Enero: Intención general de Benedicto XVI para el Apostolado de la Oración
Jueves, 3 ene (RV).- «Para que la Iglesia refuerce su compromiso impulsando la unidad
plena y visible, para manifestar cada vez más su rostro de comunidad de amor, donde
se refleje la comunión del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo». Es la Intención
general que presenta Benedicto XVI al Apostolado de la Oración de este mes de enero.
El
anuncio del Evangelio a todos los pueblos suscita y refuerza en la humanidad ‘fuerzas
de reconciliación, fuerzas de paz, fuerzas de amor y de justicia».
Lo reiteraba
Benedicto XVI en su discurso a los miembros de la Curia Romana, durante el encuentro
para el intercambio de las felicitaciones de Navidad, el pasado 21 de diciembre: «Para
alcanzar su cumplimiento, la historia tiene necesidad del anuncio de la Buena Nueva
a todos los pueblos y a todos los hombres (cfr Mc 13,10). En efecto ¡cuán importante
es que confluyan en la humanidad fuerzas de reconciliación, fuerzas de paz, fuerzas
de verdad, fuerzas de amor y de justicia – cuán importante es que en el ‘balance’
de la humanidad, ante los sentimientos y las realidades de la violencia y de la injusticia
que la amenazan, se susciten y fortalezcan fuerzas antagonistas! Es precisamente lo
que ocurre en la misión cristiana.
Una vez más, el Papa hizo hincapié en que
la evangelización permanece en todo momento como un deber para cada discípulo de Cristo.
Pues sin ella todos los proyectos de paz y de justicia ‘quedan como meras teorías
abstractas’: «Mediante el encuentro con Jesucristo y sus santos, mediante el encuentro
con Dios, el balance de la humanidad es reabastecido con aquellas fuerzas del bien,
sin las cuales todos nuestros programas de orden social no llegan a ser realidad,
sino que – ante la presión tan poderosa de otros intereses contrarios a la paz y a
la justicia – quedan como simples teorías abstractas».
Sintetizando los momentos
más destacados del año que acaba de terminar, Benedicto XVI dedicó una parte importante
de su discurso a su viaje a Brasil, donde inauguró la V Conferencia General del Episcopado
de América Latina y del Caribe que se celebró en el Santuario mariano de Aparecida
y cuyo lema fue «Discípulos y misioneros de Jesucristo, para que en Él tengan vida».
El Santo Padre evocó con emoción el encuentro que mantuvo con los jóvenes
en el estadio de Sao Paulo: «A pesar del frío que hacía, nos sentimos todos unidos
por una gran alegría interior, por una experiencia viva de comunión y por la clara
voluntad de ser, en el Espíritu de Jesucristo, siervos de la reconciliación, amigos
de los pobres y de los que sufren y mensajeros de aquel bien cuyo esplendor hemos
encontrado en el Evangelio».
Tras destacar su emoción ante la imagen de Nuestra
Señora de Aparecida, la Virgen de los pobres, ella misma pobre y pequeña, evocando
la humildad de Dios, Benedicto XVI insistió en la importancia de que los discípulos
de Cristo perseveren en la fe: «Recibimos en la fe la justicia de Cristo, la vivimos
en primera persona y la transmitimos. El documento de Aparecida concretiza todo ello
hablando de la buena noticia sobre la dignidad del hombre, sobre la vida, sobre la
familia, la ciencia y la tecnología, sobre el trabajo humano, sobre el destino universal
de los bienes de la tierra y sobre la ecología: dimensiones en las cuales se articula
nuestra justicia, se vive la fe y se responde a los desafíos de nuestro tiempo».
Sin
olvidar que ‘no son pequeños’ los problemas que plantea el secularismo de nuestro
tiempo así como la presión de las presunciones ideológicas a las cuales tiende la
conciencia del secularismo; que sabemos y conocemos la fatiga de la lucha que se nos
impone en este tiempo, Benedicto XVI reiteró que «sabemos también que el Señor mantiene
su promesa de estar con nosotros «todos los días, hasta el fin del mundo»: «En esta
gozosa certeza, acogiendo el impulso de las reflexiones de Aparecida a renovar también
nuestro ser en Cristo, vayamos confiadamente hacia el nuevo año. Vayamos bajo la mirada
materna de la Aparecida, de Aquella que se presentó como ‘la esclava del Señor’. Su
protección nos hace sentir seguros y llenos de esperanza».