Encuentro de la Comisión Mixta Internacional para el Diálogo Teológico entre la Iglesia
Católica y la Iglesia Ortodoxa
Viernes, 23 nov (RV).- El camino de diálogo ecuménico que lleva a la unidad de las
distintas Iglesias y comunidades cristianas, es uno de los argumentos principales
elegidos por Benedicto XVI desde el comienzo de su Pontificado. Y bajo este aspecto,
efectivamente, se han producido importantes pasos hacia adelante y no faltan novedades.
La última ha sido el encuentro de Ravena de la Comisión Mixta Internacional para el
Diálogo Teológico entre la Iglesia Católica y la Iglesia Ortodoxa, un organismo que
comprende junto a la iglesia católica todas las confesiones orientales ortodoxas,
y en el cual se debaten los principales temas teológicos y culturales que constituyen
un factor de unidad o de división entre la iglesia oriental y la de Roma.
Fruto
de este encuentro ecuménico de la Comisión mixta internacional, del 8 al 14 de octubre
pasados, ha sido el Documento firmado en Ravena. Para que nos amplíe la perspectiva
ecuménica de este importante encuentro de Ravena, hoy contamos con la ayuda del Padre
Pedro Langa, profesor y doctor agustino, que ya en otras oportunidades nos ha ofrecido
su colaboración como experto en temas ecuménicos.
El Padre Langa nos cuenta
lo que fue la cumbre de Ravena. De entrada diré que
Ravena se inscribe en el catálogo de las asambleas generales celebradas por la «Comisión
Mixta Internacional para el Diálogo Teológico entre la Iglesia Católica y la Iglesia
Ortodoxa en su conjunto», cuyo funcionamiento arranca de cuando el hoy Siervo de Dios
Juan Pablo II y el entonces Patriarca Ecuménico Dimitrios I firmaron en 1979, fiesta
de San Andrés, aquella declaración conjunta con la que se hacía oficialmente pública
la puesta en marcha de este organismo. Quiero con ello decir más concretamente que
la Comisión empezó su rodaje allá en 1980, y desde entonces hasta la fecha ha celebrado
diez asambleas generales, a saber: Patmos-Rodas 1980, Múnich 1982, Creta 1984, Bari
1986/87, Valamo 1988, Freising 1990, Balamand 1993, Baltimore 2000, Belgrado 2006
y Ravena 2007. Desde primera hora uniatismo y proselitismo han sido para la Comisión
un incordio. Más aún, el desplome de la Unión soviética no hizo sino contribuir al
paro del carro en Baltimore, de cuyo atolladero logró salir en Belgrado gracias a
la voluntad mediadora de Juan Pablo II primero, y luego de Benedicto XVI y Bartolomé
I. Además de nadar en las saludables aguas de la pura teología de comunión, Belgrado
procuró abordar como proyecto «Las consecuencias eclesiológicas y canónicas de la
naturaleza sacramental de la Iglesia», tema que, al no agotarse, acabó remitido a
un estudio completo en Ravena, plenaria para la que no se escatimaron preparativos,
ni oraciones, ni esperanzas. Si el ecumenismo es un camino largo y a menudo tortuoso,
lo que acabo de decir indica que la Comisión Mixta Internacional de la que vengo hablando
no ha sido excepción. Sin rosa de los vientos en la singladura de su navecilla, sus
timoneles, no obstante, han sabido siempre hacer gala de cordura, sensatez y cordialidad
en las deliberaciones. Y cuando las cosas se les resistían, como en Baltimore, Belgrado,
y ahora Ravena, siempre han encontrado arriba la providencial ayuda de una mano amiga.
El
Padre Langa nos sintetiza también el tema central de Ravenna y lo que allí se trató:
La Comisión afrontó
en Ravena fundamentalmente el primado del Papa según el proyecto de Belgrado sobre
«Las consecuencias eclesiológicas y canónicas de la naturaleza sacramental de la Iglesia»,
tema que, al no haberse agotado allí, acabó remitido a un estudio completo en Ravena.
Difícil y serio problema ortodoxo-católico, por cierto, éste del primado. Por de pronto,
había hecho saltar el encuentro previsto un año atrás en Viena entre Benedicto XVI
y Alexis II. Ravena por eso fue vista desde su programación como ideal coyuntura para
que Papa y Patriarca Ecuménico acudieran juntos a la cita. Y es que el uniatismo es
asunto que tiene que ver, en definitiva, con los del primado y la plena comunión.
