Súplica a la Reina del Santísimo Rosario de Pompeya
Domingo, 19 oct.- Les ofrecemos a continuación el texto completo de la Súplica a la
Reina del Santísimo Rosario de Pompeya.
SÚPLICA A LA REINA DEL SANTÍSIMO
ROSARIO DE POMPEYA
En nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén Pidamos la Bendición de María Augusta Reina de las Victorias oh Soberana
del Cielo y de la Tierra, en cuyo nombre se alegran los cielos y tiemblan los abismos, oh
Reina gloriosa del Rosario, nosotros devotos hijos tuyos, recogidos en tu Templo
de Pompeya, en este día solemne, rebosamos el amor de nuestro corazón y con
confianza de hijos te expresamos nuestras miserias. Desde el Trono de clemencia, donde
estás sentada Reina, dirige, oh María, tu mirada piadosa sobre nosotros, sobre
nuestras familias, sobre Italia, sobre Europa, sobre el mundo. Compadécete de
los afanes y tribulaciones que amargan nuestra vida. ¡Mira, oh Madre, cuántos peligros
en el alma y en el cuerpo, cuántas calamidades y aflicciones nos apremian. Oh
Madre, Implora para nosotros la misericordia de Tu Hijo divino y vence con la
clemencia el corazón de los pecadores. Son hermanos nuestros e hijos tuyos que
cuestan la sangre del dulce Jesús y entristecen su sensibilísimo Corazón. Muéstrate
a todos cual eres, Reina de paz y de perdón.
Ave María Es verdad
que nosotros, somos los primeros que, a pesar de ser tus hijos, con los pecados volvemos
a crucificar en nuestro corazón a Jesús y traspasamos y herimos nuevamente tu corazón. Lo
confesamos: somos merecedores de los castigos más duros, pero tú recuerda que,
en el Gólgota, recogiste, con la Sangre divina, el testamento del Redentor moribundo,
que te declaraba Madre nuestra, Madre de los pecadores, Tú pues, como Madre
nuestra, Eres nuestra Abogada, nuestra esperanza. Y nosotros, gimiendo, extendemos
nuestras manos suplicantes hacia ti, gritando: ¡Misericordia! Oh Madre buena, ten
piedad de nosotros, de nuestras almas, de nuestras familias, de nuestros
parientes, de nuestros amigos, de nos nuestros difuntos, sobre todo de nuestros
enemigos y de tantos que dicen que son cristianos y, sin embargo, ofenden el
Corazón amable de su Hijo. Piedad hoy imploramos por las naciones descarriadas, por
toda Europa, por todo el mundo, para que arrepentido vuelva a tu Corazón. Misericordia
para todos ¡oh Madre de Misericordia!
Ave María ¡Dígnate benévolamente
exaudirnos, oh María! Jesús ha colocado en tus manos todos los tesoros de Sus gracias
y de Sus Misericordias. Tú estás sentada, coronada Reina, a la derecha de tu Hijo,
resplandeciente de gloria inmortal sobre todos los Coros de los Ángeles. Tú extiendes
tu dominio, cuán extendidos los cielos, y a ti la tierra y todas las criaturas están
sometidas. Tú eres la omnipotente por gracia, tú, pues, puedes ayudarnos. Si
tú no quisieras ayudarnos, porque somos hijos ingratos y no merecemos tu amparo, no
sabríamos a quién dirigirnos. Tu corazón de Madre no permitirá ver perdidos a nosotros,
a tus hijos. El Niño que vemos en tu regazo y el místico Rosario - la mística Corona
- que admiramos en tu mano, nos inspiran confianza en que seremos exaudidos. Y
nosotros confiamos plenamente en ti, nos abandonamos como débiles hijos entre los
brazos de la más tierna de las madres, y hoy mismo, esperamos de ti las anheladas
gracias.
Ave María Una última gracia te pedimos ahora, oh Reina,
que no nos puedes negar en este día solemnísimo. Concédenos a todos tu amor constante
y, en especial tu maternal bendición. No nos separaremos de ti hasta que no nos
hayas bendecido. Bendice, oh María, en este momento al Sumo Pontífice. A los
antiguos esplendores de tu corona, a los triunfos de tu Rosario, por los cuales se
te denomina como Reina de las Victorias, añade también éste, oh Madre: concede el
triunfo de la Religión y la paz a la sociedad humana. Bendice a nuestros Obispos,
Sacerdotes y, en particular, a todos aquellos que celan el honor de tu Santuario. Bendice
en fin a todos los asociados a tu Templo de Pompeya y a cuantos cultivan y promueven
la devoción al Santo Rosario.
Oh Rosario bendito de María, dulce Cadena que
nos une con Dios, vínculo de amor que nos une a los Ángeles, torre de salvación contra
los asaltos del infierno, puerto seguro en el común naufragio, no te dejaremos jamás. Tú
serás nuestro consuelo en la hora de la agonía. Para ti el último beso de la vida
que se apaga. Y el último susurro de nuestros labios será tu suave nombre, oh
Reina del Rosario de Pompeya, oh Madre nuestra querida, oh Refugio de los pecadores,
oh Soberana consoladora de los tristes. Que seas bendita por doquier, hoy y siempre,
en la tierra y en el cielo. Amén
SALVE Dios te salve, Reina y Madre
de misericordia, vida y dulzura y esperanza nuestra: Dios te salve. A ti llamamos
los desterrados hijos de Eva; a ti suspiramos, gimiendo y llorando en este valle
de lágrimas. Ea, pues, Señora abogada nuestra, vuelve a nosotros esos tus ojos
misericordiosos y, después de este destierro, muéstranos a Jesús, fruto bendito
de tu vientre. ¡Oh clementísima! ¡oh piadosa! ¡oh dulce Virgen María!
V.
Ruega por nosotros santa Madre de Dios, R. Para que seamos dignos de alcanzar
las promesas de nuestro Señor Jesucristo. Amén.