Benedicto XVI recuerda la importancia de la esperanza cristiana ante los desafíos
y dificultades que se presentan en la sociedad y la cultura de hoy, en Roma, en Italia
y en Europa, y señala una vez más que «no es la ciencia, sino el amor el que redime
al hombre»
Martes, 10 jun (RV).- «Jesucristo ha resucitado: educar a la esperanza en la oración,
en la acción y en el sufrimiento». Ha sido el tema y la exhortación que Benedicto
XVI dirigió inaugurando - en la tarde de ayer - el encuentro eclesiástico anual de
Roma, la diócesis del Papa. En la Basílica de San Juan de Letrán, catedral de la Ciudad
Eterna, abarrotada por numerosos fieles - ante las fuerzas vivas de esta diócesis
romana: obispos, sacerdotes, diáconos, religiosos y religiosas, personas consagradas,
laicos, asociaciones, movimientos y familias – Benedicto XVI hizo hincapié en la importancia
de la educación de las nuevas generaciones. «Tema que implica, ante todo a las familias,
pero que interesa directamente también a la Iglesia, a la escuela y a la sociedad
entera».
Alentando a responder a la «emergencia educativa, que representa
para todos un gran e ineludible desafío», el Papa destacó que el objetivo de este
año pastoral se refiere a la educación «en la óptica de la esperanza teologal, que
se nutre de la fe y de la confianza en el Dios que en Jesucristo se ha revelado como
el verdadero amigo del hombre».
Recordando la importancia de la esperanza cristiana
también ante los desafíos y dificultades que se presentan en la sociedad y la cultura
de hoy, en Roma, en Italia y en Europa, Benedicto XVI señaló una vez más que «no es
la ciencia, sino el amor el que redime al hombre». Y ello «es válido en el ámbito
terrenal, así como en el puramente ‘intramundano’» (Spe Salvi n 26).
Tras señalar
que el motivo más profundo y decisivo de la debilidad de la esperanza en el mundo
en que vivimos, no se aparta de la que citaba el Apóstol Pablo, cuando recordaba que
antes de encontrar a Cristo los efesios vivían «sin esperanza y sin Dios en el mundo»
(Ef 2,12), el Papa lamentó que la cultura y la civilización actual tienda, demasiado
a menudo, a «poner a Dios entre paréntesis, a organizar sin Él la vida personal y
social, a afirmar que no se puede conocer nada de Dios o incluso a negar su existencia».
El
Papa desarrolló en su denso discurso los tres puntos de este encuentro. Es decir,
«educar a la esperanza en la oración, en la acción y en el sufrimiento». En lo que
se refiere a la importancia de la oración, el Santo Padre recordó que la persona que
reza nunca está totalmente sola, pues Dios es el único que en toda situación o prueba
puede escucharla y ayudarla. Perseverancia en la oración, también como proceso de
purificación, que nos libera y nos abre a los hermanos. «Así crece la esperanza cristiana
y con ella el amor a Dios y al prójimo»: «La oración es lo opuesto de una fuga de
nuestras responsabilidades hacia el prójimo. Todo lo contrario, por medio de la oración
aprendemos a mantener al mundo abierto a Dios y a ser ministros de la esperanza para
los demás»
En sus palabras dedicadas a la acción, el Santo Padre señaló que
«precisamente ante la conciencia aguda y difundida de los males y de los problemas»
que se presentan en Roma, se está despertando la voluntad de un esfuerzo común. En
este contexto, Benedicto XVI alentó a «promover una cultura y una organización social
que sean más favorables para la familia y la acogida de la vida». Así como a afrontar
las dificultades que viven las personas ancianas y los jóvenes, impulsando respuestas
a las necesidades primarias, como son el trabajo, la vivienda, la seguridad y la acogida:
«Compartiremos el compromiso de hacer que nuestra ciudad sea más segura y ‘habitable’
pero actuaremos para que lo sea para todos. En particular, para los más pobres, y
para que no se excluya a ningún inmigrado que viene entre nosotros con la intención
de encontrar un espacio de vida en el respeto de nuestras leyes».
En sus palabras
sobre «la esperanza cristiana en el sufrimiento», Benedicto XVI reiteró que «ciertamente,
debemos hacer todo lo posible para disminuir el sufrimiento; impedir cuanto se pueda
el sufrimiento de los inocentes; aliviar los dolores y ayudar a superar las dolencias
psíquicas». Tras destacar los importantes progresos en la lucha contra el dolor físico
y recordando que «sin embargo, no podemos eliminar completamente el sufrimiento en
el mundo», el Papa reiteró «la gran verdad cristiana» de que «no es la fuga ante el
dolor la que sana al hombre, sino la capacidad de aceptar la tribulación y de madurar
con ella, encontrando un sentido en el mismo mediante la unión a Cristo».
«En
la relación con el sufrimiento y las personas que sufren se determina, por lo tanto,
la medida de nuestra humanidad, para cada uno de nosotros y para la sociedad en que
vivimos», ha insistido el Santo Padre, añadiendo que la fe cristiana tiene el mérito
histórico, de haber suscitado en el hombre, con forma y profundidad nueva, la capacidad
de compartir interiormente el sufrimiento del prójimo, que así ya no se encuentra
solo en su sufrimiento.
«También de sufrir por el amor del bien, de la verdad
y de la justicia. Todo ello está por encima de nuestras fuerzas, pero se vuelve posible
gracias al ‘compartir’ de Dios por amor del hombre, en la pasión de Cristo»: «Queridos
hermanos y hermanas, eduquémonos cada día a la esperanza que madura en el sufrimiento.
Estamos llamados a hacerlo, en primer lugar, cuando nos afecta personalmente una grave
enfermedad o alguna otra dura prueba. Pero creceremos igualmente en la esperanza a
través de la ayuda concreta y la cercanía cotidiana al sufrimiento tanto de las personas
que tenemos cerca, como de nuestros familiares y de toda persona que es nuestro prójimo,
porque nos acercamos a ella con amor».
El Papa hizo hincapié en que la esperanza
cristiana no se queda sólo en este mundo, sino que está orientada hacia la comunión
plena y eterna con el Señor. Por ello al final de su Encíclica Spe Salvi se ha detenido
sobre el Juicio de Dios, como lugar de aprendizaje y de ejercicio de la esperanza:
«He intentado que vuelva a ser familiar y comprensible, para la humanidad y la cultura
de nuestro tiempo, la salvación que se nos promete en el mundo y más allá de la muerte,
si bien de aquel mundo no podemos tener aquí abajo una verdadera y propia experiencia.
Para volver a dar a la educación en la esperanza sus verdaderas dimensiones y motivaciones
firmes, todos nosotros – empezando por los sacerdotes y los catequistas – debemos
poner en el centro de la propuesta de la fe esta gran verdad, que tiene su ‘primicia’
en Jesucristo resucitado de entre los muertos».
Afianzados, hoy como ayer
y siempre, en la resurrección de Jesucristo - cimiento indefectible de nuestra fe
y de nuestra esperanza – de la que los Apóstoles fueron testigos y no creadores, anunciándola
al mundo aun pagando el precio de su propia vida, reiteró Benedicto XVI, haciendo
hincapié en que, precisamente la resurrección de Cristo –salto decisivo hacia una
dimensión de vida profundamente nueva, es un hecho histórico que abraza a toda la
familia humana, la historia y el universo entero.
De los objetivos y desafíos
sobre los que reflexionó el Papa en su discurso al Congreso eclesial promovido por
la diócesis de Roma, oigamos al vicerrector de la Pontificia Universidad de la Santa
Cruz, Héctor Franceschi.