2008-03-21 22:30:32

Vía Crucis: el Papa invita a dirigir hacia Cristo nuestra mirada, a menudo distraída por dispersivos y efímeros intereses terrenales, a contemplar su Cruz, escuela de justicia y de paz y patrimonio universal de perdón y misericordia


Viernes, 21 mar (RV).- «¡Oh, Cristo, dónanos la paz que buscamos; la felicidad que anhelamos; el amor que colme nuestros corazones sedientos de infinito! ¡Así te rogamos esta noche, Jesús – Hijo de Dios - muerto por nosotros en la Cruz y resucitado el tercer día!. Amén».

Con este ruego, Benedicto XVI concluía el Vía Crucis de este Viernes Santo, en el Coliseo de Roma. Ante miles de fieles que acudieron a pesar de la intensa lluvia, volviendo a revivir, también este año, el camino de la Cruz y evocando las etapas de la pasión de Cristo, el Papa exhortó a contemplar – en el silencio de la meditación y de la oración - la muerte del Señor en la Cruz, manantial de vida, justicia y paz: «Hermanos y hermanas: dirijamos hacia Cristo nuestra mirada, a menudo distraída por dispersivos y efímeros intereses terrenales. Detengámonos a contemplar su Cruz. Cruz que es manantial de vida. Es escuela de justicia y de paz. Es patrimonio universal de perdón y de misericordia. Es prueba permanente de un amor oblativo e infinito que ha impulsado a Dios a hacerse hombre vulnerable, como nosotros, hasta morir crucificado».

Tras hacer hincapié en el abrazo de infinita ternura con el que Jesús nos espera, el Santo Padre reiteró que, por medio de la Cruz, los hombres de toda época han llegado a ser ‘amigos’ de Dios. Éste es un mensaje y una llamada a la conversión, que Jesús nos dirige constantemente a nosotros y a toda la humanidad, sin distinción: «¡Amigo! Así Jesús llama a Judas y le dirige él último y dramático llamamiento a la conversión ¡Amigo! Nos llama a cada uno de nosotros, porque es amigo verdadero de todos nosotros. Lamentablemente, no siempre logramos percibir la profundidad de este amor sin límites que Dios tiene para con nosotros, sus criaturas. Para Él no hay diferencia de raza y cultura. Jesucristo murió para liberar a toda la humanidad de la ignorancia de Dios, del círculo del odio y de la violencia, de la esclavitud del pecado. La Cruz nos hace hermanos y hermanas».

Invitando a reflexionar y a tomar conciencia de este don de amor que vence el odio y recordando que muchos no conocen a Dios o creen que no le necesitan, Benedicto XVI alentó a dejarse interpelar por Jesús, verdad que libera nuestros corazones para amar: «Tantos, también en nuestra época, no conocen a Dios y no pueden encontrarlo en Cristo crucificado. Tantos buscan un amor y una libertad que excluyen a Dios. Tantos creen que no tienen necesidad de Dios. Queridos amigos, después de haber vivido juntos la pasión de Jesús, dejemos esta noche que su sacrificio en la Cruz nos interpele. Permitámosle a Él que cuestione nuestras certezas humanas. Abrámosle el corazón. Jesús es la verdad que nos hace libres para amar. ¡No temamos! Muriendo, el Señor ha destruido el pecado y salvado a los pecadores, es decir a todos nosotros».

Jesús, «sobre el madero llevó nuestros pecados en su cuerpo, a fin de que, muertos nuestros pecados, viviéramos para la justicia; con cuyas heridas habéis sido curados». Con estas palabras de la primera epístola de San Pedro, el Papa subrayó la verdad del viernes Santo y de la Redención, invitando a permanecer en adoración ante la Cruz: «Ésta es la verdad del Viernes Santo: en la Cruz el Redentor nos ha vuelto a dar la dignidad que nos pertenece, nos ha hecho hijos adoptivos de Dios, que nos ha creado a su imagen y semejanza. Permanezcamos, pues, en adoración ante la Cruz».

Las meditaciones del Vía Crucis este año han estado a cargo del cardenal Joseph Zen Ze-Kiun, obispo de Hong Kong. El encargo del Papa al cardenal Joseph Zen ha supuesto para el purpurado un gesto con el que el Santo Padre ha querido manifestar su atención por el continente asiático, “e incluir en particular en este ejercicio solemne de piedad cristiana a los fieles de China, que tienen una gran devoción al Vía Crucis”.

En la oración inicial el Santo Padre subrayó por su parte que “los Coliseos se han ido multiplicando a lo largo de los siglos, allí donde nuestros hermanos, como continuación de la Pasión de Jesús, son todavía hoy perseguidos duramente en diversas partes del mundo”.

“El protagonista de esta Vía dolorosa – reflexiona el cardenal Zen- es Nuestro Señor Jesucristo. Pero, tras Él hay mucha gente del pasado y del presente, estamos nosotros”. El purpurado ha exhortado a dejar “que esta noche muchos de nuestros hermanos lejanos, también en el tiempo, estén presentes espiritualmente entre nosotros. Probablemente ellos, más que nosotros hoy, han vivido en su cuerpo la Pasión de Jesús. En su carne Jesús ha sido de nuevo arrestado, calumniado, torturado, escarnecido, arrastrado, aplastado bajo el peso de la cruz y clavado en aquel madero como un criminal”.

