El cardenal Martino subraya la estrecha relación entre el derecho de los trabajadores
a formar asociaciones y la solidaridad.
Jueves, 2 oct (RV) .- Por la tarde, el presidente del dicasterio Justicia y paz se
trasladó hasta la sede del Centro de Estudios Laborales Alberto Hurtado (CELAH), donde
se reunió con un grupo de dirigentes sindicales de diversas generaciones. Al recomendar
encarecidamente a los representantes del mundo laboral que sigan profundizando y promoviendo
"ese gran tesoro de la doctrina social de la Iglesia" recordó que el derecho de los
trabajadores a formar asociaciones o uniones para defender sus intereses está estrechamente
relacionado con la solidaridad.
Citando encíclicas sociales, el cardenal Martino
afirmó que hay que seguir preguntándose sobre el sujeto del trabajo y las condiciones
en las que vive, y por esto -añadió- son siempre necesarios nuevos movimientos de
solidaridad entre los hombres del trabajo. Al final de la Jornada, el purpurado vaticano
se reunió en privado con autoridades de Gobierno en el palacio de la Moneda.
A
continuación les ofrecemos el texto del discurso completo del Cardenal Renato Martino
extraído de la página web de la Conferencia Episcopal chilena:
Encuentro
con dirigentes sindicales Centro
de Estudios Laborales Alberto Hurtado (CELAH) Santiago de Chile, 1º de octubre
de 2008
Con mucho agrado saludo a los dirigentes
sindicales, a todos y cada uno de los miembros del Centro de Estudios Laborales Alberto
Hurtado (CELAH), a quienes dirijo una cordial felicitación con motivo de sus 25 años
al servicio de la dignidad del trabajo y de los trabajadores. Trabajo que ha sido
guiado –y debe seguir siéndolo– por el Evangelio, los principios de la doctrina social
de la Iglesia y las enseñanzas de San Alberto Hurtado. Además de expresarles mi felicitación
y animarles a seguir comprometidos en su trabajo de reflexión y acción, no puedo dejar
pasar la oportunidad, al encontrarme con Ustedes esta tarde, para recomendarles encarecidamente
que sigan profundizando y promoviendo ese gran tesoro de la doctrina social de la
Iglesia, todavía no suficientemente conocido. Para ello les pido que sigan divulgando
el Compendio, elaborado por el Pontificio Consejo que presido, el cual, a cuatro años
de su publicación, sigue revelándose un documento sumamente actual.
Precisamente
a partir del Compendio, quiero de una manera breve, mencionar algunas ideas que puedan
motivarles a profundizar aún más los contenidos de la doctrina social, sobre todo
aquellos que tocan más de cerca las cuestiones que Ustedes abordan cotidianamente
en sus actividades.
En concreto sabemos que el capítulo
VI del Compendio está dedicado en su totalidad a la cuestión del trabajo humano, comenzando
por sus aspectos bíblicos, que son básicos para la forja de una sólida espiritualidad
del trabajo. Este capítulo se concluye afirmando la dimensión universal del trabajo
humano, fundamentada en el carácter relacional del hombre (cf. 322). Es ésta una llamada
urgente a que estemos atentos a los obstáculos que actualmente se presentan, en el
mundo del trabajo, a la solidaridad. La solidaridad es una de las líneas guía del
todo el Compendio, cuya introducción lleva por título: «Un humanismo integral y solidario».
Respecto a la solidaridad en el capítulo que nos ocupa, el Compendio dedica un apartado
que titula la solidaridad entre los trabajadores (nn. 305 – 309) consagrado al sindicalismo,
prolongando así el apartado precedente sobre los derechos de los trabajadores (301
– 304), lo cual resulta lógico ya que se trata de un derecho del trabajador. Los sindicatos,
en efecto, tienen razón de ser «en el derecho de los trabajadores a formar asociaciones
o uniones para defender los intereses vitales de los hombres empleados en las diversas
profesiones» (n. 305). Este derecho está estrechamente relacionado con la solidaridad.
El Compendio, como se puede notar, está perneado por el pensamiento del Papa Juan
Pablo II, en él se aprende que la solidaridad sirve de fundamento a la función de
los sindicatos.
La encíclica Laborem exercens, en
el n. 8, afirma que «la llamada cuestión obrera, denominada a veces “cuestión proletaria”
[…] ha hecho surgir y casi irrumpir un gran impulso de solidaridad entre los hombres
del trabajo y, ante todo, entre los trabajadores de la industria». La reacción contra
la degradación del hombre como sujeto del trabajo, añade la encíclica, «reunió al
mundo obrero en una comunidad caracterizada por una gran solidaridad». Esta solidaridad,
recuerda la misma encíclica, era uno de los principales signos del humanismo universal
del trabajo. Ahora bien, hoy esta misma solidaridad parece estar sometida a graves
amenazas por la evolución del mundo del trabajo, el cual está conociendo una notable
fragmentación e individualización. Se trabaja cada vez más por sí solos y por sí solos
se busca tutelar los propios derechos y hacer valer las propias reivindicaciones.
