En su visita al Centro Internacional Juvenil San Lorenzo, Benedicto XVI manifiesta
que el hombre siempre mantiene "toda su dignidad" tanto en forma de embrión como en
estado de coma
Domingo, 9 mar (RV).- Benedicto XVI ha visitado pastoralmente, esta mañana, el centro
Internacional Juvenil San Lorenzo, donde ha celebrado la Santa Misa en ocasión del
25 aniversario de la institución. Querido por Juan Pablo II, promovido y administrado
por el Pontificio Consejo para los laicos, el Centro juvenil internacional San Lorenzo
se encuentra al lado mismo de la Iglesia de San Lorenzo in Piscibus, a dos pasos de
san Pedro. Es la “Casa de los jóvenes” de la Santa Sede, lugar de acogida, de oración,
de formación y de encuentro para los jóvenes de todo el mundo que llegan en peregrinación
a Roma. El Centro de San Lorenzo es la sede también de la Cruz de las Jornadas Mundiales
de la Juventud y fue inaugurado por Juan Pablo II el 13 de marzo de 1983.
Un
pequeño y sencillo lugar a la sombra de la Cúpula de San Pedro. Así ha definido el
Presidente del Pontificio Consejo para los laicos, el Cardenal Rilko el Centro Internacional
San Lorenzo, instituido por Juan Pablo II para acoger a los jóvenes peregrinos provenientes
de todo el mundo y para que se convirtiera en “forja de formación de auténticos cristianos”.
La semana de celebraciones con motivo del 25 aniversario de su fundación ha comenzado
con la Santa Misa celebrada en la pequeña iglesia adjunta de San Lorenzo por Benedicto
XVI.
Decenas de jóvenes presentes, muchos protagonistas activos de la historia
y de la gestión del Centro, todos reunidos en torno a la Cruz símbolo de la Jornada
Mundial de la Juventud de la que, siempre por voluntad de Juan Pablo II, son sus custodios.
A ellos, durante la homilía, el Pontífice ha explicado de qué modo debe vivir el hombre,
y de qué modo morir: Comentando el Evangelio de Juan sobre la Resurrección de Lázaro
y dejando el texto escrito que había preparado, el Sano Padre ha explicado a los muchachos
cual es el lugar del hombre en el “Gran árbol de al vida”.
El hombre siendo
parte de este gran cosmos, lo transciende. Cierto el hombre es siempre con toda su
dignidad, también en estado de coma, en estado embrionario. Pero si vive solamente
biológicamente no han sido desarrolladas todas las potencialidades de su ser, se abren
nuevas dimensiones.
La primera dimensión es la del conocimiento, ha proseguido
el Papa, un conocimiento que en el hombre, a diferencia de los animales, se identifica
con una “sed de infinito”. Todos aspiramos a “beber de la misma fuente de la vida”
y para hacerlo nos encomendamos a la “segunda dimensión de la naturaleza humana”:
el amor.
El hombre no es solamente un ser que conoce. Vive en relación de amistad
y de amor. Además de la dimensión del conocimiento de la verdad existe inseparablemente
de esta dimensión de la relación y aquí se acerca más a la parte de la vida de la
que quiere beber para tener vida en abundancia. La misma vida.
La ciencia,
ha continuado el Santo Padre y la medicina en particular son una gran lucha por la
vida pero no pueden satisfacer la necesidad de vida eterna que es propia del hombre.
Incluso si se descubriera la píldora de la inmortalidad.
Imaginemos que sucedería
con una vida biológica inmortal del hombre. Un mundo envejecido; un mundo que no dejaría
espacio para los jóvenes, para la juventud; por lo tanto esta no puede ser el tipo
de inmortalidad, de beber de la fuente de la vida, que todos nosotros deseamos.
El
único verdadero fármaco de la inmortalidad, ha concluido el Pontífice, es la eucaristía
y la certeza de ser amados y esperados por Dios.
Grande ha sido la conmoción
de los jóvenes que han enriquecido la celebración rezando y cantando en varias lenguas
y dándole las gracias de esta manera al Papa. Un encuentro y una jornada que, como
ha observado el cardenal Rilko, representa otra piedra millar en la historia de esta
pequeña casa entre los brazos de San Pedro.