Escuchar el programa Viernes, 21 mar
(RV).- Hoy Viernes Santo celebramos la muerte de Jesús como un símbolo de vida, de
conversión, de inicio de nuevas etapas, de cambios y procesos de evolución.
La
vida siempre ha sido considerada como un proceso en movimiento, en ocasiones se compara
con un tren que va de viaje recibiendo y sacando de este viaje diversos elementos,
personas, objetos, momentos. En ocasiones algunas personas nos acompañan por un trayecto
más largo, otras menos, ausencias que duelen, presencias que hacen daño… pero todo
pasa. Al final, todos aquellos que se bajaron, los que nunca más vimos, los volvemos
a encontrar en la estación final, esa es nuestra esperanza.
La vida es un camino,
unas veces lleno de barro y espinas y otras de flores y alegría. Nos hace atravesar
por bellos paisajes, sufriendo tantos peligros y abismos. Es imposible detectar cuál
va a ser la próxima estación o cómo y cuándo llegaremos. Sólo sabemos que se hace
camino al andar, como dice el poeta Machado.
Y en este camino, muchas veces
nos aprovisionamos de muchas cosas, algunas de esas son basura, trastos viejos o muy
nuevos, porque están a la moda, mucha televisión, revistas y noticias inservibles
o escandalosas, y diversiones fatuas. No hay una buena selección de las provisiones
necesarias, y ahí es cuando empezamos a disiparnos de nuestra meta.
A veces
envidiamos el agua pura, las risas y los gozos que experimentan otras personas durante
el camino o el trayecto de su vida. No nos damos cuenta que debemos mirar hacia adentro,
al fondo de nosotros mismos y dejar que fluya el agua. Poco a poco nos daremos cuenta
que todos los pozos, cada vida tiene una misma fuente que nace cristalina, como el
agua clara en las montañas.
La vida también es un regalo, un don. Hay que cuidarlo
como un tesoro escondido. Tiene sus raros altibajos. Cuando es pequeña quiere ser
grande y cuando ya crece, se comporta como un niño. Quiere conocer y disfrutar del
futuro, y desaprovecha el presente. Quiere tener mucho, posesiones, congratulaciones,
reconocimientos y nunca se siente satisfecho. Sólo se da cuenta que ese regalo tiene
más valor cuando se va dando. No se desgasta con la entrega, por el contrario, con
ella se vuelve más valioso.
Por eso, hay que tener en cuenta que la vida se
nos presenta como un constante desafío, un riesgo asumido a cada instante, pero que
tiene la victoria asegurada. Los que comprenden este punto, viven llenos de alegría
y de esperanza, sin temores y arriesgándolo todo, porque sabemos que en la estación
final está nuestra alegría.
Pero el motor de todo este caminar en nuestra
vida es sin duda alguna el amor, un amor que empieza por nuestra propia vida, un amor
que se entrega sin medida, sin condiciones por nuestros hijos y familiares, un amor
que nos permite construir cada día una existencia digna, porque sólo a través del
amor alcanzamos a realizarnos en las diversas dimensiones humanas.
En este
viernes santo, en el que para los creyentes la muerte y la luz se juntan en una luz
de esperanza, la esperanza de la resurrección, de la vida eterna, del reencuentro.
En estas horas de agonía, más allá del dolor, debemos descubrir la esperanza, el amor
de la entrega sin medida, el valor de la vida, de este don maravilloso que construimos
diariamente con nuestro caminar.
La vida es pues un camino, una obra de teatro
que puede ser comedia o tragedia, un tesoro escondido. Es desafío y construcción diaria,
cuyo instrumento o herramienta para pulirla es el amor, como el motor central de nuestra
existencia.