2008-03-22 23:06:58

Vigilia Pascual: Benedicto XVI resalta la comunión de los creyentes en Cristo y exalta la fe como una fuerza de paz y reconciliación en el mundo, donde la lejanía ha sido superada por la unión en el Señor


Sábado, 22 mar (RV).- Esta noche a las nueve, ha dado comienzo en la Basílica Vaticana, la solemne vigilia Pascual, presidida por Benedicto XVI. Esta noche el Papa bendice el fuego nuevo en el atrio de la Basílica de san Pedro, y tras el ingreso procesional con el cirio pascual y el canto del Exsultet, el Pontífice preside la Liturgia de la Palabra, la Bautismal y la Eucarística, concelebrada con los cardenales.

En su homilía Benedicto XVI ha retomado el discurso de despedida de Jesús y el anuncio de su inminente muerte y resurrección, por medio de la misteriosa frase: “Me voy y vuelvo a vuestro lado” (Jn 14, 28). “Morir es partir –ha proseguido el Papa. Pero en el caso de Jesús existe una novedad única que cambia el mundo. En nuestra muerte el partir es una cosa definitiva, no hay retorno. Jesús, en cambio, regresa. Su marcha inaugura un modo totalmente nuevo y más grande de su presencia. Su muerte es un acto de amor. Ahora bien, el amor es inmortal. Por este motivo su partida se transforma en un retorno, en una forma de presencia que llega hasta lo más profundo y no acaba nunca. En su vida terrena Jesús, como todos nosotros, estaba sujeto a las condiciones externas de la existencia corpórea: a un determinado lugar y a un determinado tiempo. Jesús, que a través del amor ha sido transformado totalmente, está libre de tales barreras y límites”.

De esta forma, las palabras misteriosas de Jesús en el Cenáculo – ahora en el Bautismo- como ha subrayado el Pontífice, se hacen de nuevo presentes para vosotros. Por el Bautismo el Señor entra en vuestra vida por la puerta de vuestro corazón. Ésta es la realidad del Bautismo: Él, el Resucitado, viene, viene a vosotros y une su vida a la vuestra, introduciéndoos en el fuego vivo de su amor.

“Las personas bautizadas y creyentes no son nunca realmente ajenas las unas para las otras. Pueden separarnos continentes, culturas, estructuras sociales o también acontecimientos históricos. Pero cuando nos encontramos nos conocemos en el mismo Señor, en la misma fe, en la misma esperanza, en el mismo amor, que nos conforman. Entonces experimentamos que el fundamento de nuestras vidas es el mismo. Experimentamos que en lo más profundo de nosotros mismos estamos enraizados en la misma identidad, a partir de la cual todas las diversidades exteriores, por más grandes que sean, resultan secundarias. Los creyentes no son nunca totalmente extraños el uno para el otro. Estamos en comunión a causa de nuestra identidad más profunda: Cristo en nosotros. Así la fe es una fuerza de paz y reconciliación en el mundo: la lejanía ha sido superada, estamos unidos en el Señor (cf. Ef 2, 13).

En su homilía Benedicto XVI ha expuesto ampliamente la importancia del Bautismo, donde Cristo “nos atrae hacía sí, nos atrae a la vida verdadera. Nos conduce por el mar de la historia a menudo tan oscuro, en cuyas confusiones y peligros corremos el riesgo de hundirnos frecuentemente”. “En el Bautismo –ha añadido- nos toma como de la mano, nos conduce por el camino que atraviesa el Mar Rojo de este tiempo y nos introduce en la vida eterna, en aquella verdadera y justa”.







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