El Papa considera fundamental insistir en la distinción entre el ámbito político y
el religioso y subraya el actual régimen de libertad de la Iglesia en Francia y cómo
«la desconfianza del pasado se ha transformado en un diálogo sereno y positivo»
Viernes, 12 sep (RV).- Benedicto XVI se encuentra en Francia, por primera vez como
Papa «testigo de un Dios que ama y salva» y como Pontífice «se esfuerza por ser sembrador
de caridad y esperanza». Lo ha destacado él mismo en su primer discurso en París,
en el Palacio del Elíseo, dando comienzo así a su peregrinación a Lourdes, para celebrar
el 150 aniversario de las apariciones de la Virgen María.
“Deseo unirme a
la incontable muchedumbre de peregrinos de todo el mundo que llegan a lo largo de
este año al santuario mariano, animados por la fe y el amor. Es una fe, es un amor
que deseo celebrar en su país, durante las cuatro jornadas de gracia que podré pasar
aquí”.
Reiterando su aprecio por el gran patrimonio de cultura y de fe que
ha fraguado Francia durante siglos, brindando grandes figuras también a la Iglesia
y al mundo, el Santo Padre se ha referido a las raíces cristianas de esta nación y
de Europa y ha recordado las palabras del presidente francés en Roma, el pasado mes
de diciembre.
«Implantada en época antigua en vuestro país, la Iglesia ha jugado
un papel civilizador que me es grato resaltar en este lugar... Transmisión de la cultura
antigua a través de monjes, profesores y amanuenses, formación del corazón y del espíritu
en el amor al pobre, ayuda a los más desamparados mediante la fundación de numerosas
congregaciones religiosas, la contribución de los cristianos a la organización de
instituciones de las Galias, posteriormente de Francia, es sabido más que de sobra
para no tener que recordarlo. Los millares de capillas, iglesias, abadías y catedrales
que adornan el corazón de vuestras ciudades o la soledad de vuestras tierras son signo
elocuente de cómo vuestros padres en la fe quisieron honrar a Aquel que les había
dado la vida y que nos mantiene en la existencia.
Acerca de las relaciones
de la Iglesia con el Estado, Benedicto XVI ha recordado también en París que «Cristo
ya ofreció el criterio para encontrar una justa solución a este problema al responder
a una pregunta que le hicieron afirmando: “Dad al César lo que es del César y a Dios
lo que es de Dios” (Mc 12,17)».
Tras señalar que «la Iglesia en Francia
goza actualmente de un régimen de libertad» y que «la desconfianza del pasado se ha
transformado paulatinamente en un diálogo sereno y positivo, que se consolida cada
vez más», el Papa se ha referido a la expresión “laicidad positiva” empleada por el
mismo presidente Sarkozy.
«En este momento histórico en el que las culturas
se entrecruzan cada vez más entre ellas, estoy profundamente convencido de que una
nueva reflexión sobre el significado auténtico y sobre la importancia de la laicidad
es cada vez más necesaria. En efecto, es fundamental, por una parte, insistir en la
distinción entre el ámbito político y el religioso para tutelar tanto la libertad
religiosa de los ciudadanos, como la responsabilidad del Estado hacia ellos y, por
otra parte, adquirir una más clara conciencia de las funciones insustituibles de la
religión para la formación de las conciencias y de la contribución que puede aportar,
junto a otras instancias, para la creación de un consenso ético de fondo en la sociedad».
Luego,
Benedicto XVI ha destacado su anhelo de testimoniar el amor y la esperanza de Dios,
que tanto necesita el mundo de hoy.
«El Papa, testigo de un Dios que ama y
salva, se esfuerza por ser sembrador de caridad y esperanza. Toda sociedad humana
tiene necesidad de esperanza, y esta necesidad es todavía más fuerte en el mundo de
hoy que ofrece pocas aspiraciones espirituales y pocas certezas materiales. Los jóvenes
son mi mayor preocupación».
Algunos jóvenes tienen dificultad en encontrar
una orientación que les convenga o sufren una pérdida de referencia en su vida familiar.
Otros experimentan todavía los límites de un pluralismo religioso que los condiciona.
