Análisis del Año Santo Paulino por el teólogo y ecumenista P. Pedro Langa Aguilar
Lunes, 25 ago (RV).- Abierto el pasado 28 de junio en la Basílica de San Pablo
Extramuros el Año Paulino, entrevistamos a nuestro colaborador, el teólogo y ecumenista
agustino P. Pedro Langa Aguilar, para que explique a nuestros oyentes algunos aspectos
importantes del Año Jubilar. Quisiéramos, Padre Langa, que hoy se centre usted en
los objetivos del Año de San Pablo.
PL.
– Lo haré de buen grado y sin esfuerzo, puesto que los enunció con meridiana claridad
Benedicto XVI en la homilía de Vísperas: «para escuchar al Apóstol como nuestro maestro
en la fe y en la verdad». Y es que San Pablo no es historia pasada, sino que quiere
hablar con nosotros hoy. De ahí que debamos mirar con él «hacia el futuro, hacia todos
los pueblos y todas las generaciones». Aspectos destacables suyos, hay muchos. El
Papa subrayó tres: su amor a Cristo y su valentía predicando el Evangelio; su experiencia
de la unidad de la Iglesia con Jesucristo, y su conciencia de que el sufrimiento va
inseparablemente unido a la evangelización.
Del primero cabe decir, efectivamente,
que la fe de Pablo en Gálatas «es la experiencia del ser amado por Jesucristo de manera
totalmente personal… Su fe es el impacto del amor de Dios sobre su corazón, cuya experiencia
le empujó a través de las dificultades. Pablo era alguien capaz de amar, y todo su
obrar y sufrir se explica a partir de este centro». Su fe consiste en ser conquistado
por el amor de Jesucristo, un amor, éste, que lo conmueve en lo más íntimo y lo transforma.
No es su fe, por eso, una teoría, una opinión sobre Dios y sobre el mundo. Opiniones,
al fin, puede haber muchas, y brotan en última instancia de la subjetividad. No. Su
fe es el impacto del amor de Dios en su corazón, donde se resuelve en amor a Jesucristo.
Para
la unidad de la Iglesia, el Papa se detuvo en el Camino de Damasco y la conocida frase
«Yo soy Jesús, a quien tú persigues» (Hch 9,5), señalando que Jesús se identifica
así con la Iglesia en un solo sujeto. En esta exclamación del Resucitado, que transformó
radicalmente la vida de Saulo, está contenida toda la doctrina sobre la Iglesia como
Cuerpo de Cristo. Es decir, que ni Cristo se fue al Cielo desentendiéndose de quienes
proseguimos aquí su causa «peregrinando entre las persecuciones del mundo y los consuelos
de Dios», que diría San Agustín (ciu. Dei 18,51,2; cf. LG 8), ni la Iglesia
es asociación que quiere promover una cierta causa. Las cartas paulinas nos transmiten,
más bien, a un Cristo que nos atrae continuamente hacia su Cuerpo y lo edifica a partir
de la Eucaristía, centro, para Pablo, de la existencia cristiana, en virtud del cual
todos, comprendido cada individuo, pueden de manera totalmente personal experimentar,
exclamando con el Apóstol: «la vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la
fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí» (Ga 2, 20). Gracias
a la sangre de Cristo, pues, «los lejanos» se han convertido «en cercanos». Por eso,
también hoy, en un mundo que se ha hecho «pequeño», globalizado en resumen, pero donde
muchísimos no han encontrado aún al Señor Jesús, este jubileo paulino nos «invita
a todos los cristianos a ser misioneros del Evangelio».
El tercer aspecto,
en fin, es el del sentido del sufrimiento en el Apóstol Pablo. Lo comentó el Papa
por la Carta a Timoteo. «El encargo del anuncio y la llamada al sufrimiento por Cristo
van inseparablemente juntos. La llamada a ser el maestro de las gentes es al mismo
tiempo intrínsecamente una llamada al sufrimiento en la comunión con Cristo, que nos
ha redimido mediante su Pasión. En este mundo posmoderno en que nos ha tocado vivir,
donde la mentira campa con tantos seguidores, la verdad se paga con el sufrimiento.
Quien quiere tener el sufrimiento lejos de sí, tiene alejada la vida misma y su grandeza.
Lo dijo el Papa con frase lapidaria: «No hay amor sin sufrimiento, sin el sufrimiento
de la renuncia de sí mismo, de la transformación y purificación del yo por la verdadera
libertad».
