Escuchar el programa Viernes, 16 nov
(RV).- Hoy hablaremos del paso natural de la vida, pero no precisamente de la vejez
o cosas parecidas, sino del devenir normal, cotidiano, de las cosas que se van sucediendo
unas a otras, pues como dice el evangelio hay un tiempo para cada cosa, y para muchas
personas este devenir no la aceptan con naturalidad, pues quieren controlarlo todo,
quieren que las cosas se den tal como las han pensado, en el momento, lugar y forma
que lo han soñado. Planear y organizar, o imponer y forzar, al parecer son las caras
de una misma moneda.
Las etapas en la vida se suceden. El final de una
de ellas anuncia el nacimiento de la siguiente. Las amistades, las sociedades, las
relaciones de pareja, los trabajos, todo forma parte de un movimiento incesante hacia
la madurez. Todo evoluciona, cambia, se transforma, pero esto no significa siempre
que lo que viene sea negativo o perjudicial, y que lo que queda en el pasado es mejor
o peor, no se trata de valoraciones, en realidad la evolución puede ser mucho más
positiva de lo que a veces pensamos, aún si en ello nos equivocamos, porque en definitiva
estamos hablando de movimiento.
Aunque los cambios pueden presentarse
como un proceso normal y pueden ocurrir con armonía, en nuestro medio es común pensar
que terminar un ciclo o dejar morir un sueño, es un fracaso frente al cual sentimos
temor, pero también creemos que no podemos -en ningún momento y circunstancia- dejar
morir un sueño, eso sería algo parecido a la frustración.
En muchas oportunidades,
aunque no logremos estar satisfechos con lo que estamos viviendo y notemos lo que
falta en nuestras relaciones, nos aferramos a la situación, porque como dice el dicho
popular “es mejor malo conocido que bueno por conocer”, pero esto no siempre es correcto.
Así como en muchas ocasiones nos dicen y hasta nos enseñan cómo aprovechar las oportunidades
que se presentan, también es necesario aprender y entender que siempre llegan momentos
para decir adiós.
En otras ocasiones, la situación puede ser tan satisfactoria
que no imaginamos una vida diferente, no queremos cambiar nada, aún si esos cambios
pueden ayudar a perdurar la misma situación, a enriquecerla o mejorarla. Definitivamente
los cambios nos generan temor.
Cada quien tiene un estilo diferente para decir
adiós. Algunos no aceptan los finales, no quieren despedirse, buscan explicaciones
y culpan al otro o a sí mismos, de tal manera que los finales se convierten en una
feria de la agresión y la recriminación mutuas.
Otras personas tienen la capacidad
de mirar lo vivido y agradecen todo lo que la situación les dio, los obstáculos que
les dejaron enseñanzas, los regalos que les alegraron el alma, las ofensas que mostraron
el camino del perdón. Ellos, con las enseñanzas, las alegrías y el perdón, hacen el
equipaje para iniciar una nueva etapa.
Aprender el arte de despedirnos
nos ayuda a discernir amorosamente lo que la vivencia construyó en nosotros: los dolores
que nos hizo superar, las cualidades que nos permitió desarrollar o los defectos que
nos hizo conocer. De esta forma estaremos preparados para los nuevos comienzos. Pero
lo más importante: sólo así dejaremos que la vida fluya a través de nosotros, dándonos
todo lo que nos tiene guardado.