A veces marginados y a menudo abandonados a sí mismos, son frágiles y tienen que hacer
frente solos a una realidad que les sobrepasa. Hay, pues, que ofrecerles un buen marco
educativo y animarlos a respetar y ayudar a los otros, para que lleguen serenamente
a la edad de la responsabilidad. La Iglesia – ha recordado el Papa - puede aportar
en este campo una contribución específica.
Entre sus preocupaciones, Benedicto
XVI ha mencionado también «la situación social de occidente, por desgracia marcada
por un avance solapado de la distancia entre ricos y pobres».
«Estoy seguro
que es posible encontrar soluciones justas que, sobrepasando la inmediata ayuda necesaria,
vayan al corazón de los problemas, para proteger a los débiles y fomentar su dignidad.
A través de numerosas instituciones y actividades, la Iglesia, igual que numerosas
asociaciones en vuestro país, trata con frecuencia de remediar lo inmediato, pero
es al Estado al que compete legislar para erradicar las injusticias».
En
un contexto mucho más amplio, el Papa ha expresado su preocupación por el estado de
nuestro planeta: «Con gran generosidad, Dios nos ha confiado el mundo que Él ha creado.
Hay que aprender a respetarlo y protegerlo aún más. Me parece que ha llegado el momento
de hacer propuestas más constructivas para garantizar el bien de las generaciones
futuras».
Antes de concluir su denso discurso, el Papa ha señalado que el ejercicio
de la Presidencia de la Unión Europea es para Francia Una ocasión de dar testimonio
de su compromiso, de acuerdo a su noble tradición, con los derechos humanos y su promoción
para el bien de la persona y la sociedad.
«Cuando el europeo llegue a experimentar
personalmente que los derechos inalienables del ser humano, desde su concepción hasta
su muerte natural, así como los concernientes a su educación libre, su vida familiar,
su trabajo, sin olvidar naturalmente sus derechos religiosos, cuando este europeo,
por tanto, entienda que estos derechos, que constituyen una unidad indisociable, están
siendo promovidos y respetados, entonces comprenderá plenamente la grandeza de la
construcción de la Unión y llegará a ser su artífice activo. Señor Presidente, la
tarea que os incumbe no es fácil. Los tiempos son inciertos, y es una empresa ardua
vislumbrar la justa vía entre los meandros de la cotidianeidad social y económica,
nacional e internacional. En particular, frente al peligro del resurgir de viejos
recelos, tensiones y contraposiciones entre las Naciones, de las que hoy somos testigos
con preocupación, Francia, históricamente sensible a la reconciliación entre los pueblos,
está llamada a ayudar a Europa a construir la paz dentro de sus fronteras y en el
mundo entero.
«A este respecto, es importante promover una unidad que no puede
ni quiere transformarse en uniformidad, sino que sea capaz de garantizar el respeto
de las diferencias nacionales y de las tradiciones culturales, que constituyen una
riqueza en la sinfonía europea, recordando, por otra parte, que “la propia identidad
nacional no se realiza sino es en apertura con los demás pueblos y por la solidaridad
con ellos” (Exhortación Apostólica Ecclesia in Europa, n. 112)» ha subrayado Benedicto
XVI, afirmando que confía en que Francia «cooperará cada vez más a que este siglo
progrese hacia la serenidad, la armonía y la paz».
Y desde Francia nuestro
compañero nos ha comentado la llegada del Papa a Paris, y la recepción de Benedicto
XVI en el Elíseo.
Crónica de la llegada Crónica
de la recepción de Benedicto XVI en el Elíseo
DISCURSO
COMPLETO
Señor Presidente, Señoras y Señores, queridos
amigos
Al pisar el suelo de Francia por vez primera
desde que la providencia me llamó a la Sede de Pedro, me ha emocionado y honrado la
calurosa acogida que me han brindado. Le estoy muy agradecido, Señor Presidente, por
la cordial invitación que me hizo para visitar su país, así como por las amables palabras
de bienvenida que acaba de dirigirme. ¿Cómo no recordar la visita que Vuestra Excelencia
me hizo en el Vaticano hace nueve meses? Por su medio, saludo a todos los habitantes
de este país con una historia milenaria, un presente rico de acontecimientos y un
porvenir prometedor. Sepan que Francia está a menudo en el corazón de la oración del
Papa, que no puede olvidar lo que ella ha aportado a la Iglesia a lo largo de los
pasados veinte siglos. La razón primera de mi viaje es la celebración del ciento cincuenta
aniversario de las apariciones de la Virgen María, en Lourdes. Deseo unirme a la incontable
muchedumbre de peregrinos de todo el mundo que llegan a lo largo de este año al santuario
mariano, animados por la fe y el amor. Es una fe, es un amor que deseo celebrar en
su país, durante las cuatro jornadas de gracia que podré pasar aquí.
