2008-10-03 13:11:31

El cardenal Martino recuerda que el "Evangelio en ningún momento debe reducirse a un mero anuncio humanitario y político"


Jueves, 2 oct (RV).- Esta mañana, el presidente del Pontificio Consejo Justicia y Paz y del Pontificio Consejo para los Emigrantes e Itinerantes, cardenal Renato Martino, emprendió su viaje a Guatemala, tras desarrollar en Chile una nutrida agenda de actividades durante tres días. Luego de su ponencia en la Universidad Católica Silva Henríquez de Santiago, el purpurado mantuvo un coloquio con los miembros de la Comisión nacional Justicia y Paz, organismo de la Conferencia Episcopal de Chile integrado por laicos católicos comprometidos en distintos ámbitos de la vida nacional.

En ese contexto, el cardenal Martino recordó que el "Evangelio en ningún momento debe reducirse a un mero anuncio humanitario y político" y que en su trabajo en favor de los derechos humanos no puede prescindir de la doctrina social de la Iglesia. Al mismo tiempo, subrayó que la consecuencia en su misión requiere, principalmente, "la fidelidad al Evangelio y el estudio, difusión y puesta en práctica de la doctrina social de la Iglesia".

A continuación les ofrecemos los textos de los discursos completos del Cardenal Renato Martino extraídos de la página web de la Conferencia Episcopal chilena:



Las universidades católicas y la doctrina social de la Iglesia
 
Encuentro del Card. Renato Martino, Presidente del Pontificio Consejo Justicia y Paz, con el Capítulo de Universidades Católicas Chilenas
Universidad Católica Silva Henríquez
Santiago de Chile, 1º de octubre de 2008

 
Saludo cordialmente a todos los aquí presentes, particularmente a los miembros del Capítulo de las Universidades Católicas de Chile. Agradezco a los organizadores de este encuentro que me ofrece la posibilidad de dialogar con los representantes del mundo universitario católico de Chile, con quienes representan a los hombres y mujeres que en sus universidades buscan sin descanso y con pasión la verdad. Quiero pedirles si amablemente transmiten a ellos mis saludos, recordándoles también que la verdad es ante todo un don que recibimos, un don que nos alienta a seguir buscando, un don que se multiplica cuando se transmite y se comparte. Es mi anhelo y mi esperanza que a Ustedes y a quienes representan les siga impulsando siempre el deseo de saber más, no para poder más, no para tener más, sino para ser más y para servir mejor. Ser más y servir mejor es la concreción de la conciencia del deber moral que comporta el estudiar en una universidad, sobre todo católica, es el ser conscientes de la hipoteca social que grava también los conocimientos y capacidades adquiridas, el compromiso que se tiene con la sociedad en la que se vive y que ha hecho posible la oportunidad de adquirir conocimientos.
 
La doctrina social de la Iglesia y la Universidad. El diálogo entre la ciencia y la fe
 
En mi calidad de Presidente del Pontificio Consejo «Justicia y Paz», me dirijo esta mañana a Ustedes para presentarles una reflexión sobre la relación entre la Universidad y la doctrina social de la Iglesia. La tarea del Dicasterio de la Santa Sede que tengo el honor de presidir tiene entre sus tareas principales la promoción del estudio, la difusión y la aplicación de la doctrina social de la Iglesia. Considerando lo anterior y, sobre todo, considerando las personas a las que me dirijo, pienso que es más que justificable el argumento a tratar, y creo que es ésta una estupenda oportunidad para poder exponer algunas ideas que he ido madurando sobre la relación que existe entre esta disciplina y las ciencias, entre la doctrina social de la Iglesia y la Universidad.

