2008-05-30 15:40:27

Se llama hijo del hombre: el Dios encarnado es el Hijo del hombre


Martes, 27 may (RV).- Cristo es Dios encarnado, sin embargo se llama a sí mismo Hijo del hombre. Decíamos que esta nueva serie de programas de Radio Vaticano vamos a dar un salto cualitativo, el salto de la fe. De la búsqueda humana en la historia de las religiones a la búsqueda desde la revelación. Cristo es la revelación de Dios al hombre, y nosotros seguimos caminando desde el hombre, pero ahora acompañados por un Dios que se nos ha revelado en el hombre Jesús de Nazaret. Jesús se llama a sí mismo Hijo del hombre.


Dios que había hablado a nuestros antepasados muchas veces y de muchas maneras, según épocas y culturas distintas, “en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo; el cual, siendo resplandor de su gloria e impronta de su sustancia, después de llevar a cabo la purificación de los pecados, se sentó a la derecha de la Majestad en las alturas”, dice San Pablo al comenzar la carta a los Hebreos.


Un Hijo, esa es la Palabra definitiva de Dios al hombre, no una idea, ni una teoría o una nueva religión. Las religiones están ahí como muestra del esfuerzo humano por llegar a Dios, sin conseguirlo, porque Dios es siempre superior a nuestra capacidad de comprensión. A Dios nadie le ha visto nunca, dice San Juan, en cambio a su Hijo sí, su forma de nacer y morir, sus palabras y sus gestos, su doctrina y a sus amigos. A este Hijo de Dios es a quien hemos conocido y a quien él mismo se denominaba como Hijo del hombre.


Las religiones están ahí testimoniando un deseo y un esfuerzo humano por llegar a Dios. Jesús, el Hijo, está aquí, entre nosotros para que los hombres conozcamos el plan de Dios sobre su creación y sus criaturas: llegar a ser hijos en el Hijo. Hijos de los hombres e Hijos de Dios, este es el salto de la fe y el salto en una forma de relacionarnos con Dios, como hijos.


Sigue diciendo San Pablo que este es el misterio escondido desde siglos y generaciones, y manifestado ahora a sus santos (Col 1, 26). Y en la carta a Tito esa manifestación viene descrita como la aparición de la bondad, la benevolencia, la ternura de Dios. Así lo que querido Dios, manifestarse en su Hijo Jesús como ternura hacia los hombres. Nada más lejos que el Dios lejano y justiciero, el omnipotente y omnisciente. Jesús de Nazaret crecía junto a sus padres en edad y en sabiduría; aprendió de ellos lo que un hijo ve en sus padres. Si supo decir he aquí que vengo Padre para hacer tu voluntad lo aprendió de su madre, María: “He aquí la esclava del Señor. Hágase en mí según tu palabra”. Si predicó bienaventurados los pobres, los mansos, los limpios, lo aprendió de su madre, María, quien cantaba: «Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, … Dispersó a los soberbios de corazón. Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos sin nada” (Lc. 1).


Jesús es el Hijo del hombre y se asignaba a sí mismo este título no sólo en los días de su actividad cotidiana, sino en los momentos más trágicos y definitivos de su existencia, cuando está a punto de ser traicionado por Judas, el día antes de su pasión y muerte: “Ahora se manifiesta la gloria del Hijo del hombre y la gloria de Dios se manifiesta en él” (Jn. 13).


Este es el objetivo de esta nueva serie de espacios catequéticos de Radio Vaticano, ayudar a dar el salto de nuestra religiosidad humana y pagana, a la religión de los hijos en el Hijo del hombre. Los esfuerzos de búsqueda, realizados durante siglos, se han convertido en tarea de aceptación. Es Dios quien nos da la fe; al llegar la plenitud de los tiempos la fe no es fruto del trabajo intelectual o de experiencias humanas, sino de aceptación, humilde y gozosa, de la vida que nos trae el Hijo del hombre: “Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo” (Jn. 17, 3-5). El salto de una religiosidad pagana a la religión cristiana es el salto de la fe en un hombre que es Cristo, la encarnación de Dios, en el Hijo del hombre.







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