Benedicto XVI confía a los jóvenes la Cruz de Cristo que a veces pone en peligro en
cierta medida la seguridad humana, pero manifiesta, también y sobre todo, la gracia
de Dios y confirma la salvación
Viernes, 12 ago (RV).- Antes de abandonar la catedral de Notre Dame y dar inicio a
la Vigilia de Oración, Benedicto XVI ha querido dirigir un saludo a los jóvenes allí
congregados. El Santo Padre ha destacado dos temas en su discurso a los jóvenes, por
un lado recordar la importancia del Espíritu Santo y por otro, el orgullo con el que
hay que llevar la Cruz.
Recordando el mensaje de la pasada Jornada Mundial
de la Juventud celebrada en Sydney donde el Espíritu Santo fue el tema central, el
Papa ha invitado a “volver a Dios para aprender a amar y para tener la fuerza de amar”.
“Todos buscáis la verdad y queréis vivir en ella –ha exhortado el Papa- Cristo es
esta verdad. Él es el único Camino, la única Verdad y la verdadera Vida”.
En
este sentido el Papa ha instado a los jóvenes a “confiar en el Espíritu Santo para
descubrir a Cristo. El Espíritu es la guía necesaria de la oración, el alma de nuestra
esperanza y el manantial de la genuina alegría”. Para ahondar en estas verdades de
fe, el Pontífice ha invitado a meditar “en la grandeza del sacramento de la Confirmación”,
llamando a anunciar a Cristo a las familias y amigos, en los lugares de estudio, trabajo
y ocio. “No tengáis miedo –ha exclamado Benedicto XVI- tened ‘la valentía de vivir
el Evangelio y la audacia de proclamarlo’ (Mensaje a los jóvenes del mundo, 20 de
julio de 2007)”.
Pidiendo una vez más a los jóvenes que lleven la Buena Noticia
a sus coetáneos, el Papa ha expresado la confianza de la Iglesia en ellos, pasando
después a exaltar la importancia de la Cruz. “El domingo, en Lourdes, celebraré la
Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz junto con una multitud de peregrinos –ha
dicho el Pontífice- Muchos de vosotros lleváis colgada del cuello una cadena con una
cruz. También yo llevo una, como por otra parte todos los Obispos. No es un adorno
ni una joya. Es el precioso símbolo de nuestra fe, el signo visible y material de
la vinculación a Cristo”.
Para los cristianos, la Cruz simboliza la sabiduría
de Dios y su amor infinito revelado en el don redentor de Cristo muerto y resucitado
para la vida del mundo, en particular, para la vida de cada uno. “Que este descubrimiento
impresionante –ha matizado el Papa- os aliente a respetar y venerar la Cruz. Que no
es sólo el signo de vuestra vida en Dios y de vuestra salvación, sino también –lo
sabéis- el testigo mudo de los padecimientos de los hombres y, al mismo tiempo, la
expresión única y preciosa de todas sus esperanzas”.
Benedicto XVI ha reconocido
que venerar la Cruz a veces también lleva consigo el escarnio e incluso la persecución,
“la Cruz –ha dicho- pone en peligro en cierta medida la seguridad humana, pero manifiesta,
también y sobre todo, la gracia de Dios y confirma la salvación. Esta tarde os confío
la Cruz de Cristo”.
Antes de dar inicio a la Vigilia Benedicto XVI ha instado
a los jóvenes a no olvidar los dos tesoros que les ha presentado, y concluyendo ha
depositado una vez más en ellos su confianza, esperando que experimenten hoy y mañana
la estima y el afecto de la Iglesia.
Crónica del encuentro
A
continuación les ofrecemos el texto íntegro del mensaje: Queridos jóvenes
Después
del recogimiento orante de las Vísperas en Notre-Dame, os saludo esta tarde con entusiasmo,
dando de este modo un carácter festivo y muy simpático a este encuentro. Éste me recuerda
el inolvidable del pasado julio en Sidney, en el cual algunos de vosotros participasteis
con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud. Esta tarde, quisiera hablaros de
dos temas profundamente vinculados el uno al otro, que constituyen un auténtico tesoro
en donde podéis poner vuestro corazón (cf. Mt 6,21).
