Primeras vísperas del I Domingo de Adviento: el Papa pide en su homilía que el Dios
de la paz nos santifique plenamente, y la Iglesia se convierta en signo e instrumento
de esperanza para todos los hombres
Sábado, 29 nov (RV).- Benedicto XVI ha presidido esta tarde, en la Basílica Vaticana,
las primeras vísperas del I Domingo de Adviento, dando comienzo al nuevo año litúrgico.
En su homilía, el Papa ha hecho hincapié en el significado del Adviento: «El Adviento
es por excelencia la estación espiritual de la esperanza, en que la Iglesia entera
está llamada a volverse esperanza, para sí misma y para el mundo. Todo el organismo
espiritual del cuerpo místico asume, por decir, el ‘color’ de la esperanza. Todo el
pueblo de Dios se vuelve a poner en camino atraído por este misterio: nuestro Dios
es ‘el Dios que viene’ y que nos llama a salir a su encuentro».
En primer
lugar, por medio de «la forma universal de esperanza y de la espera que es la oración,
que encuentra su expresión eminente en los Salmos. Es decir, palabras humanas en las
que Dios mismo ha puesto y sigue poniendo continuamente en los labios y en los corazones
de los creyentes la invocación de su venida», ha explicado Benedicto XVI, deteniéndose
luego en particular en dos Salmos. El 141 y el 142.
El 141 – ha recordado
el Santo Padre - es «el clamor de una persona que se siente en grave peligro, pero
es también el de la Iglesia entre las múltiples insidias que la rodean, que amenazan
su santidad. En esta invocación resuena también el clamor de todos los justos y de
todos aquellos que quieren resistir al mal, a las seducciones de un bienestar inicuo,
de placeres que ofenden la dignidad humana y la condición de los pobres». Y, rezando
con el salmo 142, ha explicado el Papa «la Iglesia recuerda a Cristo, Hijo de Dios
que tomó sobre sí nuestras pruebas y nuestras tentaciones, para donarnos la gracia
de su victoria».
«Estos dos salmos nos amparan ante cualquier tentación de
evasión y de fuga de la realidad. Nos preservan de una falsa esperanza, que quizá
quisiera entrar en el Adviento y seguir hasta la Navidad olvidando el dramatismo de
nuestra existencia personal y colectiva», ha destacado también el Papa, señalando
que «en efecto, una esperanza confiable, no engañosa, no puede ser una esperanza ‘pascual’.
Como nos recuerda cada tarde del sábado el cántico de la Carta a los Filipenses, con
el cual alabamos a Cristo encarnado, crucificado, resucitado y Señor universal». Benedicto
XVI ha concluido su homilía con una ardiente y tierna exhortación a contemplar a Cristo,
de la mano de la Madre de Dios: «Dirijámosle a Él la mirada y el corazón, en unión
espiritual con la Virgen María, Nuestra Señora del Adviento. Pongamos nuestra mano
en la suya y entremos con alegría en este nuevo tiempo de gracia que Dios regala a
la Iglesia, por el bien de toda la humanidad. Como María y con su ayuda maternal,
seamos dóciles a la acción del Espíritu Santo, para que el Dios de la paz nos santifique
plenamente y la Iglesia sea signo e instrumento de esperanza para todos los hombres.
Amén».