Mons. Tomasi subraya que el respeto de todos los derechos humanos es el origen de
la paz
Miércoles, 9 ene (RV).- En su discurso a los miembros del cuerpo diplomático acreditado
ante la Santa Sede - recordando los 60 años de la Declaración Universal de los Derechos
Humanos, que se firmó en París el 10 de diciembre de 1948 - Benedicto XVI señalaba
que «en todos los continentes, la Iglesia católica se empeña con el fin de que los
derechos del hombre no sean sólo proclamados sino también aplicados».
En el
marco de este aniversario, que se va a conmemorar a lo largo de todo este año 2008,
intervino, en días pasados en la sesión ordinaria de este organismo, el arzobispo
Silvano Tomasi, observador permanente de la Santa Sede ante la Oficina de las Naciones
Unidas en Ginebra.
El prelado puso de relieve que la Declaración Universal
de los Derechos Humanos «sigue siendo el punto de referencia más importante para la
discusión intercultural sobre la libertad y la dignidad humana en el mundo y representa
la base jurídica habitual para cualquier discusión concerniente a los derechos humanos».
Los derechos de los que habla la Declaración Universal, subrayó el arzobispo,
«no son conferidos por los estados u otras instituciones sino que son inherentes a
cada persona, independientemente de cualquier tradición ética, social, cultural o
religiosa, si bien sean en muchos casos el resultado de ellas».
Tras hace
hincapié en que «la dignidad humana atañe a la democracia y a la soberanía pero, al
mismo tiempo, va más allá de las mismas» y exige a todas las partes interesadas que
«trabajen en favor de la libertad, la igualdad y la justicia social para todos los
seres humanos, respetando a la vez la pluralidad cultural y religiosa». El Observador
permanente de la Santa Sede reiteró que «el hecho de que todos tengamos en común la
dignidad humana representa la base indispensable sobre la que se asienta la interrelación
e indivisibilidad de los derechos humanos, sociales, civiles y políticos, culturales
y económicos».
Mons. Tomasi puso de relieve que el respeto de todos los derechos
humanos es el origen de la paz y que la paz no se concibe solamente como la ausencia
de la violencia, sino que lleva aparejada la cooperación y la solidaridad en el ámbito
nacional e internacional, como la forma necesaria para promover y defender el bien
común de todas las personas.
«60 años después de la Declaración, muchos miembros
de la familia humana están todavía muy lejos de disfrutar de sus derechos y de ver
satisfechas sus necesidades básicas», advirtió el arzobispo y señaló que las celebraciones
conmemorativas pueden servir para demostrar «que todo ser humano - como individuo
y como miembro de una comunidad, tiene el derecho y la responsabilidad de defender
y poner en práctica todos los derechos humanos».