Tras la Vigilia, en la misa de clausura de la Jornada Mundial de la Juventud, el Papa
insta a abrir los corazones a la fuerza del Espíritu Santo
Domingo, 20 jul (RV).- El Santo Padre ha presidido la Santa Misa de clausura de la
Jornada Mundial de la Juventud 2008 ante cientos de miles de jóvenes que habían celebrado
la noche anterior la Vigilia en el hipódromo de Randwick, sobre esa noche de oración
nos habla en su crónica nuestro enviado especial a Sydney, Raúl Cabrera: “Fue
una noche corta, como cuando se tiene la sensación de que el tiempo pasa volando…
En Randwick hizo mucho frío la noche entre el sábado y el domingo, pero el entusiasmo
de más de 235 mil jóvenes de todo el mundo calentó la vigilia. De todas maneras, el
tiempo no impidió el éxito de la empresa. Además, los organizadores habían proporcionado
carpas y material aislante que mitigó el frío -un grado centígrado- y la humedad.
La vigilia de los “papaboys” (como los medios de
comunicación italianos bautizaron a los jóvenes en el 2000, y desde entonces así son
conocidos) se centró en los diez patronos de esta JMJ 2008: Beato Pier Giorgio
Frassati, Beata Mary MacKillop, San Pietro Chanel,
Beato Pietro To Rot, Beata Madre Teresa de Calcuta,
Santa Teresa de Lisieux -Patrona de Australia-
Santa Maria Goretti, Santa Faustina Kowalska,
elSiervo de Dios Juan Pablo II, yNuestra Señora de la Cruz del Sur, patrona de Australia
y de Sydney, bajo el título de "ayuda de los cristianos"… Entre oraciones, meditación
y cantos, los jóvenes reflexionaron toda la noche sobre estas figuras que los inspiran
con su vida y obra. Desde el punto de vista meteorológico, el
domingo amaneció variable. Cielo parcialmente despejado, por momentos fuerte viento,
y amenaza de lluvia. A las 8:00 el arzobispo Anthony Fisher, acompañado por cuarenta
seminaristas condujo la oración de la mañana.
Mientras,
a las 8.45, el Papa había dejado su residencia en Catedral House, y abordaba en Victoria
Barracks el helicóptero con el que por unos minutos sobrevoló la multitud reunida
en Centennial Park y Randwick, mientras resonaba el himno de la JMJ “Receive the power”,
en su versión “internacional”. En Centennial Park, el Santo Padre cambió el helicóptero
por el papamóvil para dirigirse a Randwick. Durante el lento trayecto se repitió la
escena de multitudes al borde del camino que lo saludaban con su nombre italiano,
que ya se hecho famoso y que es coreado en todas partes: ¡“Benedetto”! ¡“Benedetto”!,
¡Benedicto! Benedicto! El Pontífice saludaba con afecto a la multitud, y se detuvo
a bendecir a un niño que le fue presentado. El Obispo de Roma llegó a la sacristía
a las 9.45. Poco después de las diez inició la Santa Misa de Clausura de la JMJ 2008.
En
la Celebración Eucarística de la Santa Misa de clausura de esta XXIII Jornada Mundial
de la Juventud en la que han participado unos 300.000 jóvenes, se han utilizado los
textos de la Misa ritual de la Confirmación. El Santo Padre ha administrado este sacramento
a 24 jóvenes y ha invitado a los peregrinos a renovar los compromisos del bautismo.
Benedicto XVI ha comenzado su homilía aludiendo al lema de esta jornada: “Cuando
el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza” (Hch 1,8), y ha proseguido
señalando que se ha visto cumplida esta promesa. “En el día de Pentecostés –ha evocado
el Papa- el Señor resucitado, sentado a la derecha del Padre, envió el Espíritu Santo
a sus discípulos reunidos en el cenáculo. Por la fuerza de este Espíritu, Pedro y
los Apóstoles fueron a predicar el Evangelio hasta los confines de la tierra. En cada
época y en cada lengua, la Iglesia continúa proclamando en todo el mundo las maravillas
de Dios e invita a todas las naciones y pueblos a la fe, a la esperanza y a la vida
nueva en Cristo.”
