Al recibir a los participantes en la plenaria de la Congregación para los Institutos
de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica el Papa destaca la importancia
del tema elegido para esta cita: “El monaquismo, forma vitae que se ha inspirado siempre
en la Iglesia naciente, generada por Pentecostés”
Jueves, 20 nov (RV).- El Papa recibió con alegría a los participantes en la asamblea
plenaria de la Congregación para los Institutos de vida consagrada y las sociedades
de vida, que celebra 100 años de vida y actividad. En efecto, tal como recordó Benedicto
XVI, ha transcurrido ya un siglo desde que su venerado predecesor, San Pío X, con
la Constitución apostólica Sapienti Consilio, del 29 de junio de 1908, hizo autónomo
este Dicasterio que sucesivamente fue modificado. Y destacó que, precisamente para
recordar este evento, han programado para el próximo 22 de noviembre un Congreso cuyo
título significativo es: “Cien años al servicio de la vida consagrada”. De ahí que
el Papa haya formulado votos para el pleno éxito de esta oportuna iniciativa.
Benedicto
XVI les dijo también que deseaba aprovechar el encuentro de hoy para saludar y agradecer
a todos los que trabajan en este dicasterio. En primer lugar a su prefecto, el cardenal
Franc Rodé, a quien el Pontífice agradeció haberse hecho intérprete de los sentimientos
comunes. Y junto a él saludó a los miembros del dicasterio, al secretario, a los subsecretarios
y a los demás oficiales que, con responsabilidades diversas, prestan su servicio cotidiano
con competencia y sabiduría, para “promover y regular” la práctica de los consejos
evangélicos en las varias formas de la vida consagrada, como también la actividad
de las sociedades de vida apostólica (cf. Cost. ap. Pastor bonus, n. 105).
Y
afirmó que los consagrados constituyen una porción elegida del Pueblo de Dios. Porque
como les dijo el Papa, sostener y custodiar la fidelidad a la llamada divina es el
compromiso fundamental que desarrollan según modalidades bien probadas gracias a la
experiencia acumulada en estos cien años de actividad. Además, Benedicto XVI recordó
que este servicio de la Congregación a sido aún más asiduo en los decenios sucesivos
al Concilio Vaticano II, que han visto el esfuerzo de renovación, tanto en la vida
como en la legislación de todos los institutos religiosos y seculares y de las Sociedades
de vida apostólica.
Por esta razón, el Obispo de Roma añadió que mientras
se une a ellos en su dar gracias a Dios, dador de todo bien, por los buenos frutos
producidos durante estos años por su dicasterio, recuerda con un pensamiento reconocido
a todos los que en el curso de este siglo de actividades han dado sus energías en
beneficio de los consagrados y de las consagradas. Al mismo tiempo, Su Santidad destacó
que la Plenaria de su Congregación ha enfocado este año su atención sobre un tema
particularmente querido para él, a saber: el monaquismo, forma vitae que se ha inspirado
siempre en la Iglesia naciente, generada de Pentecostés (cf. Hch 2,42-47; 4,32-35).
El Pontífice no dejó de destacar que de las conclusiones de sus trabajos,
centrados especialmente en la vida monástica femenina, podrán surgir indicaciones
útiles para cuantos, monjes y monjas, “buscan a Dios”, realizando su vocación para
el bien de toda la Iglesia. Y aludiendo al discurso que dirigió al mundo de la cultura
en París, el 12 de septiembre de este año, el Papa dijo que quiso evidenciar la ejemplaridad
de la vida monástica en la historia, subrayando que su finalidad es sencilla y, al
mismo tiempo esencial: buscar a Dios y buscarlo a través de Jesucristo que lo ha revelado
(cf. Jn 1, 18), buscarlo fijando la mirada en las realidades invisibles que son eternas
(cf. 2 Co 4, 18), en espera de la manifestación gloriosa del Salvador (cf. T 2, 13). Benedicto
XVI también hizo hincapié en la primacía absoluta de Cristo, que la “Regla de san
Benito retoma de la tradición precedente y que expresa muy bien el tesoro precioso
de la vida monástica que se practica aún hoy en el Occidente y en el Oriente de cristiano”.
Y añadió textualmente:
“Es una invitación apremiante a plasmar la vida monástica
hasta hacerla memoria evangélica de la Iglesia y, cuando se la vive de forma auténtica,
es ‘ejemplaridad de vida bautismal’ (cf. Juan Pablo II, Orientale Lumen 9). En virtud
de la primacía absoluta reservada a Cristo, los monasterios están llamados a ser lugares
en los que se abre espacio a la celebración de la gloria de Dios, se adora y se canta
la misteriosa pero real presencia divina en el mundo. Se busca vivir el mandamiento
nuevo del amor y del servicio recíproco, preparando así la final ‘revelación de los
hijos de Dios’ (Rm 8, 19)”.
Tras reiterar que “cuando los monjes viven el Evangelio
de forma radical, cuando los que se dedican a la vida integralmente contemplativa
cultivan en profundidad la unión ‘esponsal’ con Cristo – en la que se detienen ampliamente
la Instrucción de esta Congregación ‘Verbi Sponsa’ (13.V.1999) – Benedicto XVI dijo
que el monaquismo puede constituir para todas las formas de vida religiosa y de consagración
una memoria de lo que es esencial y tiene primacía en toda vida bautismal: buscar
a Cristo y no anteponer nada a su amor”. Y recordó que el camino indicado por Dios
para esta búsqueda y para este amor es su misma Palabra:
“La reciente Asamblea
general del Sínodo de los Obispos, que se celebró en Roma el mes pasado sobre el tema
‘La Palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia – renovando el llamado
a todos los cristianos a arraigar en su existencia la escucha de la Palabra de Dios
contenida en la Sagrada Escritura – ha invitado en especial a las comunidades religiosas
y cada hombre y mujer consagrados a hacer de la Palabra de Dios el alimento cotidiano,
en particular por medio de la práctica de la lectio divina”. Al concluir su discurso,
el Papa destacó el testimonio que la Iglesia espera de los monasterios, invocando
el amparo de la Madre de Dios sobre las comunidades de vida consagrada y las monásticas:
“Queridos
hermanos y hermanas, el que entra en un monasterio busca en él un oasis espiritual
donde aprender a vivir como verdaderos discípulos de Cristo, en serena y perseverante
comunión fraterna, acogiendo también a eventuales huéspedes como a Cristo mismo. Éste
es el testimonio que la Iglesia pide al monaquismo también en nuestro tiempo. Invoquemos
a María, Madre del Señor, ‘mujer de la escucha’ que no antepuso nada al amor del Hijo
de Dios nacido de Ella, para que ayude a las comunidades de vida consagrada y especialmente
a las monásticas a ser fieles a su vocación y misión. Puedan ser los monasterios cada
vez más oasis de vida ascética, donde se percibe la fascinación de la unión esponsal
con Cristo y donde la elección de lo Absoluto de Dios está envuelta por un clima constante
de silencio y de contemplación”.