Ángelus: el Papa subraya el amor maternal de la Virgen María, que desarma cualquier
orgullo, y su pureza, ante la que el hombre plantea sus preguntas y sus dudas y formula
sus esperanzas y deseos más secretos
Domingo, 14 sep (RV).- Tras la homilía el Santo Padre ha presidido el rezo mariano
del Ángelus, en su alocución previa, el Papa ha recordado el “sí” de María. Su pureza
acerca los corazones, y precisamente esa confianza en María es la que lleva a miles
de peregrinos a acercarse a Lourdes, ha matizado Benedicto XVI.
“Ante María,
precisamente por su pureza, el hombre no vacila a mostrarse en su fragilidad, a plantear
sus preguntas y sus dudas, a formular sus esperanzas y sus deseos más secretos. El
amor maternal de la Virgen María desarma cualquier orgullo; hace al hombre capaz de
verse tal como es y le inspira el deseo de convertirse para dar gloria a Dios”.
María
nos muestra de este modo la manera más adecuada de acercarnos al Señor, con sinceridad
y sencillez. “Gracias a ella –ha recordado el Papa- descubrimos que la fe cristiana
no es un fardo, sino que es como un ala que nos permite volar más alto para refugiarnos
en los brazos de Dios”. En este sentido el Papa ha invitado a permanecer siempre en
acción de gracias por lo que el Señor ha querido revelar de su designio salvador a
través del misterio de María.
“Santa María, tú que te apareciste aquí, hace
ciento cincuenta años, a la joven Bernadette, ‘tú eres la verdadera fuente de esperanza’
(Dante, Par., XXXIII,12). Como peregrinos confiados, llegados de todos los lugares,
venimos una vez más a sacar de tu Inmaculado Corazón fe y consuelo, gozo y amor, seguridad
y paz. ‘Monstra Te esse Matrem’. Muéstrate como una Madre para todos, oh María. Danos
a Cristo, esperanza del mundo. Amén”.
Y tras el rezo mariano del Ángelus y
el responso por los fieles difuntos, el Santo Padre, como es tradicional, ha saludado
a todos los presentes en varios idiomas. Éstas han sido sus palabras en español.
“Saludo cordialmente
a los peregrinos de lengua española que están aquí presentes para conmemorar el ciento
cincuenta aniversario de las apariciones de la Virgen en Lourdes. Siguiendo el ejemplo
de María Santísima, confiad siempre en Dios y poned vuestras vidas en sus manos de
Padre. No os canséis de rezar, dando gracias al Señor por los beneficios recibidos
y pidiendo constantemente el don de ser discípulos auténticos de Jesús, misioneros
audaces de su Evangelio, sembradores de esperanza y testigos de la caridad. Feliz
domingo a todos. Que Dios os bendiga y acompañe”.
ÁNGELUS
– TEXTO COMPLETO
Queridos peregrinos, Queridos
hermanos y hermanas
Cada día, la oración del Ángelus
nos ofrece la posibilidad de meditar unos instantes, en medio de nuestras actividades,
en el misterio de la encarnación del Hijo de Dios. A mediodía, cuando las primeras
horas del día comienzan a hacer sentir el peso de la fatiga, nuestra disponibilidad
y generosidad se renuevan gracias a la contemplación del “sí” de María. Ese “sí” limpio
y sin reservas se enraíza en el misterio de la libertad del María, libertad plena
y total ante Dios, sin ninguna complicidad con el pecado, gracias al privilegio de
su Inmaculada Concepción.
Este privilegio concedido
a María, que la distingue de nuestra condición común, no la aleja, más bien al contrario
la acerca a nosotros. Mientras que el pecado divide, nos separa unos de otros, la
pureza de María la hace infinitamente cercana a nuestros corazones, atenta a cada
uno de nosotros y deseosa de nuestro verdadero bien. Estáis viendo, aquí, en Lourdes,
como en todos los santuarios marianos, que multitudes inmensas llegan a los pies de
María para confiarle lo que cada uno tiene de más íntimo, lo que lleva especialmente
en su corazón. Lo que, por miramiento o por pudor, muchos no se atreven a veces a
confiar ni siquiera a los que tienen más cerca, lo confían a Aquella que es toda pura,
a su Corazón Inmaculado: con sencillez, sin fingimiento, con verdad. Ante María, precisamente
por su pureza, el hombre no vacila a mostrarse en su fragilidad, a plantear sus preguntas
y sus dudas, a formular sus esperanzas y sus deseos más secretos. El amor maternal
de la Virgen María desarma cualquier orgullo; hace al hombre capaz de verse tal como
es y le inspira el deseo de convertirse para dar gloria a Dios.
María
nos muestra de este modo la manera adecuada de acercarnos al Señor. Ella nos enseña
a acercarnos a Él con sinceridad y sencillez. Gracias a Ella, descubrimos que la fe
cristiana no es un fardo, sino que es como una ala que nos permite volar más alto
para refugiarnos en los brazos de Dios.
La vida
y la fe del pueblo creyente manifiestan que la gracia de la Inmaculada Concepción
hecha a María no es sólo una gracia personal, sino para todos, una gracia hecha al
entero pueblo de Dios. En María, la Iglesia puede ya contemplar lo que ella está llamada
a ser. En Ella, cada creyente puede contemplar desde ahora la realización cumplida
de su vocación personal. Que cada uno de nosotros permanezca siempre en acción de
gracias por lo que el Señor ha querido revelar de su designio salvador a través del
misterio de María. Misterio en el que estamos todos implicados de la más impresionante
de las maneras, ya que desde lo alto de la Cruz, que celebramos y exaltamos hoy, Jesús
mismo nos ha revelado que su Madre es Madre nuestra. Como hijos e hijas de María,
aprovechemos todas las gracias que le han sido concedidas, y la dignidad incomparable
que le procura su Concepción Inmaculada redunda sobre nosotros, sus hijos.
Aquí,
muy cerca de la gruta, y en comunión especial con todos los peregrinos presentes en
los santuarios marianos y con todos los enfermos de cuerpo o alma que buscan consuelo,
bendecimos al Señor por la presencia de María en medio de su pueblo y a Ella dirigimos
con fe nuestra oración:
“Santa María, tú que te
apareciste aquí, hace ciento cincuenta años, a la joven Bernadette, ‘tú eres la verdadera
fuente de esperanza’ (Dante, Par., XXXIII,12). Como peregrinos confiados,
llegados de todos los lugares, venimos una vez más a sacar de tu Inmaculado Corazón
fe y consuelo, gozo y amor, seguridad y paz. ‘Monstra Te esse Matrem’. Muéstrate como
una Madre para todos, oh María. Danos a Cristo, esperanza del mundo. Amén”.