El Santo Padre, ha manifestado a los participantes, que estaba
allí como Sucesor de san Pedro para confirmarles en la fe y para abrir los corazones
al poder del Espíritu de Cristo y a la riqueza de sus dones. También se ha referido
a las palabras del lema del encuentro subrayando que, “el Espíritu Santo desciende
nuevamente en cada Misa, invocado en la plegaria solemne de la Iglesia, no sólo para
transformar nuestros dones del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre del Señor,
sino también para transformar nuestras vidas, para hacer de nosotros, con su fuerza,
un solo cuerpo y un solo espíritu en Cristo”.
Pero, ¿qué es este “poder” del
Espíritu Santo?, se ha preguntado Benedicto XVI. “Es el poder de la vida de Dios”,
ha respondido a los jóvenes, señalando que “es el poder del mismo Espíritu que se
cernía sobre las aguas en el alba de la creación y que, en la plenitud de los tiempos,
levantó a Jesús de la muerte”. En este sentido el Pontífice ha proseguido recordando
que se trata del poder que nos conduce, a nosotros y a nuestro mundo, hacia la llegada
del Reino de Dios.
Precisamente, en el Evangelio de hoy, Jesús anuncia que
ha comenzado una nueva era, en la cual el Espíritu Santo será derramado sobre toda
la humanidad (cf. Lc 4,21). Él mismo, concebido por obra del Espíritu Santo y nacido
de la Virgen María, vino entre nosotros para traernos este Espíritu. Como fuente de
nuestra vida nueva en Cristo, el Espíritu Santo es también, de un modo muy verdadero,
el alma de la Iglesia, el amor que nos une al Señor y entre nosotros y la luz que
abre nuestros ojos para ver las maravillas de la gracia de Dios que nos rodean.
De
“experiencia inolvidable por la presencia y el poder del Espíritu”, ha calificado
el Papa las jornadas transcurridas en Australia con motivo de este encuentro: “Hemos
visto la Iglesia como es verdaderamente: Cuerpo de Cristo, comunidad viva de amor,
en la que hay gente de toda raza, nación y lengua, de cualquier edad y lugar, en la
unidad nacida de nuestra fe en el Señor resucitado.”
Porque la fuerza del Espíritu
Santo jamás cesa de llenar de vida a la Iglesia. A través de la gracia de los Sacramentos
de la Iglesia, “esta fuerza fluye también en nuestro interior, como un río subterráneo
que nutre el espíritu y nos atrae cada vez más cerca de la fuente de nuestra verdadera
vida, que es Cristo.”
Pero el Papa ha advertido que, esta fuerza, la gracia
del Espíritu Santo, no es algo que podamos merecer o conquistar; podemos sólo recibirla
como puro don. “El amor de Dios puede derramar su fuerza sólo cuando le permitimos
cambiarnos por dentro. Sólo entonces –ha evocado el Papa- podemos permitirle encender
nuestra imaginación y modelar nuestros deseos más profundos. Por esto es tan importante
la oración: la plegaria cotidiana, la privada en la quietud de nuestros corazones
y ante el Santísimo Sacramento, y la oración litúrgica en el corazón de la Iglesia”.
