Vía Crucis: el Papa invita a dirigir hacia Cristo nuestra mirada, a menudo distraída
por dispersivos y efímeros intereses terrenales, a contemplar su Cruz, escuela de
justicia y de paz y patrimonio universal de perdón y misericordia
Viernes, 21 mar (RV).- «¡Oh, Cristo, dónanos la paz que buscamos; la felicidad que
anhelamos; el amor que colme nuestros corazones sedientos de infinito! ¡Así te rogamos
esta noche, Jesús – Hijo de Dios - muerto por nosotros en la Cruz y resucitado el
tercer día!. Amén».
Con este ruego, Benedicto XVI concluía el Vía Crucis de
este Viernes Santo, en el Coliseo de Roma. Ante miles de fieles que acudieron a pesar
de la intensa lluvia, volviendo a revivir, también este año, el camino de la Cruz
y evocando las etapas de la pasión de Cristo, el Papa exhortó a contemplar – en el
silencio de la meditación y de la oración - la muerte del Señor en la Cruz, manantial
de vida, justicia y paz: «Hermanos y hermanas: dirijamos hacia Cristo nuestra mirada,
a menudo distraída por dispersivos y efímeros intereses terrenales. Detengámonos a
contemplar su Cruz. Cruz que es manantial de vida. Es escuela de justicia y de paz.
Es patrimonio universal de perdón y de misericordia. Es prueba permanente de un amor
oblativo e infinito que ha impulsado a Dios a hacerse hombre vulnerable, como nosotros,
hasta morir crucificado».
Tras hacer hincapié en el abrazo de infinita ternura
con el que Jesús nos espera, el Santo Padre reiteró que, por medio de la Cruz, los
hombres de toda época han llegado a ser ‘amigos’ de Dios. Éste es un mensaje y una
llamada a la conversión, que Jesús nos dirige constantemente a nosotros y a toda la
humanidad, sin distinción: «¡Amigo! Así Jesús llama a Judas y le dirige él último
y dramático llamamiento a la conversión ¡Amigo! Nos llama a cada uno de nosotros,
porque es amigo verdadero de todos nosotros. Lamentablemente, no siempre logramos
percibir la profundidad de este amor sin límites que Dios tiene para con nosotros,
sus criaturas. Para Él no hay diferencia de raza y cultura. Jesucristo murió para
liberar a toda la humanidad de la ignorancia de Dios, del círculo del odio y de la
violencia, de la esclavitud del pecado. La Cruz nos hace hermanos y hermanas».
Invitando
a reflexionar y a tomar conciencia de este don de amor que vence el odio y recordando
que muchos no conocen a Dios o creen que no le necesitan, Benedicto XVI alentó a dejarse
interpelar por Jesús, verdad que libera nuestros corazones para amar: «Tantos, también
en nuestra época, no conocen a Dios y no pueden encontrarlo en Cristo crucificado.
Tantos buscan un amor y una libertad que excluyen a Dios. Tantos creen que no tienen
necesidad de Dios. Queridos amigos, después de haber vivido juntos la pasión de Jesús,
dejemos esta noche que su sacrificio en la Cruz nos interpele. Permitámosle a Él que
cuestione nuestras certezas humanas. Abrámosle el corazón. Jesús es la verdad que
nos hace libres para amar. ¡No temamos! Muriendo, el Señor ha destruido el pecado
y salvado a los pecadores, es decir a todos nosotros».
Jesús, «sobre el madero
llevó nuestros pecados en su cuerpo, a fin de que, muertos nuestros pecados, viviéramos
para la justicia; con cuyas heridas habéis sido curados». Con estas palabras de la
primera epístola de San Pedro, el Papa subrayó la verdad del viernes Santo y de la
Redención, invitando a permanecer en adoración ante la Cruz: «Ésta es la verdad del
Viernes Santo: en la Cruz el Redentor nos ha vuelto a dar la dignidad que nos pertenece,
nos ha hecho hijos adoptivos de Dios, que nos ha creado a su imagen y semejanza. Permanezcamos,
pues, en adoración ante la Cruz».
Las meditaciones del Vía Crucis este año
han estado a cargo del cardenal Joseph Zen Ze-Kiun, obispo de Hong Kong. El encargo
del Papa al cardenal Joseph Zen ha supuesto para el purpurado un gesto con el que
el Santo Padre ha querido manifestar su atención por el continente asiático, “e incluir
en particular en este ejercicio solemne de piedad cristiana a los fieles de China,
que tienen una gran devoción al Vía Crucis”.
En la oración inicial el Santo
Padre subrayó por su parte que “los Coliseos se han ido multiplicando a lo largo de
los siglos, allí donde nuestros hermanos, como continuación de la Pasión de Jesús,
son todavía hoy perseguidos duramente en diversas partes del mundo”.
“El protagonista
de esta Vía dolorosa – reflexiona el cardenal Zen- es Nuestro Señor Jesucristo. Pero,
tras Él hay mucha gente del pasado y del presente, estamos nosotros”. El purpurado
ha exhortado a dejar “que esta noche muchos de nuestros hermanos lejanos, también
en el tiempo, estén presentes espiritualmente entre nosotros. Probablemente ellos,
más que nosotros hoy, han vivido en su cuerpo la Pasión de Jesús. En su carne Jesús
ha sido de nuevo arrestado, calumniado, torturado, escarnecido, arrastrado, aplastado
bajo el peso de la cruz y clavado en aquel madero como un criminal”.
