El Papa se despide de Francia deseando que en el país “reine la armonía y el progreso
humano, y que su Iglesia sea levadura en la masa para indicar con sabiduría y sin
temor quién es Dios”
Lunes, 15 sep (RV).- Al despedirse de Francia rumbo a Italia, donde ya ha llegado,
y tras saludar y dar gracias a todos los que han hecho posible este viaje apostólico,
Benedicto XVI ha recordado las etapas de este peregrinaje como un díptico. La primera
tabla, ha evocado el Papa, ha sido París donde “he alentado a que perseveren con valentía
viviendo las enseñanzas de Cristo y su Iglesia”.
La segunda tabla de este díptico
ha sido Lourdes, calificada por el Pontífice como “una luz en la oscuridad de nuestro
ir a tientas hacia Dios”. “Ante la gruta de Massabielle –ha proseguido explicando
Benedicto XVI- he rezado por la Iglesia, he orado por Francia y el mundo, he seguido
las cuatro etapas del camino del Jubileo y también he rezado con y por los enfermos.
Dios no los olvida y tampoco la Iglesia”.
“Que en Francia reine la armonía
y el progreso humano, y que su Iglesia sea levadura en la masa para indicar con sabiduría
y sin temor, de acuerdo a la misión que le compete, quién es Dios”, ha finalizado
el Papa expresando su deseo de regresar a esta tierra.
Crónica
DISCURSO
COMPLETO
Señor Primer Ministro, Queridos
Hermanos Cardenales y Obispos, Autoridades civiles y políticas presentes, Señoras
y Señores
En el momento de dejar -no sin pena- la
tierra francesa, les quedo muy agradecido por haber venido a saludarme, dándome así
la ocasión de expresar una vez más que este viaje a su País me ha alegrado de corazón.
Por su medio, Señor Primer Ministro, saludo al Señor Presidente de la República y
a los miembros de su Gobierno, así como a las autoridades civiles y militares que
no han escatimado esfuerzos para contribuir al buen desarrollo de estas jornadas de
gracia. Deseo manifestar mi sincera gratitud a los Hermanos en el Episcopado, al Cardenal
Vingt-Trois y a Monseñor Perrier, en particular, así como al personal de la Conferencia
de los Obispos de Francia. ¡Qué bueno es encontrarse entre hermanos! Agradezco también
cordialmente a los Señores Alcaldes y a los ayuntamientos de París y Lourdes. No olvido
a las Fuerzas del Orden y a los innumerables voluntarios que han ofrecido su tiempo
y competencia. Todos han trabajado con dedicación y ardor por el éxito de mis cuatro
días en vuestro País. Gracias de corazón.
Mi viaje
ha sido como un díptico. La primera tabla ha sido París, ciudad que conozco bien y
lugar de muchas reuniones importantes. Tuve la oportunidad de celebrar la Eucaristía
en el marco prestigioso de la explanada de los Inválidos. Allí encontré un pueblo
vivo de fieles, orgullosos y convencidos de su fe. Vine para alentarlos a que perseveren
con valentía viviendo las enseñanzas de Cristo y de su Iglesia. Pude rezar también
Vísperas con los sacerdotes, religiosos, religiosas, y con los seminaristas. He querido
confirmarlos en su vocación de servir a Dios y al prójimo. Pasé igualmente un momento,
demasiado breve pero intenso, con los jóvenes en la plaza de Notre–Dame. Su entusiasmo
y afecto me reconfortaron. Y, ¿cómo olvidar el significativo encuentro con el mundo
de la cultura en el Instituto de Francia y en el Collège des Bernardins? Considero
que la cultura y sus intérpretes son los vectores privilegiados del diálogo entre
la fe y la razón, entre Dios y el hombre.
La segunda
tabla del díptico ha sido un lugar emblemático, que atrae y cautiva a todo creyente.
Lourdes es como una luz en la oscuridad de nuestro ir a tientas hacia Dios. María
ha abierto una puerta a un más allá que nos cuestiona y seduce. María, Porta caeli.
He acudido a su escuela durante tres días. El Papa debía venir a Lourdes para celebrar
el 150 aniversario de las apariciones. Ante la gruta de Massabielle, he orado por
todos ustedes. He rezado por la Iglesia. He orado por Francia y el mundo. Las dos
Eucaristías celebradas en Lourdes me han permitido unirme a los fieles peregrinos.
Convertido en uno de ellos, he seguido las cuatro etapas del camino del Jubileo, visitando
la Iglesia parroquial, la prisión, la Gruta y finalmente la capilla de la hospedería.
También he rezado con y por los enfermos que vienen en busca de restablecimiento físico
y esperanza espiritual. Dios no los olvida, y tampoco la Iglesia. Como cualquier fiel
peregrino, he querido participar en la procesión con las antorchas y en la procesión
eucarística. En ellas se elevan a Dios súplicas y alabanzas. En Lourdes también se
reúnen periódicamente los obispos de Francia para orar juntos y celebrar la Eucaristía,
reflexionar y dialogar sobre su misión de Pastores. He querido compartir con ellos
mi convicción de que los tiempos son propicios para un retorno a Dios.
Señor
Primer Ministro, Hermanos Obispos y queridos amigos, que Dios bendiga a Francia. Que
en su suelo reine la armonía y el progreso humano, y que su Iglesia sea levadura en
la masa para indicar con sabiduría y sin temor, de acuerdo a la misión que le compete,
quién es Dios. Ha llegado el momento de dejarles. ¿Regresaré a su hermoso País? Es
mi deseo, deseo que encomiendo a Dios. Desde Roma, les estaré cercano y, cuando me
detenga ante la réplica de la Gruta de Lourdes, que se halla en los jardines del Vaticano
desde hace poco más de un siglo, les tendré presentes. Que Dios los bendiga.