Mensaje Urbi et Orbi: el Papa pide una reflexión especial por las martirizadas tierras
de África, por todo Oriente Medio y la región de los Balcanes, así como tantos otros
países en guerras “desgraciadamente olvidadas''
Martes, 25 dic (RV).- “Nos ha amanecido un día sagrado. Un día de gran esperanza:
hoy el Salvador de la humanidad ha nacido.” Este es el anuncio de la Navidad y de
la Salvación, que Benedicto XVI ha dirigido al mundo, a mediodía, desde el balcón
central de la basílica de san Pedro. “El nacimiento de un niño trae normalmente -ha
dicho el Papa- una luz de esperanza a quienes lo aguardan ansiosos”. Cuando Jesús
nació en la gruta de Belén, una «gran luz» apareció sobre la tierra; una gran esperanza
entró en el corazón de cuantos lo esperaban.
“En lo recóndito y en el silencio
de aquella noche santa se encendió para cada hombre una luz espléndida e imperecedera;
ha venido al mundo la gran esperanza portadora de felicidad: «el Verbo se hizo carne
y nosotros hemos visto su gloria»”.
«Dios es luz -afirma san Juan- y en él
no hay tinieblas». Cuando Jesús nació de la Virgen María, la Luz misma vino al mundo:
«Dios de Dios, Luz de Luz», profesamos en el Credo, ha explicado el Pontífice. “Aquel
que es el creador del hombre se hizo hombre para traer al mundo la paz. Por eso, en
la noche de Navidad, el coro de los Ángeles canta: «Gloria a Dios en el cielo / y
en la tierra paz a los hombres que Dios ama».
«Hoy una gran luz ha bajado
a la tierra». La Luz de Cristo es portadora de paz. Más aún, sólo la «gran» luz que
aparece en Cristo puede dar a los hombres la «verdadera» paz. He aquí por qué cada
generación está llamada a acogerla, a acoger al Dios que en Belén se ha hecho uno
de nosotros.
La Navidad es esto ha explicado el Pontífice: “Un acontecimiento
histórico y un misterio de amor, que desde hace más de dos mil años interpela a los
hombres y mujeres de todo tiempo y lugar. Es el día santo en el que brilla la «gran
luz» de Cristo portadora de paz. Ciertamente, para reconocerla, para acogerla, se
necesita fe y se necesita humildad. Por eso los pequeños, los pobres en espíritu son
ellos los verdaderos protagonistas de la Navidad, tanto ayer como hoy; los protagonistas
de la historia de Dios, los constructores incansables de su Reino de justicia, de
amor y de paz.
“Que la luz de Cristo, que viene a iluminar a todo ser humano,
brille por fin y sea consuelo para cuantos viven en las tinieblas de la miseria, de
la injusticia, de la guerra; para aquellos que ven negadas aún sus legítimas aspiraciones
a una subsistencia más segura, a la salud, a la educación, a un trabajo estable, a
una participación más plena en las responsabilidades civiles y políticas, libres de
toda opresión y al resguardo de situaciones que ofenden la dignidad humana”.
En este día de paz, el Papa ha invitado a pensar de una manera especial sobre
todo en donde resuena más fuerte el fragor de las armas: en las martirizadas tierras
del Dafur, de Somalia y del norte de la República Democrática del Congo, en las fronteras
de Eritrea y Etiopía, en todo el Medio Oriente, en particular en Irak, Líbano y Tierra
Santa, en Afganistán, en Pakistán y en Sri Lanka, en las regiones de los Balcanes,
y en tantas otras situaciones de crisis, desgraciadamente olvidadas con frecuencia.
“Que el Niño Jesús traiga consuelo a quien vive en la prueba e infunda a los
responsables de los gobiernos sabiduría y fuerza para buscar y encontrar soluciones
humanas, justas y estables. A la sed de sentido y de valores que hoy se percibe en
el mundo; a la búsqueda de bienestar y paz que marca la vida de toda la humanidad;
a las expectativas de los pobres, responde Cristo, verdadero Dios y verdadero Hombre,
con su Natividad”.
Benedicto XVI ha terminado diciendo que su deseo era “que
las personas y las naciones no teman en reconocer y acoger a Jesús, verdadero Dios
y verdadero Hombre” que con su Natividad ha venido a salvar al mundo. “Dejemos que
la luz de este día -ha dicho- se difunda por todas partes, que entre en nuestros
corazones, alumbre y dé calor a nuestros hogares y conceda al mundo la paz. Éste es
mi deseo. Un deseo que se hace oración humilde y confiada al Niño Jesús, para que
su luz disipe las tinieblas de vuestra vida y os llene del amor y de la paz.
