2009-01-17 18:44:08

Editorial ‘Octava Dies’: «Familia y Santidad»


Sábado, 17 ene (RV).- «Familia y Santidad». Es el título del editorial de esta semana, Octava Dies, del Padre Federico Lombardi, director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede y de nuestra emisora.

«Manifestar, una vez más, la belleza y el valor de la familia... y suscitar nuevas energías en favor de esta célula insustituible y fundamental de la sociedad y de la Iglesia». Es el anhelo que Benedicto XVI manifestó el pasado miércoles, 14 de enero, invitando a rezar por el Encuentro Mundial de las Familias. Audiencia en la que – no es casualidad – se le ofrecieron al Papa algunas reliquias del matrimonio Luis Guerin y Celia Martin, padres de santa Teresa de Lisieux, proclamados beatos el pasado mes de octubre. No es el primer matrimonio que la Iglesia proclama solemnemente como modelo de vida cristiana. Recordamos, hace pocos años, la beatificación de los esposos romanos Beltrame Quattrocchi, ante la presencia de tres hijos, dos de ellos sacerdotes.

Precisamente desde este enfoque, el Padre Lombardi alienta a reflexionar sobre el tema elegido por el Papa para la cita mundial de las familias en la capital mexicana:

«El tema del Encuentro de México es ‘Familia, formadora en los valores humanos y cristianos’. Reflexionemos: Teresa de Lisieux – santa – desciende de dos padres también santos. Por supuesto que no es algo automático. No basta que los padres sean buenos para que sus hijos lo sean. Y, por suerte, también los hijos de padres que no son buenos pueden lograr ser personas estupendas. Pero, no se puede negar que, cuando son buenos padres, van abriendo a sus hijos el camino hacia las virtudes humanas y cristianas. Y, si además son muy buenos – se dedican plenamente a su vocación de amor – los hijos crecen cada día teniendo ante sus ojos un ejemplo que les propone a su libertad los ideales más grandes. En el vocabulario cristiano se dice – con una palabra algo solemne – pero, que no debe causar temor: ‘santidad’.

 
En fin, si los padres están unidos, se aman y tienen conciencia de su responsabilidad ante Dios y ante los hombres, todos salen ganando con su felicidad. Ellos mismos y sus hijos, la sociedad humana y la comunidad de la Iglesia. Entonces ¡ayudémoslos a amarse!







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