Benedicto XVI casi al final de su homilía ha manifestado que el mundo tiene
necesidad de renovación y que en muchas de nuestras sociedades, junto a la prosperidad
material, se está expandiendo el desierto espiritual: un vacío interior, un miedo
indefinible, un larvado sentido de desesperación. Y que también la Iglesia tiene necesidad
de renovación. Tiene necesidad, ha dicho, de vuestra fe, vuestro idealismo y vuestra
generosidad, para poder ser siempre joven en el Espíritu (cf. Lumen gentium,
4). La Iglesia tiene especialmente necesidad del don de los jóvenes, de todos los
jóvenes. Abrid vuestro corazón a esta fuerza. Dirijo esta invitación de modo especial
a los que el Señor llama a la vida sacerdotal y consagrada. No tengáis miedo de decir
vuestro “sí” a Jesús, de encontrar vuestra alegría en hacer su voluntad, entregándoos
completamente para llegar a la santidad y haciendo uso de vuestros talentos al servicio
de los otros.
“Al elevar nuestra oración por los confirmandos, ha finalizado
su homilía, pedimos también que la fuerza del Espíritu Santo reavive la gracia de
la Confirmación de cada uno de nosotros. Que el Espíritu derrame sus dones abundantemente
sobre todos los presentes, sobre la ciudad de Sydney, sobre esta tierra de Australia
y sobre todas sus gentes y que por la amorosa intercesión de María, Madre de la Iglesia,
esta XXIII Jornada Mundial de la Juventud sea vivida como un nuevo cenáculo, de forma
que todos nosotros, enardecidos con el fuego del amor del Espíritu Santo, continuemos
proclamando al Señor resucitado y atrayendo a cada corazón hacia Él. Amén.
La
prensa australiana, hoy… Mostrando grandes tomas aéreas con la impresionante multitud,
The Sunday Telegraph, edición dominical,titula: “Masa de humanidad”.
Artículos varios sobre la vigilia al interior de este cotidiano: “Un abrazo de masa”.
“Como nuestra cínica ciudad se envolvió del espíritu”. “Noche santa envuelta por la
exhuberancia de la juventud”. “Sydney redescubrió su alma en la masa de humanidad
de Randwick”. The Sun Herald, que ofrece en su suplemento
una “Edición Especial de Colección”, ocupa toda su primera página con una imagen del
Papa, ayer en la misa con el clero australiano en la Catedral de Sydney, y titula
:“Una bella imagen de un día cuando una palabra dijo tanto: Perdón”. “El Papa expresa
pesar por las victimas de abusos sexuales”. En el suplemento interno recorre detalladamente
lo que califica como “Siete días especiales con Papa Benedicto en Sydney”.
TEXTO
COMPLETO
Queridos amigos «Cuando el Espíritu Santo descienda sobre
vosotros, recibiréis fuerza» (Hch 1,8). Hemos visto cumplida esta promesa. En el día
de Pentecostés, como hemos escuchado en la primera lectura, el Señor resucitado, sentado
a la derecha del Padre, envió el Espíritu Santo a sus discípulos reunidos en el cenáculo.
Por la fuerza de este Espíritu, Pedro y los Apóstoles fueron a predicar el Evangelio
hasta los confines de la tierra. En cada época y en cada lengua, la Iglesia continúa
proclamando en todo el mundo las maravillas de Dios e invita a todas las naciones
y pueblos a la fe, a la esperanza y a la vida nueva en Cristo.
En
estos días, también yo he venido, como Sucesor de san Pedro, a esta estupenda tierra
de Australia. He venido a confirmaros en vuestra fe, jóvenes hermanas y hermanos míos,
y a abrir vuestros corazones al poder del Espíritu de Cristo y a la riqueza de sus
dones. Oro para que esta gran asamblea, que congrega a jóvenes de «todas las naciones
de la tierra» (Hch 2,5), se transforme en un nuevo cenáculo. Que el fuego del amor
de Dios descienda y llene vuestros corazones para uniros cada vez más al Señor y a
su Iglesia y enviaros, como nueva generación de Apóstoles, a llevar a Cristo al mundo. «Cuando
el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza». Estas palabras del
Señor resucitado tienen un significado especial para los jóvenes que serán confirmados,
sellados con el don del Espíritu Santo, durante esta Santa Misa. Pero estas palabras
están dirigidas también a cada uno de nosotros, es decir, a todos los que han recibido
el don del Espíritu de reconciliación y de la vida nueva en el Bautismo, que lo han
acogido en sus corazones como su ayuda y guía en la Confirmación, y que crecen cotidianamente
en sus dones de gracia mediante la Santa Eucaristía. En efecto el Espíritu Santo desciende
nuevamente en cada Misa, invocado en la plegaria solemne de la Iglesia, no sólo para
transformar nuestros dones del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre del Señor,
sino también para transformar nuestras vidas, para hacer de nosotros, con su fuerza,
«un solo cuerpo y un solo espíritu en Cristo».
