Lunes, 14 ene (RV).- Con la llegada de 2008 inicia en todo el mundo el Año Internacional
del Planeta Tierra, declarado por la Asamblea General de Naciones Unidas en 2006 y
al que se han adherido más de 80 países. En España, las actividades dedicadas a difundir
la importancia del conocimiento del planeta contarán con un presupuesto de más de
un millón de euros.
A través de esta iniciativa, Naciones Unidas quiere sensibilizar
a la comunidad internacional sobre la importancia, con fines a un desarrollo sostenible,
de los fenómenos y de los recursos terrestres, de la preservación y atenuación de
las catástrofes y del reforzamiento de las capacidades necesarias para la gestión
de recursos duraderos.
Este Año Internacional del Planeta Tierra, aunque centrado
en el 2008, opera durante el trienio 2007-2009. A través de esta iniciativa se desea
incidir en la reducción de los riesgos a los que la sociedad está sometida por causas
naturales o inducidas por los hombres, y sobre la reducción de los problemas sanitarios,
a través de un conocimiento mejor de los aspectos médicos de las geociencias.
En
el ámbito del programa de este Año dedicado a nuestro planeta se pondrá en marcha
un proyecto de investigación sobre diez amplios temas multidisciplinares concernientes
a la complejidad de las interacciones del Sistema Tierra y su sostenibilidad a largo
plazo: salud, clima, recursos hídricos de superficie, océanos, suelos, profundidad
terrestre, megalópolis, riesgos, recursos, y vida.
En relación a nuestro planeta
tierra, hay que tener en cuenta lo que recordó el propio Benedicto XVI, cuando señaló
que “la crisis ecológica contemporánea es un aspecto preocupante de una más profunda
crisis moral y es efecto de una equivocada concepción de un desarrollo desmedido que
no tiene en cuenta el ambiente natural, sus límites, sus leyes y su armonía, especialmente
en cuanto se refiere al uso-abuso del progreso científico-tecnológico. La tierra sufre
a causa del egoísmo del hombre”.
«Dios ha destinado la tierra y cuanto ella
contiene para uso de todos los hombres y pueblos, de modo que los bienes creados deben
llegar a todos de forma justa, según la regla de la justicia, inseparable de la caridad»
(concilio ecuménico Vaticano II, constitución pastoral Gaudium er spes sobre la Iglesia
en el mundo de hoy, 69). Nace de aquí el deber de una solidaridad entre todos que
abrace a todos, así como una cooperación para el desarrollo que dé prioridad a los
pueblos menos favorecidos (cf. Juan Pablo II, encíclica Sollicitudo rei socialis,
45).
Debemos recordar que somos solamente administradores del patrimonio común
del planeta. La dignidad del hombre de ser la única criatura de este mundo capaz de
preocuparse por las diversas especies, por el ambiente que le rodea y por sus hermanos,
debe conducirle no sólo a proteger el equilibrio global de la tierra sino a «salvaguardar
las condiciones morales de una auténtica “ecología humana”» (cf. Juan Pablo II, encíclica
Centesimus annus, 38), así como de una «ecología social». «No sólo la tierra ha sido
dada por Dios al hombre —afirma el Papa Juan Pablo II—, incluso el hombre es para
sí mismo un don de Dios y, por tanto, debe respetar la estructura natural y moral
de la que ha sido dotado» (cf. Juan Pablo II, encíclica Centesimus annus, 38).