Mi
peregrinación a Lourdes debía pasar por París. Su capital me es familiar y la conozco
bastante. A menudo he estado aquí y, a lo largo de los años, por causa de mis estudios
y responsabilidades anteriores, he hecho buenas amistades humanas e intelectuales.
Vuelvo con alegría, feliz por la oportunidad que se me presenta de homenajear el imponente
patrimonio de cultura y de fe que ha fraguado su país de manera espléndida durante
siglos y que ha dado al mundo grandes figuras de servidores de la Nación y de la Iglesia,
cuyo magisterio y ejemplo han traspasado vuestras fronteras geográficas y nacionales
para dejar su huella en el mundo. Durante su visita a Roma, Señor Presidente, Usted
ha recordado que las raíces de Francia, como las de Europa, son cristianas. Basta
la historia para demostrarlo: desde sus orígenes, su País ha recibido el mensaje del
Evangelio. Aunque a veces carezcamos de documentación, consta fehacientemente la existencia
de comunidades cristianas en las Galias desde una fecha muy lejana: ¡cómo no recordar
sin emoción que la ciudad de Lión tenía ya obispo a mediados del siglo II y que San
Ireneo, autor de Adversus haereses, dio un testimonio elocuente de la robustez del
pensamiento cristiano! Ahora bien, san Ireneo vino de Esmirna para predicar la fe
en Cristo resucitado. Lión tenía un obispo cuya lengua materna era el griego: ¡qué
signo tan hermoso de la naturaleza y destino universales del mensaje cristiano! Implantada
en época antigua en vuestro país, la Iglesia ha jugado un papel civilizador que me
es grato resaltar en este lugar. Usted mismo hizo alusión a él en su discurso en el
Palacio de Letrán el pasado mes de diciembre. Transmisión de la cultura antigua a
través de monjes, profesores y amanuenses, formación del corazón y del espíritu en
el amor al pobre, ayuda a los más desamparados mediante la fundación de numerosas
congregaciones religiosas, la contribución de los cristianos a la organización de
instituciones de las Galias, posteriormente de Francia, es sabido más que de sobra
para no tener que recordarlo. Los millares de capillas, iglesias, abadías y catedrales
que adornan el corazón de vuestras ciudades o la soledad de vuestras tierras son signo
elocuente de cómo vuestros padres en la fe quisieron honrar a Aquel que les había
dado la vida y que nos mantiene en la existencia.
Numerosas
personas, también aquí en Francia, se han detenido para reflexionar acerca de las
relaciones de la Iglesia con el Estado. Ciertamente, en torno a las relaciones entre
campo político y campo religioso, Cristo ya ofreció el criterio para encontrar una
justa solución a este problema al responder a una pregunta que le hicieron afirmando:
“Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Mc 12,17). La Iglesia
en Francia goza actualmente de un régimen de libertad. La desconfianza del pasado
se ha transformado paulatinamente en un diálogo sereno y positivo, que se consolida
cada vez más. Un instrumento nuevo de diálogo existe desde el 2002 y tengo gran confianza
en su trabajo porque la buena voluntad es recíproca. Sabemos que quedan todavía pendientes
ciertos temas de diálogo que hará falta afrontar y afinar poco a poco con determinación
y paciencia. Por otra parte, Usted, Señor Presidente, utilizó la expresión “laicidad
positiva” para designar esta comprensión más abierta. En este momento histórico en
el que las culturas se entrecruzan cada vez más entre ellas, estoy profundamente convencido
de que una nueva reflexión sobre el significado auténtico y sobre la importancia de
la laicidad es cada vez más necesaria. En efecto, es fundamental, por una parte, insistir
en la distinción entre el ámbito político y el religioso para tutelar tanto la libertad
religiosa de los ciudadanos, como la responsabilidad del Estado hacia ellos y, por
otra parte, adquirir una más clara conciencia de las funciones insustituibles de la
religión para la formación de las conciencias y de la contribución que puede aportar,
junto a otras instancias, para la creación de un consenso ético de fondo en la sociedad.
