Benedicto XVI reitera su exhortación a ser mensajeros de la paz de Cristo dejándonos
purificar constantemente y permitiéndole que expulse de nosotros y de la Iglesia todo
lo que está en contra de Él
Domingo, 16 mar (RV).- En su homilía, de la Santa Misa que ha presidido después de
la procesión y bendición de Ramos -evocando intensamente la entrada mesiánica en Jerusalén,
donde Jesús es aclamado por la multitud- Benedicto XVI ha reiterado su exhortación
a participar en la procesión de entonces, junto con los jóvenes del mundo entero,
como mensajeros de la paz de Cristo: «Queridos amigos, en esta hora nos unimos a la
procesión de los jóvenes de entonces – una procesión que atraviesa toda la historia.
Junto con los jóvenes de todo el mundo vayamos al encuentro de Jesús. Dejémonos guiar
hacia Dios, para aprender de Dios mismo el recto modo de ser hombres. Con Él demos
gracias a Dios, porque con Jesús, el Hijo de David, nos ha donado un espacio de paz
y de reconciliación que abraza en la Santa Eucaristía al mundo. Roguémosle para que
también nosotros podamos ser - con él y a partir de Él - mensajeros de su paz, adoradores
en Espíritu y en Verdad, para que en nosotros y al rededor nuestro crezca su Reino.
¡Amén!».
Año tras año, como ha señalado el Papa, evocamos el Domingo de Ramos
y de la Pasión del Señor, meditando con el Evangelio el camino de Jesús hacia el templo
y recordando que la meta que representa la salvación pasa a través de la Cruz, para
llegar al encuentro entre Dios y el hombre.
Tras hacer hincapié en la importancia
de la oración y de la búsqueda e invocación de Dios - «con la purificación de los
corazones» y «contra la avidez y la idolatría» - el Santo Padre ha recordado que Jesús,
con su gesto profético de expulsar a los vendedores del Templo defiende el «orden
verdadero que se encuentra en la Ley y en los Profetas». En este contexto, el Papa
ha destacado la responsabilidad del testimonio cristiano: «Todo ello, hoy, debe hacernos
pensar también a nosotros, como cristianos. Nuestra fe ¿es suficientemente pura y
abierta, de forma que ante ella aun los ‘paganos’, las personas que están en búsqueda
y plantean preguntas, puedan intuir la luz del Dios único, uniéndose en los atrios
de la fe a nuestra oración y con sus preguntas llegar a ser, también ellos adoradores?
¿la conciencia de que la avidez es idolatría, llega también a nuestro corazón y nuestra
forma de vivir? ¿no dejamos, quizá, de distintas formas, que los ídolos entren en
el mundo de nuestra fe? ¿Estamos dispuestos a dejarnos purificar constantemente por
el Señor, permitiéndole que expulse de nosotros y de la Iglesia todo lo que está en
contra de Él?».
«En la purificación del templo, no se trata sólo de una lucha
contra los abusos», ha recordado el Pontífice, invitando a reflexionar luego - con
el Evangelio de san Mateo - sobre el amor de Jesús, que curó a los ciegos y a los
cojos que habían entrado al templo: «Al comercio de los animales y a los negocios
con dinero, Jesús contrapone su bondad sanadora. Ésta es la verdadera purificación
del templo. Él no viene como destructor; no viene con la espada del revolucionario.
Viene con el don de la sanación. Se dedica a aquellos que, debido a su enfermedad,
son empujados al extremo de su vida y al margen de la sociedad. Jesús muestra a Dios
como a Aquel que ama y su poder como el poder del amor. Así, nos dice qué cosa forma
parte para siempre del culto justo de Dios: curar, servir y la bondad que sana».
Una
vez más, el Santo Padre ha recordado que Jesús había dicho a sus discípulos que, para
entrar en el Reino de Dios, hay que ser como los niños y abandonar la soberbia: «Él
mismo, que abraza al mundo entero, se hizo pequeño para venir hacia nosotros, para
encaminarnos hacia Dios. Para reconocer a Dios debemos abandonar la soberbia que nos
deslumbra, que quiere alejarnos de Dios, como si Dios fuera un contrincante nuestro.
Para encontrar a Dios hay que ser capaces de ver con el corazón. Debemos aprender
a ver con un corazón de niños, un corazón joven, que no tiene obstáculos de prejuicios
y no está deslumbrado por intereses. Así, en los pequeños que con un corazón libre
y abierto lo reconocen a Él, la Iglesia ha visto la imagen de los creyentes de todos
los tiempos y su propia imagen».