Benedicto
XVI ha enviado este mensaje de alegría y de esperanza a todo el mundo felicitando
a continuación la Navidad en 63 lenguas: este año también en “guaraní” la lengua de
los indígenas del Amazonas. Este ha sido el saludo del santo Padre en español.
¡Feliz
Navidad! Que la Paz de Cristo reine en vuestros corazones, en las familias y en todos
los pueblos.
Después del tradicional mensaje de Navidad y de las felicitaciones,
el Pontífice ha impartido la bendición Urbi et Orbi, es decir, a la ciudad de Roma
y al mundo. En esta solemne ceremonia el Santo Padre ha estado acompañado por los
cardenales diáconos Darío Castrillón Hoyos y Leonardo Sandri.
MENSAJE
COMPLETO
«Nos ha amanecido un día sagrado: venid, naciones, adorad
al Señor, porque hoy una gran luz ha bajado a la tierra»
Queridos hermanos
y hermanas: «Nos ha amanecido un día sagrado». Un día de gran esperanza:
hoy el Salvador de la humanidad ha nacido. El nacimiento de un niño trae normalmente
una luz de esperanza a quienes lo aguardan ansiosos. Cuando Jesús nació en la gruta
de Belén, una «gran luz» apareció sobre la tierra; una gran esperanza entró en el
corazón de cuantos lo esperaban: «lux magna», canta la liturgia de este día de Navidad.
Ciertamente no fue «grande» según el mundo, porque, en un primer momento, sólo la
vieron María, José y algunos pastores, luego los Magos, el anciano Simeón, la profetisa
Ana: aquellos que Dios había escogido. Sin embargo, en lo recóndito y en el silencio
de aquella noche santa se encendió para cada hombre una luz espléndida e imperecedera;
ha venido al mundo la gran esperanza portadora de felicidad: «el Verbo se hizo carne
y nosotros hemos visto su gloria» (Jn 1,14)
«Dios es luz –afirma san
Juan– y en él no hay tinieblas» (1 Jn 1,5). En el Libro del Génesis leemos que cuando
tuvo origen el universo, «la tierra era un caos informe; sobre la faz del Abismo,
la tiniebla». «Y dijo Dios: “que exista la luz”. Y la luz existió» (Gn 1,2-3). La
Palabra creadora de Dios –Dabar en hebreo, Verbum en latín, Logos en griego– es Luz,
fuente de la vida. Por medio del Logos se hizo todo y sin Él no se hizo nada de lo
que se ha hecho (cf. Jn 1,3). Por eso todas las criaturas son fundamentalmente buenas
y llevan en sí la huella de Dios, una chispa de su luz. Sin embargo, cuando Jesús
nació de la Virgen María, la Luz misma vino al mundo: «Dios de Dios, Luz de Luz»,
profesamos en el Credo. En Jesús, Dios asumió lo que no era, permaneciendo en lo que
era: «la omnipotencia entró en un cuerpo infantil y no se sustrajo al gobierno del
universo» (cf. S. Agustín, Serm 184, 1 sobre la Navidad). Aquel que es el creador
del hombre se hizo hombre para traer al mundo la paz. Por eso, en la noche de Navidad,
el coro de los Ángeles canta: «Gloria a Dios en el cielo / y en la tierra paz a los
hombres que Dios ama» (Lc 2,14).
«Hoy una gran luz ha bajado a la tierra».
La Luz de Cristo es portadora de paz. En la Misa de la noche, la liturgia eucarística
comenzó justamente con este canto: «Hoy, desde el cielo, ha descendido la paz sobre
nosotros» (Antífona de entrada). Más aún, sólo la «gran» luz que aparece en Cristo
puede dar a los hombres la «verdadera» paz. He aquí por qué cada generación está llamada
a acogerla, a acoger al Dios que en Belén se ha hecho uno de nosotros.
La Navidad es esto: acontecimiento histórico y misterio de amor, que desde hace más
de dos mil años interpela a los hombres y mujeres de todo tiempo y lugar. Es el día
santo en el que brilla la «gran luz» de Cristo portadora de paz. Ciertamente, para
reconocerla, para acogerla, se necesita fe, se necesita humildad. La humildad de María,
que ha creído en la palabra del Señor, y que fue la primera que, inclinada ante el
pesebre, adoró el Fruto de su vientre; la humildad de José, hombre justo, que tuvo
la valentía de la fe y prefirió obedecer a Dios antes que proteger su propia reputación;
la humildad de los pastores, de los pobres y anónimos pastores, que acogieron el anuncio
del mensajero celestial y se apresuraron a ir a la gruta, donde encontraron al niño
recién nacido y, llenos de asombro, lo adoraron alabando a Dios (cf. Lc 2,15-20).
