría, edad y gracia delante
de Dios y de los hombres» (Lc 2,52).
Los misterios gozosos se han ido alternando
con el testimonio de algunas familias cristianas provenientes de los cinco continentes,
que son como un eco y un reflejo en nuestro tiempo de la historia de Jesús y su familia.
Estos testimonios nos han mostrado cómo la semilla del Evangelio continúa germinando
y dando fruto en las diversas situaciones del mundo de hoy.
2. El tema de este
VI Encuentro Mundial de las Familias –La familia formadora en los valores humanos
y cristianos– viene a recordar que el ambiente doméstico es una escuela de humanidad
y de vida cristiana para todos sus miembros, con consecuencias beneficiosas para las
personas, la Iglesia y la sociedad. En efecto, el hogar está llamado a vivir y cultivar
el amor recíproco y la verdad, el respeto y la justicia, la lealtad y la colaboración,
el servicio y la disponibilidad para con los demás, especialmente para con los más
débiles. El hogar cristiano, que debe «manifestar a todos la presencia viva del Salvador
en el mundo y la naturaleza auténtica de la Iglesia» (Gaudium et spes, 48), ha de
estar impregnado de la presencia de Dios, poniendo en sus manos el acontecer cotidiano
y pidiendo su ayuda para cumplir adecuadamente su imprescindible misión.
3.
Para ello es de suma importancia la oración en familia en los momentos más adecuados
y significativos, pues, como el Señor mismo ha asegurado: «Donde dos o tres están
reunidos en mi nombre, yo estoy ahí en medio de ellos» (Mt 18,20). Y el Maestro está
ciertamente con la familia que escucha y medita la Palabra de Dios, que aprende de
Él lo más importante en la vida (cfr. Lc 10,41-42) y pone en práctica sus enseñanzas
(cf. Lc 11, 28). De este modo, se transforma y se mejora gradualmente la vida personal
y familiar, se enriquece el diálogo, se transmite la fe a los hijos, se acrecienta
el gusto de estar juntos y el hogar se une y consolida más, como una casa construida
sobre roca (cf. Mt 7,24-25). No dejen los Pastores de ayudar a las familias a que
gusten fructuosamente la Palabra de Dios en la Sagrada Escritura.
4. Con la
fuerza que brota de la oración, la familia se transforma en una comunidad de discípulos
y misioneros de Cristo. En ella se acoge, se transmite y se irradia el Evangelio.
Como decía mi venerado predecesor el Papa Pablo VI: «Los padres no sólo comunican
a los hijos el Evangelio, sino que pueden a su vez recibir de ellos este mismo Evangelio
profundamente vivido» (Evangelii nuntiandi, 71).
La familia cristiana, viviendo
la confianza y la obediencia filial a Dios, la fidelidad y la acogida generosa de
los hijos, el cuidado de los más débiles y la prontitud para perdonar, se convierte
en un Evangelio vivo, que todos pueden leer (Cf. 2 Co 3,2), en signo de credibilidad
quizás más persuasivo y capaz de interpelar al mundo de hoy. Ha de llevar también
su testimonio de vida y su explícita profesión de fe a los diversos ámbitos de su
entorno, como la escuela y las diversas asociaciones, así como comprometerse en la
formación catequética de sus hijos y las actividades pastorales de su comunidad parroquial,
especialmente aquellas relacionadas con la preparación al matrimonio o dirigidas específicamente
a la vida familiar.
5. La convivencia en el hogar, al mostrar que libertad
y solidaridad se complementan, que el bien de cada uno ha de contar con el bien de
los otros, que las exigencias de la estricta justicia han de estar abiertas a la comprensión
y el perdón en aras de un bien común, es un don para las personas y una fuente de
inspiración para la convivencia social. En efecto, las relaciones sociales pueden
tomar como referencia los valores constitutivos de la auténtica vida familiar para
humanizarse cada día más y encaminarse hacia la construcción de «la civilización del
amor».
Además, la familia es también célula vital de la sociedad, el primer
y decisivo recurso para su desarrollo, y tantas veces el último amparo de las personas
a las que las estructuras establecidas no llegan a cubrir satisfactoriamente en sus
necesidades.
Por su función social esencial, la familia tiene derecho a ser
reconocida en su propia identidad y a no ser confundida con otras formas de convivencia,
así como a poder contar con la debida protección cultural, jurídica, económica, social,
sanitaria y, muy particularmente, con un apoyo que, teniendo en cuenta el número de
los hijos y los recursos económicos disponibles, sea suficiente para permitir la libertad
de educación y de elección de la escuela.
Es necesario, por tanto, desarrollar
una cultura y una política de la familia, que sean impulsadas también de manera organizada
por las familias mismas. Por ello las aliento a unirse a las asociaciones que promueven
la identidad y los derechos de la familia, según una visión antropológica coherente
con el Evangelio, así como invito a dichas asociaciones a coordinarse y a colaborar
entre ellas para que su actividad sea más incisiva.
6. Al terminar, exhorto
a todos ustedes a tener una gran confianza, pues la familia está en el corazón de
Dios, Creador y Salvador. Trabajar por la familia es trabajar por el futuro digno
y luminoso de la humanidad y por la edificación del Reino de Dios. Invoquemos unidos
humildemente la gracia divina, para que nos ayude a colaborar con ahínco y alegría
en la noble causa de la familia, llamada a ser evangelizada y evangelizadora, humana
y humanizadora. En esta hermosa tarea, nos acompaña con su maternal intercesión y
con su protección celestial la Santísima Virgen María, a quien hoy invoco con el glorioso
título de Nuestra Señora de Guadalupe, y en cuyas manos de Madre pongo a las familias
de todo el mundo. Muchas gracias.