No se busca ya la seguridad de la solidaridad, se tiende más bien a apostar casi exclusivamente
a las propias capacidades y al propio espíritu empresarial. Las tipología de trabajo
y la misma configuración contractual y jurídica de los nuevos trabajos hoy son de
lo más variado y prefiguran cada vez más relaciones tendencialmente mórbidas, elásticas
y flexibles entre los trabajadores y la empresa. La nuevas e inéditas situaciones
que van surgiendo en el mundo del trabajo, plantean grandes desafíos a la solidaridad.
En el Compendio se hace un elenco, podría decir casi completo, de las «res novae»
relativas al mundo del trabajo desde la perspectiva de la globalización (nn. 310 –
316), para pasar luego a una seria reflexión ética al respecto.
El
mensaje central de la doctrina social de la Iglesia es que el trabajo es Actus personae,
acto de la persona. En el trabajo se empeña toda la persona. No se trabaja con las
manos o con el cerebro, con la razón o con la pasión, se trabaja con toda la compleja,
pero unitaria realidad de la propia persona. El Compendio de la doctrina social de
la Iglesia reclama esta realidad, cuando retomando la Laborem exercens afirma que
el significado principal del trabajo es subjetivo (n. 271). Este aspecto no es propio
sólo del trabajo, sino de toda actividad humana y está íntimamente vinculado con otro
importante aspecto: el primer fin del trabajo mismo es la persona que trabaja, el
trabajador, como recuerda el Compendio en el n. 272. He aquí como se expresaba en
1981 la Laborem exercens: «Como persona, el hombre es pues sujeto del trabajo. Como
persona él trabaja, realiza varias acciones pertenecientes al proceso del trabajo;
éstas, independientemente de su contenido objetivo, han de servir todas ellas a la
realización de su humanidad, al perfeccionamiento de esa vocación de persona, que
tiene en virtud de su misma humanidad» (n. 6). También este aspecto es propio de toda
actividad humana. El primer objeto de nuestro actuar no es la cosa o el producto hacia
el que nos dirigimos, sino nosotros mismos, como también puso de manifiesto Juan Pablo
II en su encíclica Veritatis splendor. Con nuestro actuar decidimos que hacer de nosotros
mismos, decidimos que persona queremos ser. El Obispo y filósofo esloveno, Antón Stres
sintetizó esto –durante un Convenio que organizó en el Vaticano el Pontificio Consejo
«Justicia y Paz» para conmemorar los 20 años de la Laborem exercens– diciendo: «La
expresión escolástica Agere sequitur esse continúa siendo verdadera ya que el trabajo
es tal porque viene realizado por un sujeto humano, pero es verdadera también la expresión
contraria Esse sequitur agere, pues haciendo y operando en el trabajo el hombre se
construye ante todo a sí mismo. La Laborem exercens, dice al respecto «Queriendo precisar
mejor el significado ético del trabajo, se debe tener presente ante todo esta verdad.
El trabajo es un bien del hombre -es un bien de su humanidad-, porque mediante el
trabajo el hombre no sólo transforma la naturaleza adaptándola a las propias necesidades,
sino que se realiza a sí mismo como hombre, es más, en un cierto sentido \"se hace
más hombre\"» (n.9).
No quiero extenderme más sobre
este principio personalístico del trabajo, quiero invitarlos más bien a que lo profundicen,
ya que pienso que es sobre este presupuesto que se puede y se debe fundar cada vez
más la solidaridad universal del mundo del trabajo, que hoy ciertamente experimenta
muchas dificultades y encuentra muchos desafíos. Sin embargo, pienso que esta solidaridad
puede ser recuperada y quizás mejor fundada que en el pasado, apostando al redescubrimiento
del valor subjetivo del trabajo. En otras palabras, «hay que seguir preguntándose
sobre el sujeto del trabajo y las condiciones en las que vive». Por esto «son siempre
necesarios nuevos movimientos de solidaridad de los hombres del trabajo y de solidaridad
con los hombres del trabajo» (Laborem exercens n. 8; ver también: Compendio de la
doctrina social de la Iglesia nn. 308-309). El tiempo de la solidaridad del mundo
del trabajo no ha terminado, cierto debe cambiar modalidades, pero si está fundado
auténticamente sobre el bien del trabajador y de su familia, sabrá encontrar nuevas
expresiones. Muchas gracias.
RENATO RAFFAELE CARD.
MARTINO Presidente del Pontificio Consejo «Justicia y Paz» y del Pontificio
Consejo para los Emigrantes e Itinerantes