Pero,
¿qué es este «poder» del Espíritu Santo? Es el poder de la vida de Dios. Es el poder
del mismo Espíritu que se cernía sobre las aguas en el alba de la creación y que,
en la plenitud de los tiempos, levantó a Jesús de la muerte. Es el poder que nos conduce,
a nosotros y a nuestro mundo, hacia la llegada del Reino de Dios. En el Evangelio
de hoy, Jesús anuncia que ha comenzado una nueva era, en la cual el Espíritu Santo
será derramado sobre toda la humanidad (cf. Lc 4,21). Él mismo, concebido por obra
del Espíritu Santo y nacido de la Virgen María, vino entre nosotros para traernos
este Espíritu. Como fuente de nuestra vida nueva en Cristo, el Espíritu Santo es también,
de un modo muy verdadero, el alma de la Iglesia, el amor que nos une al Señor y entre
nosotros y la luz que abre nuestros ojos para ver las maravillas de la gracia de Dios
que nos rodean.
Aquí en Australia, esta «gran tierra
meridional del Espíritu Santo», todos nosotros hemos tenido una experiencia inolvidable
de la presencia y del poder del Espíritu en la belleza de la naturaleza. Nuestros
ojos se han abierto para ver el mundo que nos rodea como es verdaderamente: «colmado»,
como dice el poeta, «de la grandeza de Dios», repleto de la gloria de su amor creativo.
También aquí, en esta gran asamblea de jóvenes cristianos provenientes de todo el
mundo, hemos tenido una experiencia elocuente de la presencia y de la fuerza del Espíritu
en la vida de la Iglesia. Hemos visto la Iglesia como es verdaderamente: Cuerpo de
Cristo, comunidad viva de amor, en la que hay gente de toda raza, nación y lengua,
de cualquier edad y lugar, en la unidad nacida de nuestra fe en el Señor resucitado.
La
fuerza del Espíritu Santo jamás cesa de llenar de vida a la Iglesia. A través de la
gracia de los Sacramentos de la Iglesia, esta fuerza fluye también en nuestro interior,
como un río subterráneo que nutre el espíritu y nos atrae cada vez más cerca de la
fuente de nuestra verdadera vida, que es Cristo. San Ignacio de Antioquía, que murió
mártir en Roma al comienzo del siglo segundo, nos ha dejado una descripción espléndida
de la fuerza del Espíritu que habita en nosotros. Él ha hablado del Espíritu como
de una fuente de agua viva que surge en su corazón y susurra: «Ven, ven al Padre»
(cf. A los Romanos, 6,1-9).
Sin embargo, esta fuerza,
la gracia del Espíritu Santo, no es algo que podamos merecer o conquistar; podemos
sólo recibirla como puro don. El amor de Dios puede derramar su fuerza sólo cuando
le permitimos cambiarnos por dentro. Debemos permitirle penetrar en la dura costra
de nuestra indiferencia, de nuestro cansancio espiritual, de nuestro ciego conformismo
con el espíritu de nuestro tiempo. Sólo entonces podemos permitirle encender nuestra
imaginación y modelar nuestros deseos más profundos. Por esto es tan importante la
oración: la plegaria cotidiana, la privada en la quietud de nuestros corazones y ante
el Santísimo Sacramento, y la oración litúrgica en el corazón de la Iglesia. Ésta
es pura receptividad de la gracia de Dios, amor en acción, comunión con el Espíritu
que habita en nosotros y nos lleva, por Jesús y en la Iglesia, a nuestro Padre celestial.