Recordando a los “mártires vivientes” del siglo veintiuno, el cardenal Zen reflexiona sobre la persecución y también en los perseguidores. “Al escribir el texto de estas meditaciones me he dado cuenta con gran sobresalto de ser poco cristiano, confiesa el cardenal. He tenido que hacer un gran esfuerzo para purificarme de sentimientos poco caritativos para con los que hicieron sufrir a Jesús y los que, en el mundo actual, hacen sufrir a nuestros hermanos. Sólo cuando he puesto ante mí mis pecados y mis infidelidades, me he podido ver a mí mismo entre los perseguidores y me ha embargado el arrepentimiento y la gratitud por el perdón del Maestro misericordioso”.

Este año, el Papa recuerda que “los Coliseos se han ido multiplicando a lo largo de los siglos, allí donde nuestros hermanos, como continuación” de la Pasión de Jesús, son todavía hoy perseguidos duramente en diversas partes del mundo”.

En la tercera estación, en la que la Cruz ha sido llevada por una familia romana, se ha recordado como a lo largo de los siglos, multitud de inocentes han sido condenados a sufrimientos atroces. “Hay quien clama justicia, pero son ellos, los inocentes, quienes expían los pecados del mundo, en comunión con Cristo, el Inocente.

La quinta estación aborda el juicio de Cristo y cómo Pilatos en su intento veleidoso de salvar a Jesús, dejó libre a un peligroso homicida, en un intento inútil de lavarse las manos que le chorreaban de sangre inocente. En la meditación se nos ofrece a un Pilatos como la imagen de todos los que detentan la autoridad como instrumento de poder y no se preocupan de la justicia. Y en la oración de esta misma quinta estación se refleja como Jesús intentó despertar en Pilatos la voz de su conciencia. En este momento se ha rezado para que el Señor ilumine “la conciencia de tantas personas constituidas en autoridad, para que reconozcan la inocencia de tus seguidores” y les de “el valor de respetar la libertad religiosa”.

“La tentación de adular al poderoso y de oprimir al débil está muy difundida. Y los poderosos son aquellos que han sido constituidos en autoridad, los que controlan el comercio y los medios de comunicación; pero existe también la gente que se deja manipular fácilmente por los poderosos para oprimir a los débiles. ¿Cómo fue posible que aquella gente, que te habían conocido como un amigo lleno de compasión y que sólo hizo el bien a todos, gritara ‘Crucifícalo’?”
La sexta estación nos habla de la flagelación de Cristo, un castigo terrible de aquella época, pero todavía hoy, escribe el cardenal Zen en sus meditaciones “torturas tremendas siguen surgiendo de la crueldad del corazón humano, y las de tipo psíquico non son un tormento menor que las corporales, y frecuentemente las mismas víctimas se convierten en verdugos. ¿Carecen de sentido tantos sufrimientos?”

La oración pronunciada en esta estación recuerda los sufrimientos de los enfermos, de los que mueren llenos de penalidades, de todos los discriminados, de todos los que sufren por Jesús. Pero los sufrimientos de los mártires, aunque en un principio pueden aparecer como una derrota completa, traerán la verdadera victoria a la Iglesia de Cristo. En este contexto se ha pedido para que el Señor otorgue la perseverancia a los hermanos perseguidos.

La meditación de la séptima estación se ha centrado en la Cruz, el gran símbolo del Cristianismo, que “se ha transformado de instrumento de castigo ignominioso en un estandarte glorioso de victoria. “Existen ateos llenos de valor – escribe el purpurado en la meditación de esta estación- dispuestos a sacrificarse por la revolución: están dispuestos a abrazar la cruz, pero sin Jesús. Entre los cristianos existen “ateos” de hecho que quieren a Jesús, pero sin la cruz. Ahora, sin Jesús la cruz resulta insoportable y sin la cruz no se puede pretender estar con Jesús. Abracemos la cruz y abracemos a Jesús y con Jesús abracemos a todos nuestros hermanos que sufren y son perseguidos”.

En la oración de esta estación se ha recordado a Juan Pablo II, que sube al “Monte de las cruces”, en Lituania, para añadir que “cada una de aquellas cruces tiene una historia que contar, historia de dolor y de gozo, de humillación y de triunfo, de muerte y de resurrección”.

Más adelante se ha recordado a Simón el Cireneo, quien ayuda a Jesús a llevar la Cruz, para manifestar la admiración por “el ejército inmenso de cireneos que, aunque sin tener todavía la fe, han aliviado generosamente tus sufrimientos en tus hermanos”. “Cuando ayudemos a los hermanos de la Iglesia perseguida, se ha pedido en la oración, recuérdanos que somos nosotros quienes, en realidad, somos ayudados por ellos”.

Los mártires han sido una referencia casi constante en el Vía Crucis, y en la decimotercera estación cuando Jesús muerte en la Cruz, las meditaciones han hecho hincapié en el temor general a la muerte y lo esclavos que somos de este temor. Pero “el sentido y el valor de una vida –escribe el cardenal Zen- se deciden en el modo de entregarla. Ya para el hombre sin fe no es admisible que se aferre a la vida perdiendo su sentido. Para Jesús, además, no hay amor más grande que el de dar la vida por el amigo. Quien esté apegado a la vida la perderá. Quien esté dispuesto a sacrificarla la conservará. Los mártires dan el mayor testimonio de su amor. No se avergüenzan de su Maestro ante los hombres. El Maestro estará orgulloso de ellos ante toda la humanidad en el último día”.








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