Recordando
a los “mártires vivientes” del siglo veintiuno, el cardenal Zen reflexiona sobre la
persecución y también en los perseguidores. “Al escribir el texto de estas meditaciones
me he dado cuenta con gran sobresalto de ser poco cristiano, confiesa el cardenal.
He tenido que hacer un gran esfuerzo para purificarme de sentimientos poco caritativos
para con los que hicieron sufrir a Jesús y los que, en el mundo actual, hacen sufrir
a nuestros hermanos. Sólo cuando he puesto ante mí mis pecados y mis infidelidades,
me he podido ver a mí mismo entre los perseguidores y me ha embargado el arrepentimiento
y la gratitud por el perdón del Maestro misericordioso”.
Este año, el Papa
recuerda que “los Coliseos se han ido multiplicando a lo largo de los siglos, allí
donde nuestros hermanos, como continuación” de la Pasión de Jesús, son todavía hoy
perseguidos duramente en diversas partes del mundo”.
En la tercera estación,
en la que la Cruz ha sido llevada por una familia romana, se ha recordado como a lo
largo de los siglos, multitud de inocentes han sido condenados a sufrimientos atroces.
“Hay quien clama justicia, pero son ellos, los inocentes, quienes expían los pecados
del mundo, en comunión con Cristo, el Inocente.
La quinta estación aborda el
juicio de Cristo y cómo Pilatos en su intento veleidoso de salvar a Jesús, dejó libre
a un peligroso homicida, en un intento inútil de lavarse las manos que le chorreaban
de sangre inocente. En la meditación se nos ofrece a un Pilatos como la imagen de
todos los que detentan la autoridad como instrumento de poder y no se preocupan de
la justicia. Y en la oración de esta misma quinta estación se refleja como Jesús intentó
despertar en Pilatos la voz de su conciencia. En este momento se ha rezado para que
el Señor ilumine “la conciencia de tantas personas constituidas en autoridad, para
que reconozcan la inocencia de tus seguidores” y les de “el valor de respetar la libertad
religiosa”.
“La tentación de adular al poderoso y de oprimir al débil está
muy difundida. Y los poderosos son aquellos que han sido constituidos en autoridad,
los que controlan el comercio y los medios de comunicación; pero existe también la
gente que se deja manipular fácilmente por los poderosos para oprimir a los débiles.
¿Cómo fue posible que aquella gente, que te habían conocido como un amigo lleno de
compasión y que sólo hizo el bien a todos, gritara ‘Crucifícalo’?” La sexta estación
nos habla de la flagelación de Cristo, un castigo terrible de aquella época, pero
todavía hoy, escribe el cardenal Zen en sus meditaciones “torturas tremendas siguen
surgiendo de la crueldad del corazón humano, y las de tipo psíquico non son un tormento
menor que las corporales, y frecuentemente las mismas víctimas se convierten en verdugos.
¿Carecen de sentido tantos sufrimientos?”
La oración pronunciada en esta estación
recuerda los sufrimientos de los enfermos, de los que mueren llenos de penalidades,
de todos los discriminados, de todos los que sufren por Jesús. Pero los sufrimientos
de los mártires, aunque en un principio pueden aparecer como una derrota completa,
traerán la verdadera victoria a la Iglesia de Cristo. En este contexto se ha pedido
para que el Señor otorgue la perseverancia a los hermanos perseguidos.
La meditación
de la séptima estación se ha centrado en la Cruz, el gran símbolo del Cristianismo,
que “se ha transformado de instrumento de castigo ignominioso en un estandarte glorioso
de victoria. “Existen ateos llenos de valor – escribe el purpurado en la meditación
de esta estación- dispuestos a sacrificarse por la revolución: están dispuestos a
abrazar la cruz, pero sin Jesús. Entre los cristianos existen “ateos” de hecho que
quieren a Jesús, pero sin la cruz. Ahora, sin Jesús la cruz resulta insoportable y
sin la cruz no se puede pretender estar con Jesús. Abracemos la cruz y abracemos a
Jesús y con Jesús abracemos a todos nuestros hermanos que sufren y son perseguidos”.
En
la oración de esta estación se ha recordado a Juan Pablo II, que sube al “Monte de
las cruces”, en Lituania, para añadir que “cada una de aquellas cruces tiene una historia
que contar, historia de dolor y de gozo, de humillación y de triunfo, de muerte y
de resurrección”.
Más adelante se ha recordado a Simón el Cireneo, quien ayuda
a Jesús a llevar la Cruz, para manifestar la admiración por “el ejército inmenso de
cireneos que, aunque sin tener todavía la fe, han aliviado generosamente tus sufrimientos
en tus hermanos”. “Cuando ayudemos a los hermanos de la Iglesia perseguida, se ha
pedido en la oración, recuérdanos que somos nosotros quienes, en realidad, somos ayudados
por ellos”.
Los mártires han sido una referencia casi constante en el Vía Crucis,
y en la decimotercera estación cuando Jesús muerte en la Cruz, las meditaciones han
hecho hincapié en el temor general a la muerte y lo esclavos que somos de este temor.
Pero “el sentido y el valor de una vida –escribe el cardenal Zen- se deciden en el
modo de entregarla. Ya para el hombre sin fe no es admisible que se aferre a la vida
perdiendo su sentido. Para Jesús, además, no hay amor más grande que el de dar la
vida por el amigo. Quien esté apegado a la vida la perderá. Quien esté dispuesto a
sacrificarla la conservará. Los mártires dan el mayor testimonio de su amor. No se
avergüenzan de su Maestro ante los hombres. El Maestro estará orgulloso de ellos ante
toda la humanidad en el último día”.