En la potencia de su Espíritu, Jesús está siempre presente en nuestros corazones,
esperando serenamente que nos dispongamos en el silencio junto a Él para sentir su
voz, permanecer en su amor y recibir «la fuerza que proviene de lo alto», una fuerza
que nos permite ser sal y luz para nuestro mundo.
En
su Ascensión, el Señor resucitado dijo a sus discípulos: «Seréis mis testigos… hasta
los confines del mundo» (Hch 1,8). Aquí, en Australia, damos gracias al Señor por
el don de la fe, que ha llegado hasta nosotros como un tesoro transmitido de generación
en generación en la comunión de la Iglesia. Aquí, en Oceanía, damos gracias de un
modo especial a todos aquellos misioneros, sacerdotes y religiosos comprometidos,
padres y abuelos cristianos, maestros y catequistas, que han edificado la Iglesia
en estas tierras. Testigos como la Beata Mary Mackillop, San Peter Chanel, el Beato
Peter To Rot y muchos otros. La fuerza del Espíritu, manifestada en sus vidas, está
todavía activa en las iniciativas beneficiosas que han dejado en la sociedad que han
plasmado y que ahora se os confía a vosotros.
Queridos
jóvenes, permitidme que os haga una pregunta. ¿Qué dejaréis vosotros a la próxima
generación? ¿Estáis construyendo vuestras vidas sobre bases sólidas? ¿Estáis construyendo
algo que durará? ¿Estáis viviendo vuestras vidas de modo que dejéis espacio al Espíritu
en un mundo que quiere olvidar a Dios, rechazarlo incluso en nombre de un falso concepto
de libertad? ¿Cómo estáis usando los dones que se os han dado, la «fuerza» que el
Espíritu Santo está ahora dispuesto a derramar sobre vosotros? ¿Qué herencia dejaréis
a los jóvenes que os sucederán? ¿Qué os distinguirá?
La
fuerza del Espíritu Santo no sólo nos ilumina y nos consuela. Nos encamina hacia el
futuro, hacia la venida del Reino de Dios. ¡Qué visión magnífica de una humanidad
redimida y renovada descubrimos en la nueva era prometida por el Evangelio de hoy!
San Lucas nos dice que Jesucristo es el cumplimiento de todas las promesas de Dios,
el Mesías que posee en plenitud el Espíritu Santo para comunicarlo a la humanidad
entera. La efusión del Espíritu de Cristo sobre la humanidad es prenda de esperanza
y de liberación contra todo aquello que nos empobrece. Dicha efusión ofrece de nuevo
la vista al ciego, libera a los oprimidos y genera unidad en y con la diversidad (cf.
Lc 4,18-19; Is 61,1-2). Esta fuerza puede crear un mundo nuevo: puede «renovar la
faz de la tierra» (cf. Sal 104,30).
Fortalecida por
el Espíritu y provista de una rica visión de fe, una nueva generación de cristianos
está invitada a contribuir a la edificación de un mundo en el que la vida sea acogida,
respetada y cuidada amorosamente, no rechazada o temida como una amenaza y por ello
destruida. Una nueva era en la que el amor no sea ambicioso ni egoísta, sino puro,
fiel y sinceramente libre, abierto a los otros, respetuoso de su dignidad, un amor
que promueva su bien e irradie gozo y belleza. Una nueva era en la cual la esperanza
nos libere de la superficialidad, de la apatía y el egoísmo que degrada nuestras almas
y envenena las relaciones humanas. Queridos jóvenes amigos, el Señor os está pidiendo
ser profetas de esta nueva era, mensajeros de su amor, capaces de atraer a la gente
hacia el Padre y de construir un futuro de esperanza para toda la humanidad.