Bartolomé I recordó que, desde el año de salvación 258, festejamos
en Occidente y en Oriente la memoria de Pedro y Pablo el 29 de junio. Por su peso
en la Iglesia, el Oriente los honra también a través de un icono común en el que se
abrazan el uno al otro y se intercambian el beso en Cristo. Bello gesto, así, el del
Patriarca uniéndose al Papa en la solemne apertura de este Año Jubilar. II. DIMENSIÓN
ECUMÉNICA DEL AÑO PAULINO El hecho de haber abierto el Papa Benedicto
XVI la Puerta Paulina de la Basílica de San Pablo Extramuros acompañado del Patriarca
de Constantinopla y de representantes de otras Iglesias y confesiones cristianas hace
pensar en la dimensión ecuménica del Año Jubilar. ¿Podría usted, P. Langa, detallar
un poco más este extremo?
PL.
- No sólo el hecho de la solemne apertura jubilar, diría yo, ha tenido sabor ecuménico,
sino que lo tiene también el mismo programa celebrativo de la Basílica invitando a
rezar juntos católicos y acatólicos en el sagrado recinto. Benedicto XVI indicó al
arcipreste de San Pablo Extramuros, cardenal Andrea Cordero Lanza di Montezemolo,
dos tareas fundamentales este año. Primero, «conocer mejor el gigantesco valor de
la riqueza de la enseñanza del Apóstol, poco conocido por los católicos y los cristianos
en general. Pablo es un instrumento elegido por Dios para ser el más profundo divulgador
de la Buena Nueva, de la acción renovadora que Cristo realizó». En segundo lugar,
la motivación ecuménica. «Ya la basílica de San Pablo tenía y tiene una función especial
de actividad ecuménica: orar y actuar por la unidad de los cristianos», como
corresponde al lugar donde reposan los restos de quien es, por antonomasia, el teólogo
de la unidad eclesial.
Por otra parte, la presencia de Bartolomé I junto a
Benedicto XVI en el trascendental momento de penetrar en la basílica por la Puerta
Paulina quería dar a entender que los ortodoxos asumen junto a la Iglesia católica
la iniciativa jubilar. Extraordinaria belleza la del rezo de Vísperas, de modo particular
en los primeros momentos, cuando el Papa y el Patriarca encendieron juntos la Llama
paulina, que permanecerá viva todo el año en un especial brasero colocado en el
pórtico de la basílica. «Es para mí motivo de íntima alegría que la apertura del Año
Paulino asuma una especial característica ecuménica por la presencia de numerosos
delegados y representantes de otras Iglesias y Comunidades eclesiales, que acojo con
corazón abierto», había confesado el Papa saludando al Patriarca ecuménico. Al acto
asistieron además, en efecto, delegados ecuménicos de otras Iglesias cristianas, protestantes,
anglicanos, y de otras Iglesias ortodoxas, en especial las vinculadas particularmente
con San Pablo: Jerusalén, Antioquía, Chipre y Grecia.
El Patriarca, que al
día siguiente pronunció la homilía junto al Papa en la basílica de San Pedro, puso
de relieve la importancia que la Solemnidad de ambos santos tiene también para la
Iglesia de Oriente, que la celebra con un ayuno los días precedentes. Tomando pie
del icono que los representa con las manos asidas a un pequeño velero, que simboliza
la Iglesia, o abrazados entre sí a la vez que se intercambian el beso en Cristo, el
Patriarca prosiguió de la siguiente guisa: «Este gesto de comunión, el beso santo
de la paz, es el que precisamente hemos venido a intercambiar con Vos, Santidad, subrayando
el ardiente deseo en Cristo y el amor». Y aludiendo luego a la peregrinación que la
Iglesia ortodoxa se propone realizar por todos los lugares de Oriente vinculados al
ministerio del Apóstol de las Gentes, prosiguió: «Estad seguro, Santidad, de que en
este sagrado trayecto estáis presente también Vos, caminando con nosotros en espíritu,
y que en cada lugar elevaremos una ardiente oración por Vos y por nuestros hermanos
de la venerable Iglesia Romano-Católica, dirigiendo una fuerte súplica e intercesión
del divino Pablo al Señor por Vos».
«San Pablo -continuó el Papa- nos recuerda
que la plena comunión entre todos los cristianos halla su fundamento en un solo
Señor, una sola fe, un solo bautismo (Ef 4, 5). Para este mundo donde «persisten
divisiones y conflictos, y donde el ser humano advierte mayor necesidad de certezas
y de paz, confundido como está por una cierta cultura hedonista y relativista que
pone en duda la existencia misma de la verdad, las indicaciones del Apóstol son más
propicias que nunca para alentar los esfuerzos en la búsqueda de la unidad plena entre
los cristianos». «Ayude al pueblo cristiano este Año Paulino -concluyó- a renovar
el compromiso ecuménico, e intensifíquense las iniciativas comunes en el camino hacia
la comunión entre todos los discípulos de Cristo. La presencia del Patriarca aquí,
hoy, es ciertamente un signo alentador de este camino». III. DEL AÑO PAULINO AL
SÍNODO DE LA PALABRADos acontecimientos hay de singular importancia sobre los que
sería bueno que nos hablase hoy, P. Langa. Me refiero en concreto al Año Paulino
y al Sínodo de los Obispos que se celebrará en octubre. Alguna relación habrá, es
de suponer, entre uno y otro, y nos gustaría que usted comentase algo en tal sentido.
