Se llama hijo del Hombre: La experiencia del hombre que busca
Escuchar el programa Martes, 3 jun
(RV).- Retomamos algunas ideas heredadas de la serie “Seguimos tus huellas”, poniendo
ahora nombre al autor de esas huellas: Cristo, el Hijo de Dios encarnado en el Hijo
del hombre. Las huellas son indicadores de alguien que ha hecho el camino antes. Este
es Jesucristo.
Sabemos desde entonces que el hombre que se toma en serio
a sí mismo camina siempre, y si es constante en la búsqueda llegará un momento en
que tope con Dios. Esto era del primer gran tema de la serie anterior, y ahora veremos
cómo esa aventura de búsqueda acaba en la revelación. A quien busca a Dios con sincero
corazón, Dios le sale al encuentro, Dios se le revela: Jesús es la Encarnación de
Dios, a quien nosotros hemos conocido caminar y sudar por nuestra tierra como Hijo
del hombre.
El hombre que se conforma con lo que es, en su existencia terrena
y limitada, no se da cuenta que su dimensión es la de ser más grande, y no se aventura
a serlo por cobardía. Esto es lo que le está pasando en nuestra época. Casi todos
estamos padeciendo el mal de conformamos con ser hombres a nuestra medida, pequeña,
y negamos la grandeza que reclama nuestro corazón porque es superior a nuestras fuerzas.
El
hombre que toma en serio su propia vocación emprende un camino y se va poniendo metas:
la meta de la felicidad humana, la meta del poder, la meta de..., ponga cada uno
la suya. Pero al caminar de meta en meta no podemos ocultar la ilusión de una meta
siempre mayor. Esto es tomar en serio al hombre y su aventura, la meta de ser nosotros
mismos, la de ser yo mismo. Ciertamente no se trata de una meta o de un ideal de hombre
que esté fuera del hombre. Debemos decirlo una vez más: el ideal del ser del hombre
está dentro de nosotros; somos tarea de nosotros mismos y ese ideal que está dentro
nos empuja, y tira de nosotros hacia nuestro propio ser. No nacemos para ser algo
que está fuera de nosotros, nacemos para sernos, alcanzar ese ser que todavía no soy,
y que es más que lo que estamos siendo.
Veamos lo que nos dice nuestra
propia experiencia. Emprendemos la aventura de ser hombres y un día topamos con una
situación de felicidad, y me digo: ¿me detengo en ella? Descubres una felicidad, pero
esa misma felicidad te dispara y dices, ¿y por qué no puedo aspirar a más? ¡Porque
yo quiero más! Y sigues la aventura. Topas con otra satisfacción en la vida y, si
te quedas en ella, renuncias a tu aventura. Esto es lo que llamamos tentación -en
latín tentare- y significa, como en castellano, tentar, tocar, por ejemplo, una plancha
para ver si quema o no quema. El hombre que toma en serio su aventura sabe que todas
las metas que alcanza son provisionales y en todo caso penúltimas, nunca últimas.
¿Y la última, dónde está? Todo se abre cada vez más hacia el infinito, es decir, las
felicidades nos llevan hacia esa Felicidad que las contenga a todas; buscamos la Felicidad
que da felicidad a las felicidades y que sea capaz de contentar al hombre. Sólo entonces
habremos descubierto el infinito.
Así es la experiencia del hombre que
camina. Tuve una meta a los dieciocho años, pero no fue final, porque después, a los
veinte, tuve otra y a los cuarenta otra y así me sigo preguntando por lo que me pasa.
¿Y cuando llegaré al final...? Hasta que, de golpe, caigo en la cuenta de que no,
no hay final, no puede haberlo, porque el final de verdad ha de ser un final sin fin.
Exactamente, has topado con Dios, a esto llamamos Dios. Dios es el infinito. Por tanto,
cuando el hombre descubre que el caminar por la vida le lleva a lograr metas que al
final no son metas sino puntos de partida para otras y así indefinidamente, el hombre
ha topado con el infinito y el infinito es Dios. Pero sobre todo hemos descubierto
en qué consiste ser hombre: caminar, buscar.
De esto vamos a hablar en
esta nueva serie “Se llama el Hijo del hombre”. Vamos a hablar del hombre, pero de
ese hombre que realizó perfectamente su misión, el Hijo de Dios, el enviado de Dios
para decir a los hombres cómo deben caminar si quieren llegar a ser hombres de verdad,
es decir, divinos, los que sólo se conforman con una grandeza que les corresponde,
la que nos ofrece Dios. Pero ya hemos dicho que hay que tener cuidado porque cuando
se habla mucho de Dios directamente, como si le conociéramos, estamos hablando de
lo que no sabemos. Sólo hay uno que conoce a Dios porque viene de Él, su Hijo, el
Hijo del hombre. De éste queremos hablar y a éste queremos conocer.