Urbi et Orbi: el Papa expresa su preocupación por el futuro “incierto incluso en las
naciones del bienestar” y recuerda los lugares donde prosiguen las guerras, los enfrentamientos
o "donde el terrorismo sigue golpeando"
Jueves, 25 dic (RV).- Benedicto XVI ha exhortado en su Mensaje de Navidad a la solidaridad
de los hombres, pues pensando “en sus intereses, el mundo se encamina a la ruina"
y ha expresado su preocupación por el futuro, que "se está haciendo más incierto incluso
en las naciones del bienestar".
Ante unas 60.000 personas reunidas en la plaza
de San Pedro, el Papa ha proclamado al mundo, que con el nacimiento de Jesús "la gracia
de Dios, trae la salvación para todos los hombres". Y ha recordado los lugares donde
prosiguen las guerras, los enfrentamientos, la crisis económica o "donde el terrorismo
sigue golpeando".
“Si cada uno piensa sólo en sus propios intereses, el mundo
se encamina a la ruina”. “No, a la lógica perversa del enfrentamiento y la violencia”,
y “sí”, en cambio, a los que “prefieren la vía del diálogo y la negociación para resolver
las tensiones internas de cada país”. Con este mensaje de paz, Su Santidad Benedicto
XVI, a mediodía, desde el balcón central de la fachada de la basílica de san Pedro
“ha renovado el alegre anuncio de la Navidad de Cristo con las palabras del apóstol
San Pablo: hoy «ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los
hombres».
En su Mensaje de Navidad el Papa ha insistido en la “fiesta de luz”
que se “difunde desde la gruta de Belén, donde el Niño divino es Él la luz misma
que se propaga, disipa las tinieblas y nos permite entender el sentido y el valor
de nuestra existencia y de la historia”. “Cada belén -ha dicho el Pontífice- es una
invitación simple y elocuente a abrir el corazón y la mente al misterio de la vida”.
Y esta gracia de Dios ha aparecido a todos los hombres. “Es cierto que pocas personas
lo han encontrado en la humilde y destartalada demora de Belén, pero Él ha venido
para todos: judíos y paganos, ricos y pobres, cercanos y lejanos, creyentes y no creyentes”.
“Hermanos
y hermanas que me escucháis, el anuncio de esperanza que constituye el corazón del
mensaje de la Navidad está destinado a todos los hombres. Jesús ha nacido para todos
y, como María lo ofreció en Belén a los pastores, en este día la Iglesia lo presenta
a toda la humanidad, para que en cada persona y situación se sienta el poder de la
gracia salvadora de Dios, la única que puede transformar el mal en bien, y cambiar
el corazón del hombre y hacerlo un «oasis» de paz”.
Benedicto XVI se augurado
que “el poder de la gracia salvadora de Dios llegue a tantas poblaciones que todavía
hoy viven en tinieblas y en sombras de muerte”.
“Que la luz divina de Belén
se difunda en Tierra Santa, donde el horizonte parece volverse a oscurecer para israelíes
y palestinos; se propague en Líbano, en Irak y en todo el Medio Oriente. Esta Luz,
que transforma y renueva, la anhelan los habitantes de Zimbabwe, en África, atrapados
durante demasiado tiempo por la tenaza de una crisis política y social, que desgraciadamente
sigue agravándose; así como los hombres y mujeres de la República Democrática del
Congo, especialmente en la atormentada región de Kivu; de Darfur, en Sudán, y de Somalia,
cuyas interminables tribulaciones son una trágica consecuencia de la falta de estabilidad
y de paz.
Y “esa Luz que hoy resplandece, la esperan sobre todo los niños
de todos los países en dificultad, para que se devuelva la esperanza a su porvenir”,
ha dicho el Papa, que ha indicado como portadores de la ruina del mundo: las violaciones
de los derechos, el menosprecio de la dignidad humana, los egoísmos personales y de
grupo, el terrorismo, la falta de bienes para sobrevivir «incluso en las naciones
del bienestar».
“Donde se atropella la dignidad y los derechos de la persona
humana; donde los egoísmos personales o de grupo prevalecen sobre el bien común; donde
se corre el riesgo de habituarse al odio fratricida y a la explotación del hombre
por el hombre; donde las luchas intestinas dividen grupos y etnias y laceran la convivencia;
donde el terrorismo sigue golpeando; donde falta lo necesario para vivir; donde se
mira con desconfianza un futuro que se esta haciendo cada vez más incierto, incluso
en las Naciones del bienestar: que en todos estos casos brille la Luz de la Navidad
y anime a todos a hacer su propia parte, con espíritu de auténtica solidaridad. Si
cada uno piensa sólo en sus propios intereses, el mundo se encamina a la ruina”.