Dejémonos, pues, de vanas ilusiones y de historias: el uniatismo sólo hallará luz
en el acuerdo que se consiga, si es que se consigue, con los ortodoxos en torno al
papel del obispo de Roma en la Iglesia de Cristo. Una perspectiva que hace depender
todo posible avance con los ortodoxos de cómo se solucione el consabido problema primacial,
lo que a ojos vistas no parece ni fácil ni próximo. El cardenal Kasper acaba de glosar
en esta emisora el documento de Ravena hecho público el otro día. «El paso importante
--aclaró-- es que por primera vez las Iglesias ortodoxas han dicho que sí, que existe
este nivel universal de la Iglesia y que también a nivel universal existe conciliaridad,
sinodalidad y autoridad; quiere decir que también existe un primado: según la praxis
de la Iglesia antigua, el primer obispo es el obispo de Roma. Pero no hemos hablado
–continuó luego el cardenal Kasper- de los privilegios del obispo de Roma; solo hemos
indicado la praxis para el debate futuro. Este documento es un modesto primer paso
y como tal da esperanza, pero no podemos exagerar su importancia. Y la próxima vez
tendremos que volver a hablar sobre el papel del obispo de Roma en la Iglesia universal
en el primer milenio, después tendremos que afrontar también el segundo milenio, el
Concilio Vaticano I, el Concilio Vaticano II, y esto no será fácil, el camino es largo
y difícil».La Comisión ha programado también el trabajo preparatorio de la
próxima sesión plenaria, que abordará «El papel del obispo de Roma en la comunión
de la Iglesia en el primer milenio». A tal fin, ha nombrado dos subcomisiones mixtas
de estudio (de ocho miembros cada una, cuatro católicos y cuatro ortodoxos), que piensan
reunirse en la primavera de 2008; mientras que la Comisión de Coordinación, en el
otoño de 2008 y con los informes de las dos subcomisiones en mano, elaborará una síntesis
orgánica que se propone someter a la plenaria, prevista para otoño de 2009.
Durante
la reunión de la Comisión Mixta Internacional para el Diálogo Teológico entre la Iglesia
Católica y la Iglesia Ortodoxa en Ravena, la delegación de la Iglesia ortodoxa rusa
abandono la asamblea apenas iniciada la primera sesión.
El Padre Langa nos
habla de las palabras a cerca de este abandono que pronunció el presidente del Pontificio
consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, Card. Walter Kasper. Entiendo que es, sin
duda, la nota negativa de esta Cumbre. Su Eminencia Kasper explica que se trata de
«una cuestión inter-ortodoxa en la que no podemos interferir, pero que nos entristece
y preocupa mucho porque para nosotros es importante que la Iglesia ortodoxa rusa participe
también en el futuro en nuestro diálogo». El plante lo provocó esta vez la Iglesia
de Estonia, declarada autónoma por Constantinopla en 1996 con fuertes protestas de
Moscú, harto de reproponer los antiguos contrastes entre la tradición greco-ortodoxa,
más antigua, y la eslava, sin duda más numerosa. De modo que, reunidos en Ravena para
dialogar del primado petrino, las discrepancias entre Moscú y Constantinopla vinieron
a complicar seriamente la suerte misma de la Cumbre. Constantinopla reaccionó tachando
de «autoritarismo» a Moscú y acusando a la Iglesia ortodoxa rusa de no «desengancharse
de la mentalidad imperialista». «La Iglesia apostólica de Estonia, aclaró Estambul
en durísima nota, se ha presentado como una Iglesia independiente. Por lo demás, toda
Iglesia ortodoxa es autocéfala. Los rusos eran contrarios: querían que fuese
una archidiócesis de su Patriarcado, pero esto es imposible». El Comunicado final
de Ravena explica que los rusos se fueron, «a pesar de que el Patriarcado Ecuménico,
con el acuerdo de todos los miembros ortodoxos presentes, había ofrecido una solución
de compromiso, esto es: tomar nota de que el Patriarcado de Moscú no reconocía a la
Iglesia autónoma de Estonia». El propósito de la Comisión no era sino restablecer
en caridad y verdad, nunca con desplantes, la plena comunión entre católicos y ortodoxos.
Y es que dialogar no es necesariamente resolver los problemas, pero sí probar a intentarlo,
que ya es mucho. De modo que Ravena se abrió para dialogar del primado de San Pedro
y a punto estuvo de acabar el primer día de mala manera. No fue así, por fortuna.
Las viejas rencillas entre Moscú y Constantinopla no lograron impedir que Ravena siguiese
su curso, pero el tiempo dirá con cuánta eficacia. El vacío de una Iglesia como la
rusa, que ella sola representa el 70% de la Ortodoxia mundial es mucho vacío, y eso
Roma no lo puede olvidar. De ahí las palabras del cardenal Kasper: «Pedimos a Moscú
y a Constantinopla que hagan todo lo posible para encontrar una solución. Si quieren
–insiste el purpurado-- podríamos facilitar esta solución bien a nivel bilateral,
entre Moscú y Constantinopla, o a nivel pan-ortodoxo, pero es indudable que queremos
contar con la participación de la Iglesia ortodoxa rusa. Es una Iglesia muy importante;
no queremos dialogar sin ellos y trabajaremos para lograrlo».