 
Pienso que entre la Universidad y la doctrina social de la Iglesia, existe la necesidad, la posibilidad y la urgencia de un encuentro. Por una parte está la Universidad como el lugar por excelencia para la búsqueda sistemática de la verdad, el espacio donde los saberes se dan cita para colaborar en un marco unitario, el espacio para la «cohesión interior en el cosmos de la razón» (1). Por otra parte está la doctrina social de la Iglesia, que es también un saber. Un saber fundado sobre la sabiduría de la fe en la verdad revelada, que asume en su interior a la teología, la filosofía y, aunque en diversa colocación, a las ciencias humanas y sociales; está la doctrina social que tiene como formalidad disciplinar propia el método y el lenguaje de la teología moral y que es constituida por el Magisterio con el que los Pontífices, comenzando por León XIII con la Rerum novarum, han querido dar expresión a su mandato apostólico. Es éste el punto que quiero poner al centro de su atención: por un lado la Universidad, por el otro lado la doctrina social de la Iglesia. ¿Es posible que estas realidades se encuentren más íntimamente y colaboren más intensamente? Existen ya algunas realidades en que la doctrina social de la Iglesia está presente en el mundo universitario, pero es necesario que se multipliquen. Yo mantengo la esperanza de que sean cada vez más las Universidades, a comenzar por las que se definen Católicas, donde la doctrina social sea considerada una disciplina que se estudie sistemáticamente y un horizonte interdisciplinar en el que se coloque un recorrido coral de investigación y búsqueda de la verdad. La Iglesia está dispuesta a aceptar siempre la verdad, porque \"Omne verum, a quocumque dicatur, a Spiritu Sancto est\" (2). Es por ello que la doctrina social respeta y valora todos los conocimientos provenientes de las ciencias (3).
 
La razón y la fe
 
Existen certezas que son a la vez de razón y de fe, una de ellas es la que nos propone la Fides et ratio:«El hombre es capaz de llegar a una visión unitaria y orgánica del saber» (4). Al mismo tiempo, esta encíclica nos deja una tarea que debemos realizar con confianza y firmeza: «Éste es uno de los cometidos que el pensamiento cristiano deberá afrontar a lo largo del próximo milenio de la era cristiana» (5). La unidad del saber es posible porque la razón y la fe coinciden al decirnos que nuestra existencia no es fruto de la casualidad, y que «nosotros creemos que en el origen está el Verbo eterno, la Razón y no la Irracionalidad» (6). Al origen de todo lo creado no está la irracionalidad sino «la Razón creadora de Dios, que decidió comunicarse a nosotros, los seres humanos» (7).

 
El conocimiento objetivo de la realidad sin tener en cuenta la fuente de donde mana toda verdad es imposible. La dimensión trascendente que la fe asegura es indispensable para que la razón no se encierre en sí misma, para que evite caer en un proceso de autolimitación que conduce inexorablemente hacia el relativismo nihilista, en pocas palabras, para que la razón tenga claro qué cosa ella es. La fe salva a la razón de sí misma, es decir, la purifica. La fe cristiana acepta también ser examinada por la razón en su plenitud, pero esta razón en su plenitud, para serlo realmente, debe estar abierta a la verdad trascendente.

 
Esta es la convicción profunda que debe animar y guiar a quienes en las universidades están al servicio del saber y buscan constantemente la verdad. Esta convicción debe motivarles a entablar el diálogo y la confrontación epistemológica, pero sobre todo ser ocasión para dirigir la mirada intelectual y espiritual hacia Dios, que es Amor e Inteligencia. Como nos recuerda la Deus caritas est, nosotros estamos implicados en la dinámica de la donación de Dios (8), en la dinámica del inmenso Sí de Dios al hombre (9), y esta dinámica es al mismo tiempo de amor y de luz intelectual, de caridad y de pasión por la verdad, al punto que amor e inteligencia no pueden jamás estar separados, y por lo cual el hombre es tanto “criatura racional” como “criatura amante”.

