2007-09-19 12:56:11

Septiembre: Intención General para el Apostolado de la oración


Miércoles, 19 sep (RV).- «Para que la asamblea ecuménica de Sibiu en Rumanía contribuya al crecimiento de la unidad de todos los cristianos por la que oró el Señor en la Última Cena». Es la Intención General que presenta Benedicto XVI para el Apostolado de la Oración, este mes de septiembre.

Cómo no recordar, en este contexto, la peregrinación que Benedicto XVI realizó al Santuario de Mariazell, el pasado 8 de septiembre. Cuando, en Basílica que custodia la imagen misericordiosa de la Madre de Dios que muestra a Cristo, presidió las segundas vísperas de la Natividad de la Virgen María, que marcó el encuentro del Papa con los sacerdotes, religiosos, diáconos, seminaristas y personas de vida consagrada, que tuvo un intenso y emotivo momento ecuménico.

Antes de la celebración mariana, los participantes en la Tercera Reunión Ecuménica Europea de Sibiu, en Rumanía, se unieron espiritualmente a Benedicto XVI con un cirio que llevaba el lema de esta importante reunión: “La luz de Cristo ilumina a todos. Esperanza de renovación y de unidad en Europa”. El cirio había sido enviado, precisamente por esta Asamblea Ecuménica al Santuario de Mariazell, en ocasión de la peregrinación de Benedicto XVI para mostrar que la Luz de Cristo ilumina estos dos eventos. Al Papa se le entregó una vela que había sido encendida con la llama de este cirio, llama con la que luego uno a uno todos los presentes fueron encendiendo una vela.

Luego, también Benedicto XVI destacó en su homilía la importancia de propagar - aunque sea con pequeñas llamas en medio de tantos fuegos fatuos - la luz de Cristo resucitado, que nunca deja de brillar y que no conoce ocaso.

Para profundizar en esta exhortación, el Apostolado de la Oración recuerda la conclusión de la Semana de oración por la unidad de los cristianos de 2006. Cuando Benedicto XVI reiteró, una vez más, que «la unidad, nuestra misión común, es condición para que la luz de Cristo se difunda en todos los rincones del mundo y los hombres se conviertan y se salven». E hizo hincapié en la necesidad de invocar con fe al Señor para se sanen todas las laceraciones, sin olvidar que se debe empezar por el amor. Tema al que quiso dedicar su primera encíclica, que se publicó, ese mismo día - el 25 de enero - coincidiendo precisamente, con la conmemoración de la conversión del apóstol Pablo.

El Obispo de Roma destacó que ese encuentro en la Patriarcal Basílica de San Pablo extramuros, se desarrollaba abarcando «todo el camino ecuménico a la luz del amor de Dios, del Amor que es Dios». En este contexto el Papa señaló que el amor verdadero no anula las diferencias sino que las armoniza.

Tras hacer hincapié en que la Iglesia de Roma se coloca al servicio de esta unidad de amor, Benedicto XVI encomendó nuevamente a Dios su ministerio como Sucesor de Pedro y el impulso ecuménico. «Ante vosotros – dijo textualmente el Papa - queridos hermanos y hermanas, hoy deseo renovar el acto de entrega a Dios de mi peculiar ministerio petrino, invocando sobre él la luz y la fuerza del Espíritu Santo, para que favorezca siempre la comunión fraterna entre todos los cristianos».

Refiriéndose luego a la oración unánime de los cristianos, basada en el amor, como a una ‘sinfonía de los corazones’, el Santo Padre manifestó su gran alegría por la presencia de los hermanos de otras Iglesias y Comunidades eclesiales. Y recordando asimismo que en esa misma Basílica, el Siervo de Dios Pablo VI celebró, hace 40 años, la primera oración común, al concluir el Concilio Vaticano II, con la presencia solemne de los Padres conciliares y la participación activa de los Observadores de otras Iglesias y Comunidades eclesiales, Benedicto XVI evocó también a su amado predecesor Juan Pablo II, que prosiguió con perseverancia la tradición de concluir allí la Semana de oración por la unidad de los cristianos.

«Estoy seguro de que esta tarde ambos nos miran desde el Cielo y se unen a nuestra oración». Benedicto XVI agradeció, en particular, la presencia del grupo de delegados de Iglesias, Conferencias Episcopales, Comunidades cristianas y de organismos ecuménicos que estaban poniendo en marcha la preparación de la Tercera Asamblea Ecuménica Europea, que iba a tener en Rumanía sobre el tema «La luz de Cristo ilumina a todos. Esperanza de renovación y de unidad en Europa».

«Sí, queridos hermanos y hermanas, nosotros los cristianos tenemos la tarea de ser, en Europa y entre todos los pueblos, la ‘luz del mundo’ (Mt 5,14). Quiera Dios concedernos que podamos alcanzar pronto la auspiciada comunión plena. La recomposición de nuestra unidad dará mayor eficacia a la evangelización. La unidad es nuestra misión común. Es la condición para que la luz de Cristo se difunda más eficazmente en todos los rincones del mundo y los hombres se conviertan y se salven».

Luego, al día siguiente, Benedicto XVI recibió en el Vaticano a la comisión preparatoria de esta misma Asamblea Ecuménica Europea, expresado su deseo de que la cita de Sibiu «pueda contribuir a hacer más conscientes a los cristianos de nuestros países de su deber de testimoniar la fe en el contexto cultural actual, a menudo caracterizado por el relativismo y la indiferencia». Elogiando la elección del tema del itinerario espiritual: La luz de Cristo nos ilumina a todos. Esperanza de renovación y unidad en Europa”, el Papa destacó ésta es la verdadera prioridad. Es decir la de: «comprometerse para que la luz de Cristo resplandezca e ilumine con renovado vigor los pasos del continente europeo al inicio del nuevo milenio».

Además el Santo Padre quiso subrayar que para que el proceso de unificación en marcha sea fructífero, «Europa tiene necesidad de redescubrir sus raíces cristianas, dando espacio a los valores éticos que forman parte de su vasto y consolidado patrimonio espiritual». Y en este ámbito la presencia de los cristianos será incisiva y clarificadora «sólo si se tendrá el valor de recorrer con decisión el camino de la reconciliación y la unidad». Benedicto XVI evocó las palabras de Juan Pablo II en la primera Asamblea especial del Sínodo de los Obispos para Europa, cuando su predecesor denunciaba el gran escándalo que supondría que, mientras que Europa se encaminaba hacia la unidad política, la Iglesia de Cristo sea precisamente un factor de desunión y discordia.







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