PL.
– Pues vamos a ello. Del 5 al 26 de octubre próximo, efectivamente, se celebrará en
Roma la XII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, cuyo lema general
es: «La Palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia». El arzobispo Eterovic,
secretario general del Sínodo, presentando el «Instrumentum laboris», explicaba
que en dicho documento de trabajo se subraya que el objetivo de la asamblea es «sobre
todo de índole pastoral y misionera» y que tendrá dos importantes puntos de referencia,
uno el Año Paulino, en cuyo contexto «el recuerdo del Apóstol de las Gentes no dejará
de suscitar un renovado impulso misionero de la Iglesia en beneficio de la humanidad
entera». Será un volver a engolfarse en la Constitución Dei Verbum, transida
de sabor paulino, sobre todo cuando afirma que «la verdad profunda de Dios y de la
salvación del hombre que transmite dicha revelación, resplandece en Cristo, mediador
y plenitud de toda la revelación» (DV 2).
El tema de la Palabra obliga precisamente
a que nos preguntemos no ya quién era Pablo, sino, ante todo, quién es Pablo, qué
me dice hoy a mí Pablo. Eso por un lado. Por otro, en cambio, resulta que, apenas
abierto el Año Paulino, he aquí que se empiezan a barajar textos y más textos alusivos
a la fisonomía interior del Apóstol, a lo específico de su carácter, al sagrario de
su intimidad. Destaca entre ellos el que lo presenta como un hombre combativo, diestro
manejando la espada de la palabra. La imagen del Apóstol, y esto se da por sabido
a menudo pero se recuerda poco, apunta precisamente a la palabra. Jamás Pablo formó
parte de ningún escuadrón metido a litigios y guerras, ni fue aguerrido soldado coronando
una posición. Eligió imágenes de la guerra, sobre todo de la indumentaria militar,
eso sí, pero su lucha nunca fue con la espada de acero, sino dialéctica, verbal, retórica;
con la espada de la palabra puesta al servicio de la Palabra con mayúscula, por ejemplo
predicando en el Areópago de Atenas.
Y claro es que sobre su camino de Apóstol
no faltaron, de hecho, las disputas. Pero él, repito, ni aspiró a parchear en disensiones
de la comunidad local ni se limitó tampoco a buscar una armonía superficial. En su
primera carta, aquella dirigida a los Tesalonicenses, el mismo dice: «tuvimos la valentía
de predicaros el Evangelio de Dios entre frecuentes luchas....Nunca nos presentamos,
bien lo sabéis, con palabras aduladoras, ni con pretextos de codicia…» (1 Ts 2-5).
La verdad era para él demasiado grande para estar dispuesto a sacrificarla en vista
de un éxito exterior. Y la Palabra vivificando a sus palabras, lo bastante arraigada
y profunda en su alma limpia de Apóstol como para servirla sirviéndola.
Después
de su encuentro con el Resucitado, mientras Pablo descansa ciego en su habitación
de Damasco, Ananías recibe la misión de llegarse hasta el conocido y temido perseguidor,
para imponerle las manos y que recupere así la vista. A la objeción de Ananías que
este Saúl/Saulo de Tarso era un perseguidor peligroso de los cristianos, le es dada
la respuesta: «Vete (a él), pues éste me es un instrumento de elección que lleve mi
nombre ante los gentiles, los reyes y los hijos de Israel» (Hch 9, 15). A la luz de
las cartas paulinas comprobamos cuánto y hasta qué punto fue de verdad en su camino
de maestro de las gentes con el instrumento de la palabra y de qué modo se ha cumplido
la profecía de Ananías en la hora de la llamada. Porque Dios llamó a Pablo, sí, haciéndolo
luz de las gentes y maestro de todos nosotros. Sea nuestra plegaria, pues, en este
Año Paulino, pedirle a Jesús resucitado que nos dé también hoy el testimonio de la
resurrección, de modo que, tocados por su amor, seamos capaces de llevar la luz del
Evangelio en nuestro tiempo; con su estilo, insistencia y fuego inextinguible de su
palabra al servicio de la divina Palabra; «no con palabras aprendidas de sabiduría
humana, sino aprendidas del Espíritu, expresando realidades espirituales en términos
espirituales» (1 Co 2,13). IV. CELEBRACIÓN UNIVERSAL DEL AÑO PAULINOLas noticias
que van saliendo del Año Paulino apuntan a una celebración universal, y no sólo romana,
del bimilenario natalicio del Apóstol. ¿Cree usted, P. Langa, que guarda ello alguna
relación con la catolicidad de la Iglesia? Y sobre todo, qué grado de causalidad globalizadora
cabría detectar en esta fiesta universal de la cristiandad. PL.