 
En este horizonte se inserta la doctrina social de la Iglesia. Ella nace del proyecto de amor de Dios por la humanidad (10) y transmite la luz y el calor del Evangelio en las relaciones sociales entre los hombres, invitándoles a construir, con inteligencia, formas de caridad estructurada. Como el viandante samaritano, que socorre y lleva a una posada a su prójimo encontrado por el camino, caído y golpeado. La caridad requiere ser inteligentemente organizada y la inteligencia pide ser animada y dirigida por la caridad, para realizar el bien del hombre concreto. Es en este contexto que debe entenderse la indicación de Juan Pablo II: «la doctrina social de la Iglesia tiene una importante dimensión interdisciplinar» (11). La interdisciplinariedad es para la doctrina social de la Iglesia una vía para llegar al hombre y servirlo en los pliegues de la cultura, allí donde sus auténticas necesidades de justicia y de paz se encuentran con las disciplinas que proyectan y encauzan su futuro. La interdisciplinariedad es para la doctrina social una exigencia epistemológica y contemporáneamente una exigencia de amor y de servicio al hombre considerado en la plenitud de su vocación.
 
La unidad del saber
 
La unidad del saber, la vinculación de las diversas disciplinas en una interdisciplinariedad ordenada, la colaboración de la doctrina social de la Iglesia, que es a la vez un saber y un conjunto de saberes, con las otras disciplinas, es un servicio fundamental al hombre, porque «El aspecto sectorial del saber, en la medida en que comporta un acercamiento parcial a la verdad con la consiguiente fragmentación del sentido, impide la unidad interior del hombre contemporáneo» (12). La doctrina social de la Iglesia es un instrumento válido y autorizado para provocar que la luz del Evangelio, que es luz de caridad y de inteligencia, fecunde las disciplinas humanas y, en la legítima autonomía de métodos y lenguajes, anime también la construcción de una convivencia social de justicia, paz y desarrollo auténtico en la sociedad. Esto será posible en la medida que no se pierdan de vista las exigencias epistemológicas y antropológicas de la unidad del saber.

 
La doctrina social de la Iglesia es, en sí misma, interdisciplinar

 
Si la doctrina social posee una vocación al diálogo con las demás disciplinas dentro de la universidad del saber es debido a su íntima dimensión interdisciplinar, puesto que en ella se verifica el encuentro de la fe con la teología, la filosofía, las ciencias sociales, las ciencias históricas… ya la doctrina social de la Iglesia es una verdad articulada y unitaria. Por esto la vinculación con las demás disciplinas es sustancial, no accidental: la doctrina social de la Iglesia no puede no dialogar con los saberes porque ella misma es ya, en su interior, este diálogo. La fe, que es el elemento fuente de la doctrina social de la Iglesia, es también un conocer. La fe se vincula con la razón y con las razones, no desde fuera sino desde dentro, como expresión de una necesidad de verdad profundamente unitaria presente en la persona humana. Considero importante hacer notar este aspecto, a fin de que la fe, desde donde arranca la doctrina social de la Iglesia, no sea vista sólo como el momento de partida para el diálogo interdisciplinar, sino como una referencia que debe estar constantemente presente.

 
Las disciplinas implicadas en el diálogo interdisciplinar con la doctrina social de la Iglesia –la filosofía, la teología, las ciencias sociales y humanas– tienen igual dignidad, pero desarrollan funciones diversas. Al respecto me hago y les hago una pregunta: ¿en este momento, en nuestro panorama cultural, existe un ámbito disciplinar al que se deba prestar una atención particular, sin restar ninguna importancia a los demás? Interpretando las reflexiones de Benedicto XVI, creo que debemos insistir en modo particular en la filosofía y, particularmente, en la metafísica. Pienso que es allí que existe hoy una necesidad mayor de reflexión, porque sólo la metafísica nos da una apertura conceptual hacia la trascendencia, que en el momento actual es de fundamental importancia precisamente para afrontar la cuestión antropológica que hoy es ya la cuestión social, porque la fragmentación analítica tiene necesidad de ser recuperada en la síntesis. Quisiera señalar también la necesidad de retomar con valentía la reflexión sobre la política, que debe continuar a ejercer una función de orientación interdisciplinar hacia el bien común.

