2008-08-25 15:17:50

Análisis del Año Santo Paulino por el teólogo y ecumenista P. Pedro Langa Aguilar


Lunes, 25 ago (RV).- Abierto el pasado 28 de junio en la Basílica de San Pablo Extramuros el Año Paulino, entrevistamos a nuestro colaborador, el teólogo y ecumenista agustino P. Pedro Langa Aguilar, para que explique a nuestros oyentes algunos aspectos importantes del Año Jubilar. Quisiéramos, Padre Langa, que hoy se centre usted en los objetivos del Año de San Pablo. RealAudioMP3

PL. – Lo haré de buen grado y sin esfuerzo, puesto que los enunció con meridiana claridad Benedicto XVI en la homilía de Vísperas: «para escuchar al Apóstol como nuestro maestro en la fe y en la verdad». Y es que San Pablo no es historia pasada, sino que quiere hablar con nosotros hoy. De ahí que debamos mirar con él «hacia el futuro, hacia todos los pueblos y todas las generaciones». Aspectos destacables suyos, hay muchos. El Papa subrayó tres: su amor a Cristo y su valentía predicando el Evangelio; su experiencia de la unidad de la Iglesia con Jesucristo, y su conciencia de que el sufrimiento va inseparablemente unido a la evangelización.

Del primero cabe decir, efectivamente, que la fe de Pablo en Gálatas «es la experiencia del ser amado por Jesucristo de manera totalmente personal… Su fe es el impacto del amor de Dios sobre su corazón, cuya experiencia le empujó a través de las dificultades. Pablo era alguien capaz de amar, y todo su obrar y sufrir se explica a partir de este centro». Su fe consiste en ser conquistado por el amor de Jesucristo, un amor, éste, que lo conmueve en lo más íntimo y lo transforma. No es su fe, por eso, una teoría, una opinión sobre Dios y sobre el mundo. Opiniones, al fin, puede haber muchas, y brotan en última instancia de la subjetividad. No. Su fe es el impacto del amor de Dios en su corazón, donde se resuelve en amor a Jesucristo.

Para la unidad de la Iglesia, el Papa se detuvo en el Camino de Damasco y la conocida frase «Yo soy Jesús, a quien tú persigues» (Hch 9,5), señalando que Jesús se identifica así con la Iglesia en un solo sujeto. En esta exclamación del Resucitado, que transformó radicalmente la vida de Saulo, está contenida toda la doctrina sobre la Iglesia como Cuerpo de Cristo. Es decir, que ni Cristo se fue al Cielo desentendiéndose de quienes proseguimos aquí su causa «peregrinando entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios», que diría San Agustín (ciu. Dei 18,51,2; cf. LG 8), ni la Iglesia es asociación que quiere promover una cierta causa. Las cartas paulinas nos transmiten, más bien, a un Cristo que nos atrae continuamente hacia su Cuerpo y lo edifica a partir de la Eucaristía, centro, para Pablo, de la existencia cristiana, en virtud del cual todos, comprendido cada individuo, pueden de manera totalmente personal experimentar, exclamando con el Apóstol: «la vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí» (Ga 2, 20). Gracias a la sangre de Cristo, pues, «los lejanos» se han convertido «en cercanos». Por eso, también hoy, en un mundo que se ha hecho «pequeño», globalizado en resumen, pero donde muchísimos no han encontrado aún al Señor Jesús, este jubileo paulino nos «invita a todos los cristianos a ser misioneros del Evangelio».

El tercer aspecto, en fin, es el del sentido del sufrimiento en el Apóstol Pablo. Lo comentó el Papa por la Carta a Timoteo. «El encargo del anuncio y la llamada al sufrimiento por Cristo van inseparablemente juntos. La llamada a ser el maestro de las gentes es al mismo tiempo intrínsecamente una llamada al sufrimiento en la comunión con Cristo, que nos ha redimido mediante su Pasión. En este mundo posmoderno en que nos ha tocado vivir, donde la mentira campa con tantos seguidores, la verdad se paga con el sufrimiento. Quien quiere tener el sufrimiento lejos de sí, tiene alejada la vida misma y su grandeza. Lo dijo el Papa con frase lapidaria: «No hay amor sin sufrimiento, sin el sufrimiento de la renuncia de sí mismo, de la transformación y purificación del yo por la verdadera libertad».

