El Papa subraya la necesidad de “una ecología del hombre”, que respete la naturaleza
del ser humano tal como ha sido creado por Dios –hombre o mujer- frente al desprecio
de quien quisiera imponer la idea de un “género” separado de la verdad de la Creación
Lunes, 22 dic (RV).- El Espíritu Santo que Cristo ha dado a la Iglesia ha mostrado
en este año una visible “Pentecostés”, en particular por medio de la Jornada Mundial
de la Juventud de Sydney y del sínodo de los Obispos sobre la Palabra de Dios. En
su tradicional discurso a la Curia romana para las felicitaciones de Navidad, Benedicto
XVI ha analizado en profundidad estos y otros eventos que han caracterizado su misión
y la de la Iglesia en 2008.
El Santo Padre se ha detenido, en particular, en
la necesidad de “una ecología del hombre”, que respete la naturaleza del ser humano
tal como ha sido creado por Dios –hombre o mujer- frente al desprecio inducido por
quien quisiera imponer la idea de un “género” separado de la verdad de la Creación.
Cuando
Cristo fundó la Iglesia, le confió la responsabilidad de anunciar al mundo el Evangelio
y, con él, el Espíritu que ilumina las palabras de Dios y la alegría que brota de
vivirlas. Esta responsabilidad no ha cambiado en dos mil años y Benedicto XVI la ha
vuelto a relanzar al final de su largo e intenso discurso, con el que ha reflexionado
sobre los compromisos espirituales impulsados por los acontecimientos eclesiales
del 2008.
Una reflexión esencialmente centrada en el Espíritu Santo, pero
enraizada a partir de aquellos eventos que del Espíritu Santo, y de sus dones de armonía
y alegría, han sido testimonio de excelencia en los últimos 12 meses. “El año que
está por concluir ha sido rico de miradas retrospectivas sobre datos incisivos de
la historia reciente de la Iglesia”, ha recordado el Papa, evocando los 40 años de
la publicación de la encíclica Humanae Vitae y los 30 años de la muerte de su autor,
Pablo VI, además del comienzo del Año Paulino.
Pero la atención del Pontífice
se ha dirigido sobre todo a la Jornada mundial de la juventud de Sydney, celebrada
en julio, y al Sínodo de los obispos, del pasado mes de octubre. El “fenómeno” Jornada
Mundial de la Juventud, ha observado Benedicto XVI, “es objeto de análisis” que se
repiten y que se esfuerzan en comprender la que se conoce como “cultura juvenil”:
“Los
análisis de moda tienden a considerar estas jornadas como una variante de la moderna
cultura juvenil, como una especie de festival de rock modificado en sentido eclesial,
con el Papa como estrella. Con o sin fe, estos festivales serían en el fondo la misma
cosa, y de esta manera se piensa poder remover la cuestión de Dios. También hay voces
católicas que van en esta dirección, evaluando todo ello como un gran espectáculo,
aun bello, pero de poco significado para las cuestiones sobre la fe y sobre la presencia
del Evangelio en nuestro tiempo. Serían momentos de un festivo éxtasis, pero al fin
de cuentas quedaría todo como antes, sin influir de manera profunda en la vida”.
Sin
embrago, ha proseguido Benedicto XVI, hay un elemento que no convence en este análisis:
el de la alegría. El del “tipo” de alegría que se ha respirado en Sydney, tan distinto
al que se vive en un festival de rock. “Parte integral de la fiesta es la alegría”,
ha afirmado el Papa. “La fiesta se puede organizar, la alegría no”. Los 200 mil jóvenes
de Sydney no han molestado a los habitantes de la ciudad, no han provocado violencia,
no ha sido una fiesta de droga. La suya ha sido una fiesta que ha comenzado de lejos
y ha sido una fiesta de fe entorno a Cristo y a su Cruz.
“En Australia el largo
Vía Crucis por medio de la ciudad no ha sido casual que se convirtiera en el evento
culminante de aquellas jornadas. Este acontecimiento resumía, una vez más, todo aquello
que había ocurrido en los años precedentes e indicaba a Aquel que nos reúne juntos
a todos nosotros: aquel Dios que nos ama en la Cruz. De forma que el Papa no es una
estrella entorno a la cual gira todo. Él es total y solamente Vicario. Recuerda al
Otro que está en medio de nosotros”.
La “estrella” de las Jornadas Mundiales
de la Juventud, es el mismo Cristo y su Espíritu, que el Pontífice ha definido una
“fuerza creadora de comunión”. “Él está presente, Él entra en medio de nosotros –
ha dicho Benedicto XVI – Hace que el cielo se abra y ello hace a su vez que la tierra
sea luminosa. Es esto lo que alegra la vida y la abre, uniendo los unos a los otros,
a una alegría que no se puede comparar con el éxtasis de un festival rock:
“Se
crean amistades que animan a un estilo de vida diverso y lo sostienen desde dentro.
Las grandes Jornadas tienen, asimismo, la finalidad de suscitar estas amistades y
de hacer brotar de esta manera en el mundo lugares de vida en la fe, que son, al mismo
tiempo, lugares de esperanza y de caridad vivida”.
También el sínodo de los
obispos sobre la Palabra de Dios ha manifestado esta profunda unión entre la Biblia
y el Espíritu Santo. Y, hablando del Espíritu Santo como del signo de la inteligencia
del Creador - que la ha derramado en la “estructura” del Cosmos - el Papa ha destacado
la defensa que el hombre debe tener con respecto a lo Creado y la responsabilidad
que la Iglesia tiene en anunciar y defender también al hombre “de la destrucción de
sí mismo”. Es decir, de aquellas fuerzas que quisieran violar el orden de Dios sobre
la naturaleza humana como hombre y mujer:
“Aquello que muchas veces viene expresado
y entendido con el término ‘gender’, se resuelve en definitiva en la auto emancipación
del hombre de lo creado y del Creador. El hombre quiere ‘hacerse por su cuenta’ y
disponer siempre y exclusivamente por sí solo en aquello que le corresponde. Pero
de esta manera vive contra la verdad, vive contra el Espíritu creador. Las forestas
tropicales merecen, sí, nuestra protección, pero no la merece menos el hombre como
criatura, en la que está inscrito un mensaje que no significa contradicción de nuestra
libertad, sino su condición”.
El irradiarse forma parte de la naturaleza de
la alegría, ha reiterado Benedicto XVI, poniendo de relieve que «el espíritu misionero
de la Iglesia no es otra cosa que el impulso de irradiar y comunicar la alegría que
se nos ha donado». Por ello el Papa ha manifestado que su gran deseo para este fin
de año y para todo el nuevo 2009, es que esta misma alegría «esté siempre viva en
nosotros y se irradie sobre el mundo en sus tribulaciones». El Santo Padre ha terminado
sus felicitaciones para la gran familia de la Curia Romana, encomendando a todos a
«la intercesión de la Virgen María, Madre de la Divina Gracia, para vivir las fiestas
de Navidad en la alegría y en la paz del Señor».