El Papa advierte a los jóvenes contra los “falsos dioses”, asociados a la adoración
de los bienes materiales, el amor posesivo y el poder, falsas divinidades que en vez
de dar vida, traen la muerte
Viernes, 18 jul (RV).- En el Ateneo, el Papa ha encontrado a un grupo de jóvenes con
problemas de adaptación. Escuchó sus difíciles circunstancias de vida, y su lucha
por salir adelante. Oró por y con ellos. Les dio palabras de estímulo… El pastor
vino a Sydney también por estas ovejas. El Santo Padre ha querido advertir a los
jóvenes contra los “falsos dioses, cualquiera que sea su nombre, la imagen o la forma
que se les dé”, porque como ha subrayado Benedicto XVI están siempre asociados a la
adoración de tres cosas: los bienes materiales, el amor posesivo y el poder”.
El
Pontífice ha abordado uno a uno estos nuevos ídolos de nuestra sociedad, advirtiendo
a los jóvenes contra su degeneración, y finalizando su advertencia con una misma frase
“... una falsa divinidad. En vez de dar vida, traen la muerte”.
El primero
de ellos, los bienes materiales, el Papa los ha descrito como buenos en sí mismos
“pero, si somos codiciosos, si nos negamos a compartir lo que tenemos con los hambrientos
y los pobres, convertimos nuestros bienes en una falsa divinidad. En nuestra sociedad
materialista, muchas voces nos dicen que la felicidad se consigue poseyendo el mayor
número de bienes posible y objetos de lujo. Sin embargo, esto significa transformar
los bienes en una falsa divinidad. En vez de dar la vida, traen la muerte”.
En
cuanto al amor auténtico, el Santo Padre ha dicho que evidentemente es algo bueno
“pero que fácil es transformar el amor en una falsa divinidad”, pensando con frecuencia
que se está amando cuando en realidad se tiende a poseer al otro o a manipularlo.
“Qué fácil es ser engañado –ha advertido el Papa- por tantas voces que, en nuestra
sociedad, sostienen una visión permisiva de la sexualidad, sin tener en cuenta la
modestia, el respeto de sí mismo o los valores morales que dignifican las relaciones
humanas. Esto supone adorar a una falsa divinidad. En vez de dar la vida, trae la
muerte”.
Por último el poder que Dios nos ha dado de plasmar el mundo que nos
rodea, que ha subrayado el Pontífice, es ciertamente algo bueno. Pero también “qué
fuerte es la tentación de aferrarse al poder por sí mismo, buscando dominar a los
otros o explotar el medio ambiente natural con fines egoístas. Esto significa transformar
el poder en una falsa divinidad. En vez de dar la vida, trae la muerte”.
Por
último el Papa ha resaltado la parábola del hijo pródigo y como muchos de estos muchachos
habían experimentado personalmente lo que vivió aquel joven. “Tal vez, - les ha dicho
el Santo Padre- habéis tomado decisiones de las que ahora os arrepentís, elecciones
que, aunque entonces se presentaban muy atractivas, os han llevado a un estado más
profundo de miseria y de abandono. El abuso de las drogas o del alcohol, participar
en actividades criminales o nocivas para vosotros mismos, podrían aparecer entonces
como la vía de escape a una situación de dificultad o confusión. Ahora sabéis que
en vez de dar la vida, han traído la muerte”.
DISCURSO COMPLETO
Queridos
jóvenes:
Me alegro de estar hoy aquí con vosotros
en Darlinghurst, y saludo con afecto a los que participan en el programa “Alive”,
así como al personal que lo dirige. Ruego para que todos podáis disfrutar de la asistencia
que ofrece la Archidiócesis de Sydney a través de la Social Services Agency, y para
que siga adelante la buena labor que aquí se hace.
El
nombre del programa que seguís nos invita a hacernos la siguiente pregunta: ¿qué quiere
decir realmente estar “vivo”, vivir la vida en plenitud? Esto es lo que todos queremos,
especialmente cuando somos jóvenes, y es lo que Cristo quiere para nosotros. En efecto,
Él dijo: “He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10,10). El
instinto más enraizado en todo ser vivo es el de conservar la vida, crecer, desarrollarse
y transmitir a otros el don de la vida. Por eso, es algo natural que nos preguntemos
cuál es la mejor manera de realizar todo esto.
