Miércoles, 26 dic (RV).- Hoy se celebra la memoria litúrgica del primer mártir del
cristianismo, san Esteban. Y precisamente a él dedicó el Santo Padre Benedicto XVI
una reflexión en la audiencia general del 10 de enero de este año que dejamos. Les
queremos recordar las palabras pronunciadas por el Pontífice en aquella ocasión.
San
Esteban es el más representativo de un grupo de siete compañeros. La tradición ve
en este grupo el germen del futuro ministerio de los «diáconos», si bien hay que destacar
que esta denominación no está presente en el libro de los «Hechos de los Apóstoles».
La importancia de Esteban, en todo caso, queda clara por el hecho de que Lucas, en
este importante libro, le dedica dos capítulos enteros.
La narración de Lucas
comienza constatando una subdivisión que tenía lugar dentro de la Iglesia primitiva
de Jerusalén: estaba formada totalmente por cristianos de origen judío, pero entre
éstos algunos eran originarios de la tierra de Israel, y eran llamados «hebreos»,
mientras que otros procedían de la de fe judía en el Antiguo Testamento de la diáspora
de lengua griega, y eran llamados «helenistas».
De este modo, comenzaba a
perfilarse el problema: los más necesitados entre los helenistas, especialmente las
viudas desprovistas de todo apoyo social, corrían el riesgo de ser descuidas en la
asistencia de su sustento cotidiano. Para superar estas dificultades, los apóstoles,
reservándose para sí mismos la oración y el ministerio de la Palabra como su tarea
central, decidieron encargar a «a siete hombres, de buena fama, llenos de Espíritu
y de sabiduría» para que cumplieran con el encargo de la asistencia (Hechos 6, 2-4),
es decir, del servicio social caritativo. Con este objetivo, como escribe Lucas, por
invitación de los apóstoles, los discípulos eligieron siete hombres. Tenemos sus nombres.
Son: «Esteban, hombre lleno de fe y de Espíritu Santo, Felipe, Prócoro, Nicanor, Timón,
Pármenas y Nicolás, prosélito de Antioquia. Los presentaron a los apóstoles y, habiendo
hecho oración, les impusieron las manos» (Hechos 6,5-6).
El gesto de la imposición
de las manos puede tener varios significados, recordó Benedicto XVI. En el Antiguo
Testamento, el gesto tiene sobre todo el significado de transmitir un encargo importante,
como hizo Moisés con Josué (Cf. Números 27, 18-23), designando así a su sucesor.
Lo
más importante es que, además de los servicios caritativos, Esteban desempeña también
una tarea de evangelización entre sus compatriotas, los así llamados «helenistas».
El
lugar del martirio de Esteban, en Jerusalén, se sitúa tradicionalmente algo más afuera
de la Puerta de Damasco, en el norte, donde ahora se encuentra precisamente la iglesia
de Saint- Étienne, junto a la conocida «École Biblique» de los dominicos.
Al
asesinato de Esteban, primer mártir de Cristo, le siguió una persecución local contra
los discípulos de Jesús (Cf. Hechos 8, 1), la primera que se verificó en la historia
de la Iglesia.
La historia de Esteban nos dice mucho. Nos enseña que no hay
que disociar nunca el compromiso social de la caridad del anuncio valiente de la fe.
El valor del testimonio es insustituible, pues el Evangelio lleva hacia él
y de él se alimenta la Iglesia. San Esteban nos enseña a aprender estas lecciones,
nos enseña a amar la Cruz, pues es el camino por el que Cristo se hace siempre presente
de nuevo entre nosotros.