2008-04-19 18:11:35

El Papa invita a no desanimarse y perseverar en el testimonio del amor de Cristo, aunque la luz de la fe se amortigüe por la rutina, o el esplendor de la Iglesia se ofusque por los pecados y las debilidades de sus miembros


Sábado, 19 abr (RV).- Mientras se apresta a concluir este segundo día en Nueva York con un encuentro dedicado a la juventud y con los seminaristas, el Pontífice ha celebrado la Santa Misa ‘por la Iglesia universal’ en la catedral de San Patricio.

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Una celebración que ha coincidido con el inicio del cuarto año de su Pontificado y que ha contado con la participación de numerosos sacerdotes, religiosos y religiosas reunidos en esta histórica catedral: “Saludo con gran afecto en el Señor a todos vosotros que representáis a los Obispos, sacerdotes y diáconos, a los hombres y mujeres de vida consagrada, y a los seminaristas de los Estados Unidos. Agradezco al Cardenal Egan la cordial bienvenida y felicitación que ha expresado en nombre vuestro, al inicio del cuarto año de mi Pontificado. Me alegra celebrar esta Misa con vosotros que habéis sido elegidos por el Señor, que habéis respondido a su llamado y que dedicáis vuestra vida a la búsqueda de la santidad, a la difusión del Evangelio y a la edificación de la Iglesia en la fe, en la esperanza y en el amor”.

«Al mismo tiempo que damos gracias por las bendiciones del pasado y consideramos los desafíos del futuro, queremos implorar de Dios la gracia de un nuevo Pentecostés para la Iglesia en América», ha afirmado el Santo Padre, anhelando ¡Que desciendan sobre todos los presentes lenguas como de fuego, fundiendo el amor ardiente a Dios y al prójimo con el celo por la propagación del Reino de Dios!

Tras reiterar que «la Iglesia, como “pueblo unido por la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo” (Lumen gentium, 4), está llamada a proclamar el don de la vida, a proteger la vida y a promover una cultura de la vida», Benedicto XVI ha hecho hincapié en el mensaje de la esperanza cristiana: “La proclamación de la vida, de la vida abundante, debe ser el centro de la nueva evangelización. Pues la verdadera vida – nuestra salvación – se encuentra sólo en la reconciliación, en la libertad y en el amor que son dones gratuitos de Dios. Éste es el mensaje de esperanza que estamos llamados a anunciar y encarnar en un mundo en el que egocentrismo, avidez, violencia y cinismo parecen sofocar muy a menudo el crecimiento frágil de la gracia en el corazón de la gente”.

En su densa homilía, el Papa ha puesto de relieve la urgencia de comunicar la alegría de la fe: “Quizás hemos perdido de vista que en una sociedad en la que la Iglesia parece a muchos que es legalista e “institucional”, nuestro desafío más urgente es comunicar la alegría que nace de la fe y de la experiencia del amor de Dios”.

Inspirándose en algunos aspectos de la bellísima estructura de la catedral de Nueva York, el Papa ha reflexionado sobre las vocaciones particulares dentro de la unidad del Cuerpo místico. «Solamente desde dentro, desde la experiencia de fe y de vida eclesial, es como vemos a la Iglesia tal como es verdaderamente: llena de gracia, esplendorosa por su belleza, adornada por múltiples dones del Espíritu. Una consecuencia de esto es que nosotros, que vivimos la vida de gracia en la comunión de la Iglesia, estamos llamados a atraer dentro de este misterio de luz a toda la gente», ha recordado Benedicto XVI, subrayando que «no es un cometido fácil en un mundo que es propenso a mirar “desde fuera” a la Iglesia».

En este contexto, el Papa ha señalado que también para algunos de nosotros, desde dentro, la luz de la fe puede amortiguarse por la rutina y el esplendor de la Iglesia puede ofuscarse por los pecados y las debilidades de sus miembros o por los obstáculos encontrados en una sociedad que, a veces, parece haber olvidado a Dios e irritarse ante las exigencias más elementales de la moral cristiana. Invitando a no desanimarse y a perseverar en dar testimonio del amor de Cristo y para la edificación de su Cuerpo, afianzados en la Palabra de Dios, el Santo Padre ha reflexionado sobre una de las grandes desilusiones que siguieron al Concilio Vaticano II, con su exhortación a un mayor compromiso en la misión de la Iglesia para el mundo. Es decir, la experiencia de división entre diferentes grupos, distintas generaciones y diversos miembros de la misma familia religiosa. Una vez más, Benedicto XVI ha puesto de relieve que ¡Podemos avanzar sólo si fijamos juntos nuestra mirada en Cristo!

«Aquí, en el contexto de nuestra necesidad de una perspectiva fundamentada en la fe, y de unidad y colaboración en el trabajo de edificación de la Iglesia, querría decir unas palabras sobre los abusos sexuales que han causado tantos sufrimientos. Ya he tenido ocasión de hablar de esto y del consiguiente daño para la comunidad de los fieles. Ahora deseo expresaros sencillamente, queridos sacerdotes y religiosos, mi cercanía espiritual, al mismo tiempo que tratáis de responder con esperanza cristiana a los continuos desafíos surgidos por esta situación. Me siento unido a vosotros rezando para que éste sea un tiempo de purificación para cada uno y para cada Iglesia y comunidad religiosa, y también un tiempo de sanación. Os animo también a colaborar con vuestros Obispos, que siguen trabajando eficazmente para resolver este problema. Que muestro Señor Jesucristo conceda a la Iglesia en América un renovado sentido de unidad y decisión, mientras todos –Obispos, clero, religiosos, religiosas y laicos– caminan en la esperanza y en el amor recíproco y para la verdad».

«En fidelidad al depósito de la fe confiado a los Apóstoles (cf. 1 Tm 6,20), ¡esforcémonos en ser testigos alegres de la fuerza transformadora del Evangelio!» ha exhortado Benedicto XVI: “¡Queridos hermanos y hermanas, de acuerdo con las tradiciones más nobles de la Iglesia en este país, sed también los primeros amigos del pobre, del prófugo, del extranjero, del enfermo y de todos los que sufren! ¡Actuad como faros de esperanza, irradiando la luz de Cristo en el mundo y animando a los jóvenes a descubrir la belleza de una vida entregada enteramente al Señor y a su Iglesia! Dirijo este llamado de modo especial a los numerosos seminaristas y jóvenes religiosas y religiosos aquí presentes. Cada uno de vosotros tiene un lugar particular en mi corazón. No olvidéis nunca que estáis llamados a llevar adelante, con todo el entusiasmo y la alegría que os da el Espíritu, una obra que otros han empezado, un patrimonio que un día vosotros tendréis que pasar también a una nueva generación. ¡Trabajad con generosidad y alegría, porque Aquél a quien servís es el Señor!».

¡Paz y prosperidad con la ayuda de Dios! Aún resuenan estas palabras con las que ayer Benedicto XVI concluyó su histórico discurso en la ONU.







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