El primero se refiere
al escogido para Sidney, que es también el de la vigilia de oración que va a comenzar
dentro de unos instantes. Se trata del pasaje sacado de los Hechos de los Apóstoles,
libro que algunos llaman muy justamente el Evangelio del Espíritu Santo: “Cuando el
Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos”
(Hch 1,8). Sidney hizo redescubrir a muchos jóvenes la importancia del Espíritu Santo
en la vida del cristiano. El Espíritu nos pone en contacto íntimo con Dios, en quien
se encuentra la fuente de toda auténtica riqueza humana. Todos buscáis amar y ser
amados. Tenéis que volver a Dios para aprender a amar y para tener la fuerza de amar.
El Espíritu, que es Amor, puede abrir vuestros corazones para recibir el don del amor
auténtico. Todos buscáis la verdad y queréis vivir de ella. Cristo es esta verdad.
Él es el único Camino, la única Verdad y la verdadera Vida. Seguir a Cristo significa
realmente “remar mar a dentro”, como dicen varias veces los Salmos. El camino de la
Verdad es uno y al mismo tiempo múltiple, según los diversos carismas, como la Verdad
es una y al mismo tiempo de una riqueza inagotable. Confiad en el Espíritu Santo para
descubrir a Cristo. El Espíritu es el guía necesario de la oración, el alma de nuestra
esperanza y el manantial de la genuina alegría.
Para ahondar en estas verdades
de fe, os invito a meditar en la grandeza del sacramento de la Confirmación que habéis
recibido y que os introduce en una vida de fe adulta. Es urgente comprender cada vez
mejor este sacramento para comprobar la calidad y la hondura de vuestra fe y para
robustecerla. El Espíritu Santo os acerca al misterio de Dios y os hace comprender
quién es Dios. Os invita a ver en el prójimo al hermano que Dios os ha dado para vivir
en comunión con él, humana y espiritualmente, para vivir, por tanto, como Iglesia.
Al revelaros quién es Cristo muerto y resucitado por nosotros, nos impulsa a dar testimonio
de Él. Estáis en la edad de la generosidad. Es urgente hablar de Cristo a vuestro
alrededor, a vuestras familias y amigos, en vuestros lugares de estudio, de trabajo
o de ocio. No tengáis miedo. Tened “la valentía de vivir el Evangelio y la audacia
de proclamarlo” (Mensaje a los jóvenes del mundo, 20 de julio de 2007). Os aliento,
pues, a tener las palabras justas para anunciar a Dios a vuestro alrededor, respaldando
vuestro testimonio con la fuerza del Espíritu suplicada en la plegaria. Llevad la
Buena Noticia a los jóvenes de vuestra edad y también a los otros. Ellos conocen las
turbulencias de la afectividad, la preocupación y la incertidumbre con respecto al
trabajo y a los estudios. Afrontan sufrimientos y tienen experiencia de alegrías únicas.
Dad testimonio de Dios, porque, en cuanto jóvenes, formáis parte plenamente de la
comunidad católica en virtud de vuestro Bautismo y por la común profesión de fe (cf.
Ef 4,5). Quiero deciros que la Iglesia confía en vosotros.
En este año
dedicado a San Pablo, quisiera confiaros un segundo tesoro, que estaba en el centro
de la vida de este Apóstol fascinante: se trata del misterio de la Cruz. El domingo,
en Lourdes, celebraré la Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz junto con una multitud
de peregrinos. Muchos de vosotros lleváis colgada del cuello una cadena con una cruz.