Bartolomé I recordó que, desde el año de salvación 258, festejamos en Occidente y en Oriente la memoria de Pedro y Pablo el 29 de junio. Por su peso en la Iglesia, el Oriente los honra también a través de un icono común en el que se abrazan el uno al otro y se intercambian el beso en Cristo. Bello gesto, así, el del Patriarca uniéndose al Papa en la solemne apertura de este Año Jubilar.  
II. DIMENSIÓN ECUMÉNICA DEL AÑO PAULINO 
El hecho de haber abierto el Papa Benedicto XVI la Puerta Paulina de la Basílica de San Pablo Extramuros acompañado del Patriarca de Constantinopla y de representantes de otras Iglesias y confesiones cristianas hace pensar en la dimensión ecuménica del Año Jubilar. ¿Podría usted, P. Langa, detallar un poco más este extremo? RealAudioMP3

PL. - No sólo el hecho de la solemne apertura jubilar, diría yo, ha tenido sabor ecuménico, sino que lo tiene también el mismo programa celebrativo de la Basílica invitando a rezar juntos católicos y acatólicos en el sagrado recinto. Benedicto XVI indicó al arcipreste de San Pablo Extramuros, cardenal Andrea Cordero Lanza di Montezemolo, dos tareas fundamentales este año. Primero, «conocer mejor el gigantesco valor de la riqueza de la enseñanza del Apóstol, poco conocido por los católicos y los cristianos en general. Pablo es un instrumento elegido por Dios para ser el más profundo divulgador de la Buena Nueva, de la acción renovadora que Cristo realizó». En segundo lugar, la motivación ecuménica. «Ya la basílica de San Pablo tenía y tiene una función especial de actividad ecuménica: orar y actuar por la unidad de los cristianos», como corresponde al lugar donde reposan los restos de quien es, por antonomasia, el teólogo de la unidad eclesial.

Por otra parte, la presencia de Bartolomé I junto a Benedicto XVI en el trascendental momento de penetrar en la basílica por la Puerta Paulina quería dar a entender que los ortodoxos asumen junto a la Iglesia católica la iniciativa jubilar. Extraordinaria belleza la del rezo de Vísperas, de modo particular en los primeros momentos, cuando el Papa y el Patriarca encendieron juntos la Llama paulina, que permanecerá viva todo el año en un especial brasero colocado en el pórtico de la basílica. «Es para mí motivo de íntima alegría que la apertura del Año Paulino asuma una especial característica ecuménica por la presencia de numerosos delegados y representantes de otras Iglesias y Comunidades eclesiales, que acojo con corazón abierto», había confesado el Papa saludando al Patriarca ecuménico. Al acto asistieron además, en efecto, delegados ecuménicos de otras Iglesias cristianas, protestantes, anglicanos, y de otras Iglesias ortodoxas, en especial las vinculadas particularmente con San Pablo: Jerusalén, Antioquía, Chipre y Grecia.

El Patriarca, que al día siguiente pronunció la homilía junto al Papa en la basílica de San Pedro, puso de relieve la importancia que la Solemnidad de ambos santos tiene también para la Iglesia de Oriente, que la celebra con un ayuno los días precedentes. Tomando pie del icono que los representa con las manos asidas a un pequeño velero, que simboliza la Iglesia, o abrazados entre sí a la vez que se intercambian el beso en Cristo, el Patriarca prosiguió de la siguiente guisa: «Este gesto de comunión, el beso santo de la paz, es el que precisamente hemos venido a intercambiar con Vos, Santidad, subrayando el ardiente deseo en Cristo y el amor». Y aludiendo luego a la peregrinación que la Iglesia ortodoxa se propone realizar por todos los lugares de Oriente vinculados al ministerio del Apóstol de las Gentes, prosiguió: «Estad seguro, Santidad, de que en este sagrado trayecto estáis presente también Vos, caminando con nosotros en espíritu, y que en cada lugar elevaremos una ardiente oración por Vos y por nuestros hermanos de la venerable Iglesia Romano-Católica, dirigiendo una fuerte súplica e intercesión del divino Pablo al Señor por Vos».

«San Pablo -continuó el Papa- nos recuerda que la plena comunión entre todos los cristianos halla su fundamento en un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo (Ef 4, 5). Para este mundo donde «persisten divisiones y conflictos, y donde el ser humano advierte mayor necesidad de certezas y de paz, confundido como está por una cierta cultura hedonista y relativista que pone en duda la existencia misma de la verdad, las indicaciones del Apóstol son más propicias que nunca para alentar los esfuerzos en la búsqueda de la unidad plena entre los cristianos». «Ayude al pueblo cristiano este Año Paulino -concluyó- a renovar el compromiso ecuménico, e intensifíquense las iniciativas comunes en el camino hacia la comunión entre todos los discípulos de Cristo. La presencia del Patriarca aquí, hoy, es ciertamente un signo alentador de este camino». 
III. DEL AÑO PAULINO AL SÍNODO DE LA PALABRADos acontecimientos hay de singular importancia sobre los que sería bueno que nos hablase hoy, P. Langa. Me refiero en concreto al Año Paulino y al Sínodo de los Obispos que se celebrará en octubre. Alguna relación habrá, es de suponer, entre uno y otro, y nos gustaría que usted comentase algo en tal sentido. RealAudioMP3
 