 
La cuestión social se ha vuelto la cuestión del hombre

 
Las posibilidades que la ciencia y la técnica ponen en las manos del hombre son tan poderosas que le permiten influir sobre la identidad misma de la persona. Los temas de la vida y de la muerte, de la naturaleza y de la cultura, del reconocer y del producir la realidad, también la realidad humana, emergen con fuerza inquietante y expresan una pregunta de sentido que implica los mismos fundamentos. Cuando, en la Evangelium vitae, Juan Pablo II comparaba a los obreros de los tiempos de la Rerum novarum con los niños a quienes hoy se les prohíbe existir mediante el aborto legalizado, señalaba precisamente esto: la cuestión social se ha vuelto ya la cuestión del hombre. Así las responsabilidades de la doctrina social de la Iglesia aumentan y se vuelve cada vez más necesario que ella intercepte a todos los saberes humanos, porque la construcción de una sociedad conforme a la dignidad de la persona no admite ya cerrazón sectorial alguna.

 
El tema de la relación entre la doctrina social de la Iglesia y los saberes del hombre, así como la promoción en las Universidades de este diálogo, debe abrirse camino. Para que esto suceda son necesarias ocasiones concretas, lugares adecuados y personas motivadas para hacerlo. La interdisciplinariedad es una teoría que debe puntualizar cuestiones epistemológicas delicadas, pero es también una praxis, una modalidad del trabajo intelectual y académico. Aprovecho esta sede para animarles a recorrer con firmeza este camino, para hacerles la propuesta de profundizar la relación entre la doctrina social de la Iglesia y algunas de las disciplinas que se enseñan en sus respectivas universidades. Esto permitiría entrar mayormente en lo específico de las problemáticas interdisciplinares, se provocarían ocasiones para favorecer una praxis de colaboración entre expertos de las diversas disciplinas y la doctrina social de la Iglesia. El primer resultado que se puede obtener es que la doctrina social sea reconocida como disciplina con la cual dialogar. Es ya éste un objetivo digno de compromiso. Es inútil esconder que, todavía hoy, existen al respecto muchos prejuicios, que tienden a excluir a la doctrina social de la Iglesia de las disciplinas que tienen una auténtica dignidad epistemológica. Uno de los argumentos que se presentan contra la aceptación de esta dimensión de la doctrina social es que, de esta manera, ella corre el riesgo de volverse una ideología. Mi pensamiento al respecto es exactamente opuesto: precisamente su apertura interdisciplinar muestra que la doctrina social de la Iglesia no es una ideología porque, para comenzar, la fe cristiana no es y no puede ser ideológica. Más bien, estos prejuicios testimonian lo ideológico de un saber que rechaza confrontarse con la fe cristiana y que esconde su temor acusando a la doctrina social de la Iglesia de no tener la dignidad de un saber. La praxis interdisciplinar puede ser muy útil, en lo concreto, para superar estos prejuicios que con frecuencia sostienen y alzan todavía muchas barreras.
  Necesidad de personas comprometidas

 
El diálogo interdisciplinar de la doctrina social de la Iglesia tiene necesidad de personas comprometidas, es decir, de profesores y expertos en diversas disciplinas, que puedan hacerse promotores de un fecundo diálogo entre la doctrina social de la Iglesia y las disciplinas del saber. Por experiencia sabemos que con frecuencia los expertos permanecen encerrados cada uno en su propia disciplina, lo cual sucede también entre los docentes de doctrina social de la Iglesia, que a veces no se abren a las ciencias sociales. Sucede también a los teólogos, a los filósofos, a los economistas, a los sociólogos… que conocen poco la doctrina social de la Iglesia. Con frecuencia en las universidades y en los lugares de investigación faltan los expertos en doctrina social de la Iglesia con los cuales los demás docentes puedan confrontarse. Nos encontramos aquí frente a un problema delicado, sobre el cual quisiera proponer una valoración propia. Sería necesario que la doctrina social de la Iglesia como disciplina encuentre una clara ubicación académica que la haga visible como tal y que permita a los docentes de otras disciplinas poder dirigirse, para el diálogo interdisciplinar, a una cátedra de doctrina social. Pienso que es importante favorecer este proceso; iniciarlo donde no exista y fortalecerlo donde ya se lleve a cabo.

