Vigilia Pascual: Benedicto XVI resalta la comunión de los creyentes en Cristo y exalta
la fe como una fuerza de paz y reconciliación en el mundo, donde la lejanía ha sido
superada por la unión en el Señor
Sábado, 22 mar (RV).- Esta noche a las nueve, ha dado comienzo en la Basílica Vaticana,
la solemne vigilia Pascual, presidida por Benedicto XVI. Esta noche el Papa bendice
el fuego nuevo en el atrio de la Basílica de san Pedro, y tras el ingreso procesional
con el cirio pascual y el canto del Exsultet, el Pontífice preside la Liturgia de
la Palabra, la Bautismal y la Eucarística, concelebrada con los cardenales.
En
su homilía Benedicto XVI ha retomado el discurso de despedida de Jesús y el anuncio
de su inminente muerte y resurrección, por medio de la misteriosa frase: “Me voy y
vuelvo a vuestro lado” (Jn 14, 28). “Morir es partir –ha proseguido el Papa. Pero
en el caso de Jesús existe una novedad única que cambia el mundo. En nuestra muerte
el partir es una cosa definitiva, no hay retorno. Jesús, en cambio, regresa. Su marcha
inaugura un modo totalmente nuevo y más grande de su presencia. Su muerte es un acto
de amor. Ahora bien, el amor es inmortal. Por este motivo su partida se transforma
en un retorno, en una forma de presencia que llega hasta lo más profundo y no acaba
nunca. En su vida terrena Jesús, como todos nosotros, estaba sujeto a las condiciones
externas de la existencia corpórea: a un determinado lugar y a un determinado tiempo.
Jesús, que a través del amor ha sido transformado totalmente, está libre de tales
barreras y límites”.
De esta forma, las palabras misteriosas de Jesús en el
Cenáculo – ahora en el Bautismo- como ha subrayado el Pontífice, se hacen de nuevo
presentes para vosotros. Por el Bautismo el Señor entra en vuestra vida por la puerta
de vuestro corazón. Ésta es la realidad del Bautismo: Él, el Resucitado, viene, viene
a vosotros y une su vida a la vuestra, introduciéndoos en el fuego vivo de su amor.
“Las
personas bautizadas y creyentes no son nunca realmente ajenas las unas para las otras.
Pueden separarnos continentes, culturas, estructuras sociales o también acontecimientos
históricos. Pero cuando nos encontramos nos conocemos en el mismo Señor, en la misma
fe, en la misma esperanza, en el mismo amor, que nos conforman. Entonces experimentamos
que el fundamento de nuestras vidas es el mismo. Experimentamos que en lo más profundo
de nosotros mismos estamos enraizados en la misma identidad, a partir de la cual todas
las diversidades exteriores, por más grandes que sean, resultan secundarias. Los creyentes
no son nunca totalmente extraños el uno para el otro. Estamos en comunión a causa
de nuestra identidad más profunda: Cristo en nosotros. Así la fe es una fuerza de
paz y reconciliación en el mundo: la lejanía ha sido superada, estamos unidos en el
Señor (cf. Ef 2, 13).
En su homilía Benedicto XVI ha expuesto ampliamente
la importancia del Bautismo, donde Cristo “nos atrae hacía sí, nos atrae a la vida
verdadera. Nos conduce por el mar de la historia a menudo tan oscuro, en cuyas confusiones
y peligros corremos el riesgo de hundirnos frecuentemente”. “En el Bautismo –ha añadido-
nos toma como de la mano, nos conduce por el camino que atraviesa el Mar Rojo de este
tiempo y nos introduce en la vida eterna, en aquella verdadera y justa”.