El
mundo tiene necesidad de esta renovación. En muchas de nuestras sociedades, junto
a la prosperidad material, se está expandiendo el desierto espiritual: un vacío interior,
un miedo indefinible, un larvado sentido de desesperación. ¿Cuántos de nuestros semejantes
han cavado aljibes agrietados y vacíos (cf. Jr 2,13) en una búsqueda desesperada de
significado, de ese significado último que sólo puede ofrecer el amor? Éste es el
don grande y liberador que el Evangelio lleva consigo: él revela nuestra dignidad
de hombres y mujeres creados a imagen y semejanza de Dios. Revela la llamada sublime
de la humanidad, que es la de encontrar la propia plenitud en el amor. Él revela la
verdad sobre el hombre, la verdad sobre la vida.
También
la Iglesia tiene necesidad de renovación. Tiene necesidad de vuestra fe, vuestro idealismo
y vuestra generosidad, para poder ser siempre joven en el Espíritu (cf. Lumen gentium,
4). En la segunda lectura de hoy, el apóstol Pablo nos recuerda que cada cristiano
ha recibido un don que debe ser usado para edificar el Cuerpo de Cristo. La Iglesia
tiene especialmente necesidad del don de los jóvenes, de todos los jóvenes. Tiene
necesidad de crecer en la fuerza del Espíritu que también ahora os infunde gozo a
vosotros, jóvenes, y os anima a servir al Señor con alegría. Abrid vuestro corazón
a esta fuerza. Dirijo esta invitación de modo especial a los que el Señor llama a
la vida sacerdotal y consagrada. No tengáis miedo de decir vuestro «sí» a Jesús, de
encontrar vuestra alegría en hacer su voluntad, entregándoos completamente para llegar
a la santidad y haciendo uso de vuestros talentos al servicio de los otros.
Dentro
de poco celebraremos el sacramento de la Confirmación. El Espíritu Santo descenderá
sobre los candidatos; ellos serán «sellados» con el don del Espíritu y enviados para
ser testigos de Cristo. ¿Qué significa recibir la «sello» del Espíritu Santo? Significa
ser marcados indeleblemente, inalterablemente cambiados, significa ser nuevas criaturas.
Para los que han recibido este don, ya nada puede ser lo mismo. Estar «bautizados»
en el Espíritu significa estar enardecidos por el amor de Dios. Haber «bebido» del
Espíritu (cf. 1 Co 12,13) significa haber sido refrescados por la belleza del designio
de Dios para nosotros y para el mundo, y llegar a ser nosotros mismos una fuente de
frescor para los otros. Ser «sellados con el Espíritu» significa además no tener miedo
de defender a Cristo, dejando que la verdad del Evangelio impregne nuestro modo de
ver, pensar y actuar, mientras trabajamos por el triunfo de la civilización del amor.
Al
elevar nuestra oración por los confirmandos, pedimos también que la fuerza del Espíritu
Santo reavive la gracia de la Confirmación de cada uno de nosotros. Que el Espíritu
derrame sus dones abundantemente sobre todos los presentes, sobre la ciudad de Sydney,
sobre esta tierra de Australia y sobre todas sus gentes. Que cada uno de nosotros
sea renovado en el espíritu de sabiduría e inteligencia, el espíritu de consejo y
fortaleza, espíritu de ciencia y piedad, espíritu de admiración y santo temor de Dios.
Que
por la amorosa intercesión de María, Madre de la Iglesia, esta XXIII Jornada Mundial
de la Juventud sea vivida como un nuevo cenáculo, de forma que todos nosotros, enardecidos
con el fuego del amor del Espíritu Santo, continuemos proclamando al Señor resucitado
y atrayendo a cada corazón hacia Él. Amén.