Esta
cuestión es tan acuciante para nosotros como le era también para los que vivían en
tiempos del Antiguo Testamento. Sin duda ellos escuchaban con atención a Moisés cuando
les decía: “Te pongo delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; elige
la vida, y vivirás tú y tu descendencia amando al Señor tu Dios, escuchando su voz,
pegándote a él, pues él es tu vida” (Dt 30, 19-20). Estaba claro lo que debían hacer:
debían rechazar a los otros dioses para adorar al Dios verdadero, que se había revelado
a Moisés, y obedecer sus mandamientos. Se podría pensar que actualmente es poco probable
que la gente adore a otros dioses. Sin embargo, a veces la gente adora a “otros dioses”
sin darse cuenta. Los falsos “dioses”, cualquiera que sea el nombre, la imagen o la
forma que se les dé, están casi siempre asociados a la adoración de tres cosas: los
bienes materiales, el amor posesivo y el poder. Permitidme que me explique. Los bienes
materiales son buenos en sí mismos. No podríamos sobrevivir por mucho tiempo sin dinero,
vestidos o vivienda. Para vivir, necesitamos alimento. Pero, si somos codiciosos,
si nos negamos a compartir lo que tenemos con los hambrientos y los pobres, convertimos
nuestros bienes en una falsa divinidad. En nuestra sociedad materialista, muchas voces
nos dicen que la felicidad se consigue poseyendo el mayor número de bienes posible
y objetos de lujo. Sin embargo, esto significa transformar los bienes en una falsa
divinidad. En vez de dar la vida, traen la muerte.
El
amor auténtico es evidentemente algo bueno. Sin él, difícilmente valdría la pena vivir.
El amor satisface nuestras necesidades más profundas y, cuando amamos, somos más plenamente
nosotros mismos, más plenamente humanos. Pero, qué fácil es transformar el amor en
una falsa divinidad. La gente piensa con frecuencia que está amando cuando en realidad
tiende a poseer al otro o a manipularlo. A veces trata a los otros más como objetos
para satisfacer sus propias necesidades que como personas dignas de amor y de aprecio.
Qué fácil es ser engañado por tantas voces que, en nuestra sociedad, sostienen una
visión permisiva de la sexualidad, sin tener en cuenta la modestia, el respeto de
sí mismo o los valores morales que dignifican las relaciones humanas. Esto supone
adorar a una falsa divinidad. En vez de dar la vida, trae la muerte.
El
poder que Dios nos ha dado de plasmar el mundo que nos rodea es ciertamente algo bueno.
Si lo utilizamos de modo apropiado y responsable nos permite transformar la vida de
la gente. Toda comunidad necesita buenos guías. Sin embargo, qué fuerte es la tentación
de aferrarse al poder por sí mismo, buscando dominar a los otros o explotar el medio
ambiente natural con fines egoístas. Esto significa transformar el poder en una falsa
divinidad. En vez de dar la vida, trae la muerte.
El
culto a los bienes materiales, el culto al amor posesivo y el culto al poder, lleva
a menudo a la gente a “comportarse como Dios”: intentan asumir el control total, sin
prestar atención a la sabiduría y a los mandamientos que Dios nos ha dado a conocer.
Este es el camino que lleva a la muerte. Por el contrario, adorar al único Dios verdadero
significa reconocer en él la fuente de toda bondad, confiarnos a él, abrirnos al poder
saludable de su gracia y obedecer sus mandamientos: este es el camino para elegir
la vida.
Un ejemplo gráfico de lo que significa
alejarse del camino de la muerte y reemprender el camino de la vida, se encuentra
en el relato del Evangelio que seguramente todos conocéis bien: la parábola del hijo
pródigo. Al comienzo de la narración, aquél joven dejó la casa de su padre buscando
los placeres ilusorios prometidos por los falsos “dioses”. Derrochó su herencia llevando
una vida llena de vicios, encontrándose al final en un estado de grande pobreza y
miseria. Cuando tocó fondo, hambriento y abandonado, comprendió que había sido una
locura dejar la casa de su padre, que tanto lo amaba. Regresó con humildad y pidió
perdón. Su padre, lleno de alegría, lo abrazó y exclamó: “Este hijo mío estaba muerto
y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado.” (Lc 15, 24).