También yo llevo una, como por otra parte todos los Obispos. No es un adorno ni una
joya. Es el precioso símbolo de nuestra fe, el signo visible y material de la vinculación
a Cristo. San Pablo habla claramente de la cruz al principio de su primera carta a
los Corintios. En Corinto, vivía una comunidad alborotada y revuelta, expuesta a los
peligros de la corrupción de las costumbres imperantes. Peligros parecidos a los que
hoy conocemos. No citaré nada más que los siguientes: las querellas y luchas en el
seno de la comunidad creyente, la seducción que ofrecen pseudo sabidurías religiosas
o filosóficas, la superficialidad de la fe y la moral disoluta. San Pablo comienza
la carta escribiendo: “El mensaje de la cruz es necedad para los que están en vías
de perdición; pero, para los que están en vías de salvación –para nosotros- es fuerza
de Dios” (1 Co 1,18). Después, el Apóstol muestra la singular oposición que existe
entre la sabiduría y la locura, según Dios y según los hombres. Habla de ello cuando
evoca la fundación de la Iglesia en Corinto y a propósito de su propia predicación.
Concluye insistiendo en la hermosura de la sabiduría de Dios que Cristo y, tras de
Él, sus Apóstoles enseñan al mundo y a los cristianos. Esta sabiduría, misteriosa
y escondida (cf. 1 Co 2,7), nos ha sido revelada por el Espíritu, porque “a nivel
humano uno no capta lo que es propio del Espíritu de Dios, le parece una locura; no
es capaz de percibirlo porque sólo se puede juzgar con el criterio del Espíritu” (1
Co 2,14).
El Espíritu abre a la inteligencia humana nuevos horizontes que
la superan y le hace comprender que la única sabiduría verdadera reside en la grandeza
de Cristo. Para los cristianos, la Cruz simboliza la sabiduría de Dios y su amor infinito
revelado en el don redentor de Cristo muerto y resucitado para la vida del mundo,
en particular, para la vida de cada uno. Que este descubrimiento impresionante os
aliente a respetar y venerar la Cruz. Que no es sólo el signo de vuestra vida en Dios
y de vuestra salvación, sino también –lo sabéis- el testigo mudo de los padecimientos
de los hombres y, al mismo tiempo, la expresión única y preciosa de todas sus esperanzas.
Queridos jóvenes, sé que venerar la Cruz a veces también lleva consigo el escarnio
e incluso la persecución. La Cruz pone en peligro en cierta medida la seguridad humana,
pero manifiesta, también y sobre todo, la gracia de Dios y confirma la salvación.
Esta tarde os confío la Cruz de Cristo. El Espíritu Santo os hará comprender su misterio
de amor y podréis exclamar con San Pablo: “Dios me libre de gloriarme si no es en
la cruz de nuestro Señor Jesucristo, en la cual el mundo está crucificado para mí,
y yo para el mundo” (Gál 6,14). Pablo había entendido la palabra de Jesús –aparentemente
paradójica- según la cual sólo entregando (“perdiendo”) la propia vida se puede encontrarla
(cf. Mc 8,35; Jn 12,24) y de ello había sacado la conclusión de que la Cruz manifiesta
la ley fundamental del amor, la fórmula perfecta de la vida verdadera. Que a algunos
la profundización en el misterio de la Cruz os permita descubrir la llamada a servir
a Cristo de manera más total en la vida sacerdotal o religiosa.
Es el momento
de comenzar la vigilia de oración, para la que os habéis reunido esta tarde. No olvidéis
los dos tesoros que el Papa os ha presentado esta tarde: el Espíritu Santo y la Cruz.
Para concluir, deciros una vez más que confío en vosotros, queridos jóvenes, y que
quisiera que experimentarais hoy y mañana la estima y el afecto de la Iglesia. Que
Dios os acompañe cada día y que os bendiga, así como a vuestros familiares y amigos.
Complacido, os imparto la Bendición Apostólica, que extiendo a todos los jóvenes de
Francia.