Audiencia general: el Papa exhorta a practicar los grandes valores de la ''tolerancia
que distinga entre el bien y el mal para no convertirse en caótica y autodestructiva;
la libertad que siempre respete a los demás; y el diálogo que sepa sobre qué dialogar
para no convertirse en charla vacía''
Miércoles, 25 jun (RV).- ''Tolerancia, libertad y diálogo son valores defendidos justamente
hoy'' pero van vistos en relación a la persona de Cristo, para tener ''significado''.
Lo ha afirmado el Papa Benedicto XVI explicando en su catequesis durante la Audiencia
General de esta mañana en la plaza de san Pedro la figura de san Máximo, el confesor.
San
Máximo, fue un padre de la Iglesia que vivió en el siglo VI y que le amputaron la
lengua y la mano derecha y después exiliado por el emperador romano, por haber defendido
la doctrina de las dos voluntades de Cristo. Según cálculos de la Prefectura Apostólica
han participado en la audiencia unos 14 mil peregrinos, entre ellos un nutrido grupo
de fieles católicos sordomudos.
''Una tolerancia que no distinga entre el bien
y el mal - ha dicho el Papa - se convierte en caótica y autodestructiva; una libertad
que no respete la de los demás'' y no alcance una ''común libertad, es anárquica;
un diálogo que no sepa sobre qué dialogar, se convierte en charla vacía''.
''Tolerancia,
libertad y diálogo son grandes y fundamentales valores, pero pueden quedarse sólo
en eso si no tienen un punto de referencia. Y este punto de referencia -ha indicado
el Santo Padre-, es la síntesis de Dios y cosmos, en la que aprendemos a colocar
todos los otros valores, para que tengan su justo significado”.
“Jesucristo
como punto de significado que da luz a todos los demás valores -ha subrayado el
Papa- es la última palabra del testimonio de Máximo: el cosmos debe convertirse en
liturgia, y la adoración es el principio de la verdadera transformación, de la verdadera
renovación del mundo”.
Este ha sido el resumen que de su catequesis ha hecho
el Santo Padre en español, para los peregrinos de nuestra lengua presentes en la Plaza
de san Pedro:
Queridos
hermanos y hermanas: San Máximo, que mereció el título de Confesor por
la valentía con que dio testimonio y confesó su fe en Jesucristo, verdadero Dios y
verdadero hombre, nació en Palestina, en torno al año quinientos ochenta. De allí
marchó a Constantinopla y luego a África, en donde se distinguió por la ortodoxia
de su fe, que nunca aceptó la reducción de la humanidad de Cristo y siempre defendió
que Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios encarnado, conserva su voluntad divina, pero
posee también íntegra la voluntad humana. Esta verdad la expuso asimismo en Roma,
participando en el Concilio Lateranense, convocado por el Papa Martín Primero para
defender las dos voluntades de Cristo contra el edicto imperial que prohibía discutir
esta cuestión. Por este motivo, poco tiempo más tarde, fue juzgado y, tras ser acusado
de hereje, le amputaron la lengua y la mano derecha, ya que había combatido de palabra
y con sus escritos la doctrina errónea de la única voluntad de Cristo. Después, lo
mandaron exiliado a Colchide, en donde murió a causa de los terribles sufrimientos
padecidos, el trece de agosto del año seiscientos sesenta y dos. El ejemplo de san
Máximo, que dio testimonio de su fe sin ambages, nos anima a confesar a Cristo como
el único Salvador del mundo y a encontrar en Él el valor más alto de nuestra vida.
Saludo
con afecto a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos venidos
de diversos lugares de España, así como a los fieles procedentes de México, Paraguay
y otros países de Latinoamérica. Que la intercesión de San Máximo el Confesor os ayude
a seguir las huellas de Jesucristo con fe firme. Muchas gracias.
Como siempre,
antes de finalizar la audiencia, el Santo Padre ha saludado a los jóvenes a los enfermos
y a los recién casados. El domingo celebraremos la solemnidad de los Santos Apóstoles
Pedro y Pablo. Que el ejemplo y la constante protección de estas columnas de la Iglesia
os sostengan a vosotros, queridos jóvenes, en el esfuerzo de seguir a Cristo; que
os ayuden a vosotros, queridos enfermos, en vivir con paciencia y serenidad vuestra
situación; y que os empujen a vosotros, recién casados, a testimoniar en vuestra familia
y en la sociedad la valiente adhesión a las enseñanzas del Evangelio.