Los pequeños, los pobres en espíritu: éstos son los protagonistas de la Navidad, tanto
ayer como hoy; los protagonistas de siempre de la historia de Dios, los constructores
incansables de su Reino de justicia, de amor y de paz.
En el silencio de
la noche de Belén Jesús nació y fue acogido por manos solícitas. Y ahora, en esta
nuestra Navidad en la que sigue resonando el alegre anuncio de su nacimiento redentor,
¿quién está listo para abrirle las puertas del corazón? Hombres y mujeres de hoy,
Cristo viene a traernos la luz también a nosotros, también a nosotros viene a darnos
la paz. Pero ¿quién vela en la noche de la duda y la incertidumbre con el corazón
despierto y orante? ¿Quién espera la aurora del nuevo día teniendo encendida la llama
de la fe? ¿Quién tiene tiempo para escuchar su palabra y dejarse envolver por su amor
fascinante? Sí, su mensaje de paz es para todos; viene para ofrecerse a sí mismo a
todos como esperanza segura de salvación.
Que la luz de Cristo, que viene
a iluminar a todo ser humano, brille por fin y sea consuelo para cuantos viven en
las tinieblas de la miseria, de la injusticia, de la guerra; para aquellos que ven
negadas aún sus legítimas aspiraciones a una subsistencia más segura, a la salud,
a la educación, a un trabajo estable, a una participación más plena en las responsabilidades
civiles y políticas, libres de toda opresión y al resguardo de situaciones que ofenden
la dignidad humana. Las víctimas de sangrientos conflictos armados, del terrorismo
y de todo tipo de violencia, que causan sufrimientos inauditos a poblaciones enteras,
son especialmente las categorías más vulnerables, los niños, las mujeres y los ancianos.
A su vez, las tensiones étnicas, religiosas y políticas, la inestabilidad, la rivalidad,
las contraposiciones, las injusticias y las discriminaciones que laceran el tejido
interno de muchos países, exasperan las relaciones internacionales. Y en el mundo
crece cada vez más el número de emigrantes, refugiados y deportados, también por causa
de frecuentes calamidades naturales, como consecuencia a veces de preocupantes desequilibrios
ambientales.
En este día de paz, pensemos sobre todo en donde resuena el fragor
de las armas: en las martirizadas tierras del Dafur, de Somalia y del norte de la
República Democrática del Congo, en las fronteras de Eritrea y Etiopía, en todo el
Medio Oriente, en particular en Irak, Líbano y Tierra Santa, en Afganistán, en Pakistán
y en Sri Lanka, en las regiones de los Balcanes, y en tantas otras situaciones de
crisis, desgraciadamente olvidadas con frecuencia. Que el Niño Jesús traiga consuelo
a quien vive en la prueba e infunda a los responsables de los gobiernos sabiduría
y fuerza para buscar y encontrar soluciones humanas, justas y estables. A la sed de
sentido y de valores que hoy se percibe en el mundo; a la búsqueda de bienestar y
paz que marca la vida de toda la humanidad; a las expectativas de los pobres, responde
Cristo, verdadero Dios y verdadero Hombre, con su Natividad. Que las personas y las
naciones no teman reconocerlo y acogerlo: con Él, «una espléndida luz» alumbra el
horizonte de la humanidad; con Él comienza «un día sagrado» que no conoce ocaso. Que
esta Navidad sea realmente para todos un día de alegría, de esperanza y de paz.
«Venid,
naciones, adorad al Señor». Con María, José y los pastores, con los magos y la muchedumbre
innumerable de humildes adoradores del Niño recién nacido, que han acogido el misterio
de la Navidad a lo largo de los siglos, dejemos también nosotros, hermanos y hermanas
de todos los continentes, que la luz de este día se difunda por todas partes, que
entre en nuestros corazones, alumbre y dé calor a nuestros hogares, lleve serenidad
y esperanza a nuestras ciudades, y conceda al mundo la paz. Éste es mi deseo para
quienes me escucháis. Un deseo que se hace oración humilde y confiada al Niño Jesús,
para que su luz disipe las tinieblas de vuestra vida y os llene del amor y de la paz.
El Señor, que ha hecho resplandecer en Cristo su rostro de misericordia, os colme
con su felicidad y os haga mensajeros de su bondad. ¡Feliz Navidad!