El
Papa, testigo de un Dios que ama y salva, se esfuerza por ser sembrador de caridad
y esperanza. Toda sociedad humana tiene necesidad de esperanza, y esta necesidad es
todavía más fuerte en el mundo de hoy que ofrece pocas aspiraciones espirituales y
pocas certezas materiales. Los jóvenes son mi mayor preocupación. Algunos de ellos
tienen dificultad en encontrar una orientación que les convenga o sufren una pérdida
de referencia en su vida familiar. Otros experimentan todavía los límites de un pluralismo
religioso que los condiciona. A veces marginados y a menudo abandonados a sí mismos,
son frágiles y tienen que hacer frente solos a una realidad que les sobrepasa. Hay,
pues, que ofrecerles un buen marco educativo y animarlos a respetar y ayudar a los
otros, para que lleguen serenamente a la edad de la responsabilidad. La Iglesia puede
aportar en este campo una contribución específica. La situación social de occidente,
por desgracia marcada por un avance solapado de la distancia entre ricos y pobres,
también me preocupa. Estoy seguro que es posible encontrar soluciones justas que,
sobrepasando la inmediata ayuda necesaria, vayan al corazón de los problemas, para
proteger a los débiles y fomentar su dignidad. A través de numerosas instituciones
y actividades, la Iglesia, igual que numerosas asociaciones en vuestro país, trata
con frecuencia de remediar lo inmediato, pero es al Estado al que compete legislar
para erradicar las injusticias. En un contexto mucho más amplio, Señor Presidente,
me preocupa igualmente el estado de nuestro planeta. Con gran generosidad, Dios nos
ha confiado el mundo que Él ha creado. Hay que aprender a respetarlo y protegerlo
aún más. Me parece que ha llegado el momento de hacer propuestas más constructivas
para garantizar el bien de las generaciones futuras.
El
ejercicio de la Presidencia de la Unión Europea es la ocasión para vuestro país de
dar testimonio del compromiso de Francia, de acuerdo a su noble tradición, con los
derechos humanos y su promoción para el bien de la persona y la sociedad. Cuando el
europeo llegue a experimentar personalmente que los derechos inalienables del ser
humano, desde su concepción hasta su muerte natural, así como los concernientes a
su educación libre, su vida familiar, su trabajo, sin olvidar naturalmente sus derechos
religiosos, cuando este europeo, por tanto, entienda que estos derechos, que constituyen
una unidad indisociable, están siendo promovidos y respetados, entonces comprenderá
plenamente la grandeza de la construcción de la Unión y llegará a ser su artífice
activo. Señor Presidente, la tarea que os incumbe no es fácil. Los tiempos son inciertos,
y es una empresa ardua vislumbrar la justa vía entre los meandros de la cotidianeidad
social y económica, nacional e internacional. En particular, frente al peligro del
resurgir de viejos recelos, tensiones y contraposiciones entre las Naciones, de las
que hoy somos testigos con preocupación, Francia, históricamente sensible a la reconciliación
entre los pueblos, está llamada a ayudar a Europa a construir la paz dentro de sus
fronteras y en el mundo entero. A este respecto, es importante promover una unidad
que no puede ni quiere transformarse en uniformidad, sino que sea capaz de garantizar
el respeto de las diferencias nacionales y de las tradiciones culturales, que constituyen
una riqueza en la sinfonía europea, recordando, por otra parte, que “la propia identidad
nacional no se realiza sino es en apertura con los demás pueblos y por la solidaridad
con ellos” (Exhortación Apostólica Ecclesia in Europa, n. 112). Confío que vuestro
país cooperará cada vez más a que este siglo progrese hacia la serenidad, la armonía
y la paz.
Señor Presidente, queridos amigos, deseo
una vez más manifestar mi agradecimiento por este encuentro. Cuenten con mi plegaria
ferviente por su hermosa Nación, para que Dios le conceda paz y prosperidad, libertad
y unidad, igualdad y fraternidad. Encomiendo estos deseos a la intercesión maternal
de la Virgen María, patrona principal de Francia. ¡Que Dios bendiga a Francia y a
todos los franceses!