Benedicto XVI recuerda que para salir de las tinieblas, la humanidad tiene necesidad
de esperanza y valentía en favor de la paz y la justicia, contra abusos, egoísmos,
y pobreza
Domingo, 6 ene (RV).- «Una vez más, el cielo y la tierra, el cosmos y la historia,
se llaman y se responden». En su homilía de la Santa Misa que ha presidido en esta
solemnidad -en la Basílica de San Pedro- el Papa ha reiterado que «celebramos a Cristo,
Luz del mundo, y su manifestación a las gentes». Tras reflexionar sobre los textos
bíblicos que responden a algunas preguntas fundamentales de la humanidad, como el
origen del universo, del género humano, del mal. Y del por qué hay tantas lenguas
y civilizaciones, el Santo Padre ha recordado las consecuencias de la culpa de Adán
y Eva, de su orgullo semejante al que puso en marcha la torre de Babel, que sembró
la división.
El plan divino de la salvación está en curso desde hace unos cuatro
mil años y ha tenido su culmen en el misterio de Cristo, que sigue pidiendo ser acogido
en la historia: «Que permanece siempre como historia de fidelidad de parte de Dios
y, lamentablemente también, de infidelidad de parte de nosotros los hombres. La misma
Iglesia, depositaria de la bendición, es santa y está compuesta por pecadores, marcada
por la tensión entre el ‘ya’ y el todavía no’. En la plenitud de los tiempos Jesucristo
ha venido a dar cumplimiento a la alianza: él mismo, verdadero Dios y verdadero hombre,
es el Sacramento de la fidelidad de Dios a su diseño de salvación para toda la humanidad,
para todos nosotros».
En Jesucristo Dios ha mostrado su rostro, «se manifestó
la bondad de Dios nuestro Salvador y su amor a los hombres», extendiendo su bendición
a todos los pueblos, a la Iglesia universal y a toda la humanidad. Una humanidad que
para salir de las tinieblas tiene necesidad de esperanza y valentía: «No se puede
decir que la globalización sea sinónimo de orden mundial, todo lo contrario. Los conflictos
por la supremacía económica y el acaparamiento de los recursos energéticos, hídricos
y de las materias primas dificultan el trabajo de cuantos, en todo ámbito, se esfuerzan
por construir un mundo justo y solidario. Es necesaria una esperanza más grande, que
permita dar prioridad al bien común de todos, por encima del lujo de pocos y de la
miseria de muchos».
Haciendo hincapié en la esperanza que tanto necesita la
humanidad, Benedicto XVI ha reiterado lo que destaca en su reciente Encíclica: «Esta
gran esperanza -he escrito en la Encíclica Spe salvi- sólo puede ser Dios... pero
no cualquier dios, sino el Dios que tiene un rostro humano. El Dios que se ha manifestado
en el Niño de Belén y en el Crucificado y Resucitado. Si hay una gran esperanza, se
puede perseverar en la sobriedad. Si falta la verdadera esperanza, se busca la felicidad
en la ebriedad, en lo superfluo, en los excesos, arruinándose a sí mismos y al mundo.
Por lo tanto, la moderación no es sólo una regla ascética, sino también un camino
de salvación para la humanidad. Es evidente que sólo adoptando un estilo de vida sobrio,
acompañado por un compromiso serio en favor de una justa distribución de las riquezas,
será posible instaurar un orden de desarrollo justo y sostenible».
Esperanza
y valentía, ha enfatizado el Santo Padre, evocando a los Reyes Magos y encomendando
a la Madre de Dios nuestra peregrinación en la tierra: «Por ello, es necesario que
haya hombres que nutran una gran esperanza y que posean mucha valentía. La valentía
de los Magos, que emprendieron un largo viaje siguiendo una estrella y que supieron
arrodillarse ante un Niño y ofrecerle sus dones preciosos. Todos tenemos necesidad
de esta valentía, anclada en una firme esperanza. Que nos la obtenga María, acompañándonos
en nuestra peregrinación terrenal con su materna protección».
Sin olvidar los
lazos entre la Epifanía y Pentecostés, puesto que vemos en los Magos los pueblos que
se unen preanunciando ‘la Iglesia políglota’, Benedicto XVI ha recordado nuevamente
el Amor fiel y tenaz de Dios, que nunca falta a su alianza de generación en generación.
El ‘misterio’, de la esperanza en la historia, de una bendición para todos
los seres humanos, a pesar de las divisiones: «Por cierto, este diseño, está siendo
contrastado por fuerzas de división y de abusos, que laceran a la humanidad debido
a la causa del pecado y del conflicto de egoísmos. La Iglesia está al servicio de
este ‘misterio’ de bendición para toda la humanidad. Ella cumple plenamente su misión
sólo cuando refleja en sí misma la luz de Cristo Señor, y así ayuda a los pueblos
del mundo en el camino de la paz y del auténtico progreso».