Benedicto
XVI ha enviado este mensaje de luz, de paz y de esperanza a todo el mundo felicitando
a continuación la Navidad en 64 lenguas, una más que el año pasado. “Que la gran fiesta
del nacimiento de Cristo sea fuente de luz y de confianza para la vida de todos”,
ha dicho en lengua italiana, el Santo Padre. “En este nuestro tiempo, marcado por
una considerable crisis económica, que la Navidad sea un estímulo para una mayor solidaridad
entre las familias y las comunidades que componen las naciones”.
El Papa
ha deseado que “desde la pobre y humilde cueva de Belén se difunda por todas partes
la luz de la esperanza evangélica y resuene el anuncio de que nadie es extraño al
amor del Redentor”. Y ésta ha sido la felicitación del Santo Padre, en español.
¡Feliz
Navidad! Que la Paz de Cristo reine en vuestros corazones, en las familias y en todos
los pueblos.
Después del tradicional mensaje de Navidad y de las felicitaciones,
el Pontífice ha impartido la bendición Urbi et Orbi, es decir, a la ciudad de Roma
y al mundo.
Como es ya habitual, la Santa Misa de Navidad, que ha precedido
el Mensaje del Pontífice, la ha celebrado en la basílica de san Pedro el cardenal
secretario de estado Tarcisio Bertone.
MENSAJE COMPLETO «Apparuit
gratia Dei Salvatoris nostri omnibus hominibus" (Tt 2,11).
Queridos hermanos
y hermanas, renuevo el alegre anuncio de la Natividad de Cristo con las palabras del
apóstol San Pablo: Sí, hoy «ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación
para todos los hombres».
Ha aparecido. Esto es lo que la Iglesia celebra hoy.
La gracia de Dios, rica de bondad y de ternura, ya no está escondida, sino que «ha
aparecido», se ha manifestado en la carne, ha mostrado su rostro. ¿Dónde? En Belén.
¿Cuándo? Bajo César Augusto durante el primer censo, al que se refiere también el
evangelista San Lucas. Y ¿quién la revela? Un recién nacido, el Hijo de la Virgen
María. En Él ha aparecido la gracia de Dios, nuestro Salvador. Por eso ese Niño se
llama Jehoshua, Jesús, que significa «Dios salva».
La gracia de Dios ha aparecido.
Por eso la Navidad es fiesta de luz. No una luz total, como la que inunda todo en
pleno día, sino una claridad que se hace en la noche y se difunde desde un punto
preciso del universo: desde la gruta de Belén, donde el Niño divino ha «venido a la
luz». En realidad, es Él la luz misma que se propaga, como representan bien tantos
cuadros de la Natividad. Él es la luz que, apareciendo, disipa la bruma, desplaza
las tinieblas y nos permite entender el sentido y el valor de nuestra existencia y
de la historia. Cada belén es una invitación simple y elocuente a abrir el corazón
y la mente al misterio de la vida. Es un encuentro con la Vida inmortal, que se ha
hecho mortal en la escena mística de la Navidad; una escena que podemos admirar también
aquí, en esta plaza, así como en innumerables iglesias y capillas de todo el mundo,
y en cada casa donde el nombre de Jesús es adorado.
La gracia de Dio ha aparecido
a todos los hombres. Sí, Jesús, el rostro de Dios que salva, no se ha manifestado
sólo para unos pocos, para algunos, sino para todos. Es cierto que pocas personas
lo han encontrado en la humilde y destartalada demora de Belén, pero Él ha venido
para todos: judíos y paganos, ricos y pobres, cercanos y lejanos, creyentes y no creyentes...,
todos. La gracia sobrenatural, por voluntad de Dios, está destinada a toda criatura.
Pero hace falta que el ser humano la acoja, que diga su «sí» como María, para que
el corazón sea iluminado por un rayo de esa luz divina. Aquella noche eran María y
José los que esperaban al Verbo encarnado para acogerlo con amor, y los pastores,
que velaban junto a los rebaños (cf. Lc 2,1-20). Una pequeña comunidad, pues, que
acudió a adorar al Niño Jesús; una pequeña comunidad que representa a la Iglesia y
a todos los hombres de buena voluntad. También hoy, quienes en su vida lo esperan
y lo buscan, encuentran al Dios que se ha hecho nuestro hermano por amor; todos los
que en su corazón tienden hacia Dios desean conocer su rostro y contribuir a la llegada
de su Reino. Jesús mismo lo dice en su predicación: estos son los pobres de espíritu,
los afligidos, los humildes, los hambrientos de justicia, los misericordiosos, los
limpios de corazón, los que trabajan por la paz, los perseguidos por la causa de la
justicia (cf. Mt 5,3-10). Estos son los que reconocen en Jesús el rostro de Dios y
se ponen en camino, come a los pastores de Belén, renovados en su corazón por la alegría
de su amor.