PL. – Pues vamos a ello. Del 5 al 26 de octubre próximo, efectivamente, se celebrará en Roma la XII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, cuyo lema general es: «La Palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia». El arzobispo Eterovic, secretario general del Sínodo, presentando el «Instrumentum laboris», explicaba que en dicho documento de trabajo se subraya que el objetivo de la asamblea es «sobre todo de índole pastoral y misionera» y que tendrá dos importantes puntos de referencia, uno el Año Paulino, en cuyo contexto «el recuerdo del Apóstol de las Gentes no dejará de suscitar un renovado impulso misionero de la Iglesia en beneficio de la humanidad entera». Será un volver a engolfarse en la Constitución Dei Verbum, transida de sabor paulino, sobre todo cuando afirma que «la verdad profunda de Dios y de la salvación del hombre que transmite dicha revelación, resplandece en Cristo, mediador y plenitud de toda la revelación» (DV 2).

El tema de la Palabra obliga precisamente a que nos preguntemos no ya quién era Pablo, sino, ante todo, quién es Pablo, qué me dice hoy a mí Pablo. Eso por un lado. Por otro, en cambio, resulta que, apenas abierto el Año Paulino, he aquí que se empiezan a barajar textos y más textos alusivos a la fisonomía interior del Apóstol, a lo específico de su carácter, al sagrario de su intimidad. Destaca entre ellos el que lo presenta como un hombre combativo, diestro manejando la espada de la palabra. La imagen del Apóstol, y esto se da por sabido a menudo pero se recuerda poco, apunta precisamente a la palabra. Jamás Pablo formó parte de ningún escuadrón metido a litigios y guerras, ni fue aguerrido soldado coronando una posición. Eligió imágenes de la guerra, sobre todo de la indumentaria militar, eso sí, pero su lucha nunca fue con la espada de acero, sino dialéctica, verbal, retórica; con la espada de la palabra puesta al servicio de la Palabra con mayúscula, por ejemplo predicando en el Areópago de Atenas.

Y claro es que sobre su camino de Apóstol no faltaron, de hecho, las disputas. Pero él, repito, ni aspiró a parchear en disensiones de la comunidad local ni se limitó tampoco a buscar una armonía superficial. En su primera carta, aquella dirigida a los Tesalonicenses, el mismo dice: «tuvimos la valentía de predicaros el Evangelio de Dios entre frecuentes luchas....Nunca nos presentamos, bien lo sabéis, con palabras aduladoras, ni con pretextos de codicia…» (1 Ts 2-5). La verdad era para él demasiado grande para estar dispuesto a sacrificarla en vista de un éxito exterior. Y la Palabra vivificando a sus palabras, lo bastante arraigada y profunda en su alma limpia de Apóstol como para servirla sirviéndola.

Después de su encuentro con el Resucitado, mientras Pablo descansa ciego en su habitación de Damasco, Ananías recibe la misión de llegarse hasta el conocido y temido perseguidor, para imponerle las manos y que recupere así la vista. A la objeción de Ananías que este Saúl/Saulo de Tarso era un perseguidor peligroso de los cristianos, le es dada la respuesta: «Vete (a él), pues éste me es un instrumento de elección que lleve mi nombre ante los gentiles, los reyes y los hijos de Israel» (Hch 9, 15). A la luz de las cartas paulinas comprobamos cuánto y hasta qué punto fue de verdad en su camino de maestro de las gentes con el instrumento de la palabra y de qué modo se ha cumplido la profecía de Ananías en la hora de la llamada. Porque Dios llamó a Pablo, sí, haciéndolo luz de las gentes y maestro de todos nosotros. Sea nuestra plegaria, pues, en este Año Paulino, pedirle a Jesús resucitado que nos dé también hoy el testimonio de la resurrección, de modo que, tocados por su amor, seamos capaces de llevar la luz del Evangelio en nuestro tiempo; con su estilo, insistencia y fuego inextinguible de su palabra al servicio de la divina Palabra; «no con palabras aprendidas de sabiduría humana, sino aprendidas del Espíritu, expresando realidades espirituales en términos espirituales» (1 Co 2,13). 
IV. CELEBRACIÓN UNIVERSAL DEL AÑO PAULINOLas noticias que van saliendo del Año Paulino apuntan a una celebración universal, y no sólo romana, del bimilenario natalicio del Apóstol. ¿Cree usted, P. Langa, que guarda ello alguna relación con la catolicidad de la Iglesia? Y sobre todo, qué grado de causalidad globalizadora cabría detectar en esta fiesta universal de la cristiandad. RealAudioMP3
 
