Oro, incienso y mirra, son nuestra libertad, nuestra oración y nuestro afecto hacia
Dios
Lunes, 5 ene (RV).- Juan Pablo II explicaba en 1979 el significado de los Reyes Magos
que esta noche llegan a los hogares de todas las familias dejando sus presentes. Un
simbolismo perdido a causa del consumismo de nuestro mundo actual. Porque en el momento
en que se presentan ante el Niño, que estaba en brazos de su Madre, a la luz de la
Epifanía los Reyes Magos aceptan el don de Dios Encarnado, su entrega inefable al
hombre en el misterio de la Encarnación.
Al abrir sus cofres con los dones,
los Reyes Magos se abren a sí mismos ante Él por el don interior del propio corazón.
Éste es el verdadero tesoro ofrecido por ellos; y el oro, el incienso y la mirra constituyen
sólo una expresión externa de aquél. En este don reside el fruto de la Epifanía: reconocen
a Dios y se encuentran con Él.
Precisamente ese “hemos venido para adorarle”,
fue el tema escogido por Juan Pablo II para la XX Jornada Mundial de la Juventud,
en 2005, que celebró su sucesor como uno de los primeros desplazamientos ante millones
de jóvenes que esperaban encontrar en el nuevo sucesor de Pedro una guía en sus vidas.
Esa esperanza se ha cumplido, como quedó demostrado en Sydney, Australia, en la Jornada
de la Juventud celebrada en 2008 y que tuvo una gran acogida por parte de los jóvenes
de todo el mundo.
Hoy, ante la celebración esta noche de la llegada de los
Reyes Magos, recordamos ese mensaje que el Siervo de Dios Juan Pablo II lanzó a todos
los jóvenes y que Benedicto XVI compartió.
Los Reyes Magos llegaron a Belén
porque se dejaron guiar dócilmente por la estrella. Más aún, "al ver la estrella
se llenaron de inmensa alegría" (Mt 2,10). Juan Pablo II recordaba cuán
importante es “aprender a escrutar los signos con los que Dios nos llama y
nos guía. Cuando se es consciente de ser guiado por Él, el corazón experimenta una
auténtica y profunda alegría acompañada de un vivo deseo de encontrarlo y de
un esfuerzo perseverante de seguirlo dócilmente”.
Los Reyes Magos, al llegar
al establo en el que estaba Jesús, se postraron ante Él, y "abrieron sus cofres y
le ofrecieron dones de oro, incienso y mirra" (Mt 2,11). Los dones que los Reyes Magos
ofrecen al Mesías simbolizan la verdadera adoración. Por medio del oro subrayan la
divinidad real; con el incienso lo reconocen como sacerdote de la nueva Alianza; al
ofrecerle la mirra celebran al profeta que derramará la propia sangre para reconciliar
la humanidad con el Padre.
El Siervo de Dios Juan Pablo II invitaba ante este
pasaje, a ofrecer al Señor el oro de la propia existencia, es decir, la libertad de
seguirlo por amor respondiendo fielmente a su llamada, elevando hacia Él el incienso
de la oración ardiente, para alabanza de su gloria; ofreciendo la mirra, es decir
el afecto lleno de gratitud hacia Él, verdadero Hombre, que nos ha amado hasta morir
como un malhechor en el Gólgota. Es decir, que oro, incienso y mirra, son nuestra
libertad, nuestra oración y nuestro afecto hacia Dios. Estos tres elementos son el
“antídoto” contra las falsas idolatrías, como subrayó Juan Pablo II evocando que adorar
al Dios verdadero, constituye un auténtico acto de resistencia contra toda forma de
idolatría. “Adorad a Cristo: Él es la Roca sobre la que construir vuestro futuro y
un mundo más justo y solidario. Jesús es el Príncipe de la paz, la fuente del perdón
y de la reconciliación, que puede hacer hermanos a todos los miembros de la familia
humana”.