Escuchar el programa Viernes, 7 sep
(RV).- Hoy hablaremos del miedo, una emoción que se puede moldear a través de la educación,
la cultura e incluso el medio ambiente que nos rodea. El miedo puede ir desde el terror
intenso, que inmoviliza o paraliza emocional y físicamente, hasta una ligera aprensión.
El miedo tiene como función la de alertarnos, ponernos en guardia y hasta
llega a protegernos de algún peligro real. Gracias a él sobrevivimos como especie.
Nos permite reconocer situaciones que nos pueden poner en peligro.
Nuestro
cuerpo sufre cambios a nivel físico y hormonal al encontrarnos en una situación de
miedo: nuestro corazón palpita más fuerte, nos sudan las manos y a nivel hormonal
producimos, entre algunas hormonas, la adrenalina.
Sentimos miedo frente
al fracaso, al rechazo, a las pérdidas y mucho miedo frente a los cambios. Con todos
estos ejemplos nos damos cuenta que el miedo nos acompaña a través de nuestra vida
y madurez manifestándose en ocasiones cuando tenemos incertidumbres sobre nuestras
relaciones, nuestra vida futura; es decir cuando sentimos inseguridad.
Esa
sensación hace que evitemos a toda consta los cambios, que evitemos las confrontaciones,
que huyamos de los compromisos, que nos encerremos como en urnas de cristal para no
arriesgarnos frente a lo desconocido, que incluso al amor le cerremos la puerta por
el miedo al fracaso o la frustración. El miedo, así como nos previene y alerta del
peligro, así mismo nos es un limitante a lo que somos y deseamos ser.
Para
manejar el miedo es importante reconocer y aceptar que se tiene miedo, que al algo,
una situación o a veces una persona que nos produce miedo. Una vez reconocidos los
síntomas –físicos y psicológicos-, pasamos entonces a reconocer a qué le tememos.
La mayoría de las veces nos cuesta mucho reconocer exactamente a qué le tememos, porque
se juntan varias situaciones y circunstancias. Pero es muy importante tratar de
analizarlo para poder resolver esa situación. Incluso nuestra mente nos ayuda a hacer
más difícil la situación de lo que en realidad es.
Si sentimos que estamos
frente a una posible amenaza es mejor estar claros qué es lo peor que nos puede pasar
en esa situación, ello nos va preparando para manejar la situación y sus consecuencias
de una manera más productiva e inteligente. Cuando tenemos miedo nuestro sistema se
bloquea y no podremos pensar ni actuar con lo mejor que tenemos.
La incertidumbre
es la experiencia más común que experimentamos con respecto al miedo, y este sentimiento
se presenta de manera cotidiana, lo sentimos cuando nos cruzamos en la calle con un
desconocido, cuando no tenemos todos los elementos para tomar una decisión, cuando
nos sentimos presionados por el tiempo, por la cantidad de información y de acontecimientos
que no permiten que con claridad pensemos y decidamos.
La familia está llamada
a atender conjuntamente estas situaciones, particularmente frente a los adolescentes
y los niños, para que ellos no sólo aprendan a controlar y dominar sus temores, sino
que puedan enfrentarlos de la mejor manera. Desde una pesadilla, hasta el no querer
asistir a la escuela, son síntomas de que algo puede estar pasando. Para los adolescentes
el miedo a los cambios, a las nuevas situaciones, pueden ocasionar temor expresado
de muchas maneras.
La comunicación permanente y abierta es el mejor antídoto
frente al miedo, porque en ella se expresan y reconocen los temores, pero también
la solidaridad de la familia, el acompañamiento, la orientación. Y esto es importante
cuando se es niño, pero también cuando pasamos por la adolescencia, y más aún en la
edad adulta.