PL. – Entiendo posible y laudable el que se quiera relacionar la catolicidad de la Iglesia con esa masiva adhesión al Año Paulino que usted apunta. Es más, diré que me parece justo que así sea, teniendo en cuenta que celebramos al Apóstol de las Gentes, ese glorioso título de nuestro andariego Saludo de Tarso, en cristiano Pablo, «siervo de Dios, apóstol de Jesucristo para llevar a los escogidos de Dios a la fe y al pleno conocimiento de la verdad» (Tt 1, 1), por Dios escogido «para predicar la obediencia de la fe a gloria de su nombre entre todos los gentiles» (Rm 1, 5). Justo es, pues, que la humanidad, y sobremanera el cristianismo extendido por el mundo todo, se sumen al kairós en una especie de respuesta multitudinaria a la gracia que desde el Año Paulino se nos imparte Urbi et Orbi.

Durante el Ángelus en la solemnidad de San Pedro y San Pablo, Benedicto XVI se refirió a la idea que aquí comento cuando precisó que dicho Año Paulino «tiene como baricentro a Roma», en particular su basílica y el lugar del martirio del Santo, en Tre Fontane, sí, «pero implicará a la Iglesia entera, a partir de Tarso, ciudad natal de Pablo, y desde el resto de lugares paulinos, meta de peregrinaciones en la actual Turquía, como también en Tierra Santa, y en la isla de Malta, donde el Apóstol atracó tras un naufragio y donde echó la semilla fecunda del Evangelio». «En realidad –subrayó luego-, el horizonte del Año Paulino no puede dejar de ser universal, porque San Pablo ha sido por excelencia el apóstol de aquellos que respecto de los Hebreos eran 'los alejados', y que 'gracias a la sangre de Cristo' se han convertido en 'los cercanos'». En este sentido, la lección que de aquí sacó el Papa suena, desde la pura lógica, a reclamo eclesial y a misionología: la de poder afirmar que «también hoy, en un mundo cada vez más 'pequeño' [‘aldea global’, decimos a menudo] pero donde muchísimos aún no han encontrado al Señor Jesús, el jubileo de San Pablo invita a todos los cristianos a ser misioneros del Evangelio».

Natural de Tarso de Cilicia, costa sur de Turquía, Pablo predicó el Evangelio por buena parte de su territorio, y de allí saltó a Europa. En muchos sitios de la península de Anatolia claves en su vida y sus viajes, hoy apenas quedan cristianos. Antioquía de Siria es una feliz isla turca donde los cristianos recibieron este nombre; también la base de operaciones de los tres viajes misioneros y uno de los centros de la polémica entre cristianos judaizantes, partidarios de que los conversos siguieran cumpliendo la ley mosaica, y nuestro Apóstol, defensor de la libertad en Cristo. Para Damasco, actual capital de Siria, camino de la cual Saulo se convirtió de perseguidor en predicador de Cristo, el Patriarca greco-melquita católico Gregorios III, los franciscanos de la Custodia de Tierra Santa y las autoridades civiles han preparado un intenso programa de festejos. Y lo mismo en lugares tan distantes entre sí como Santiago de Chile, Hong Kong, Singapur, islas Salomón en Oceanía, y, a mayor razón, Tarragona en España, cuyo viaje, según sostienen acreditados expertos, motivó el que Pablo escribiese la Carta a los Romanos, aquella que todos los exégetas están de acuerdo en considerar su carta magna, la exposición más sistemática e importante que Pablo hizo de su visión teológica.
 A menudo prisionero, golpeado y en peligro de muerte con frecuencia; sufridos cinco veces los treinta y nueve golpes, tres azotado, una lapidado, con tres naufragios a las espaldas, pasando hambre y sed, frío y desnudez, calumniado, perseguido y, en fin, ajusticiado a espada, ¿cómo pudo con todo esto? Su respuesta es nítida: «Por la gracia de Dios soy lo que soy» (1 Co 15,10); «todo lo puedo en Aquél que me conforta» (Flp 4,13). De modo tal le había impresionado su encuentro con Cristo que, olvidándose de su pasado, y puesta su confianza en Cristo, apostó resueltamente por el futuro. No será, pues, el Evangelio para él doctrina abstracta. Lo será todo una persona: Jesucristo.







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