 
Sólo personas convencidas de la necesidad del diálogo interdisciplinar pueden llevarlo adelante con eficacia. Este diálogo es necesario para la doctrina social y para que el Evangelio no se quede fuera de los espacios donde se elabora la cultura y se proyecta el futuro de la comunidad de los hombres. Si el Evangelio se queda fuera, «el hombre peligra porque los grandes y maravillosos conocimientos de la ciencia se hacen ambiguos: pueden abrir perspectivas importantes para el bien, para la salvación del hombre, pero también, como vemos, pueden convertirse en una terrible amenaza, en la destrucción del hombre y del mundo» (13). Muchas gracias.

 
Renato Raffaele Card. Martino
Presidente del Pontificio Consejo «Justicia y Paz»

 

 

 
NOTAS AL PIE

 
(1) BENEDICTO XVI, Discurso en la Universidad de Ratisbona, 12 de septiembre de 2006.
(2) Cf. STO. TOMÁS DE AQUINO, PL 191, 1651; 17, 258; 1-11, Q. 109, A. 1, AD 1.
(3) Cf. Compendio de la doctrina social de la Iglesia, 76 – 78.
(4) JUAN PABLO II, Carta enc. Fides et ratio, 85.
(5) IBÍDEM
(6) BENEDICTO XVI, Homilía en la explanada de Islin, Ratisbona, 12 de septiembre de 2006.
(7) ID., Discurso, Hofburg, Viena, 7 de septiembre de 2007.
(8) Cf. ID., Carta enc., Deus caritas est, 13.
(9) Cf. ID., Discurso a los participantes en el IV Convenio de Verona, 19 de octubre de 2006.
(10) Cf. Compendio de la doctrina social de la Iglesa, I parte, capítulo II.
(11) JUAN PABLO II, Carta enc. Centesimus annus, 59.
(12) JUAN PABLO II, Carta enc. Fides et ratio, 85.
(13) BENEDICTO XVI, Homilía en Mariazell, 8 de septiembre de 2007.

 

 

 

 
Encuentro con la Comisión Nacional Justicia y Paz

 
Universidad Católica Silva Henríquez
Santiago de Chile, 1º de octubre de 2008

 

 
Saludo con aprecio a todos y cada uno de los integrantes de la Comisión Nacional Justicia y Paz. Agradezco a todos Ustedes, en las personas de S.E. Mons. Manuel Camilo Vial y del Sr. Eugenio Díaz, la calurosa acogida que me están brindando durante mi visita a su querido país.

 
¿Cuál es la misión y los desafíos actuales de la Comisión Nacional de Justicia y Paz? Para responder a esta pregunta, es necesario no dejar de “mirar hacia dentro y hacia fuera”. Lo primero es mirar “hacia dentro”, es decir no dejar de fortalecer la identidad. Por lo que sé la Comisión tiene muy presente su identidad, por ello quiero sólo recordar algunos rasgos fundamentales que hay que cuidar siempre.

 
Uno de ellos es que las Comisiones Nacionales de Justicia y Paz deben buscar siempre mantener la fidelidad al Motu Proprio Iustitiam et Pacem de Pablo VI (10 de Diciembre de 1976). Se trata de la fidelidad al Concilio (Gaudium et spes, 90), y al Magisterio de los Sumos Pontífices (cf. Populorum Progressio, 5, a la Octogesima adveniens, 6, y a la Laborem exercens, 2).

 
Otro rasgo distintivo de las Comisiones Justicia y Paz, es que son un órgano de carácter pastoral al servicio de la Conferencia Episcopal en un determinado campo de la Pastoral. La Pastoral es una sola con varias dimensiones. Una de estas dimensiones es la pastoral social. La misión social de la Iglesia es parte de la evangelización. Se trata de la promoción humana y de la liberación; la promoción de la justicia y de la paz es una parte de la promoción humana, lo cual significa promover al hombre en todas sus relaciones: con Dios, con los demás (sociedad), consigo mismo, con la creación.

