XL aniversario de la Comunidad de San Egidio: Benedicto XVI peregrina a la memoria
de los mártires del siglo XX, quienes testimonian con la luz del Resucitado la voz
del amor, más fuerte que la violencia, los totalitarismos y la persecución, que vencen
sólo aparentemente
Martes, 8 abr (RV).- Los mártires - amigos de Cristo – testimonian con la luz del
Resucitado la voz del amor, más fuerte que la violencia, que los totalitarismos, que
la persecución y que la brutalidad ciega, que vencen sólo aparentemente. Lo recordaba
Benedicto XVI, en su emotiva «peregrinación a la memoria de los mártires del siglo
XX». Así es como definió él mismo su visita a la basílica romana de San Bartolomé,
en la isla tiberina, donde presidió la celebración de la Liturgia de la Palabra, en
la tarde de ayer.
A su llegada a esta basílica, uno de los más antiguos lugares
de culto de la Ciudad Eterna, le esperaban miles de fieles y una gran pancarta que
expresaba la profunda gratitud de la Comunidad de San Egidio al Papa. Y es que este
homenaje a los mártires de nuestro tiempo coincidió con las celebraciones del 40 aniversario
de este movimiento católico, fundado por Andrea Riccardi, y que hoy se encuentra en
más de 70 países del mundo, con unos 50 mil miembros.
Tras recordar que su
amado predecesor Juan Pablo II encomendó a la Comunidad de San Egidio la mencionada
basílica y el memorial de los mártires de los numerosos testigos de la fe del siglo
XX, el Papa reflexionó sobre el significado del amor cristiano, recordando las palabras
de Jesús:
«Sostenidos por aquella llama, también los mártires han derramado
su sangre y se han purificado en el amor. En el amor de Cristo que los ha hecho capaces
de sacrificarse a su vez por amor. Jesús ha dicho: ‘Nadie tiene mayor amor que el
que da su vida por sus amigos’ (Jn 15,13) Cada testigo de la fe vive este amor ‘más
grande’ y siguiendo el ejemplo del Divino Maestro, está dispuesto a sacrificar su
vida por el Reino. De esta forma, se llega a ser amigos de Cristo, así nos conformamos
en Él, aceptando el sacrificio extremo, sin poner límites al don del amor y al servicio
de la fe».
Benedicto XVI se refirió al gran número de hombres y mujeres, conocidos
y desconocidos, durante el siglo pasado derramaron su sangre por el Señor: «Deteniéndonos
ante los seis altares que recuerdan a los cristianos caídos bajo la violencia totalitaria
del comunismo y del nazismo, a los asesinados en América, en Asia y Oceanía, en España
y en México, en África, recorremos idealmente muchas vivencias dolorosas del siglo
pasado».
Tantos murieron mientras cumplían su misión evangelizadora de la
Iglesia, mezclando su sangre con la de los cristianos autóctonos. Otros fueron asesinados
por odio a la fe y no pocos por no abandonar a los necesitados, a los pobres a los
fieles que tenían encomendados. Son obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas y
fieles laicos. Una vez más, citando las palabras del Siervo de Dios Juan Pablo II
en la celebración ecuménica jubilar dedicada a los nuevos mártires, Benedicto XVI
recordó que «estos hermanos y hermanas en la fe constituyen como un gran icono de
la humanidad cristiana del siglo XX, cuyo testimonio de Cristo hasta la efusión de
la sangre habla con voz más fuerte que las divisiones del pasado:
«Es verdad.
Aparentemente parece que la violencia, los totalitarismos, la persecución, la brutalidad
ciega, se revelan más fuertes, callando la voz de los testigos de la fe, que humanamente
pueden parecer como derrotados en la historia. Pero Jesús resucitado ilumina su testimonio
y así comprendemos el sentido del martirio».
Reiterando el poder del amor
aun ante la aparente derrota, Benedicto XVI señaló que también este siglo conoce el
martirio de numerosos cristianos: «En la derrota, en la humillación de cuantos sufren
por el Evangelio, actúa una fuerza que el mundo no conoce: ‘Cuando estoy débil, entonces
es cuando soy fuerte’ (2 Cor 12,10) Es la fuerza del amor, inerme y victorioso también
en la aparente derrota. Es la fuerza que desafía y vence la muerte. También este siglo
XXI se ha abierto en el signo del martirio. Cuando los cristianos son verdaderamente
levadura, luz y sal de la tierra, se vuelven ellos también como sucedió con Jesús,
objeto de persecuciones. Como Él, son ‘signo de contradicción’. La convivencia fraterna,
el amor, la fe, las elecciones en favor de los pequeños y pobres, que marcan la existencia
de la Comunidad cristiana, suscitan algunas veces una aversión violenta ¡Cuán útil
es entonces ver el luminoso testimonio de quien nos ha precedido en el signo de una
fidelidad heroica hasta el martirio!».
El Santo Padre concluyó sus palabras
expresando su profunda gratitud a la Comunidad de San Egidio y alentando a estos queridos
amigos a perseverar en su servicio al Evangelio, especialmente entre los más pobres,
impulsando la paz de Cristo en todo el mundo: «Sed constructores de paz y reconciliación
entre cuantos son enemigos o se combaten entre sí. Alimentad vuestra fe con la escucha
y meditación de la Palabra de Dios, con la oración cotidiana, con la participación
activa en la Santa Misa. La auténtica amistad con Cristo será manantial de vuestro
amor los unos a los otros. Sostenidos por su Espíritu podréis contribuir a construir
un mundo más fraterno ¡Qué la Virgen Santa, Reina de los Mártires, os sostenga y ayude
a ser auténticos testigos de Cristo! Amén».