2008-04-08 13:35:08

XL aniversario de la Comunidad de San Egidio: Benedicto XVI peregrina a la memoria de los mártires del siglo XX, quienes testimonian con la luz del Resucitado la voz del amor, más fuerte que la violencia, los totalitarismos y la persecución, que vencen sólo aparentemente


Martes, 8 abr (RV).- Los mártires - amigos de Cristo – testimonian con la luz del Resucitado la voz del amor, más fuerte que la violencia, que los totalitarismos, que la persecución y que la brutalidad ciega, que vencen sólo aparentemente. Lo recordaba Benedicto XVI, en su emotiva «peregrinación a la memoria de los mártires del siglo XX». Así es como definió él mismo su visita a la basílica romana de San Bartolomé, en la isla tiberina, donde presidió la celebración de la Liturgia de la Palabra, en la tarde de ayer.

A su llegada a esta basílica, uno de los más antiguos lugares de culto de la Ciudad Eterna, le esperaban miles de fieles y una gran pancarta que expresaba la profunda gratitud de la Comunidad de San Egidio al Papa. Y es que este homenaje a los mártires de nuestro tiempo coincidió con las celebraciones del 40 aniversario de este movimiento católico, fundado por Andrea Riccardi, y que hoy se encuentra en más de 70 países del mundo, con unos 50 mil miembros.

Tras recordar que su amado predecesor Juan Pablo II encomendó a la Comunidad de San Egidio la mencionada basílica y el memorial de los mártires de los numerosos testigos de la fe del siglo XX, el Papa reflexionó sobre el significado del amor cristiano, recordando las palabras de Jesús:

«Sostenidos por aquella llama, también los mártires han derramado su sangre y se han purificado en el amor. En el amor de Cristo que los ha hecho capaces de sacrificarse a su vez por amor. Jesús ha dicho: ‘Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos’ (Jn 15,13) Cada testigo de la fe vive este amor ‘más grande’ y siguiendo el ejemplo del Divino Maestro, está dispuesto a sacrificar su vida por el Reino. De esta forma, se llega a ser amigos de Cristo, así nos conformamos en Él, aceptando el sacrificio extremo, sin poner límites al don del amor y al servicio de la fe».

Benedicto XVI se refirió al gran número de hombres y mujeres, conocidos y desconocidos, durante el siglo pasado derramaron su sangre por el Señor: «Deteniéndonos ante los seis altares que recuerdan a los cristianos caídos bajo la violencia totalitaria del comunismo y del nazismo, a los asesinados en América, en Asia y Oceanía, en España y en México, en África, recorremos idealmente muchas vivencias dolorosas del siglo pasado».

Tantos murieron mientras cumplían su misión evangelizadora de la Iglesia, mezclando su sangre con la de los cristianos autóctonos. Otros fueron asesinados por odio a la fe y no pocos por no abandonar a los necesitados, a los pobres a los fieles que tenían encomendados. Son obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas y fieles laicos. Una vez más, citando las palabras del Siervo de Dios Juan Pablo II en la celebración ecuménica jubilar dedicada a los nuevos mártires, Benedicto XVI recordó que «estos hermanos y hermanas en la fe constituyen como un gran icono de la humanidad cristiana del siglo XX, cuyo testimonio de Cristo hasta la efusión de la sangre habla con voz más fuerte que las divisiones del pasado:

«Es verdad. Aparentemente parece que la violencia, los totalitarismos, la persecución, la brutalidad ciega, se revelan más fuertes, callando la voz de los testigos de la fe, que humanamente pueden parecer como derrotados en la historia. Pero Jesús resucitado ilumina su testimonio y así comprendemos el sentido del martirio».

Reiterando el poder del amor aun ante la aparente derrota, Benedicto XVI señaló que también este siglo conoce el martirio de numerosos cristianos: «En la derrota, en la humillación de cuantos sufren por el Evangelio, actúa una fuerza que el mundo no conoce: ‘Cuando estoy débil, entonces es cuando soy fuerte’ (2 Cor 12,10) Es la fuerza del amor, inerme y victorioso también en la aparente derrota. Es la fuerza que desafía y vence la muerte. También este siglo XXI se ha abierto en el signo del martirio. Cuando los cristianos son verdaderamente levadura, luz y sal de la tierra, se vuelven ellos también como sucedió con Jesús, objeto de persecuciones. Como Él, son ‘signo de contradicción’. La convivencia fraterna, el amor, la fe, las elecciones en favor de los pequeños y pobres, que marcan la existencia de la Comunidad cristiana, suscitan algunas veces una aversión violenta ¡Cuán útil es entonces ver el luminoso testimonio de quien nos ha precedido en el signo de una fidelidad heroica hasta el martirio!».

El Santo Padre concluyó sus palabras expresando su profunda gratitud a la Comunidad de San Egidio y alentando a estos queridos amigos a perseverar en su servicio al Evangelio, especialmente entre los más pobres, impulsando la paz de Cristo en todo el mundo: «Sed constructores de paz y reconciliación entre cuantos son enemigos o se combaten entre sí. Alimentad vuestra fe con la escucha y meditación de la Palabra de Dios, con la oración cotidiana, con la participación activa en la Santa Misa. La auténtica amistad con Cristo será manantial de vuestro amor los unos a los otros. Sostenidos por su Espíritu podréis contribuir a construir un mundo más fraterno ¡Qué la Virgen Santa, Reina de los Mártires, os sostenga y ayude a ser auténticos testigos de Cristo! Amén».







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