 
El ser de la Comisión se debe expresar siempre con claridad. Es decir, no se debe perder nunca de vista su identidad católica y mantener segura su integración directa en las estructuras pastorales de la Conferencia Episcopal, y su inmediata dependencia de ésta. Aquí en Chile vemos por ello que esta Comisión está integrada en el área de la Pastoral Social, presidida por S.E. Mons. Manuel Camilo Vial, Área que abarca otros órganos dedicados a la evangelización en el campo de la promoción humana y cristiana. Si se renuncia a esta identidad o no aparece clara, con facilidad se corre el riesgo de la politización y hasta el choque o el conflicto con la misma Iglesia. Por ello los Obispos, en comunión con el Papa, en la aplicación de la doctrina social de la Iglesia deben exponer con claridad los principios de este corpus doctrinal y con su autoridad al servicio de toda la verdad revelada, y para bien común de la Iglesia, velar para evitar contaminaciones ideológicas contrarias al Evangelio y a estos principios.

 
El Evangelio en ningún momento debe reducirse a un mero anuncio humanitario y político, por eso también la Comisión, en su trabajo a favor de los derechos humanos, no puede prescindir de la doctrina social de la Iglesia. Puede y debe, para conseguir sus finalidades disponer de diversos medios de estudio y análisis de los problemas, lo cual se debe hacer bajo diversos aspectos, sin perder la finalidad pastoral de la Comisión, para lo cual se requiere, principalmente, la fidelidad al Evangelio y el estudio, difusión y puesta en práctica de la doctrina social de la Iglesia.

 
En este sentido quiero recomendarles que sigan promoviendo el estudio y difusión del Compendio de la doctrina social de la Iglesia. Todo él, y de manera particular el capítulo III, es fundamental para sus tareas a favor de la promoción y defensa de la dignidad de la persona humana y de todos sus derechos. La luz de la Revelación que arrojan los principios de la doctrina social de la Iglesia, permitirá a la Comisión contemplar las cambiantes situaciones del mundo, confrontarlas con el plan de Dios y tomar decisiones para actuar sobre aquellas realidades que no son acordes con este plan porque lesionan la dignidad de la persona humana.

 
Toda la verdad sobre el hombre que conocemos por la revelación, se encuentra presente en la doctrina social de la Iglesia. La luz de la verdad del hombre, creado por Dios y redimido por Cristo, es una respuesta a una de las mayores debilidades de la sociedad contemporánea: la «inadecuada visión del hombre» (1). La Iglesia, a la luz de «la verdad sobre el hombre, revelada por Aquel mismo que conocía lo que en el hombre había (Jn 2, 25)»(2) mira las cuestiones sociales: la cuestión ambiental; la cuestión del super desarrollo y del subdesarrollo; el drama del hambre en el mundo; la cuestión de las estructuras económicas y financieras mundiales; la falta de empleo y de vivienda; la carrera de los armamentos y la cuestión de la paz mundial; la situación de la libertad religiosa en el mundo y el respeto de todos los derechos humanos; la comunidad política… Es esta también la perspectiva desde la cual la Comisión contemplará al hombre y encauzará su trabajo al servicio de la justicia, de la paz y de los derechos humanos. Perspectiva que la diferenciará de aquellas organizaciones no gubernamentales que también se dedican a la defensa de los derechos del hombre.

 
Tengo conocimiento de que esta Comisión tiene bien presente todo lo anterior. Recordar ante Ustedes algunas de las características que forman parte de la identidad de las Comisiones de Justicia y Paz, ha sido con el objeto de afianzar su identidad, para que puedan seguir con paso seguro mirando atentamente “hacia fuera”. Esta mirada, desde dentro hacia fuera, les permitirá una mayor y mejor individuación de los desafíos concretos de la realidad chilena que tocan su campo de trabajo. Muchas gracias.

 
RENATO RAFFAELE CARD. MARTINO
Presidente del Pontificio Consejo «Justicia y Paz» y del Pontificio Consejo para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes

 

 
NOTAS A PIE

 
(1) JUAN PABLO II, Discurso a la III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, Puebla , 28 de enero de 1979, I/ 9.
(2) Cf. IBID..







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