– Entiendo posible y laudable el que se quiera relacionar la catolicidad de la Iglesia
con esa masiva adhesión al Año Paulino que usted apunta. Es más, diré que me parece
justo que así sea, teniendo en cuenta que celebramos al Apóstol de las Gentes, ese
glorioso título de nuestro andariego Saludo de Tarso, en cristiano Pablo, «siervo
de Dios, apóstol de Jesucristo para llevar a los escogidos de Dios a la fe y al pleno
conocimiento de la verdad» (Tt 1, 1), por Dios escogido «para predicar la obediencia
de la fe a gloria de su nombre entre todos los gentiles» (Rm 1, 5). Justo es, pues,
que la humanidad, y sobremanera el cristianismo extendido por el mundo todo, se sumen
al kairós en una especie de respuesta multitudinaria a la gracia que desde
el Año Paulino se nos imparte Urbi et Orbi.
Durante el Ángelus en
la solemnidad de San Pedro y San Pablo, Benedicto XVI se refirió a la idea que aquí
comento cuando precisó que dicho Año Paulino «tiene como baricentro a Roma», en particular
su basílica y el lugar del martirio del Santo, en Tre Fontane, sí, «pero implicará
a la Iglesia entera, a partir de Tarso, ciudad natal de Pablo, y desde el resto de
lugares paulinos, meta de peregrinaciones en la actual Turquía, como también en Tierra
Santa, y en la isla de Malta, donde el Apóstol atracó tras un naufragio y donde echó
la semilla fecunda del Evangelio». «En realidad –subrayó luego-, el horizonte del
Año Paulino no puede dejar de ser universal, porque San Pablo ha sido por excelencia
el apóstol de aquellos que respecto de los Hebreos eran 'los alejados', y que
'gracias a la sangre de Cristo' se han convertido en 'los cercanos'».
En este sentido, la lección que de aquí sacó el Papa suena, desde la pura lógica,
a reclamo eclesial y a misionología: la de poder afirmar que «también hoy, en un mundo
cada vez más 'pequeño' [‘aldea global’, decimos a menudo] pero donde
muchísimos aún no han encontrado al Señor Jesús, el jubileo de San Pablo invita a
todos los cristianos a ser misioneros del Evangelio».
Natural de Tarso de Cilicia,
costa sur de Turquía, Pablo predicó el Evangelio por buena parte de su territorio,
y de allí saltó a Europa. En muchos sitios de la península de Anatolia claves en su
vida y sus viajes, hoy apenas quedan cristianos. Antioquía de Siria es una feliz isla
turca donde los cristianos recibieron este nombre; también la base de operaciones
de los tres viajes misioneros y uno de los centros de la polémica entre cristianos
judaizantes, partidarios de que los conversos siguieran cumpliendo la ley mosaica,
y nuestro Apóstol, defensor de la libertad en Cristo. Para Damasco, actual capital
de Siria, camino de la cual Saulo se convirtió de perseguidor en predicador de Cristo,
el Patriarca greco-melquita católico Gregorios III, los franciscanos de la Custodia
de Tierra Santa y las autoridades civiles han preparado un intenso programa de festejos.
Y lo mismo en lugares tan distantes entre sí como Santiago de Chile, Hong Kong, Singapur,
islas Salomón en Oceanía, y, a mayor razón, Tarragona en España, cuyo viaje, según
sostienen acreditados expertos, motivó el que Pablo escribiese la Carta a los Romanos,
aquella que todos los exégetas están de acuerdo en considerar su carta magna, la exposición
más sistemática e importante que Pablo hizo de su visión teológica. A menudo prisionero,
golpeado y en peligro de muerte con frecuencia; sufridos cinco veces los treinta y
nueve golpes, tres azotado, una lapidado, con tres naufragios a las espaldas, pasando
hambre y sed, frío y desnudez, calumniado, perseguido y, en fin, ajusticiado a espada,
¿cómo pudo con todo esto? Su respuesta es nítida: «Por la gracia de Dios soy lo que
soy» (1 Co 15,10); «todo lo puedo en Aquél que me conforta» (Flp 4,13). De modo tal
le había impresionado su encuentro con Cristo que, olvidándose de su pasado, y puesta
su confianza en Cristo, apostó resueltamente por el futuro. No será, pues, el Evangelio
para él doctrina abstracta. Lo será todo una persona: Jesucristo.