Muchos
de vosotros habéis experimentado personalmente lo que vivió aquél joven. Tal vez,
habéis tomado decisiones de las que ahora os arrepentís, elecciones que, aunque entonces
se presentaban muy atractivas, os han llevado a un estado más profundo de miseria
y de abandono. El abuso de las drogas o del alcohol, participar en actividades criminales
o nocivas para vosotros mismos, podrían aparecer entonces como la vía de escape a
una situación de dificultad o confusión. Ahora sabéis que en vez de dar la vida, han
traído la muerte. Quiero reconocer el coraje que habéis demostrado decidiendo volver
al camino de la vida, precisamente como el joven de la parábola. Habéis aceptado la
ayuda de los amigos o de los familiares, del personal del programa “Alive”, de aquellos
que tanto se preocupan por vuestro bienestar y felicidad.
Queridos
amigos, os veo como embajadores de esperanza para otros que se encuentran en una situación
similar. Al hablar desde vuestra experiencia podéis convencerlos de la necesidad de
elegir el camino de la vida y rechazar el camino de la muerte. En todos los Evangelios,
vemos que Jesús amaba de modo especial a los que habían tomado decisiones erróneas,
ya que una vez reconocida su equivocación, eran los que mejor se abrían a su mensaje
de salvación. De hecho, Jesús fue criticado frecuentemente por aquellos miembros de
la sociedad, que se tenían por justos, porque pasaba demasiado tiempo con gente de
esa clase. Preguntaban, “¿cómo es que vuestro maestro come con publicanos y pecadores?”.
Él les respondió: “No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos... No
he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores” (Mt 9, 11-13). Los que querían
reconstruir sus vidas eran los más disponibles para escuchar a Jesús y a ser sus discípulos.
Vosotros podéis seguir sus pasos; también vosotros, de modo particular, podéis acercaros
particularmente a Jesús precisamente porque habéis elegido volver a él. Podéis estar
seguros que, a igual que el padre en el relato del hijo pródigo, Jesús os recibe con
los brazos abiertos. Os ofrece su amor incondicional: la plenitud de la vida se encuentra
precisamente en la profunda amistad con él.
He dicho
antes que cuando amamos satisfacemos nuestras necesidades más profundas y llegamos
a ser más plenamente nosotros mismos, más plenamente humanos. Hemos sido hechos para
amar, para esto hemos sido hechos por el Creador. Lógicamente, no hablo de relaciones
pasajeras y superficiales; hablo de amor verdadero, del núcleo de la enseñanza moral
de Jesús: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda
tu mente, con todo tu ser”, y “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (cf. Mc 13, 30-31).
Éste es, por así decirlo, el programa grabado en el interior de cada persona, si tenemos
la sabiduría y la generosidad de conformarnos a él, si estamos dispuestos a renunciar
a nuestras preferencias para ponernos al servicio de los demás, y a dar la vida por
el bien de los demás, y en primer lugar por Jesús, que nos amó y dio su vida por nosotros.
Esto es lo que los hombres están llamados a hacer, y lo que quiere decir realmente
estar “vivo”.
Queridos jóvenes amigos, el mensaje
que os dirijo hoy es el mismo que Moisés pronunció hace tantos años: “elige la vida,
y vivirás tú y tu descendencia amando al Señor tu Dios”. Que su Espíritu os guíe por
el camino de la vida, obedeciendo sus mandamientos, siguiendo sus enseñanzas, abandonando
las decisiones erróneas que sólo llevan a la muerte, y os comprometáis en la amistad
con Jesús para toda la vida. Que con la fuerza del Espíritu Santo elijáis la vida
y el amor, y deis testimonio ante el mundo de la alegría que esto conlleva. Esta es
mi oración por cada uno de vosotros en esta Jornada Mundial de la Juventud. Que Dios
os bendiga.