Hermanos y hermanas que me escucháis, el anuncio de esperanza
que constituye el corazón del mensaje de la Navidad está destinado a todos los hombres.
Jesús ha nacido para todos y, como María lo ofreció en Belén a los pastores, en este
día la Iglesia lo presenta a toda la humanidad, para que en cada persona y situación
se sienta el poder de la gracia salvadora de Dios, la única que puede transformar
el mal en bien, y cambiar el corazón del hombre y hacerlo un «oasis» de paz.
Que
sientan el poder de la gracia salvadora de Dios tantas poblaciones que todavía viven
en tinieblas y en sombras de muerte (cf. Lc 1,79). Que la luz divina de Belén se difunda
en Tierra Santa, donde el horizonte parece volverse a oscurecer para israelíes y palestinos;
se propague en Líbano, en Irak y en todo el Medio Oriente. Que haga fructificar los
esfuerzos de quienes no se resignan a la lógica perversa del enfrentamiento y la violencia,
y prefieren en cambio la vía del diálogo y la negociación para resolver las tensiones
internas de cada País y encontrar soluciones justas y duraderas a los conflictos que
afectan a la región. A esta Luz que transforma y renueva anhelan los habitantes de
Zimbabwe, en África, atrapado durante demasiado tiempo por la tenaza de una crisis
política y social, que desgraciadamente sigue agravándose, así como los hombres y
mujeres de la República Democrática del Congo, especialmente en la atormentada región
de Kivu, de Darfur, en Sudán, y de Somalia, cuyas interminables tribulaciones son
una trágica consecuencia de la falta de estabilidad y de paz. Esta Luz la esperan
sobre todo los niños de estos y de todos los Países en dificultad, para que se devuelva
la esperanza a su porvenir.
Donde se atropella la dignidad y los derechos
de la persona humana; donde los egoísmos personales o de grupo prevalecen sobre el
bien común; donde se corre el riesgo de habituarse al odio fratricida y a la explotación
del hombre por el hombre; donde las luchas intestinas dividen grupos y etnias y laceran
la convivencia; donde el terrorismo sigue golpeando; donde falta lo necesario para
vivir; donde se mira con desconfianza un futuro que se esta haciendo cada vez más
incierto, incluso en las Naciones del bienestar: que en todos estos casos brille la
Luz de la Navidad y anime a todos a hacer su propia parte, con espíritu de auténtica
solidaridad. Si cada uno piensa sólo en sus propios intereses, el mundo se encamina
a la ruina.
Queridos hermanos y hermanas, hoy «ha aparecido la gracia de Dios,
el Salvador» (cf. Tt 2,11) en este mundo nuestro, con sus capacidades y sus debilidades,
sus progresos y sus crisis, con sus esperanzas y sus angustias. Hoy resplandece la
luz de Jesucristo, Hijo del Altísimo e hijo de la Virgen María, «Dios de Dios, Luz
de luz, Dios verdadero de Dios verdadero... que por nosotros los hombres y por nuestra
salvación bajó del cielo». Lo adoramos hoy en todos los rincones de la tierra, envuelto
en pañales y acostado en un pesebre. Lo adoramos en silencio mientras Él, todavía
niño, parece decirnos para nuestro consuelo: No temáis, «no hay otro Dios fuera de
mí» (Is 45,22). Venid a mí, hombres y mujeres, pueblos y naciones; venid a mí, no
temáis. He venido al mundo para traeros el amor del Padre, para mostraros la vía de
la paz.
Vayamos, pues, hermanos. Apresurémonos como los pastores en la noche
de Belén. Dios ha venido a nuestro encuentro y nos ha mostrado su rostro, rico de
gracia y de misericordia. Que su venida no sea en vano. Busquemos a Jesús, dejémonos
atraer por su luz que disipa la tristeza y el miedo del corazón del hombre; acerquémonos
con confianza; postrémonos con humildad para adorarlo. Feliz Navidad a todos.